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El júbilo de Jesús

 

Entre tantos modelos bíblicos de oración, vamos también trayendo en esta escuela bíblica algunos textos que nos proponen a Jesús como modelo para aprender a orar. San Lucas es el evangelista que más se ha interesado por la oración de Jesús. En muchos de los pasajes tomados de Marcos, Lucas ha añadido de su propia cosecha el dato de que Jesús estaba orando. Así sucede durante el bautismo (Lc 3,21), la noche antes de la elección de los Doce (Lc 6,12) o de la confesión de Pedro (Lc 9,18), en el Tabor (Lc 9,29). Gracias a Lucas conocemos la oración de Jesús en la cruz pidiendo perdón para los que le crucificaban (Lc 23,34) y la oración de Jesús pidiendo la conversión de Pedro (Lc 22,32).

Los cristianos siempre se han preguntado cómo sería la oración de Jesús. ¿Cómo poder sorprenderle en uno de esos frecuentes momentos en que expresaba lo más hondo de su ser ante su Padre? De hecho San Lucas nos cuenta que una vez los discípulos le pidieron que les enseñase a orar después de haberle visto sumido en profunda oración (Lc 11,1).

De San Francisco nos cuentan que una vez algunos discípulos le siguieron a escondidas hasta lo más intrincado del bosque para espiarle cuando oraba a solas. Admirados descubrieron que el santo se limitaba, a hacer vibrar su garganta y sus labios reproduciendo el arrullo de una tórtola (Ct 2,12).

Lucas comparte con Mateo un texto sobre una profunda experiencia de oración de Jesús. Nos vamos a fijar hoy en la versión de Lucas sobre el pasaje en que Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo y oró a su Padre diciendo: "¡Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla! Si, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien" (Lc 11,21-22).

Lucas ha situado este pasaje en el contexto del regreso de los 72 discípulos después de su misión apostólica en los pueblos de Galilea. El Señor les había enviado de dos en dos y ahora regresan alegres, porque han experimentado el fruto abundante de su predicación. Jesús se deja contagiar por la alegría sencilla y espontánea de sus discípulos y prorrumpe en ese canto de júbilo y de bendición.

Mateo reproduce también esta oración de Jesús, pero en otro contexto más sombrío, el de los ayes de Jesús por las ciudades impenitentes (Mt 11,25). El contexto de Lucas es mucho más luminoso. Además Lucas nos añade el detalle de que Jesús pronunció esta oración al "llenarse de gozo en el Espíritu Santo". No es extraño, porque Lucas es a la vez el evangelista de la alegría y del Espíritu Santo.

Una vez nos habla en su evangelio de las lágrimas de Jesús, pero nos habla muchas más veces de su alegría. Risa y llanto son los dos manantiales que alimentan la oración de Jesús. Su alegría es la del pastor que encuentra la oveja, (Lc 15,7), la de la mujer que encuentra su moneda perdida (Lc 15,10). Jesús se deja contagiar fácilmente por la alegría del Padre que sale al encuentro de sus hijos pequeños. En varias ocasiones Jesús ora para que los discípulos se dejen contagiar por su alegría, para que lleguen a ser tan alegres como él era, para que su alegría llegase a invadirles plenamente (Jn 15,11; 17,13).

Para describir los saltos de gozo que acompañan la experiencia de la presencia divina, Lucas utiliza varias veces unos verbos especiales que significan brincar, saltar de gozo. Son los verbos que expresan la reacción del niño que salta en el seno de Isabel (Lc 1,41.44), o la de los discípulos rechazados y perseguidos que saltan sin embargo de gozo (Lc 6,23). También los tullidos curados en Hechos saltan de alegría. Recordemos al paralítico de la Puerta hermosa, que entró en el templo brincando y alabando a Dios o al tullido curado por Pablo en Listra, que al verse sano dio un salto y se puso de pie (Hch 14,10). Estos saltos dan cumplimiento a la profecía de Isaías: "El cojo saltará como el ciervo" (Is 35,6).

No sólo el cuerpo, sino también el espíritu, experimentan estos saltos interiores. Es lo que le sucedió a Jesús al descubrir el designio oculto del Padre. Su júbilo no provenía de triunfalismos ni de montajes grandiosos, sino de ver cómo la gloria del Padre se revela en lo más pequeño, en lo más sencillo.

Los cristianos también debemos ejercitarnos en este modo de oración y abrirnos al don de ese gozo en el Espíritu Santo, que se nos concedería más a menudo si fuéramos más abiertos y receptivos. Quisiera aportar el testimonio de dos grandes maestros de oración que experimentaron y valoraron este modo peculiar de júbilo.

Dice santa Teresa: "Da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña que no sabe entender lo que es. Porque si os hiciera esta merced, le alabéis mucho y sepáis que es cosa que pasa, lo pongo aquí […] Parece esto algarabía, y cierto pasa así, que es gozo tan excesivo del alma, que no querría gozarlo a solas, sino decirlo a todos, para que le ayudasen a alabar a Dios nuestro Señor […] Plegue a su Majestad que muchas veces nos dé esta oración, pues es tan segura y gananciosa que adquirirla no podemos".

San Agustín designa a esta efusión de júbilo con el nombre latino de "iubilatio" y ha dedicado algunas de sus páginas más hermosas a describirla. En su comentario al salmo 33,3 escribe: "¿Qué significa cantar con júbilo? Entender, porque no puede explicarse con palabras, lo que se canta con el corazón. Así, pues, los que cantan, ya sea en la siega o en la vendimia, o en algún trabajo activo o agitado, cuando comienzan a alborozarse de alegría por las palabras de los cánticos, estando ya como llenos de tanta alegría y no pudiendo ya explicarla con palabras, se comen las sílabas de las palabras y se entregan al canto de júbilo. Se trata de un determinado sonido que indica que el corazón quiere expresar aquello que no puede decir. Y si no puedes decirlo y tampoco puedes callarlo, ¿qué es lo que te queda sino empezar un cántico nuevo, de modo que el corazón se abra a un gozo sin palabras y el gozo se dilate inmensamente más allá de los límites de las sílabas?"

En ambos casos este júbilo se expresa no sólo en palabras inteligibles, sino también en un canto sin palabras, o en esa "algarabía" –lenguaje de moros- a la que se refiere santa Teresa. ¿Quién dijo que la oración tiene que ser aburrida? Junto a la oración silenciosa de quietud encontramos también una oración en la que el Espíritu bulle en nuestro interior como un río de agua viva, como un torrente que se precipita en una cascada de gozo (Jn 7,38).