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Orar por la noche

 

En la época de los jueces, el arca de la alianza estaba guardada en la localidad de Siló, donde residía también el sumo sacerdote Elí. Junto a él vivía un niño a quien sus padres habían ofrecido al Señor para que sirviese en el santuario (1 S 3,1). El pueblo de Israel se encontraba en una de las mayores crisis de la historia. Por fuera, los filisteos oprimían a los israelitas amenazando su supervivencia. Por dentro, la institución del templo estaba corrompida; los sacerdotes hijos de Elí se enriquecían, abusaban de las mujeres y ejercían su oficio con prepotencia, sin que su padre hiciese nada por impedirlo.

Pero antes de que aquella crisis llevase al pueblo su ruina, Dios había ya previsto un salvador en ese niño Samuel, el criadito del santuario. La Biblia nos recuerda que en el templo ardía continuamente durante la noche una lámpara que se alimentaba con aceite puro de oliva. Una noche, Elí y Samuel dormían como todas las noches, pero la lámpara ardía, porque Dios siempre vela por la noche. "No duerme ni reposa el guardián de Israel" (Sal 121,4).

Dios llamó tres veces a Samuel durante el sueño; el niño pensaba que era el sacerdote quien le llamaba y por tres veces corrió a ponerse a su servicio, hasta que Elí se dio cuenta de que era el Señor quien llamaba a Samuel y le dijo al niño que la vez siguiente le respondiera a Dios diciendo: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha" (1 S 3,9).

En la Biblia Dios se manifiesta a menudo mientras dormimos. Los dos Josés bíblicos, el del Antiguo y el del Nuevo Testamento, fueron grandes soñadores y recibieron importantes mensajes durante el sueño. Porque Dios sigue velando mientras dormimos; su lámpara sigue siempre encendida. Dios está activo también de noche, y da el pan a sus amigos mientras duermen (Sal 127,2).

Lo expresa poéticamente el estribillo de un himno de completas: "La noche no interrumpe tu historia con el hombre, la noche es tiempo de salvación". Las estrofas van recorriendo algunos de los momentos de este encuentro nocturno de Dios con el hombre: Abrahán, Jacob, Samuel…, y otro himno de completas pide: "Que nuestros corazones sueñen contigo, y te sientan mientras duermen".

El sueño tiene una gran importancia en el crecimiento espiritual. Porque no sólo Dios vela mientras dormimos, sino que también el hombre sigue estando activo durante el sueño. Los psicólogos están convencidos de la importancia de los sueños, porque la mente sigue activa incluso mientras el hombre duerme. Tampoco han faltado los autores de vida espiritual que hablan del sueño como un tiempo en que el espíritu del hombre sigue estando activo. En la preparación de la meditación, San Ignacio daba mucha importancia a los últimos pensamientos antes de dormirnos. Es lo que él llamaba la "primera adición", gracias a la cual nos mantenemos en oración durante la noche.

Los sueños nocturnos cambian mucho según hayan sido los últimos pensamientos de la vigilia; por eso es tan importante la oración al irnos a acostar. No es lo mismo irse a la cama llevándose las últimas imágenes de un programa frívolo de televisión, que acostarse en oración como quien se duerme en el regazo de Dios. "En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo Señor, me haces descansar tranquilo" (Sal 4,9).

Citábamos en otra ocasión a Gandhi; para él la oración debía ser el cerrojo de la noche y la llave de la mañana. Dice Rahner que la oración nocturna no es sin más una oración hecha por la noche, sino una oración adaptada a ese momento, una oración que conjure todos los espantos nocturnos. La oración por la noche es una higiene teológica del espíritu. "Las imágenes de la fantasía bendecidas y consagradas desde la más honda realidad de la conciencia se convierten en signo sacramental que santifica y bendice, defiende e ilumina".

Si no exorcizamos estas imágenes, los sentimientos negativos del día pueden anidar durante la noche en la zona más profunda de la conciencia, y seguir allí activos ejerciendo su poder destructivo. Por eso es importante drenar todos los sentimientos e imágenes negativas antes de acostarnos. San Pablo nos invita a ello cuando nos dice: "Que no se ponga el sol sobre vuestra ira" (Ef 4,26).

Cuando nos dormimos en el Señor, podemos repetir la experiencia del niño Samuel y del salmista: "Bendigo al Señor que me aconseja; aun de noche me instruye interiormente" (Sal 16,7). "Mi corazón sondeas y de noche me visitas" (Sal 17,3). San Jerónimo nos anima a que nos durmamos leyendo la palabra de Dios: "Que te coja el sueño con el libro en la mano, y que tu rostro al rendirse caiga sobre la página santa" (Epístolas 22,17).

Aprendiendo a dormirnos todas las noches en el Señor, estamos ya ensayando el momento de la muerte, en que plácidamente, inclinando la cabeza, entreguemos a Dios nuestro espíritu (Jn 19, 30).

La liturgia de las Horas propone una última oración para el momento de irse a acostar. Es la hora de las Completas. Todos los días del año a esta hora la Iglesia hace suya la oración del anciano Simeón: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,29-32).

Hay muchas personas que tienen miedo de dormirse a oscuras. A los niños a veces hay que dejarles una lucecita encendida, o la rendija de una puerta abierta por donde entra la luz. El niño Samuel se dormía con la lámpara del santuario encendida. La luz disipa todos nuestros temores. No hay mejor somnífero al acostarse que el profundo sentimiento de paz que nos embarga cuando se sabe que las promesas ya han sido cumplidas, que la salvación nos ha sido ya otorgada, que está encendida la luz que alumbra a las naciones.

Aunque al cerrar mis ojos esta noche ya no los volviera abrir al amanecer, la oración de Simeón me dice que ya me puedo ir en paz, porque ya está todo fundamentalmente hecho. Cuando me duermo por la noche y pierdo el control de mi mundo, sé que lo dejo todo en buenas manos y por eso me puedo dormir tranquilo.