15

Plegaria apostólica: combate y oración

 

Uno de los lemas de la espiritualidad de Taizé es la conjunción de la lucha y la contemplación, del combate y la oración. No deberíamos contraponer nunca la oración a la lucha, pensando que la oración es una pérdida de tiempo en los combates en los que estamos comprometidos. San Pablo les pedía a los romanos: "Os recomiendo que luchéis a mi lado rezando por mí a Dios" (Rm 15,30). Y a propósito de Epafras, uno de sus colaboradores, les dice a los colosenses que "lucha siempre a favor vuestro con sus oraciones" (Col 4,12). La mejor manera de luchar es rezando. Esta es la colaboración que más le interesa a San Pablo de parte de sus amigos, y la que más les solicita.

En sus cartas Pablo se muestra como un auténtico mendigo de oraciones. Continuamente pide a los demás su colaboración en la obra apostólica mediante la oración y atribuye el éxito de sus planes apostólicos a la oración de sus hermanos. A los corintios les dice: "Dios nos librará si cooperáis también vosotros con la oración a favor nuestro" (2 Co, 1,11). A los colosenses les pide "que rueguen incesantemente para que Dios abra una puerta a la palabra" (Col 4,3; 1 Ts 5,25). Estando prisionero, confía su liberación a las oraciones de Filemón y sus hermanos: "Prepárame alojamiento porque espero volver pronto, gracias a vuestras oraciones" (Flm 22).

"Siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos y también por mí, para que me sea dada la palabra al abrir la boca, y pueda a dar a conocer con valentía el misterio del evangelio, del cual soy embajador en mis cadenas (Ef 6,18-20; 2 Ts 3,1).

No solo pide Pablo oraciones por sus propias intenciones y las de sus comunidades, sino que extiende su solicitud hacia todos los hombres. "Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad" (1 Tm 2,1-2)

Y el mismo Pablo no deja de orar por los demás, y expone en sus cartas cuál es el objeto de sus peticiones a Dios. Eso nos permite ojear, como por una mirilla, cómo era la oración apostólica de Pablo. ¿Qué tipo de cosas pensamos que serían para Pablo las más urgentes? ¿Coinciden las cosas que Pablo pide para sus amigos con el tipo de cosas que nosotros solemos pedir para los nuestros? Veámoslo:

Pablo escribe: "Hago mi oración para que el Padre os conceda espíritu de sabiduría iluminando los ojos de vuestro corazón" (Ef 1,17-18). "Doblo mis rodillas para que Dios os conceda ser fortalecidos" (Ef 4,16-19). "Lo que pido de corazón es que vuestro amor siga creciendo" (Flp 1,9). "No dejamos de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad" (Col 1,9). "Noche y día le pedimos a Dios insistentemente poder ver vuestro rostro y completar lo que falta a vuestra fe" (1 Ts 3,10). "Rogamos que Dios lleve a término vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe".

Pablo sabe que la oración es la palanca en la que se basa toda su eficacia apostólica. La oración crea como un arco voltaico que desprende energía. Como veremos en el capítulo 19, orar por los otros es acogerlos en nuestro corazón, darles hospitalidad en el sancta sanctorum más personal que tenemos, que es la intimidad de la oración. Permitirle a otro entrar en ese espacio, es mucho más que admitirle a nuestra casa o a nuestro comedor o a nuestro lugar de trabajo.

Las personas por quienes hemos orado mucho empiezan a ser parte de nosotros mismos, y la oración crea unos vínculos inseparables entre ellos y nosotros. Cuando se nos ofrece poder hacer un servicio a las personas por quienes hemos orado mucho, nos encontraremos mejor dispuestos para ello, y nos comprometeremos más con ellos que si son simplemente parte objetiva de nuestra agenda de trabajo.

Jesús también conoció este modo de oración apostólica. Al compadecerse de las gentes que andaban extenuadas como ovejas sin pastor, les pidió a los discípulos que rogasen al dueño de la mies que enviase operarios a su mies (Mt 9,37).

En este contexto San Mateo sitúa el envío de los discípulos de dos en dos y el largo sermón de instrucciones apostólicas. Pero antes de enviarles el Señor quiere suscitar en ellos esas mismas entrañas de compasión, y eleva una oración pidiendo operarios para la mies.

El cuarto evangelio ha recogido la plegaria más larga puesta en los labios de Jesús al final del largo sermón de la Cena. Se suele conocer esta oración con el nombre de "oración sacerdotal", porque en ella Jesús ofrece su vida al Padre por la salvación de los hombres. La intercesión de Jesús se extiende a todas las personas que le han sido confiadas por el Padre: "los que tú me has dado". "Por ellos ruego […] Padre santo, cuida en tu nombre a los que tú me has dado, para que sean uno como nosotros" (Jn 17,9.11). "Santifícalos en la verdad" (Jn 17,17). "No ruego solo por estos, sino también por aquellos que por medio de su palabra creerán en mí" (Jn 17,20).

Hay que orar por todos los hombres, tal como la Iglesia nos enseña en la Eucaristía, durante la oración de los fieles. Pero cada uno de nosotros debe orar especialmente por aquellas personas que el Señor le ha encomendado de una manera especial. En el caso del laico, orar por su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo, los destinatarios de su trabajo apostólico. En el caso de los sacerdotes hay que incluir en la lista a todas las personas con las que el sacerdote se siente comprometido en su trabajo pastoral.

Para realizar esta tarea es muy útil tener una lista de esas personas, y periódicamente irla actualizando. Yo hace ya muchos años que compuse mi propia lista personal y la guardo en mi libro de la liturgia de las Horas. Es muy larga y no puedo citar los nombres de todos a diario. Pero voy seleccionando unos días unos y otros días otros. Considero que esta tarea de interceder por las personas que Dios me ha dado, es una de las funciones más importantes de mi vocación sacerdotal.

Solemos decir "A Dios rogando y con el mazo dando", implicando normalmente, que no basta con rogar, sino que hay que ponerse también manos a la obra. La Biblia parece decirnos lo mismo, pero en un orden inverso: "Con el mazo dando, pero a Dios rogando". Quizás hubo un tiempo en que la gente era perezosa a la hora de comprometerse, y prefería entretenerse con la oración, pero hoy día la mayoría de la gente prefiere la acción y lo que le da verdadera pereza es la oración.

Dicen que si un buen leñador tuviese sólo cinco horas para talar un árbol, emplearía cuatro de ellas para afilar el hacha. Orar por las personas encomendadas a nosotros es afilar el hacha que luego vamos a utilizar en nuestra acción a favor de ellos.