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"Cerrado y sin salida": Jacob en Betel

Jacob en la Biblia es un personaje fascinante. El Génesis nos lo describe como una personalidad riquísima en la que se dan cita cualidades muy atractivas junto con tremendos fallos de carácter. El modo de describir la Biblia a los patriarcas es muy distinto del modo como habitualmente escribimos nosotros las vidas de los santos.

A veces nosotros hacemos hagiografías baratas, en la que no se le permite al santo tener el más mínimo defecto. La Biblia es mucho más realista. Por eso a veces nos escandaliza hoy día comprobar que los patriarcas bíblicos se muestran en determinados momentos mentirosos, manipuladores, cobardes, engreídos… Y sin embargo son personas amadas y escogidas por Dios, y por eso Dios se encarga de irles purificando a lo largo de su vida. A pesar de sus muchas miserias, siguen siendo nuestros padres en la fe y el modelo de nuestro caminar con Dios.

Jacob, el hijo de Isaac y Rebeca, representa muy bien este tipo de personajes. El nombre de Jacob en hebreo ya lleva consigo la noción de astucia, torcimiento, treta, artimaña… Jacob es un gran manipulador; un personaje encantador, capaz de enamorar a todos, pero de exasperar también a todos. Es un verdadero encantador de serpientes.

Su situación legal como segundón no era buena. Legalmente todos los derechos pertenecían a su hermano Esaú. Pero Jacob era el ojito derecho de su madre Rebeca, y siempre tuvo un encanto especial para enamorar a las mujeres, que al final acababan perdonándoselo todo.

Nos es bien conocido el episodio en que manipuló a Esaú con un plato de lentejas para que le vendiera la primogenitura (Gn 25,29-34). Luego más tarde engañó a su padre ciego, y suplantó a Esaú, disfrazándose de él para recibir su bendición (Gn 27). Todos estos trucos finalmente no le sirvieron de nada, y Jacob tuvo que huir de la furia de su hermano. Sus malas artes habían fracasado.

Está solo. Lo ha perdido todo. Su vida está en peligro. En su huida precipitada tiene que hacer una noche en descampado, y dormir al raso en el lugar de Betel (Gn 28,10-22). Su única almohada es una piedra. Pero Jacob es un hombre de oración. Cuando lo hemos perdido todo, siempre nos queda el recurso a la oración. Dicen que nunca podemos ir más lejos de Dios que la distancia de una simple oración, y que, por mucho que uno caiga en picado, no puede caer por debajo de las manos de Dios, que está siempre esperando en el fondo para recogernos.

En el momento en que todo parecía perdido, cuando huía sin rumbo y sin destino, Jacob descubre que el camino hacia arriba está siempre abierto. Los salmos prestan palabras al que se siente en una situación desesperada. "Estoy cerrado y sin salida, mis ojos se consumen por la desdicha" (Sal 88,9). Hay momentos en la vida, como este momento de Jacob en su huida, en los que uno se siente "cerrado y sin salida". Son situaciones en las que se ve ningún resquicio por donde escapar. Todas las ventanas y puertas están tapiadas, y no hay ni siquiera rendijas.

Pero Jacob es un soñador que no se rinde a la evidencia de su situación desesperada. Soñó con una rampa, que "plantada en tierra, tocaba con un extremo el cielo" (Gn 28,12). Precisamente entonces, cuando todas las puertas están cerradas, descubrimos que en la vida se abre una nueva dimensión insospechada. La rampa de la oración nos abre una escotilla hacia arriba. Si en superficie no hay ninguna salida, podemos siempre levantar los ojos a lo alto, y descubrir que hay una tercera dimensión, una escala por donde subir y trascender aquellas circunstancias (Gn 28,10).

A veces hemos leído relatos de prisioneros encerrados en cárceles de máxima seguridad, con gruesos muros y cerrojos irrompibles, que han podido escaparse porque un helicóptero les tendió una escala cuando estaban en el patio. Las situaciones perfectamente cerradas en un mapa de dos dimensiones, pueden encontrar una escapatoria en esa tercera dimensión.

Es lo que le va a ocurrir a Jacob. Durante el sueño, Jacob escucha una palabra de esperanza que disipa todos sus miedos, y al mismo tiempo recibe una promesa. "Yo estoy contigo, te acompañaré adonde vayas, y no te abandonaré hasta que te cumpla lo prometido" (Gn 28,15). De repente Jacob ya no se siente solo ni desesperado. La situación sigue siendo la misma. Sigue siendo un fugitivo como antes, pero su energía se ha renovado y ahora se siente capaz de seguir buscando soluciones.

Jacob estremecido dice: "¡Qué sobrecogedor es este lugar!" Sólo después, con la perspectiva de los años, descubrimos que esos lugares donde hemos tocado fondo en nuestra desesperación, esos lugares de despojo total, son lugares santos (Gn 28,16), que se convierten en lugar de adoración y de culto. Uno puede luego regresar a ellos conmovido y con profundo respeto.

"Estaba Dios aquí y yo no lo sabía". La piedra que le sirvió a Jacob de almohada simbolizaba su despojo más absoluto, su no tener donde reclinar la cabeza (Mt 8,20). Pero ahora ese símbolo de su despojo, se ha convertido en símbolo de la gracia recibida y Jacob hace de ella una estela, un altar, un lugar santo. "Si Dios está conmigo, y me guarda en este viaje que estoy haciendo…, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he colocado como estela, será una casa de Dios" (Gn 28 20-21).

La Biblia nos está sirviendo como taller de oración, para orar en todo tipo de situaciones. ¿Cuáles son los lugares santos de tu vida en que Dios se te manifestó, los lugares a donde regresas sobrecogido? No siempre serán los lugares de la luna de miel, sino que muchas veces son los lugares donde tocaste fondo y experimentaste un límite infranqueable. ¡Qué estremecedores son esos lugares! Pero son nada menos que "Casa de Dios y puerta del cielo" (Gn 28,17). Y Jacob llamó a aquel lugar: "Casa de Dios". Es el significado hebreo de la palabra Betel.