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EVANGELIO
DOMINGO II DE CUARESMA
16 de Marzo de 2003
La voz de Dios que avala a Jesús, aunque ciertamente procede de lo alto, no se manifiesta en formas deslumbrantes. El creyente que acepta esta voz, se encontrará con Jesús solo: sin aureolas, sin providencialismos ingenuos, sin milagrerías pueriles.
Lectura
del santo Evangelio según San Marcos 9,1-9. En
aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con
ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus
vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo. Se
les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro
tomó la palabra y le dijo a Jesús: -Maestro.
¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías. Estaban
asustados y no sabía lo que decía. Se
formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: -Este
es mi Hijo amado; escuchadlo. De
pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con
ellos. Cuando
bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis
visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto
se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de
resucitar de entre los muertos.
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COMENTARIO
Los
Apóstoles contemplan por un momento la Gloria de Dios, a Cristo
transfigurado en cuerpo glorioso, y se quedan maravillados. Y es Pedro
el que espontáneamente, pero con todo el corazón, dice: Señor,
¡que bien se está aquí!
A
veces decimos que nos aburrimos en Misa, que se nos hace larga, que no nos
dice nada…No todo el mundo se encuentra a gusto en la iglesia junto a
Jesús. La razón es que no ve en Cristo a Dios. Se queda en la superficie
de la Religión, en lo puramente externo. Y no siempre el “envoltorio”
corresponde a la categoría de la maravilla que encierra. Hasta que no nos
encontremos bien cerca de Jesús, y lo veamos como Dios, no comprenderemos
nada, no disfrutaremos de las maravillas que nos ofrece la Religión, que
es precisamente relación
con Dios. Y para eso hace falta mucha fe, y oración, y subir,
ascender al monte, acercarnos al Señor, y quedarnos mirando extasiados su
grandeza. La
Cuaresma es un tiempo muy oportuno para ejercitarnos en la oración y en
la contemplación, y recuperar el gusto por las cosas de Dios. Inténtalo
hasta que puedas tú también decir: Señor,
¡que bien se está aquí contigo!
Saludos de tu amigo Juan
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