LA PINTURA DE UN ICONO

La técnica de pintura del icono es compleja y solemne como rito. Hay una serie de leyes en los manuales de iconografía que todavía hoy se siguen con gran escrupulosidad, sobre todo en el ambiente monástico.

Se escoge una tabla de madrea noble (ciprés, encina, castaño...) que sea lisa y sin nudos; se prepara la superficie de madera que quede completamente lisa y suave, de modo que se pueda encolar una tela fina que adhiera totalmente a la madera. Con una solución de polvo especial se consigue que formen un fondo duro y estable que se pule perfectamente hasta conseguir una superficie perfecta.

Se marcan entonces los rasgos esenciales del icono y se ponen las hojas de oro en toda la superficie que va a quedar dorada, reservando para el momento posterior la ejecución de los rasgos del vestido, de la cara, de las manos.

Poco a poco se van sacando los rasgos de la imagen, usando colores naturales mezclados con clara de huevo, o pintura al temple, que el tiempo dará un color sombrío a todo el icono. una vez terminado el icono se le da una mano de aceite de lino y resinas mezcladas, que forma cono una capa protectora de los colores que se conservan perfectamente durante mucho tiempo.

La técnica del iconógrafo trata de iluminar el icono en algunos lugares como el rostro, los ojos; da un halo de ligereza incluso en los vestidos a través de una técnica especial que se llama "assist" y que da un toque de nobleza y de belleza, haciendo que las finas estrías doradas o plateadas simulen la impregnación divina de toda la persona. El fondo de oro es ya luminoso e indica la realidad resplandeciente del icono y del misterio que representa.

Una vez terminado, el icono recibe la bendición de la Iglesia y puede ocupar lugar en la iglesia o en la habitación de los fieles. hay una bendición especial para los iconos. a veces es suficiente ponerlos sobre el altar mientras se celebra la sagrada liturgia, para que el contacto con el misterio eucarístico los santifique.

Con frecuencia se han recubierto los iconos con metales preciosos como oro, plata u otros, dejando sólo la superficie de las manos y del rostro. Este adorno se llama "ryza". Muchos de los iconos clásicos quedaron revestidos de metal y sólo una paciente restauración les ha devuelto su color original, como en el caso de la Trinidad de san Andreij Roublëv.