La Iglesia al servicio del mundo mediante el discernimiento

 

Para cumplir su servicio de salvación, la Iglesia necesita discernir. «Para cumplir esta misión —escribe exactamente Gaudium et Spes— es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas, por ello es necesario conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza». Más adelan­te se confirma el mismo concepto con otros términos.

 

a) Discernimiento y carácter misionero

 

Según Gaudium et Spes, la Iglesia, comprometida a salvar el mundo mediante el discernimiento, no hace más que continuar la obra de Jesucristo, con espíritu misionero, manifestándolo y presentándolo como el Hombre Nuevo, en el que todas las realidades son recreadas y los hombres encuentran la plenitud de su ser.

 

Por diferentes razones, no es posible insistir sobre la dimensión misionera del servicio de la Iglesia al mundo. Quedándonos más en el tema del discernimiento, particularmente con referencia a lo social, se piensa, sin embargo, que tal dimensión no debe ser olvidada o pasada por alto, sino que más bien debe ser ilustrada de una manera original.

 

La obra de discernimiento, a la que está llamada toda la comunidad eclesial, es en si misma misionera. El discernimiento es el carácter misionero en acto de la Iglesia.

 

Es compromiso, en el que se trata de lograr el mismo objetivo que está al centro de su misión: anunciar y realizar la unión del hombre con Dios y la unidad del género humano.

 

b) ¿Cuál discernimiento?

 

El tema del discernimiento lanzado por Gaudium et Spes —ya presente, aunque de manera diferente, en Mater et Magis­tra y en Pacem in Terris— ha sido profundizado sucesivamente en sus diferentes dimensiones bíblicas, teológicas y morales; y ha entrado, por lo demás, especialmente después de Loreto (1985), en el lenguaje común de la pastoral y del planteamien­to metodológico de las mencionadas escuelas de formación.

 

Desde un punto de vista bíblico—teológico se han subra­yado las dimensiones imprescindibles de la fe, de la caridad y de la esperanza, que exigen conversión, es decir, transformación de la propia mentalidad, de la vida misma así como de una espiritualidad adecuada.

 

Desde un punto de vista moral, se ha hecho notar, a su vez, que el discernimiento no es la simple obediencia a una ley abstracta, sino el ser movido a la acción, sobre todo por el Espíritu de amor de Cristo. Así, se ha escrito que no puede ser traducido en una forma de juicios silogísticos obligatorios, según un modelo fundamentalmente deductivo, mediante sim píes comparaciones entre hechos y situaciones particulares y verdades cristianas de siempre. Se caeria en una especie de biblismo y de fundamentalismo.

 

La misma doctrina social, además de profundizar en la dimensión teológica, ha madurado en su ámbito la conciencia de que el discernimiento, para no ser un ejercicio vacío al que se le escapa la verdadera realidad de lo social, tiene necesidad del aporte de las ciencias humanas y sociales, en cuya relación debe ser también ejercido un cierto discernimiento.

 

Un dato comúnmente aceptado por los estudios sobre el discer­nimiento es que está ordenado a los fines de la profecía, como aparece claramente, en Gaudium et Spes.

 

El discernimiento de los signos de los tiempos significa descu­brir correspondencias o discordancias entre el desarrollo de la historia humana y el designio de Dios sobre ella, para lograr purificar, consolidar y elevar la socialidad, en todas sus manifesta­ciones positivas, mediante una liberación y promoción integrales.

 

En otras palabras, el discernimiento está abierto intrínsecamente para un momento práxico, mediante el cual se procede, junto con otros sujetos, a la construcción del cuerpo de una mejor huma­nidad, que prefigure y anticipe de alguna manera la humanidad y la sociedad de los últimos tiempos.

 

El discernimiento que se extiende a la profecía no sólo busca descubrir el sentido pleno de lo social sino que proyecta y actúa di­rectrices de acción para el futuro al que Dios llama a la sociedad.

 

En definitiva, a la obra del discernimiento está vinculada la búsqueda de una nueva proyectualidad de lo social. Esta, pues —y esto debe ser tenido presente en las escuelas de formación para el compromiso social y político— debe ser buscada no sólo porque hoy la sociedad está en transformación y se va haciendo más compleja, sino también por motivos teológicos y cristológicos

 

El camino hacia la nueva Jerusalén, el compromiso por aproxi­marse siempre más a aquella forma de socialidad y de sociedad que tiene su prototipo en la humanidad de Jesús, en plena comunión con Dios, y el cambio continuo de las circunstancias históricas inducen a elaborar continuamente nuevos proyectos de sociedad. Tales proyectos, que permanecen naturalmente abiertos a integra­ciones y reestructuraciones radicales, no se atienen a la moda de un reconocimiento positivista de las así llamadas leyes históricas, sino que apelan a una utopía que las trascienda y señalan, como ya se dijo, el bien social posible teniendo en cuenta la compleja situación histórica, la multiplicidad de hechos materiales e ideales que concurren a construirla.

 

No por casualidad la doctrina social, expresión del discerni­miento continuo de la Iglesia con relación a la cuestión social, ha proyectado en el tiempo diversos ideales históricos concretos que contienen la imagen de una sociedad habilitada en un determinado contexto.

 

e) Criterio de discernimiento social

 

El discernimiento que se realiza en la profecía tiene en la base criterios precisos de actuación, los cuales deben ser tenidos bien presentes, especialmente cuando, como sugiere la Traccia, los criterios de reflexión en preparación al congreso de Palermo, nos debe comprometer a realizar una nueva sociedad a la luz del Evangelio de la caridad. Enumeramos algunos:

 

· Criterio de fe. El discernimiento en el que está comprometida la Iglesia, según Gaudium et Spes, no es acción meramente humana sino que emerge y se ayala de la fe, que es su fuente y su primer criterio. La fe, mientras revela el designio de Dios, hace nacer una nueva vida, porque deja que el Espíritu del Resucitado inunde la existencia, dando a cada hombre un corazón nuevo, que lo pone en comunión con Dios, con Jesucristo, venido a hacer nuevas todas las cosas, recapitulándolas en sí. Del mundo del hombre viejo separado de Dios, la fe hace pasar al mundo del hombre nuevo reconciliado con Dios en Jesucristo. La acción del hombre nuevo es de esta manera movida y guiada por la caridad de Cristo.

 

Bien visto, en Gaudium et Spes se exige una fe madura para el discernimiento social. O sea, una fe que se adhiere a la totalidad del misterio de la redención de Cristo, extendido a lo social: una fe que tiene como perspectiva última la Jerusalén celestial; como compromiso, la construcción de una sociedad fraterna en la que reine el amor; como ley de conducta, la caridad. La fe adulta unifica el ser y el actuar del cristiano, centrándolo en Cristo. Lo que el cristiano cumple en la comunidad eclesial y en la sociedad civil, lo cumple permaneciendo ontológica y espiritualmente unido a Cristo. Esto exige que en su vida no exista separación entre fe y cotidianidad. Los compromisos terrenos deben ser cumplidos dejándose guiar por el Espíritu de Cristo y no pueden ser considerados ajenos a la propia vida religiosa.

 

Para Gaudium et Spes, parece natural que la fe, que dirige el discernimiento, sea continuamente alimentada en la comunidad cristiana, donde la Palabra de Dios, proclamada y celebrada en los sacramentos, impulsa continuamente a la conversión y a la purificación, apremia a la identificación más profunda con Cristo y su Espíritu, obliga a recorrer los senderos de la historia, para hacer emerger de su seno una humanidad más conforme al designo de Dios.

 

·   Criterio de caridad, de escucha, de celebración —en el sacramento y en la vida cotidiana— de la Palabra de Dios. Cuanto se ha dicho hasta ahora sobre la fe, como raíz del discer nimiento, nos permite detectar algunos criterios. Nos detenemos de manera particular en el criterio de la caridad. Este llama a la Iglesia, al laico cristiano a configurarse en el amor total y fiel de Cristo, para hacerlo actitud fundamental y estable de vida. Cuando se es animado por la cari dad, se trabaja a fin de que la sociedad política, en su laicidad, en sus medios y en sus fines, sea refor­mada y humanizada con el mismo amor de Jesucristo, en Cristo y por Cristo, es decir, organizándola de manera que favorezca, en los ciudadanos, el cumplimiento humano de la voluntad de Dios. Cuando se vive en la caridad de Cristo, la solidaridad —re­conoce Sollicitudo Rei Socialis— viene abierta completamente a la benevolencia desinteresada, es liberada del peligro del cálculo egoísta e introducida en el dinamismo de la promoción recíproca típica del amor. Cuando se posee la caridad, en su calidad más propia de misericordia y de perdón —recuerda Juan Pablo II en Dives in Misericordia— la simple justicia humana está obligada a corregirse y completarse en formas superiores, que pretenden daro restituir al hombre, al adversario, no sólo en algunas cosas sino a si mismo, considerado en primer lugar hijo de Dios. Si somos motivados por la caridad de Cristo —subraya Sollicitudo Rei Socialis— debemos atender a todos, especialmente a los más pobres; nos damos y abrazamos la pobreza del Crucificado, la cual es el secreto más profundo de la salvación, la liberación y promoción integral así como la ayuda a los mismos pobres.

 

 

·  Criterio «Jesús es el Señor de la historia», vinculado con el criterio de la fe. El discernimiento social, así como es presentado en la misma Gaudium et Spes, está acompañado por una visión peculiar de la historia. Esta está inserta en un plan de salvación que la trasciende y que ya actúa en ella, gracias a la creación y al misterio pascual de Cristo. En la hora presente, que precede al fin de los tiempos, está bajo la acción del Espíritu, que la proyecta hacia su cumplimento en el Cristo total. En la historia y en la socialidad humanas actúa, sin embargo, el Maligno. La misma libertad está abierta a resultados negativos y positivos. En otros términos, frente a la Iglesia y al cristiano se encuentra un proceso histórico y de socialidad ambivalentes, que piden discernimiento entre lo que el Espíritu trata de promover fatigosamente y aquello que es expresión del enemigo del Hombre, del hombre viejo, destinado a salir de la escena.

 

Criterio del pecado y criterio de redención. Analizando detalladamente la visión de la historia que la fe presenta a los ojos del creyente, o sea, los contenidos del precedente criterio, nos encontramos con el drama del pecado y con el don de la re­dención. Para Gaudium et Spes, la historia de la sociedad humana es ambivalente a causa del pecado, entendido sobre todo como afirmación de la absoluta autonomía o autosuficiencia del hom­bre, cuyo orgullo y egoísmo individualista son las señales por excelencia. El pecado oscurece el orden de los fines y de los valores últimos, condiciona pesada y negativamente las relacio­nes vitales —yo—tú, hombre—mujer, hombre—cosmos, hombre— Dios—las estructuras, el mismo ejercicio de la autoridad que es transformado en dominio sobre los otros y en voluntad de poder. Pero la misericordia de Dios es superior al pecado del hombre. Después de una larga preparación, Cristo anuncia el Reino, o sea, la nueva cualidad de relación que Dios quiere para el hombre y para el mundo. Esto se realiza gracias a la acción redentora de Jesús. Toda la realidad, comprendida la social, puede ser modifi­cada en positivo. Dios lo quiere y la vida de Cristo, unida a la resurrección, es su señal cierta, un anticipo lleno de esperanza. El ser y el vivir del hombre en general, y del hombre en cuanto ser social, están determinados por una situación del ya pero todavía no de la salvación. Esto pertenece a la historia como una semilla que tiende a crecer y que debe ser ayudada con el compromiso de vencer al mal en todas sus formas, en una tensión dialéctica que durará hasta el último día.

 

La socialidad y el ejercicio de la autoridad a los ojos del creyente aparecen, por tanto, en proceso de dolores de parto. Esperan personas que les ayuden a crecer según aquel dinamismo que les es intrínseco, gracias a la creación y a la resurrección de Cristo. Personas que anuncian que ellos son ya germinalmente cristianos.

 

 

En otras palabras, esperan que sea renovado y potenciado el fin para el que han sido creados, liberándolos de las ideologiza­ciones, que confunden en forma nefasta medios con fines, típico de la mentalidad moderna, sin llegar todavía al menosprecio de los medios, es decir, de la importancia y del carácter decisivo de las instituciones, de las reglas del juego, en orden a la realización de los mismos fines.

 

· Criterio de la bondad original y, por tanto, de la «laicidad» de lo creado y de la vida social. La vida social es creación de Dios, es decir, pertenece a su designio original y positivo. La bondad de la vida social se encuentra en su creaturalidad sin previa sacralización, es decir, en la dinámica de sus leyes naturales y, por tanto, de su desarrollo. El orden de la redención no niega el valor natural de la vida social, sino que lo perfecciona. Seme­jantes conceptos, expresados en el capítulo IV de Gaudium et Spes, justifican no la separación sino la distinción entre Iglesia y comunidad política, lo que implica la colaboración sinérgica de las dos diferentes competencias para conseguir el bien global de cada persona; además, exige que el laico comprometido anime cristianamente las realidades terrestres y promueva el respeto a su autonomía y a su laicidad.

 

·  Criterio de inspiración cristiana. Para Gaudium et Spes este criterio está íntimamente unido con el precedente. Autonomía —o laicidad o secularidad— e inspiración cristiana son dos referencias esenciales para toda actividad del laico cristiano en el campo social. Son fruto ineludible de aquel orden que se ha venido a establecer también en la esfera social, después de la en­carnación y redención de Jesucristo. Su obligatoriedad, por desgracia puesta hoy a discusión por no pocos creyentes, es debida a la necesidad de respetar simultáneamente el orden de la creación y el orden de la salvación.

 

 ·  Criterio de la encarnación. La Iglesia está inserta en la historia con una dimensión de secularidad que le permite llegar a toda generación, para entrar en diálogo con cualquier hombre. Es mediante tal dimensión que el mensaje evangélico puede ser anunciado y puede fermentar desde dentro las culturas, lo so­cial, sin vaciar ni pauperizar la identidad de la Iglesia y del laico cristiano, sino más bien permitiéndole su ejercicio en un contexto socio—cultural preciso, el cual, por su pluralismo y su comple­jidad, requiere que se proceda en la propuesta del bien y en su relativa traducción legislativa, con sapiente gradualidad y, cuando sea necesario, especialmente en el ámbito político, con un am­plio consenso. Sin la encamación, el discernimiento que se realiza en profecía y se traduce en mediación cultural, tanto a nivel pas­toral como a nivel de inspiración cristiana de las realidades terrestres, no tendría importancia concreta.

 

· Criterio escatológico. Las realizaciones históricas de una sociedad humana más justa, más pacífica, que intentan acercarla lo más posible al ideal de una sociedad donde los hombres vivan en una plena comunión con Dios y entre sí, son solamente un esbozo, un anticipo del Reino escatológico. Precisamente porque las imágenes que prefiguran el Reino de Dios en los últimos tiempos no lo adecuan jamás. El compromiso del creyente se sitúa, por tanto, entre los extremos de la encarnación, que inma­nentiza el Reino, y el escatologismo, que lo pone completamente fuera del mundo, en una trascendencia separada de la historia. Se actúa en un tiempo intermedio, que va de la Resurrección a la Parusía: tiempo no de simple espera ni de plena posesión y, por esto, tiempo de espera más apremiante, de esperanza más aguda, de vigilancia más activa. El creyente jamás podrá pensar en ha­cer de la tierra un paraíso, pero sí hacerla menos «infierno».

 

·  Criterio de una antropologia integral. Para el discerni­miento, Gaudium et Spes propone, en efecto, este criterio, es decir, que la construcción de una sociedad más humana y más justa sólo puede realizarse bajo la luz de la imagen completa del hombre inserto en Cristo, quien representa el modelo sumo del cumplimiento en Dios. La socialidad humana es socialidad de un hombre semejante, de un ser que, desde el punto de vista on­tológico, es sujeto personal e individual. Ignorar esto expone a resultados colectivistas e inmanentistas. Por otro lado, ignorar las dimensiones de la socialidad provoca una ética individualista que, para Gaudium et Spes, debe ser superada por una ética de justicia, de solidaridad y de caridad.

 

· Criterio de una racionalidad integral. Gaudium et Spes no lo señala, sin embargo, lo presupone sin equívocos, de manera concluyente. Los criterios precedentes, en efecto, sin el ejercicio de una racionalidad integral aparecerían desconectados. El dis­cernimiento tiene extrema necesidad de una racionalidad que pueda desarrollarse, según todos sus grados: teológico, socioló­gico, jurídico, económico, filosófico y psicológico.

 

Hoy, muy a menudo, el discernimiento de los creyentes, que exige el aporte concordante de varias competencias, se realiza con el auxilio de una razón trunca. Esto tiene consecuencias nefastas en relación con la renovación de la sociedad y de una nueva proyectualidad.

 

Existen, ciertamente, muchas causas en la crisis moderna de la proyectualidad, que también afecta al mundo católico. Entre otras, debemos contar la caída de las grandes ideologías y la ve­locidad de los cambios. Sin embargo, no se puede callar la ausen­cia, ante no pocos, de una racionalidad integral. Prevalece muchas veces el uso de una razón que, habiendo perdido su dimensión especulativa y contemplativa, y habiéndose acomodado al modelo de una racionalidad científica y positivista, termina por olvidar el telos del hombre y, por consiguiente, de propiciar la falta de una visión global de la existencia humana, el relativismo ético, la separación entre ética y política y entre ética y economía.

 

Asumir decididamente una razón integral es el único ca­mino para lograr una elaboración de proyectualidad social verdaderamente nueva, que no sea deudora del pensamiento débil, postmoderno.

 

Criterio de doctrina social. Está explícitamente señalada por Gaudium et Spes. Se le puede definir incluyente de todos los demás —como, por ejemplo, el criterio de la tradición eclesial o del movimiento social católico— en cuanto que la doctrina social es el ejercicio del discernimiento de la misma Iglesia, en relación con lo social. Gaudium et Spes representa un momento que, hasta ahora, aparece insuperado.

 

Es interesante notar como, especialmente en estos últimos tiempos, en Italia ha crecido una atención particular respecto de este criterio, de parte de casi todos los partidos, comprendidos aquellos que no son de inspiración cristiana. Las más de las veces se trata de una atención interesada. La doctrina social es utilizada muchas veces como espejito para las alondras, mientras no parece llegar a inspirar profundamente los programas y las acciones. En sustancia, prevalece un uso instrumental de ella. También, para muchos católicos, no rara vez acontece primero la opción por el partido, la asociación o movimiento, por motivos de soli­daridad y de necesidad; posteriormente, no se miden en declarar que la doctrina social está de su parte.

 

Debería ser al contrario, es decir, la doctrina social debería orientar en la elección del partido, del programa, de las perso­nas, pero no sólo esto sino que, una vez hecha la opción por éste o aquel partido, por ésta o aquella asociación, la doctrina social debería ser punto de referencia para juzgar la bondad de lo que ha sido teorizado y hecho en el interior.

 

Lo que parece faltar en todo esto es una visión correcta de la doctrina social, la cual es patrimonio, indicación metodológica y práxica que, si bien está dirigida a todos los hombres de buena voluntad, sin embargo pertenece al creyente, de manera particular, en cuanto cristiano y miembro de una comunidad eclesial llamada a la evangelización de lo social. Es propio del creyente de la Iglesia porque están injertados en Cristo, quien hace nuevas todas las cosas.

 

Para el creyente, la doctrina social se propone como fundamento y motivación inspiradora de su acción. Entra a constituir la intencionalidad del actuar, así como las modalidades de actuación, de manera tan decisiva y radical que exige, per se cambio de las ideologías negativas e imperfectas, de los sistemas inhumanos, de las instituciones inadecuadas. Todo lo contrario cuanto piensan los que ven la doctrina social desde fuera, es de no considerándola patrimonio intrínseco de su propia identidad y afirman que, a lo más, podría ofrecer indicaciones de puros simples correctivos para aliviar los males de la sociedad y de mercados, empero, sin modificar sus planteamientos a fondo.

 

La doctrina social forma una unidad coherente en sí misma de la que no se puede escoger al propio gusto éste o aquel principios, éste o aquel criterio de acción. Cada parte de su estructura reclama la otra, por lo que privilegiar solamente alguna conduce a peligrosos desvíos. Es el caso, por ejemplo, de los principios de la persona—sujeto, fundamento y fin de la sociedad— de la solidaridad, de la subsidiaridad y del pluralismo social, que es recíprocamente vinculados.

 

Para el católico que milite en partidos que no se refieran doctrina social, unido a la tarea de no abandonar la inspiración cristiana, está aquello de favorecer una mejor comprensión la palabra, pero sobre todo con el testimonio.

 

Sobra decir que en la doctrina social se encuentra también aquella criteriología más propiamente humana, que entra et discernimiento y que no ha sido enumerada: por ejemplo, el criterio de la profesionalidad, de la competencia científica y técnica de distinción entre el orden legal y el orden moral, etc. Esta no es negada por la criteriología de fe sino que es de ella recompensa y explicitación en sus significados más profundos.