APÉNDICES

 

1. Bula del cardenal Humberto
    (16 de julio de 1054)

«Humberto1, por la gracia de Dios, cardenal obispo de la santa Iglesia romana; Pedro, arzobispo de los amalfitas; Federico, diácono y canciller, a todos los hijos de la Iglesia católica:

La santa Sede apostólica romana, primera de todas las sedes, a la que en su calidad de cabeza corresponde la solicitud de todas las Iglesias, se ha dignado enviarnos a esta ciudad imperial como apocrisarios suyos para procurar la paz y la utilidad de la Iglesia, para ver si eran verdaderos los rumores de que una ciudad tan importante habían llegado a sus oídos con insistencia. Sepan ante todo los gloriosos emperadores, el clero y el pueblo de esta ciudad de Constantinopla y toda la Iglesia católica que hemos encontrado aquí, a la vez que una causa de viva alegría en el Señor, una causa de gran tristeza. En efecto, por lo que se refiere a las columnas del Imperio y a sus sabios y honorables ciudadanos, la ciudad es muy cristiana y ortodoxa. Pero, en cuanto a Miguel, a quien abusivamente se da el título de patriarca2 y a los partidarios de su

1 El texto se encuentra en la Brevis et succincta commemoratio, compuesta por el mismo cardenal Humberto y aparecida en PL 143, col. 1001. La traducción francesa de la que está sacada la traducción española y las notas 2 a la 13 (Concilium 17 [1966] 496-498), están tomadas del artículo de M. JUGIE, Le Schisme de Michel Cérulaire, Echos d'Orient (1937) 460ss.

2 ¿No es el colmo de la inoportunidad rehusar el título de Patriarca al obispo de Constantinopla en nombre de la antigua triarquía romana, teoría más ingeniosa que sólida y que en el siglo XI no respondía prácticamente a nada?

locura, cada día es sembrada por ellos en el seno de esta ciudad una abundante cizaña de herejía. Como los simoníacos, venden el don de Dios3; como los valesianos, convierten a sus huéspedes4 en eunucos para elevarlos después no sólo a la clerecía, sino incluso al episcopado5; como los arrianos, rebautizan a los que han sido bautizados en el nombre de la Santa Trinidad y, sobre todo, a los latinos6; como los donatistas, afirman que fuera de la Iglesia griega han desaparecido del mundo entero la verdadera Iglesia de Cristo y su verdadero sacrificio; como los nicolaítas, permiten a los ministros del santo altar contraer matrimonio y reivindican para sí este derecho7; como los severianos, declaran maldita la Ley de Moisés8; como los pneumatómacos, han suprimido en el símbolo la procesión del Espíritu Santo a Filio9; como los maniqueos, declaran entre otras cosas que el pan fermentado está animado10; como los nazarenos, conceden tal importancia a la pureza carnal de los judíos que rehúsan bautizar a los niños antes del octavo día, incluso si están en peligro de muerte; rehúsan la comunión o, si todavía son paganas, el bautismo a las mujeres en los días que siguen al parto o en los períodos de sus

3 ¿Era realmente oportuno acusar de simonía a los bizantinos en una época en que la Iglesia latina intentaba purificarse de esta lepra?

4 Hospites suos castrant. Los intérpretes de Cerulario tradujeron hospites por paroikous. Sobre los valesianos, véase SAN AGUSTÍN, De Haeresibus, PL 42, co1.32.

5 Los griegos reprocharán más tarde a los romanos que se provean de cantores de voz blanca por la práctica de la castración. Humberto se habría visto, sin duda, en un apuro si hubiera tenido que justificar con pruebas sólidas —y no sólo por unos casos aislados— esa curiosa acusación.

6 No puede tratarse aquí más que de casos raros y abusivos y no de una práctica corriente. Durante toda la Edad media, y varios siglos después del cisma, los bizantinos recibían a los latinos en su iglesia, en la mayor parte de los casos, por una simple abjuración y profesión de fe y, algunas veces, por la unción del crisma.

7 Estas palabras podrían hacer creer que los bizantinos permitían a los sacerdotes ya ordenados contraer matrimonio. En realidad, la legislación del concilio in Trullo prohibía todo matrimonio a los subdiáconos, diáconos y sacerdotes después de la ordenación.

8 Acusación manifiestamente exagerada, deducida de argumentos contra el pan ácimo.

9 En esto Humberto se engaña lamentablemente.

10 Alusión al argumento simbólico en favor del pan fermentado. Por un procedimiento semejante, ciertos polemistas acusarán a éstos de enseñar la herejía de Apolinar por usar pan ácimo.

reglas, incluso si se encuentran en el mismo peligro de muerte; además, dejándose crecer la barba y los cabellos, rehúsan la comunión a quienes, siguiendo la costumbre de la Iglesia romana, se afeitan la barba y se cortan el pelo. Después de haber recibido las admoniciones escritas de nuestro señor el papa León, por todos estos errores y otros muchos actos culpables, Miguel ha desdeñado arrepentirse. Además, a nosotros, los legados, que con perfecto derecho queríamos poner un término a tan graves abusos, ha rehusado concedernos audiencia y nos ha prohibido decir la misa en las iglesias. Con anterioridad a estos, había ordenado el cierre de las iglesias de los latinos, a los que trataba de acimitas y perseguía por todas partes de palabra y de obra, llegando a anatematizar a la Sede apostólica en sus hijos y osando atribuirse el título de patriarca ecuménico contra la voluntad de esta misma santa Sede. Por eso, no pudiendo soportar estas injurias inauditas y estos ultrajes dirigidos a la primera Sede apostólica y viendo que con ello la fe católica recibía múltiples y graves daños, por la autoridad de la Trinidad santa e indivisible, de la Sede apostólica de la que somos embajadores, de todos los santos Padres ortodoxos de los siete concilios11 y de toda la Iglesia católica, firmamos contra Miguel y sus partidarios el anatema que nuestro reverendísimo papa había pronunciado contra ellos en el caso de que no se arrepintiera.

Que Miguel el Neófito, que lleva abusivamente el título de patriarca, a quien sólo un temor humano ha obligado a revestir el hábito monástico y que es actualmente objeto de las más graves acusaciones, y con él León, que se dice obispo de Acrida, y el canciller de Miguel, Constantino (la tradición griega dice Nicéforo), quien ha pisoteado sacrílegamente el sacrificio de los latinos, y todos aquellos que los siguen en los dichos errores y presuntuosas temeridades, que todos ellos caigan bajo el anatema, Maranatha12, con los simonía-

11 Es curioso que Humberto no mencione más que siete concilios y olvide el octavo que había condenado a Focio. Esto debe ser un olvido y no una precaución diplomática.

12 Humberto da la impresión de ignorar el verdadero sentido de esta expresión que levanta contra sus adversarios a modo de espantajo.

cos, valesianos, arrianos, donatistas, nicolaítas, severianos, pneumatómacos, maniqueos y nazarenos y con todos los herejes, más aún, con el diablo y sus ángeles, a menos que se conviertan. Amén, amén, amén13.

Quien se obstine en atacar la fe de la santa Iglesia romana y su sacrificio, sea anatema, Maranatha, y no sea considerado como cristiano, sino como hereje procimita. Fiat, fiat, fiat» 14.

 

2. Acta sinodal de Miguel Cerulario (24 de julio de 1054)

«El 24 de julio15, día en que según la costumbre debe hacerse una relación del V Concilio, fue anatematizado de nuevo, en presencia de una muchedumbre este escrito impío16, así como los que lo habían escrito y publicado o, de cualquier forma que fuere, le hubiesen prestado su consentimiento y apoyo.

Sin embargo, para perpetuo deshonor y condenación permanente de quienes habían lanzado contra nuestro Dios semejantes blasfemias, el texto original de este escrito impío y execrable, redactado por hombres impíos, no fue quemado", sino depositado en los archivos de la sacristía.

Sépase, además, que el día 20 del mismo mes, día en que fueron anatematizados todos aquellos que blasfemaban de la

13 La traducción griega que Miguel Cerulario ha insertado en su Edicto sinodal es fiel y no difiere del original más que en algunos detalles insignificantes. Miguel no tenía el menor interés en omitir ningún detalle de un documento que favorecía su juego. Cf PL 120, cols. 741-746.

14 Este párrafo, que constituye una excomunión más breve, fue añadido por los legados presentes en Constantinopla de viva voz. El término procimita, que debe significar defensor del pan fermentado, es invento de Humberto, quien con él responde al sobrenombre de acimita inventado por Cerulario.

15 Este texto constituye el final de una nota sinodal redactada por Miguel Cerulario durante la sesión de su sínodo, 24 de julio de 1054, en la que alude a los acontecimientos ocurridos en la capital.

16 A saber, la bula de Humberto.

17 A pesar de la orden del emperador de Constantinopla de quemar este documento.

fe ortodoxa, estaban presentes todos los metropolitanos y obispos residentes en la ciudad, en compañía de los demás dignatarios que presidían con nosotros18.


3. Diálogo ortodoxo-católico: «El uniatismo, método de unión del pasado y la búsqueda actual de la plena comunión» (23-6-1993)
19

Introducción

1) A petición de la Iglesia ortodoxa, la progresión normal del diálogo teológico con la Iglesia católica ha sido interrumpida para que sea inmediatamente abordada la cuestión que se llama el uniatismo.

2) Respecto del método que ha sido llamado uniatismo, se había declarado en Freising (junio 1990) que «nosotros lo rechazamos como método de búsqueda de la unidad puesto que se opone a la tradición común de nuestras iglesias».

3) En lo que respecta a las Iglesias orientales católicas, está claro que ellas tienen, como parte de la comunión católica, el derecho de existir y actuar para responder a las necesidades espirituales de sus fieles.

4) El documento elaborado en Ariccia por el comité mixto de coordinación (junio de 1991) y terminado en Balamand (junio de 1993) indica el método que es nuestro en la actual búsqueda de la plena comunión, dando así las razones de la exclusión del uniatismo como método.

5) Este documento comprende dos partes: principios teológicos y normas prácticas.

18 Es decir, del Sínodo permanente.
19 Documento publicado en PE 11 (1994) 273-285.


Principios eclesiológicos

6) La división entre las Iglesias de Oriente y de Occidente no solamente no ha apagado el deseo de la unidad querida por Cristo, sino frecuentemente esta situación contraria a la naturaleza de la Iglesia ha sido muchas veces la ocasión de tomar una conciencia más viva de la necesidad de realizar esta unidad para ser fiel al mandato del Señor.

7) Durante los siglos se han hecho diversas tentativas para restablecer la unidad. Ellas han intentado alcanzar esa finalidad por distintos caminos, a veces conciliares, según la situación política, histórica, teológica y espiritual de cada época. Desgraciadamente ninguno de estos esfuerzos ha logrado restablecer la plena comunión entre la Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente, y en algunas ocasiones ellos mismos endurecieron las oposiciones.

8) Durante los cuatro últimos siglos, en diversas regiones de Oriente, se han hecho iniciativas desde el interior de ciertas iglesias y bajo el impulso de elementos externos, para restablecer la comunión entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Estas iniciativas han conducido a la unión de ciertas comunidades con la Sede de Roma y han ocasionado, como consecuencia, la ruptura de la comunión con sus iglesias madres de Oriente. Esto se ha realizado no sin la intervención de intereses extraeclesiales. De este modo se han iniciado las Iglesias orientales católicas y se ha creado una situación que ha llegado a ser fuente de conflicto y de sufrimientos, en primer lugar para los ortodoxos, pero también para los católicos.

9) Sea lo que sea de la intención y de la autenticidad de la voluntad de ser fiel al mandato de Cristo, «que todos sean uno», expresada en estas uniones parciales con la Sede de Roma, se debe constatar que el restablecimiento de la unidad entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente no se ha conseguido y que la división persiste, envenenada por esas tentativas.

10) La situación así creada engendró, en efecto, tensiones y oposiciones. Progresivamente, en los decenios que siguieron a estas uniones, la acción misionera tiende a inscribir entre sus prioridades el esfuerzo de conversión de otros cristianos, individualmente o en grupo, para hacerles retornar a su propia Iglesia. Para legitimar esta tendencia, fuente de proselitismo, la Iglesia católica desarrolló la visión teológica según la cual se presentaba ella misma como la única depositaria de la salvación. Por reacción, la Iglesia ortodoxa, a su vez, vino a adoptar la misma visión según la cual solamente en ella se encuentra la salvación. Para asegurar la salvación de los hermanos separados se llegó incluso a rebautizar a los cristianos, y a olvidar las exigencias de la libertad religiosa de las personas y de su acto de fe, perspectiva que en aquella época era poco sensible.

11) Por otro lado, ciertas autoridades civiles hicieron tentativas para hacer volver a los católicos orientales a la Iglesia de sus padres. Para este fin no dudaban, si se presentaba la ocasión, utilizar medios inaceptables.

12) A causa de la manera como los católicos y ortodoxos se consideran nuevamente en su relación al misterio de la Iglesia y se redescubren como iglesias hermanas, esta forma de apostolado misionero descrita más arriba y que ha sido llamada uniatismo, ya no puede ser aceptada ni como método a seguir, ni como modelo de la unidad buscada por nuestras Iglesias.

13) Efectivamente, sobre todo después de las conferencias panortodoxas y del Concilio Vaticano II, el redescubrimiento y la valoración, tanto por los ortodoxos como por los católicos, de la Iglesia como comunión, han cambiado radicalmente las perspectivas y por consiguiente las actitudes. De una parte y otra se reconocía que lo que Cristo ha confiado a su Iglesia —profesión de la fe apostólica, participación en los mismos sacramentos, especialmente en el único sacerdocio de Cristo, sucesión apostólica de los obispos—no puede ser considerado como la propiedad exclusiva de una de nuestras Iglesias. En este contexto es evidente que todo revanchismo está excluido.

14) Esta es la razón por la cual la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa se reconocen mutuamente como Iglesias hermanas, conjuntamente responsables de la conservación de la Iglesia de Dios en la fidelidad al designio divino, sobre todo en lo que concierne a la unidad. Según las palabras del papa Juan Pablo II, el esfuerzo ecuménico de las Iglesias hermanas de Oriente y de Occidente, basado en el diálogo y oración, busca una comunión perfecta y total que no sea ni absorción ni fusión, sino encuentro en la verdad y en el amor (cf Slavorum apostoli, 27).

15) Quedando firme la inviolable libertad de las personas y la obligación universal de seguir las exigencias de la conciencia, en el esfuerzo por restablecer la unidad no se trata de buscar la conversión de personas de una Iglesia a otra para asegurar su salvación. Se trata de realizar juntamente la voluntad de Cristo para los suyos y el plan de Dios respecto de su Iglesia por una búsqueda común entre las Iglesias, de un acuerdo pleno sobre el contenido de la fe y sus implicaciones. Esto es lo que intenta el diálogo teológico en curso. El presente documento es una etapa necesaria en este diálogo.

16) Las Iglesias orientales católicas que han querido restablecer la plena comunión con la Sede de Roma y que le han quedado fieles, tienen los derechos y obligaciones que están vinculadas a esta comunión de la cual son parte. Ellas tienen como principios que regulan su actitud de cara a las Iglesias ortodoxas los mismos que han sido propuestos por el Concilio Vaticano II y han sido puestos en práctica por los Papas, que han precisado sus consecuencias prácticas en diversos documentos publicados desde entonces. Hace falta, pues, que estas Iglesias sean integradas, tanto a nivel local como a nivel universal, en el diálogo de la caridad, en el respeto mutuo y la confianza recíproca redescubierta, y que ellas entren en el diálogo teológico con todas sus implicaciones prácticas.

17) En este ambiente, las consideraciones que preceden y las normas prácticas que siguen, en la medida en que ellas sean efectivamente recibidas y fielmente observadas, son de tal naturaleza que conducen a una solución justa y definitiva de las dificultades propuestas por estas Iglesias orientales católicas a la Iglesia ortodoxa.

18) A este propósito, el papa Pablo VI afirmó en el Fanar, en julio de 1967, «que a los jefes de las Iglesias, a su jerarquía, le incumbe llevar las Iglesias por el camino que conduce al reconocimiento de la plena comunión. Deben hacerlo reconociéndose y respetándose como pastores de la parte del rebaño de Cristo que les ha sido confiada, preocupándose de la cohesión y del crecimiento del pueblo de Dios y evitando cuanto pueda dispersarle o meter la confusión en sus filas» (TA 172). En este espíritu el papa Juan Pablo II y el Patriarca ecuménico Dimitrios l precisaron juntamente: «Nosotros rechazamos toda forma de proselitismo, toda actitud que sea o pueda ser percibida como una falta de respeto» (7 de diciembre de 1987).


Reglas prácticas

19) El respeto mutuo entre las Iglesias que se encuentran en situaciones difíciles aumentará sensiblemente en la medida en que ellas sigan las siguientes reglas prácticas.

20) Estas reglas no solucionan los problemas que nos preocupan si no hay antes en cada una de las partes una voluntad de perdón, basada en el evangelio, y, dentro de un esfuerzo constante de renovación, el deseo intensamente avivado de alcanzar la plena comunión que existió durante más de un milenio entre nuestras Iglesias. Es aquí donde debe intervenir con una intensidad y una perseverancia siempre renovadas el diálogo de la caridad, que es el que sólo puede superar la incomprensión recíproca y que es el ambiente necesario para la profundización en diálogo teológico que permitirá la vuelta a la plena comunión.

21) El primer paso a dar es el de acabar con todo aquello que puede mantener la discordia, el menosprecio y el odio entre las Iglesias. Las autoridades de la Iglesia católica ayudarán por eso a las Iglesias orientales católicas y a sus comunidades a que ellas también preparen la plena comunión entre las Iglesias católica y ortodoxa. Las autoridades de la Iglesia ortodoxa procederán de una manera análoga respecto de sus fieles. De este modo podrá ser afrontada, a la vez en la caridad y en la justicia, la situación externamente compleja que se ha creado en Europa central y oriental, tanto para los católicos como para los ortodoxos.

22) La acción pastoral de la Iglesia católica tanto latina como oriental no intenta en adelante pasar los fieles de una Iglesia a otra; es decir, no pretende hacer proselitismo entre los ortodoxos. Ella intenta responder a las necesidades espirituales de sus propios fieles y no tiene ninguna voluntad de expansión a costa de la Iglesia ortodoxa. En estas perspectivas, para que en adelante no haya lugar para la desconfianza y la sospecha, es necesario que haya una información recíproca sobre los diversos proyectos pastorales y que de este modo, pues, se pueda iniciar y desarrollar una colaboración entre los obispos y todos los responsables de nuestras Iglesias.

23) La historia de las relaciones entre la Iglesia ortodoxa y las Iglesias orientales católicas ha sido marcada por las persecuciones y sufrimientos. Cualesquiera que hayan sido estos sufrimientos y sus causas no justifican ningún triunfalismo; nadie puede vanagloriarse o invocar argumentos para acusar o denigrar a la otra Iglesia. Dios sólo conoce sus verdaderos testigos. De lo que haya sido el pasado debe dejarse a la misericordia de Dios, y todas las energías de las Iglesias deben ser canalizadas para hacer que el presente y el futuro sean más conformes a la voluntad de Cristo sobre los suyos.

24) Hará también falta —y esto por una y otra parte—que los obispos y todos los responsables tengan en cuenta escrupulosamente la libertad religiosa de los fieles. Estos deben poder expresar libremente su opinión al ser consultados y organizar con este fin. La libertad religiosa exige, efectivamente, que, particularmente en las situaciones de conflicto, los fieles puedan formular su opción y decidir sin presión del exterior si ellos desean estar en comunión sea con la Iglesia ortodoxa, sea con la Iglesia católica. La libertad religiosa se viola cuando bajo la cobertura de la necesidad económica se atrae a los fieles de la otra Iglesia prometiéndoles, por ejemplo, la educación y las ventajas materiales que les faltan en su propia Iglesia. En este contexto, hará falta que la ayuda social se organice de común acuerdo, así como toda la actividad filantrópica, para evitar que nazcan nuevas sospechas.

25) Por lo demás, el necesario respeto de la libertad cristiana —uno de los dones más preciosos recibidos de Cristo— no debería llegar a ser una ocasión para poner en marcha, sin previa consulta con los dirigentes de esas Iglesias, proyectos pastorales que atañen, igualmente, a los fieles de estas Iglesias. No sólo cualquier presión, de cualquier forma que fuere, debe ser excluida, sino el respeto de las conciencias movidas por auténticas actitudes de fe debe ser uno de los principios que deben guiar las preocupaciones pastorales de los responsables de las dos Iglesias y esto debe ser objeto de su consulta (cf Gál 5,13).

26) He aquí por qué ha de ser promovido y realizado un diálogo abierto, en primer lugar entre los que, a nivel local, tienen la responsabilidad de las Iglesias. Los dirigentes de cada comunidad afectada crearán comisiones mixtas locales, o reactualizarán las que existen, para encontrar soluciones a los problemas concretos y para aplicar sus soluciones en la verdad y el amor, la justicia y la paz. Si no se llega a un acuerdo a nivel local, el problema será sometido a las instancias superiores constituidas en comisiones mixtas.

27) La desconfianza desaparecerá más fácilmente si las dos partes condenaran la violencia, allí donde las comunidades la ejercen contra las comunidades de una Iglesia hermana. Como pide Su Santidad el papa Juan Pablo II, en su carta de 31 de mayo de 1991, debe evitarse absolutamente cualquier forma de violencia y cualquier tipo de presión, para que sea respetada la libertad de conciencia. Es deber de los dirigentes de las comunidades ayudar a sus fieles a profundizar en la lealtad hacia su propia Iglesia y la tradición de la misma y a enseñarles que eviten no solamente la violencia, tanto física como verbal o moral, a la hora de defender sus derechos, sino todo lo que podría conducir al desprestigio de los demás cristianos y a su contratestimonio, desprestigiando la obra de salvación que es la reconciliación en Cristo.

28) La fe en la realidad sacramental implica el deber de respetar todas las celebraciones litúrgicas de las otras Iglesias. El empleo de la violencia para apoderarse de un lugar de culto contradice esta convicción. Esta, al contrario, exige que, en ciertas circunstancias se facilite la celebración de otras Iglesias, poniendo a su disposición su propio templo, mediante un acuerdo que permita la celebración alternativa, a horas diferentes, en el mismo edificio. Más todavía, la ética evangélica pide que los implicados se abstengan de hacer declaraciones o manifestaciones susceptibles de perpetuar un estado conflictivo y de hacer peligrar el diálogo. ¿No nos exhorta san Pablo a ser «acogedores unos de otros, como Cristo os acogió para gloria de Dios?» (cf Rom 15,7).

29) Los obispos y los sacerdotes tienen delante de Dios el deber de respetar la autoridad que el Espíritu Santo concedió a los obispos y sacerdotes de la otra Iglesia y, por eso, tienen la obligación de no entrometerse en la vida espiritual de los fieles de esta Iglesia. Cuando una colaboración sea necesaria para el bien de ellos, se ruega que los responsables de ambas partes se pongan de acuerdo, estableciendo para la ayuda recíproca bases claras, conocidas por todos y que sean puestas en marcha con sinceridad y claridad, respetando la disciplina sacramental de la otra Iglesia. En este contexto, para evitar cualquier malentendido y para desarrollar la confianza entre las dos Iglesias, es necesario que los obispos católicos y ortodoxos de un mismo territorio se consulten antes de la realización de proyectos pastorales católicos que impliquen la creación de nuevas estructuras en regiones que dependen tradicionalmente de la jurisdicción de la Iglesia ortodoxa, con el fin de evitar actividades pastorales paralelas, las cuales corren el riesgo de llegar a ser concurrentes o incluso conflictivas.

30) Para preparar el futuro de las relaciones entre las dos Iglesias, superando la eclesiología caduca de la vuelta a la Iglesia católica, que ha estado vinculado al problema que es objeto de este documento, se concederá una atención especial a la preparación de los futuros sacerdotes y de todos aquellos que de alguna forma están implicados en alguna actividad apostólica ejercida allí donde la otra Iglesia está tradicionalmente enraizada. Su formación debe ser objetivamente positiva respecto de la otra Iglesia. Todos han de ser, antes de todo, informados sobre la sucesión apostólica de la otra Iglesia y de la autenticidad de su vida sacramental. Igualmente, debe ofrecérseles a todos los futuros sacerdotes una presentación honesta y global de la historia, tendiendo hacia una historiografía concordante o incluso común de las dos Iglesias. De este modo se ayudará a hacer desaparecer los prejuicios y se evitará que la historia sea utilizada de forma polémica. Esta presentación contribuirá a que todos sean conscientes de que las culpas de la separación están compartidas, dejando tanto en unos como en otros profundas heridas.

31) Hay que recordar la exhortación del apóstol san Pablo a los corintios (ICor 6,17), quien recomendaba a los cristianos resolver entre ellos sus diferencias mediante el diálogo fraterno, evitando de este modo poner en manos de las autoridades civiles la solución práctica de los problemas que surgen entre Iglesias o comunidades locales. Esto vale en concreto para la posesión y la restitución de los bienes eclesiásticos, cuya objetivación no debe fundarse exclusivamente en situaciones del pasado, o apoyarse únicamente en los principios jurídicos generales, sino que se debe tener en cuenta la complejidad de las realidades pastorales presentes y de las circunstancias locales.

32) En este espíritu podremos trabajar juntos para la reevangelización de nuestro mundo secularizado. Se harán esfuerzos para comunicar a los medios de comunicación informaciones objetivas, especialmente a la prensa religiosa, para evitar las informaciones inexactas o tendenciosas.

33) Es necesario que las Iglesias se asocien para manifestar el reconocimiento y el respeto a todos aquellos conocidos y desconocidos, obispos, sacerdotes o fieles —ortodoxos, católicos orientales y latinos— que han sufrido, han confesado la fe y dieron testimonio sobre su fidelidad a la Iglesia y, en general, a todos los cristianos, sin ninguna discriminación, que han sufrido persecución. Sus sufrimientos nos invitan a la unidad y nos mueven a dar, a su vez, un testimonio común, para responder a la oración de Cristo: «Que todos sean uno para que el mundo crea» (Jn 17,21).

34) La comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, en la reunión plenaria de Balamand, recomienda firmemente que estas reglas prácticas sean puestas en práctica por nuestras Iglesias, incluidas las Iglesias orientales católicas, invitadas a tomar parte en este diálogo, el cual tendrá que seguir en el ambiente sereno necesario a su progreso de cara al restablecimiento de la plena comunión.

35) Excluyendo para el futuro cualquier forma de proselitismo y cualquier voluntad de expansión de los católicos a expensas de la Iglesia ortodoxa, la comisión espera haber hecho desaparecer el obstáculo que ha movido a ciertas iglesias autocéfalas a interrumpir su participación en el diálogo teológico y, asimismo, que la Iglesia ortodoxa en su totalidad pueda continuar el trabajo teológico tan felizmente comenzado.

Balamand (Líbano), 23 de junio de 1993