Cátaros
Difundidos con sorprendente rapidez por el Mediodía de Francia, en la
región de Albi (donde se hicieron muy poderosos y recibieron el nombre de
albigenses) y por la Italia septentrional (donde se les dio también el nombre de
Patarinos), los cátaros (del griego = puros, perfectos) constituyeron entre los
siglos XI y XII la más peligrosa herejía, no sólo dentro de la Iglesia sino
también dentro de la sociedad civil.
El catarismo era una extraña mezcla, sobre un fondo decididamente maniqueo, de
herejías pasadas como el docetismo y el gnosticismo, y de religiones orientales.
Según los cátaros más rigoristas, los dos principios del bien y del mal, siempre
en perpetua lucha en el mundo, son igualmente eternos y omnipotentes; según los
cátaros más mitigados, el principio del mal es una criatura de Dios, un ángel
caído, llamado Satanás, Lucifer o Luzbel, y que habría creado el mundo visible
de la materia, en oposición al mundo invisible de los espíritus buenos creados
por el principio del bien. La creación del hombre es obra del principio del mal
que logró seducir y aprisionar en los cuerpos algunos espíritus puros. Para
poder salvar a estos espíritus puros encerrados en cuerpos humanos, Dios envió
su Palabra por medio de un mensajero, Jesús, que era un ángel fiel y que Dios,
por esta aceptación redentora, le llamó su Hijo. Jesús bajó a la tierra y, con
objeto de no tener ningún contacto con la materia, tomó un cuerpo aparente y
vivió y murió aparentemente como un hombre. Jesús enseñó que el camino de la
salvación consiste en renunciar a todo aquello que tenga sabor carnal si quiere
uno liberar el espíritu puro que está encerrado y aprisionado dentro de
nosotros. Por eso es pecado no sólo el matrimonio sino también el uso de los
alimentos carnales; el ideal de santidad sería el suicidio como medio para
escapar y sustraerse voluntariamente a la influencia del principio del mal. Al
fin del mundo, todos los espíritus se verán libres y gozarán de la gloria
eterna; no habrá infierno para nadie puesto que cada uno habrá obtenido la
salvación a través de reencarnaciones purificaciones.
Los seguidores del catarismo se distinguían en puros o perfectos y en creyentes.
Los puros o perfectos vivían en absoluta separación de los bienes de la tierra,
en rigurosa ascesis, y evitaban todo contacto carnal ("el matrimonio es un
lupanar" y dar hijos al mundo significa procrear diablos: "Rogad a Dios que os
libre del demonio que lleváis en vuestro seno", decía un puritano de la secta a
una mujer encinta); los puros llegaban a este estado con una especie de
imposición de las manos y del libro de los Evangelios. Un ritual cátaro de Lyon
nos ha conservado las particularidades de este rito de los puros; la ceremonia
se iniciaba con el servitium, o sea, con la confesión general hecha por todos
los presentes; después, el candidato se ponía ante una mesa en la que estaba
apoyado el Evangelio, y respondía a las preguntas que le hacía el decano de los
perfectos o puros; después se pasaba al melioramentum, que consistía en la
confesión del candidato, tras lo cual el decano le signaba con el Evangelio.
Decano y candidato recitaban una estrofa del Pater noster. Después llegaba ya el
consolamentum, que era una especie de promesa por parte del candidato de
renunciar a los alimentos carnales, a la mentira, al juramento y a la lujuria.
Al principio se les imponía el vestido negro de la secta, que podía ser
sustituido por un cordón negro en tiempo de persecuciones.
Los creyentes, por su parte, debían venerar y
respetar a los elegidos y alimentarlos; no estaban obligados a las abstinencias
carnales; en lugar del matrimonio se les aconsejaba el concubinato, pues no
teniendo éste como finalidad la procreación de los hijos, no prolongaba la obra
de Satanás; sólo en el lecho de muerte podían los creyentes recibir el
consolamentum, que era su regeneración.
El culto de los cátaros comprendía: la comida ritual, en la que un perfecto
bendecía y partía el pan que, luego, se dividía entre los presentes; el
melioramentum, que tenía lugar cada mes y consistía en una confesión general
seguida de tres días de ayuno. Todas las ceremonias concluían con el beso de paz
que todos los presentes al rito se daban sobre ambas mejillas.
El catarismo desapareció muy pronto debido a la feroz represión existente bajo
el nombre de cruzada contra los albigenses, dirigida por Simón de Monfort y
concluida con la batalla de Muret, el 12 de septiembre de 1213.
Entre los apóstoles evangelizadores de los países contaminados de catarismo es
preciso recordar a San Bernardo, al obispo español Diego de Acevedo y a la Orden
de los Frailes Predicadores fundada por Santo Domingo de Guzmán.