IV

LA ACCIÓN MORAL


1.
Diferencia entre el acto y la acción

Cuando hablamos de actos que son portadores de valor moral, nos referimos, naturalmente, no a los actos instintivos (actus hominis), que no llevan la característica de la vida personal y espiritual, sino a los actos específicamente humanos (actus humanus), que proceden del fondo realmente personal, puesto que están enraizados en la inteligencia y en la libertad.

Abstracción hecha tal vez de algunas experiencias místicas, todos los actos humanos dependen, como de un instrumento, del compuesto psicofísico : nervios, cerebro, sentidos internos, automatismo psíquico. Pero estos actos humanos pueden ser internos y externos: entre ellos hay una diferencia esencial ; pues es muy distinto el acto que se realiza únicamente en el interior del hombre, accionando interiormente el compuesto psicofísico, y el que prolonga su efectividad hasta el exterior, por medio de los órganos corporales, como la mano, el rostro, los órganos de expresión oral. A los primeros los llamamos simplemente actos; a los segundos, acciones. Lo que establece la diferencia esencial entre unos y otras no es la grande o pequeña actuación de los órganos, sino su exteriorización o interiorización. La marca distintiva de la acción es su proyección externa, que la conecta con el Inundo objetivo, distinto del agente. Añadamos que la acción exterior, con sus realizaciones objetivas, no es la zona exclusiva de la libertad humana, ya que el acto interior que no tiende a realizarse externamente, es o puede ser perfectamente humano. Aún más: la acción propiamente humana es la que va dirigida y gobernada por el acto interior de la inteligencia y de la libertad.

2. El acto humano, vehículo del valor moral

"El acto humano es la persona que afirma su vida intelectual" (STEINBÜCHEL). Por el acto se manifiesta la riqueza o la miseria moral de la persona. Indudablemente son contados los actos en los que la persona vaya hasta el último grado de sus posibilidades morales, superándose, en cierto modo, a sí misma. Y es precisamente en la persona en donde descansan radical y habitualmente los valores o no-valores morales, pero es el acto el que los traduce y encarna directa y activamente. En efecto, el acto no es un ser separable de la persona, puesto que es la persona misma puesta en actividad. Aunque no vamos a afirmar que la persona no sea más que la simple sucesión de los actos singulares, ni que el valor del acto singular iguale el valor de la persona como tal, o se identifique con él. Pero es innegable que el valor moral afirmado o negado por el acto singular contribuye a fomentar o disminuir el valor de la persona misma.

Lo que propia y directamente confiere valor a un acto es su carácter de respuesta a un valor moral, o más exactamente, la decisión de la voluntad de someterse a las exigencias de algún valor moral, conforme al conocimiento y comprensión que de él se posea, o por lo menos conforme al conocimiento del valor moral de la ley.

Los valores objetivos, inherentes a los objetos, estados o situaciones a los que tiende el acto, no son de suyo e inmediatamente valores morales. Sólo pueden llamarse valores morales, en sentido estricto, los valores personales. Los valores objetivos no hacen más que determinar y especificar los valores morales. Podríamos acaso llamarlos sujetos indirectos de los valores morales, por cuanto entran a determinar la realidad espiritual del valor. En otros términos, los valores objetivos (o los no-valores) a que responde la voluntad, influyen en el valor moral del acto. Es lo que dice el antiguo adagio escolástico: actus specificantur ab obiecto: el acto (su valor, su especie, su carácter individual, su dignidad) está en razón directa del valor del objeto. El valor objetivo determina el valor del acto que a él se ordena.

Todo esto se ha de entender en conformidad con la doctrina sobre los Sentimientos: si del valor objetivo depende la especie de virtud que se practica o se quebranta, no así la intensidad y profundidad del acto virtuoso, ni la franqueza y decisión con que se abraza el valor moral.

3. La acción

a)
Los dos valores realizables por la acción

La acción no se limita a ser la simple continuación externa de un acto interior; la acción es una proyección sobre el mundo exterior, que aumenta o disminuye la riqueza de los bienes objetivos. Tanto el acto como la acción tiene su razón determinante y final en un valor objetivo. Mas la acción no mira al objeto como existe ya en la realidad, sino como debe ser modificado o realizado. Así, en el esfuerzo por salvar una vida humana, la finalidad es ponerla a salvo, lo cual se supone que aún no se ha conseguido.

La mira normal de los actos extravertidos, o de proyección objetiva (acciones), es la realización de algún bien que está fuera del alma. El efecto de la acción es la "proyección eficiente sobre el mundo objetivo, campo de la experiencia" (D. v. HILDEBRAND); por ejemplo, la fabricación de objetos de arte, de trabajo o de diversión; la facilitación de circunstancias o acontecimientos favorables al desarrollo moral propio o al ajeno. Mas, aunque la intención refleja no tienda al bien particular de la persona, el valor moral de ésta se va realizando por el hecho mismo de la acción y como "a espaldas" de la misma (SCHELER), pues de suyo el valor moral es siempre un valor personal. De manera que el mundo se enriquece con dos nuevos valores diferentes por cada acción, o por el contrario, queda privado de ellos por una acción sin valor. El más alto de estos dos valores no es el valor objetivo sino el valor moral personal, aun cuando, dada una sana orientación espiritual, no sea éste el que se persiga principalmente. Si el valor objetivo no se persigue como valor real, sino exclusivamente como puro medio de llegar al acrecentamiento del valor personal, entonces ya no se puede decir que el aumento del valor moral se realice "a espaldas" del valor objetivo.

Se equivoca, sin embargo, SCHELER al pensar que el hombre no puede preocuparse en la acción de su propio valor personal. De seguro que no puede pensar siempre y en primera línea en este valor personal que realiza con su acción, particularmente cuando se trata de valores más altos, como por ejemplo la gloria o el amor de Dios o del prójimo.

Pero sí puede: 1) alegrarse de que sus buenas obras lo hagan más acepto y perfecto ante Dios, sobre todo si esa alegría va acompañada de un humilde agradecimiento; 2) puede y debe cuidar muy particularmente de que, en muchas de sus acciones, no peligre su valor personal, dejándose arrastrar a empresas de puro valor material; 3) debe, en fin, (le vez en cuando, volver sobre sí y cultivar su voluntad, trabajando directamente en su propio adelanto.

Pero los más altos valores personales se realizan y perfeccionan incondicionalmente y como por añadidura cuando el hombre se olvida de sí mismo y se entrega de lleno al amor de Dios y del prójimo. La intención más profunda y dominante del discípulo de Cristo ha de ser, ante todo, la soberanía y la gloria del amor de Dios. Sólo esto da sólidas garantías de que a los valores objetivos perseguidos y a los valores personales se les profesa un amor legítimo y ordenado.

b) Importancia de la acción externa

Cuando se dice que el valor moral propiamente dicho es sólo el valor personal, de ningún modo se quiere decir (como entiende cierta ética "de pura interioridad") que sólo tengan un valor los sentimientos, siendo por lo mismo indiferente el aspecto que uno ofrezca al mundo. El cristiano reconoce la misión que le corresponde en la creación, sabe que debe procurar el orden en el mundo, y que ha sido enviado por Cristo a colaborar responsablemente en el reino de Dios, el cual no consiste únicamente en interioridad.

El Cristianismo no es el quietismo, que cree que la actividad mengua el valor y pureza de los sentimientos. Mientras vivimos en el mundo, somos responsables de él. Si los sentimientos han de ser el norte y guía de la moralidad, la acción es su prueba decisiva. Y por último es, en verdad, de la mayor importancia que el mundo, en lo que de nosotros depende, refleje no la inspiración, engañadora de Satanás, sino la ley eterna de Dios. El buen ejemplo, las obras de misericordia, el concurso activo en el reino de Dios, son otras tantas fuerzas reales que tienen un valor independiente y aparte del de nuestros buenos sentimientos. Y aun cuando inmediatamente no podamos hacer florecer fuera de nosotros mismos otros valores morales, podemos indirectamente — por el válor objetivo de nuestras acciones—contribuir a la gradual elevación de la moralidad privada y pública.

Sentimientos que no conduzcan a la acción, pierden su genuinidad, si es que alguna vez la tuvieron. Además, la acción exterior ejerce un influjo inmediato sobre la profundidad del acto interior. El concurso del corazón y de la mano (acción) provoca un acto interior más profundo — una donación más entera — a los valores. Cuando las circunstancias imponen la acción y, sin embargo, se niega al acto interior la manifestación externa, el sentimiento viene a extinguirse. Cuando no se ofrece ocasión para la prueba de los sentimientos o para la ejecución de una resolución, el acto interior puede, sin duda, ser auténtico y profundo, pero generalmente no conserva aquella viveza y energía que en el caso contrario. Además, el acto interno es solidario de las consecuencias de la acción, y esta vinculación es una fuerza que lo mantiene vivo y despierto, tanto para el bien como para el mal.

c) Importancia del éxito de la acción

D. VON HILDEBRAND ha escrito: "la realización objetiva como tal no tiene ninguna importancia moral". Cuando alguien salta al agua para salvar a un náufrago, su acto es igualmente grande si lo salva como si él mismo se ahoga. Con esto queda descartada la unilateral ética del buen éxito. La doctrina calvinista del buen éxito como señal de predestinación ha favorecido la falsa ética del éxito. Pero nuestro ejemplo muestra precisamente que la carencia de éxito exterior que suponemos en esta abnegada acción salvadora no le quita nada al valor moral alcanzado por la persona. Mas también significa que se priva de valor moral ala obra misma, cuando se afirma que es indiferente el que se haya salvado o no de hecho una vida humana. Con el mal éxito se ha empobrecido el mundo, perdiendo una vida humana acaso de inestimable valor. Indudablemente el buen éxito o el mal éxito, considerados con mirada retrospectiva, no influyen en nada sobre el valor moral de la acción. Mas desde el punto de vista final de la acción, el serio esfuerzo por conseguir el feliz resultado es hasta esencial para el valor moral de la persona. La indiferencia (que debe distinguirse de la resignación santa) por los bienes temporales y por los resultados de las acciones les quita a éstas su importancia, cuando no llega a restar al alma las energías necesarias para realizarlas. El desinterés por el resultado exterior del bien es una especie de quietismo, que no se entusiasma por el advenimiento del reino de Dios.

4. Idea exacta de la acción. La acción moralmente indiferente

Si definimos la acción simplemente como un acto en el mundo objetivo por un esfuerzo mental y voluntario de realización, queda siempre por resolver la cuestión de si es posible semejante acción sin que en alguna forma la conciencia moral la determine o acompañe, o sea la cuestión de si hay actos indiferentes moralmente hablando. No se ha de confundir ésta con otra cuestión, a saber, si hay maneras de conducirse que, objetivamente consideradas, son moralmente nulas o insignificantes, sea que se tome en consideración el objeto de la acción, sea las circunstancias e intenciones que ordinariamente les corresponden; esta cuestión se dilucidará a continuación. Me inclino a pensar que, de hecho, hay hombres que realizan obras de valor real, o, por el contrario, obras sin valor, sin tener actual o virtualmente una conciencia moral, conciencia del valor o del deber. Mas yo no diría que tales acciones (por ejemplo, una realización económica "prudente" y acertada) sean "humanas" en su pleno sentido. Queda también abierta la cuestión de si esa falta de conciencia moral, o sea la indifeferencia moral subjetiva respecto de esta acción, no tiene su origen en una precedente decisión moralmente defectuosa. Lo da a pensar el primitivo estado espiritual de muchos hombres, que por otra parte son hábiles para las transacciones económicas ordinarias. Una conducta moral bien ordenada requiere una espiritualidad mucho más alta.

La moderna fenomenología distingue tres. elementos en la acción: 1.° La idea de la objetividad en sí misma y en sus relaciones conmigo (la cuestión será determinar si sólo se percibe su importancia económica, o la comodidad que me proporciona, o si se percibe también su importancia en sí, esto es, su importancia moral; 2.° la actitud que se adopta frente a esa objetividad; 3.° la realización.

En todo caso, sólo tenemos acción "moral", o sea acción que pide un juicio moral cuando dicha acción : 1.° reposa sobre la idea o conciencia moral de un valor o de su obligación (aunque no fuera sino la de examinarlo mejor); 2.° encierra una respuesta o decisión voluntaria a ese valor u obligación, y 3.° cuando estas dos condiciones concurren para determinar su realización.

BERNHARD HÄRING
LA LEY DE CRISTO I
Herder - Barcelona 1961
Págs. 235-241