IV

EL HOMBRE Y EL CULTO


1.
Destino cultual del hombre en el mundo

La creación es, en primer término, la manifestación de la gloria de Dios. El hombre, el microcosmos, situado entre la materia y el puro espíritu, en aras del agradecimiento y de la adoración, debe proporcionar una voz al cántico mudo de la naturaleza, y debe consagrar esta naturaleza a Dios. Mientras el hombre cumplió en el paraíso con sus deberes "sacerdotales", habitó Dios con él en el jardín del Edén, como en el templo de su gloria.

La desobediencia de Adán fue al mismo tiempo la negación de su deber y de su destino cultual. La humanidad desobediente se hizo humanidad profana, inepta ya para el cántico de alabanza y adoración digno de Dios. De ahí también que el mundo, aunque siempre propiedad de Dios, quedara convertido en lugar profano, por haber el hombre apostatado de su sacerdocio. Ya no sirvió, como debía, al culto de Dios, sino que se convirtió en campo de lucha por los intereses humanos. Al perder el hombre su "natural" dignidad sacerdotal, se le frustró también a la naturaleza, a él sometida, su destino cultual.

2. Cristo renueva al hombre y al mundo en orden
a su destino cultual

Lo que perdió la humanidad con Adán lo recuperó, con creces, mediante Cristo. Con Él alcanza toda la creación la cumbre sacerdotal más elevada. Por Él queda la humanidad nuevamente consagrada. La encarnación fue la consagración sacerdotal de Cristo, por la unción del Espíritu Santo; y fue su muerte su acto sacerdotal más solemne, así como también el prerrequisito para que la Iglesia, en su conjunto y en cada uno de sus miembros, pudiera iniciar, en unión con Él, el desempeño de sus funciones sacerdotales. Nuestra incorporación a Cristo, sumo sacerdote, se realiza por los sacramentos, mediante los cuales el Espíritu Santo prosigue la obra comenzada en la unción del Mesías.

Cristo es la fuente de los sacramentos. Tenemos. en Él el signo, la prenda, la prueba más visible, manifiesta y fehaciente del favor de Dios, y de que la humanidad ha sido de nuevo admitida por Él a rendirle el culto filial del amor y de la adoración. Por los siete sacramentos se realiza la unión con Cristo, sacramento originario y sumo sacerdote. Por ellos se extiende a la Iglesia y a cada fiel la consagración de toda la humanidad realizada en Cristo. Los sacramentos que imprimen carácter : bautismo, confirmación, orden, asimilan de modo especial a Cristo, sumo sacerdote, y deputan, de manera particular, para el ejercicio del culto. Cristo, sumo sacerdote, fue ungido (Mesías, Cristo) por el Espíritu Santo; ese mismo Espíritu es el que unge a los fieles, mediante los sacramentos que unen con el ungido, con el sumo sacerdote, con Cristo. Y de esta forma toda la actividad del cristiano santificada por los sacramentos, aun el cumplimiento de sus deberes profanos, recibe el carácter de culto. Estar ungido con el Espíritu Santo significa, pues, en definitiva, nada menos que ser admitido a las divinas solemnidades que el Padre y el Hijo celebran en la eternidad en el Espíritu Santo.

La misma naturaleza establece una distinción clara (la ele "profano" y "sagrado") entre todo lo creado y el Dios increado, quien, comparado con las criaturas (a pesar de la analogia entis), es "del todo otra cosa" (R. OTTO), y ante el cual, por respeto, enmudece toda criatura, aun cuando al mismo tiempo se sienta atraída por Él con todo el peso de su ser. Es cierto que la consagración que confieren los sacramentos no suprime la diferencia esencial que media entre el Creador y la criatura, pero le quita a ésta su carácter de "profana" y la introduce en la intimidad del amor de Dios, en el halo radiante de su santidad. Así, el ungido con el Espíritu Santo puede participar en la celebración del divino misterio del amor eterno. asociado a la augusta Trinidad.

3. Piedad "sacramental" y moralidad "sacramental"

Por los sacramentos entra el hombre a participar de la santidad de Dios; pero esa participación, de suyo, sólo le confiere una santificación "sacra" o sagrada, diferente de la "santidad" o santificación "ética". Análoga es la diferencia entre pureza "legal" y pureza "ética". Por la consagración sacramental queda el cristiano admitido al servicio divino de la santidad de Dios y no sólo por algo exterior, como por una ficción o una declaración, sino por una asimilación interior con Jesucristo en su oficio de sumo sacerdote. No constituye aún esta asimilación la perfecta unión con Cristo, salvador y cabeza de la Iglesia, la cual sólo se realiza mediante la gracia santificante, no es aún la elevación a la vida trinitaria de Dios. Pero es cierto que esa asimilación está exigiendo la gracia santificante. Sin dada que, aun sin ella, queda el cristiano válidamente consagrado para el culto (sacer, no sanctus); pero haber recibido tal consagración y vivir sin la gracia es vivir en una contradicción. La santificación sacra reclama la santificación por la gracia, que no puede existir sin un mínimo de justicia ética.

Cámbiase la rectitud moral en santidad moral: sauctitas, cuando no es efecto de las solas fuerzas ni de los solos esfuerzos del hombre; cuando esa rectitud es efecto de la gracia v mana de la santificación sacramental.

Todos los deberes morales del hombre, aun aquellos que se refieren a una esfera simplemente humana, deben llevar el sello del culto. Sobre la base de la piedad sacramental debe levantarse el edificio de la moralidad sacramental y cultual. No han de ser los sacramentos un mero episodio en la vida del cristiano, sino fermento y alma de todos sus deberes. No es sólo de tiempo en tiempo que el cristiano está llamado al contacto con Cristo, al servicio divino. Cuando se le confiere el poder sacerdotal, recibe la misión y la capacidad de enderezar todo su ser y todas sus acciones, como también todos los seres de la creación, a él confiados, al servició del Dios uno v trino.

Considerada bajo este respecto la desobediencia moral es más que un simple quebrantamiento de la ley, o un desorden introducido en la naturaleza : es la denegación del culto, la profanación del mundo destinado a la alabanza de Dios, es el ataque al sumo sacerdocio de Jesucristo, con el que, sin embargo, queda aún íntimamente ligado el desobediente, a pesar de su voluntad recalcitrante.

Puesto que el hombre es un ser cultual por su más profundo destino, puesto que el sentido final del universo y la economía de la salvación imponen una orientación cultual de la vida, la desobediencia moral del hombre no es sólo una negación del verdadero culto : es en realidad un culto falso, es levantar altar contra altar. Desde este punto de vista se comprende mejor la ciega fe del supersticioso, el brío indomable con que el pecador persigue sus torcidos fines, la idolatría del dinero, de la fuerza, de los honores.

O el hombre rinde culto a Dios, con Cristo y por la unción del Espíritu Santo, o lo rinde a un ángel caído, entregándose al pecado.

4. El sacrificio de Cristo, cumbre del culto

El punto culminante del culto es el sacrificio de Cristo en la cruz. Es, en efecto, la ofrenda cultual de la obediencia más perfecta y del abandono más amoroso en manos del Padre; por él se abre al hombre y al mundo la entrada más franca en el templo de la religión. Para que el desempeño de nuestros deberes cultuales reciba un soplo viviente, debe estar en conexión con el sacrificio de la cruz, y será tanto más perfecto cuanto mejor nos haga abrazar la cruz con Cristo.

Las fatigas y sufrimientos que el trabajo impone al cristiano deben ir encaminados al altar; entonces adquieren el valor de un acto sacerdotal y cultual.

Los siete sacramentos son fruto del sacrificio de Cristo, que manan como fuentes de su costado abierto. Por ese acto supremo sacerdotal redimió el Señor al mundo, y lo consagró de nuevo al culto, renovando la consagración de la humanidad y haciendo del universo el templo de la adoración de Dios. La gracia, que es la que realiza esta consagración, es fruto de la muerte de Cristo y está en los sacramentos, entregados a la Iglesia para utilidad de cada uno. De ahí que los sacramentos exijan que el cristiano se incorpore más y más a Cristo, y a Cristo cargado con la cruz. Para eso es la fuerza que confieren. Adquieren, pues, los sacramentos todo su significado cultual sólo cuando los recibe el cristiano como algo que implica la misión y al mismo tiempo la fuerza de seguir a Cristo crucificado para gloria del Padre. La santificación sacramental y la incorporación al sacrificio de Cristo confiere a toda tribulación y a toda alegría el valor litúrgico del sacrificio de Cristo, de sus alabanzas y oraciones sacerdotales.

5. Conclusión: destino cultual universal del hombre

Los diversos aspectos considerados hasta ahora en el hombre no son facetas discontinuas, sino íntimamente conexas entre sí. Por lo mismo, sólo una visión de conjunto de todos estos caracteres esenciales nos permitirá sondear, en toda su extensión y profundidad, el carácter cultual del hombre.

1) El culto y la gracia sacramentales abrazan y enfocan al hombre todo entero, alma y cuerpo. Son signos sensibles, sacramentos, que expresan y significan la santificación y consagración de los seres inanimados, y sobre todo la del hombre como ser corporal y visible. La gracia invisible, simbolizada por los signos sacramentales, se injerta en toda la persona humana. Por ella se realizan las más profundas posibilidades que tiene el hombre de asemejarse a Dios, por ella queda el cristiano configurado con Cristo en su muerte y resurrección, con Cristo, imagen substancial del Padre.

2) Los sacramentos van más allá de la persona individual. En su más íntima esencia son sacramentos ds la comunidad, del cuerpo místico de Cristo; mediante los sacramentos nace y crece la persona humana dentro de la comunidad eclesiástica. Vale esto, sobre todo, respecto de los tres sacramentos que imprimen carácter. El sacramento del orden se destina enteramente al servicio cultual de la comunidad, del cuerpo místico. La penitencia obra la reconciliación, no sólo con Dios, sino también con la Iglesia. La eucaristía es banquete de caridad que obra la unión con Cristo,. mas también con la comunidad, pues es el ágape fraternal. El sacramento del matrimonio, al unir a dos personas entre sí, las une también, de manera especial, con Cristo y con la comunidad de su cuerpo místico. El santo matrimonio forma, dentro de la Iglesia, una ecclesiola (San Agustín), una iglesia en miniatura, pequeña comunidad, remedo de la gran comunidad y miembro de ella y a la que proporciona su crecimiento natural_

3) Los sacramentos abrazan al hombre en toda su dimensión histórica y suprahistórica, pues encierran todo el curso de la vida humana. Cada sacramento es una radicación más y más profunda dentro de la historia, pues si cada uno de ellos une con el sumo sacerdote ya transfigurado y glorioso, une también con su muerte y resurrección como con realidades indiscutiblemente históricas.

Pero, con su simbolismo escatológico, los sacramentos orientan al cristiano hacia el término de la historia humana y hacia su futuro suprahistórico de la eternidad. Si la encarnación fue un hecho auténticamente histórico, los sacramentos son los que introducen al hombre en el goce profundo y fructífero de los tesoros por ella acumulados. Los sacramentos significan para el cristiano superación histórica y suprahistórica de los males que nos trajo la caída de Adán; ellos lo colocan en el centro de la historia y dentro de la plenitud de los tiempos, que son los que median entre la muerte de Cristo y su segundo advenimiento.

Corno conclusión de nuestro primer capítulo del estudio del hombre seguidor de Cristo, podemos afirmar que el hombre de las decisiones morales es siempre el hombre completo, integrado por la materia y el espíritu, el hombre mensurado por su individualidad y al mismo tiempo por la comunidad, el hombre histórico, el hombre cultual.

Al tratar, en las páginas siguientes, de la libertad y del conocimiento de los valores corno de la sede específica de la moralidad, no olvidaremos que todas estas dimensiones que acabamos de señalar aparecen en toda decisión moral.

BERNHARD HÄRING
LA LEY DE CRISTO I
Herder - Barcelona 1961
Págs. 137-142