III

EL HOMBRE EN SU DIMENSIÓN HISTÓRICA

Las consideraciones precedentes nos han mostrado al hombre en medio de la comunidad, que condiciona sus actos morales, y dentro de la cual, a su turno, produce efectos enormes y profundos.

Tócanos ahora trazar la estampa del hombre dentro de la dimensión de la historia, que es culminación del pasado y del futuro en el ahora actual del momento presente, instante de prueba y combate en el que el hombre ha de decidirse iluminado por la luz de las grandes épocas de salvación, entre los dos polos del principio y del fin.

1. Historicidad del hombre

Historicidad del hombre quiere decir tensión humana. entre el ser y el devenir. Muévese el hombre dentro de la historia, mientras no ha llegado a su fin eterno y definitivo, al que se encamina por el devenir, por el crecimiento en el bien o en el mal. "La primera ley de la condición fundamental del hombre es el estar siempre en vía de realización : el hombre está siempre en marcha hacia su totalidad, hacia sí mismo, hacia una integración cada vez más .perfecta"

El devenir del hombre no se realiza nunca por un fieri fundado únicamente en sus propias energías intrínsecas; su crecimiento está condicionado por el tiempo y el espacio y depende del ambiente histórico. Su atención ha de concentrarse a cada instante sobre el momento actual, sobre el kairós que le toca vivir, sin perder de vista el sentido y finalidad total de la historia.

La historia no se comprende sino considerando el ahora actual en su relación con el principio y el fin. El ahora histórico (que en el lenguaje de la sagrada Escritura es el kairós, el momento de gracia y de prueba concedido por Dios) está en tensión entre el pasado y el futuro. El pasado entra en el ahora de cada hombre como una "suerte". La herencia del pasado, herencia biológica, cultural, religiosa y moral, es elemento que recibimos ya elaborado, pero que reclama la acción de nuestra libertad en el ahora actual, para que le imprimamos nueva forma personal y responsable. A cada momento actual la "suerte", tejida con las realizaciones de los que nos precedieron, fuerza y llama a la libertad a tomar una posición. Nuestra libre voluntad tiene que trabajar con estos elementos, herencia histórica de lo pasado, con esta "suerte" que nos ha tocado, que posibilita, pero que también restringe nuestro destino. Y dentro del margen de libres determinaciones que aún ofrece, debe ir tomando las propias en cada caso particular. Mas al tomar una determinación en el kairós traspasamos al porvenir esta misma herencia histórica recibida del pasado, pero transformada y como fruto de la propia libertad. Así, en el "ya" presente de su historia ha de responsabilizarse el hombre de su pasado y del de sus antepasados, y reelaborarlo. Y será precisamente así como se hará responsable del porvenir. La herencia del pasado condiciona siempre la decisión presente. En ella se hace voz el llamamiento de Dios. La decisión presente marcará ya el porvenir, limitando los contornos ele futuras decisiones.

Piénsese por un momento, desde este punto de vista, en la virtud de la penitencia. No puede el hombre, en su existencia histórica, adelantarse simplemente al porvenir para asegurarlo ; pero sí puede reordenar y reformar el pasado. Sólo con una acción decidida contra los obstáculos acumulados en el pasado puede abrirse el camino seguro para una vida moral futura. Pero no es menos cierto que sólo podrá superarse un pasado culpable, orientando rectamente el porvenir. Correlatividad del arrepentimiento y del propósito.

Para su actuación histórica, necesita el hombre conocer sus fuerzas y sus propias condiciones y las del ambiente, para poder así condicionar y dominar su porvenir. La acción que realmente sintetiza la historia del individuo, su acción histórica, es sólo aquella en que se conjuga la actividad individual con la gracia especial, ofrecida por Dios en el kairós, y que tiende a realizar las leyes generales del ser y a hacer culminar el pasado y el futuro en el presente actual. Así como el presente sólo lleva su sello histórico auténtico en virtud de la referencia espiritual del hombre al pasado y al futuro, así también la individualidad creadora sólo realiza algo decisivo en la historia cuando se apoya en las leyes generales de la naturaleza. De faltar el sello del presente y el sello del individuo creador, no tendríamos "historia", sino simple sucesión uniforme; de faltar el torrente majestuoso del pasado que se lanza al porvenir, o las leyes trascendentes y esenciales del ser, tendríamos mera discontinuidad, o sea meros esbozos de historia en momentos disociados.

2. Historia y trascendencia

En cada una de sus acciones se encuentra el hombre suspenso entre el pasado y el futuro, aunque trascendiendo el tiempo, pues en el ya presente está dialogalmente orientado con cada uno de sus actos morales hacia el Dios eterno, ya que son un "sí" o un "no" a su llamamiento. En el momento histórico de cada uno se encierra el llamamiento de Dios a una acción también histórica. Y la respuesta, en último término, se endereza siempre a ese Dios suprahistórico, que está por encima de la historia, dominándola. Así, la historia de cada momento, la del kairós individual, cae bajo la trascendencia. También la historia universal será realmente historia si guarda su relación con la trascendencia de Dios. La historia es verídica y auténticamente humana si se encierra en un principio y en un fin. Pues si al principio se coloca el azar, o una ciega y fatal evolución, sin un legislador y un organizador, o si al fin nos encontramos de nuevo con el acaso o una eterna palingenesia, resultará que la historia es un producto del azar o de un pavoroso devenir. Lo que da grandeza de historia al existir y al obrar del hombre, es la palabra de Dios que inicia su existencia y su historia, es el juicio final que la ha de cerrar : "en el principio era el Verbo... todo fue hecho por Él, y sin Él nada ha sido hecho" (Ioh 1, 1 s). Esto es lo que da grandeza a la historia, el que la palabra de Dios la inicie y la confíe al hombre para que la desarrolle. Con cada acontecimiento histórico habla Dios al hombre; es deber de éste escuchar lo que Dios quiere decirle. Quien aplica el oído a la historia, escucha a Dios. El Verbo creador inicia la historia; toda le está presente y sólo mediante Él puede llegar a su conclusión. Esta profunda dimensión de la historia se agiganta infinitamente con la entrada del mismo Verbo o palabra de Dios en el marco de la historia humana, pues "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Ioh 1, 14).

3. Historicidad de Jesucristo

Es ésta una realidad que apenas podemos expresar con palabras. Hízose Dios hombre en el momento histórico, en el kairós predispuesto por el Padre y realizado libremente' por los hombres. Haciéndose hombre en un pueblo histórico, abrazó sus relatividades de tiempo y de lugar. La entrada de Cristo en la historia del mundo es un acontecimiento que de tal manera se ha impuesto a la humanidad, que ya no es posible tomar una decisión haciendo caso omiso de Él.

En todo momento de su historia tiene que tomar el hombre posición frente a Cristo. Aun el simple hecho de desentenderse de este acontecimiento capital de la historia, implica de suyo una actitud de enormes consecuencias.

Dentro de nuestro actual presente continúa Cristo obrando sin cesar, aun cuando ya haya entrado en su gloria, mediante el influjo de su gracia; este influjo no cae bajo la historia. Pero hay otro influjo auténticamente histórico: es el que ejerce en la Iglesia y por la Iglesia.

Con su segunda venida y con el juicio final pondrá Cristo término a la historia. Entonces pondrá en manos del Padre todas las cosas (cf. 1 Cor 15, 24). Al entrar en el cuadro de la historia, se constituyó Señor de ella; justo es que, habiendo presidido su comienzo, presida también su término, pronunciando la última palabra.

Cristo quiso abrazarse con el peso del pecado de Adán, lo que muestra cuán profundamente entró en la historia humana. La caída de Adán desató un torrente de males que azotó a la humanidad anterior a Cristo, y cuando éste vino no lo esquivó, sino que se arrojó en medio de ese torrente histórico. Aceptó como "destino" suyo ese tremendo pasado, desatado entonces sobre el mundo, y al recibirlo lo transformó y lo superó. Al abrazarse Cristo con esta su "suerte" atormentada y dolorosa, el pasado adquirió un sentido totalmente nuevo: el pecado de Adán continuará obrando aún en el porvenir, pero ya en un sentido del todo distinto, como "destino" ya superado fundamentalmente y superable por cada uno a través de Cristo.

Tan monstruoso era el hecho histórico realizado por Adán y tan firmemente se había asentado en el corazón de sus hijos para formar su propio "destino", que ninguno de ellos podía radicalmente superarlo. Cristo sí lo superó, mas lo hizo de una manera histórica, es decir, sin abolir esa suerte, sino remodelándola y transmitiéndola a la historia ulterior como un destino diferente; así, la culpa de Adán ha pasado al futuro, pero con un sentido y un alcance cambiados.

4. Hijo de Adán y discípulo de Cristo

En su existencia histórica y en cada uno de sus instantes presentes se encuentra el hombre ante los múltiples elementos que le ofrece el pasado y el porvenir; pero ante todo se encuentra ante dos hechos históricos fundamentales: la caída de Adán y la redención por Cristo. Vive siempre en cada presente histórico el hijo de Adán, pero vive, sobre todo, el redimido por Cristo, el llamado a su seguimiento.

Gracias a su incorporación al Cristo histórico y al Cristo suprahistórico, puede el hijo de Adán no sólo usufructuar la herencia que de Adán recibió, sino superarla y transformarla.

El entrecruzamiento de los influjos del primero y del segundo Adán produce en la historia una tremenda pero fructuosa tensión : superarla es glorificar al Señor de la historia. Ésta es la misión que debe realizar la humanidad en unión con Cristo su cabeza, y que cada uno de los miembros debe llevar a término desde su respectivo lugar.

5. Orientación escatológica de la historia

Para realizar su misión histórica debe el hombre, con mirada retrospectiva, considerar los comienzos de la historia, cuando Dios, estableciendo el orden de la creación, fundaba las posibilidades de la historia y confiaba al hombre su misión particular. Y esta mirada no debe fijarla sólo sobre las grandes posibilidades que ofrece la creación, sino también sobre las realizaciones llevadas a cabo en lo pasado por Adán y por Cristo, por los descendientes de Adán y por los discípuios de Cristo. Debe también fijarse en la situación presente y considerarla corno un kairós, como una ocasión y posibilidad que le ofrece la gracia de Dios con el fin de probarle. Al someterse a esta prueba, el hombre no debe limitarse a guardar el orden creado, aceptando sin más la herencia histórica del pasado. El encuentro con Dios, mediante la incorporación histórica y suprahistórica o espiritual con Cristo, es parte integrante de la prueba temporal a que está sometido el hombre. Así, aun la llamada historia profana ha de tratarse con este espíritu, ya que la historia de la salvación ha entrado con Cristo en la historia del mundo. "El camino de la salvación no cae fuera de la historia. Mientras llega el llamamiento definitivo, con la muerte, ha de continuarse la prueba dentro de la historia. La historia es una auténtica realidad, y es toda la realidad la que debe ir en busca del Señor".

"La historia no es un insignificante entremés colocado entre el principio y el fin. El pensarlo sería no tomar en serio ese principio y ese fin, ni en el centro de la historia hubiera aparecido la redención". No ha de considerarse sólo el principio y el pasado; ha de mirarse también al porvenir, que incluye el crecimiento y formación del reino de Dios como preparación para "el día del Señor". Ha de mirarse, sobre todo al fin de la historia, las "postrimerías". En el fin de la historia universal, después del actual presente, se inserta el retorno de Cristo, el juicio del mundo, el nuevo cielo y la nueva tierra. La actuación histórica es honesta cuando está orientada hacia estas "postrimerías". Pero esta orientación es imposible sin su reiterada consideración, sin la meditación de nuestro kairós a la luz del "día del Señor". Así como no puede comprenderse el primer advenimiento de Cristo y su kairós en cuanto "plenitud de tiempo" sin considerar simultáneamente el día de su retorno y de la consumación de los tiempos, así tampoco puede comprenderse todo el alcance de nuestra existencia histórica sino a la luz del primero y segundo advenimiento de Cristo.

Nuestra acción moral de cada momento histórico que nos toca vivir está conectada con el principio por el Verbo creador y entroncada en la herencia del primero y segundo Adán. Mas ha de encuadrarse en el torrente del vivir actual, poniendo la mirada no sólo en el futuro próximo, sino siempre en el fin, en las postrimerías, que ya se dibujan en lontananza.

BERNHARD HÄRING
LA LEY DE CRISTO I
Herder - Barcelona 1961
Págs. 130-136