Orgullo

"El que ha caído se vuelve fácilmente a levantar, si recurre al Soberano reparador implorando su asistencia; pero cuando nuestra ruina proviene del orgullo, es como irreparable: porque e! soberbio conoce con mucha dificultad su pecado: o si le reconoce, no recurre a la asistencia del Soberano médico para que le sane, sino que busca en sí mismo el remedio. De esta suerte, no hay que esperar que cure de su mal, porque el mismo remedio que él se aplica es una verdadera enfermedad. (S. Ambrosio, Epist. 84, sent. 170, Tric. T. 4, p. 349.)"

"El rey de todos los malos, es la soberbia: hace que no nos conozcamos, y después de mucho trabajar, nos roba los tesoros de virtud que pudiéramos haber adquirido. La negligencia nos acarrea infinitos males; pero la soberbia los engendra aun en las buenas obras. (S. Juan Crisóst., Homl. 3, in Isaiam, sent. 158, Tric. t. 6, p. 330.)"

"Avergüéncese el hombre de ser soberbio, después que el mismo Señor se humilló por su amor. (S. Agustín. Psalm. 18, sent. 6, Tric. T. 7, p. 454.)"

"Avergüéncese el hombre de ser soberbio, después que Dios se ha humillado. (S. Agust., Psalm. 54, sent. 76, Tric. T. 7, p. 461.)"

"Ninguno es más incurable que el que se tiene por sano. (S. Agust., Psalm. 58, sent. 85, Tric. T. 7, p. 462.)"

"Todo hombre que sigue su propio espíritu, es soberbio: sujete su espíritu para recibir el de Dios. (S. Agust., Psalm. 139, sent. 166, Tric. T. 7, p. 469.)"

"¿Quién necesita tanto la misericordia como el que es miserable? y ¿quién es tan digno de la misericordia como el miserable que es soberbio? (S. Agust., lib. 3, c. 4, sent. 6, adic., Tric. T. 7, p. 481.)"

"Casi no hay página en los santos libros en que no resuene esta sentencia: Dios resiste a los soberbios, pero da la gracia a los humildes. (S. Agust., de Doct. Christ., c. 23, sent. 11, adic., Tric. T. 7, p. 481.)"

"La soberbia es la madre de todos los herejes. (S. Agust., Ep. fund., c. 6, sent. 21, adic.. Tric. T. 7, p. 485.)"

“Adán bien hubiera podido gobernar su cuerpo en paz, si se hubiera dejado gobernar por su Criador que le formó en un estado perfecto: mas habiéndose sublevado contra El, inmediatamente sintió en si la rebeldía de su propia carne. Y como la pena de su pecado pasa con una funesta proporción hasta nosotros con la culpa, todos nacemos con este vicio de enfermedad y miseria; de suerte, que siempre llevamos en nosotros un enemigo doméstico, al que con grande trabajo podemos vencer. Es verdad que halla el hombre en esta vida, que es una continua tentación, los medios de vencerla; pero aunque continuamente corte y cercene con la virtud los renuevos de flaqueza que brotan en él, esta misma flaqueza no deja de engendrar continuamente lo que la virtud debe cortar sin cesar. De este modo, la vida del hombre es una continua tentación: pues aunque reprima la iniquidad, no por eso deja la luz de sus buenas obras de hallarse siempre muy oscurecida, ya con la importuna memoria de sus pecados, ya con las nubes de las sugestiones del maligno espíritu, y ya con la interrupción o tibieza del fervor. (S. Greg. el Grande, lib. 8, c. 6, p. 244, sent. 31, Tric. T. 9, p. 239 y 240.)"

"Como el alivio que busca el hombre es una incomodidad que padece, le causa otra: el remedio de sus males viene a ser un nuevo mal que le mantiene en el desmayo y en la continua miseria, de suerte, que aunque estemos libres de calenturas y dolores, nuestra misma salud nos sirve de enfermedad que necesita de continuos remedios. Y a la verdad, todos estos alivios que continuamente se buscan contra las incomodidades de la vida ¿no son como remedios contra los males que la afligen? Pero lo más deplorable que hay en esto es que el mismo remedio se convierte en nuevo mal; pues por excelente que sea, si le usamos por demasiado tiempo, hallamos que de nuevo nos incomoda lo mismo que habíamos buscado para aliviamos. De este modo mereció ser castigada la presunción de nuestro corazón: así también debió ser reprimida nuestra insolencia; y era preciso que para castigar al alma del hombre por la soberbia con que una vez se levantó contra su Criador, llevase un cuerpo que es una masa de barro y de tierra que continuamente se inclina a la caída. Por otra parte, también nuestra alma tiene sus trabajos: porque después que fue desterrada de los gozos sólidos y espirituales, ya se ve engañada con la vana esperanza, ya agitada del temor, ya abatida de la tristeza, ya arrebatada de la falsa alegría; se aficiona con obstinado amor a los bienes pasajeros, se aflige con exceso cuando los pierde, y recibe todas las diferentes impresiones de las diversas mudanzas que la sobrevienen. Esta vil sujeción a las cosas mudables, la trae en continua incertidumbre. Por lo cual la sucede muchas veces, que después de haber buscado con ansia lo que no tenía, lo recibe con pesadumbre o inquietud. Inmediatamente que lo logra empieza a fastidiarse de tenerlo. Otras veces empieza a desear lo que antes había despreciado, y desprecia lo que más había querido. Con mucho trabajo aprende y percibe las cosas de la eternidad, y en dejando de aplicarse a contemplarlas, fácilmente las olvida: tarda mucho tiempo en adquirir algunos ligeros conocimientos de las cosas espirituales y divinas, y volviendo a caer al instante en la bajeza de sus ordinarios entretenimientos, ni aun puede mantenerse en aquel poco de conocimiento que ha adquirido. Cuando pretende instruirse, le cuesta inmenso trabajo vencer su ignorancia; y cuando llega a instruirse, todavía es mayor el trabajo de pelear contra la vanagloria que esta ciencia le causa. Doma con mucho trabajo las rebeldías de su carne, y aun reprimidas las acciones exteriores, se ve precisado a padecer las ilusiones vagas y las representaciones molestas. Algunas veces se esfuerza a elevarse al conocimiento de la Naturaleza divina: pero sus ojos deslumhrados con los rayos de aquel infinito resplandor, se ven muy presto cubiertos de las sombras de los objetos terrenos que le son tan familiares. (S. Greg. el Grande, -lib. 8, c. 19, p. 286,- sent. 37, Tric. T. 9, p. 242, 243 y 244.)"

"Otros vicios solamente destruyen cada uno a la virtud contraria: la ira, destruye a la paciencia; la gula, a la abstinencia; la lujuria a la continencia. Pero la soberbia, raíz de todos los vicios, no contenta con arruinar una virtud sola, se levanta contra todo cuanto hay en el alma: es como una enfermedad general y pestilente que corrompe todo el cuerpo de tal modo, que en cuantas acciones se ejecutan con este vicio, aunque parezcan de virtud, no sirven a Dios, sino a la vanagloria. (S. Greb. el Grande, lib. 20, c. 18, sent. 9, adic.. Tric. T. 9, p. 379 y 380.)"

"Guardaos de la soberbia, huid toda ostentación temed la vanagloria, y despojaos de toda propia estimación; no haya presunción; no haya arrogancia; absteneos del fausto; dejad toda altanería; cortad todo cuanto huele a insolencia; no extendáis las soberbias alas para elevaros; no levantéis las alas dando atrevido y ambicioso vuelo a la vana estimación; nada presumáis de vosotros mismos; no os atribuyáis la gloria de bien alguno; no os remontéis para volar con vuestras propias alas. (S. Anselmo. Exhort. ad contemptum temporalium, sent. 9, Tric. T. 9, p. 340 y 341.)"

"Se se os muestra risueña la fortaleza, de ningún modo os hinchéis con el insolente orgullo; si la adversidad sopla maligna, no caigáis de ánimo; si sobreviene alguna calamidad, no os dejéis abatir; sed moderados en la prosperidad, y sufridos y constantes en las desgracias; sabed que Dios os envía el dolor como una prueba y un preservativo contra la soberbia. (S. Anselmo, ibid., sent. 13, Tric. T. 9, p. 342.)" "El que salte antes de abrir los ojos para tomar sus medidas, dará una gran caída. (S. Bem., de Cont. Mund., n. 29, sent. 110, Tric. T. 10, p. 328.)"