Muerte

"El que murmura, el que lleva con repugnancia la adversidad y cansado de sufrirla, prorrumpe en maldiciones, este vive en el error y no sigue los movimientos del espíritu. El Señor alaba al que es manso, humano y modesto, los espíritus celestiales le declaran dichoso y los hombres hacen su elogio; pero el que es duro y soberbio, sujeto a la ira, es detestable a los ojos de Dios, ya tiene por alimento una porción de la amargura de los demonios, por vino la hiél de los dragones y por refresco el mortal veneno de los áspides. Los que tienen el corazón puro verán la gloria de Dios; los que tienen el espíritu perverso, no tendrán otro objeto que al demonio. Los que cometen delitos, los que forman malos pensamientos, los que meditan mal contra su prójimo, ellos mismos se separan de la comunión divina. Por último, las personas que se ocupan en dar realce a la hermosura con el color encamado, y la blancura con pintarse, y las que se componen al espejo para inclinar a los hombres al mal y excitar en ellos las pasiones, encendiendo el amor impuro, serán tratadas en el día del juicio como los impíos, y castigadas por haber despreciado los preceptos de Dios. (S. Cirilo Alejand., sent. 18, Tric. T. 8, p. 103.)"

"Al que cree firmemente la resurrección de los muertos, no le aflige la misma muerte, ni perderá la paciencia en los dolores: ¿qué hay que sentir en la muerte de una persona, si no la tenemos perdida para siempre? No es más que un viaje lo que llamamos muerte, por lo que no se debe llorar la muerte del que partió antes que nosotros, antes bien, desear seguirle; y aun este mismo deseo se debe moderar con la paciencia. El excesivo sentimiento no es una señal de la más viva esperanza; desacredita nuestra fe, y es injurioso a Jesucristo el tener por infelices y dignos de compasión a los que El llama así. (Tertuliano, lib. de la Paciencia, c. 9, sent. 11, Tric. T. 1, p. 198.)"

"¿Por qué deseamos con tanta pasión permanecer en esta vida, siendo así que cuanto más larga sea, mayor será el peso de nuestros pecados? (S. Ambrosio, c. 2, sent. 16, Tric. T. 4, p. 316.)"

"Para los que tienen grande miedo a la muerte no es grande pena el morir; antes para estos debe ser mucha pena el vivir siempre con tanto miedo de morir. La muerte, pues, no es penosa; el temor de morir es el terrible. Ahora bien, este temor está en la opinión y esta opinión proviene de la flaqueza de nuestro natural; luego es contraria a la verdad. (S. Ambrosio, c. 8, sent. 18, Tric. T. 4, p. 316.)"

"La muerte da horror y la vida mortal aflicción. (San Agust., Psalm. 78, sent. 124, Tric. T. 7, p. 466.)"

"Para el justo siempre es buena la muerte de cualquier modo que le sobrevenga. (S. Agust., Psalm. 148, sent. 177, Tric. T. 7, p. 470.)"

"Yo temo la muerte porque es amarga; tengo miedo del infierno, porque jamás se acaba; tiemblo de oír esta palabra Tártaro, porque allí no hay color; temo las tinieblas, porque están separadas de la luz; temo el venenoso gusano, porque nunca muere; temo por causa de aquellos espíritus que han de asistir a mi juicio, porque son despiadados. Cuando me represento la sentencia terrible e irrevocable de aquel día, el respetable tribunal y el Juez incorruptible, me estremezco. Me horroriza aquel río de fuego que corre delante del tribunal, y su llama penetrante que todo lo consume, y las agudas espadas. Me dan miedo las más crueles penas. Temo un suplicio que no tiene fin. Temo las cadenas que no se pueden romper, el crujido de los dientes y los llantos que no se podrán aplacar. Temo las inevitables pruebas que resultarán contra mí, porque el Juez soberano no necesita de acusadores, testigos, demostraciones, ni probanzas. El mismo Señor expone a los ojos de los culpados sus acciones, intenciones y palabras. Ninguno puede librarse de las penas, ni huir: no el padre, la madre, el hermano, la hermana, los parientes o los vecinos, los amigos o protectores, los regalos ni las riquezas, en una palabra, todo el fausto del poder, de nada servirá; por el contrario, todo se disipará como ceniza y polvo, y se quedará solo el reo para ser condenado o absuelto según sus acciones. ¡Ay infeliz de mí, verdaderamente infeliz! Siento mi conciencia que me reprende, y todas las escrituras que claman: miro los abominables y vergonzosos delitos que tú has cometido. Así es, ¡ay de mí! que he profanado el templo de mi cuerpo y causado dolor a vuestro Espíritu Santo. ¡Oh Dios mío! Vuestras obras son sin acepción de personas, vuestros juicios son justos, vuestros caminos rectos, vuestras intenciones impenetrables. Yo padezco eternamente por el contento pasajero, de un pecado; me abraso por haber procurado placeres a mi cuerpo; reconozco la justicia de vuestros juicios; Vos me llamabais, y yo no obedecía; me dabais preceptos, y yo no atendía; me advertíais, y yo me reía de vuestras advertencias; leía y adquiría algunos conocimientos, y los creía; pero todo lo ejecutaba con negligencia, pereza y flojedad; me entregaba ciegamente a diferentes ocupaciones, cuidados y disputas, y triunfando en el seno de la pereza, me abandonaba todo a los excesos y gustos; he pasado mis años, meses y días y he empleado todo mi trabajo y ocupación en las cosas caducas y perecederas; jamás consideraba y reflexionaba el temor, el terror, el combate, la inquietud en que había de hallarse el alma cuando se separa del cuerpo. (S. Cirilo Alejad., sent. 15, Tric. T. 8, p. 100, 101 y 102.)"

"¡Oh hermanos míos! Considerad cuál será nuestro estado cuando cada uno de nosotros haya de dar cuenta de las acciones que haya hecho, así grandes como pequeñas: porque delante de aquel Juez tendremos que exponer hasta las palabras inútiles. ¿Qué será de nosotros en aquella hora? Pero si tenemos a nuestro Dios propicio, ¿qué alegría no sentiremos al vemos colocados a la diestra del Rey? ¿Cuáles serán los sentimientos de gratitud a vista de aquel inefable placer, cuando el Rey de los Reyes diga con aire de benevolencia a los que están a su derecha: Bienvenidos seáis, benditos de mi Padre; poseed el Reino que os está preparado desde el principio del mundo. Entonces entraremos en la posesión de aquellos bienes que los ojos no vieron, ni los oídos oyeron, ni el corazón del hombre los ha llegado a comprender: en una palabra, poseeremos todos los bienes que Dios ha preparado para sus amigos. (San Cirilo Alejandr., ibid., sent. 16, Tric. T. 8, p. 102.)"

"Es necesario practicar la máxima que nos enseñó San Pablo. Dice, que Jesucristo murió por todos, para que los que viven, no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos. Pasaron las antiguas figuras: ya todo es nuevo; ninguno, pues, conserve las anteriores costumbres ni haga una vida carnal: procuremos hacer cada día nuevos progresos en la virtud, y renovamos con las acciones de piedad y devoción; entretanto que el hombre vive sobre la tierra, siempre puede ser mejor; el no adelantar en la virtud, es volver atrás; el que nada adquiere de nuevo, algo pierde de lo que tenía. (S. León, Papa, Serm. 57, sent. 47, Tric. T. 8, p. 393 y 394.)"

"En todo hombre que se muda pasando de un estado a otro se puede mirar como fin el no ser lo que antes era, y como nacimiento el ser lo que antes no era. Pero importa mucho el ver para quién se vive o se muere, porque hay una muerte que es principio de nueva vida, y otra que es principio de peor muerte: debemos, pues, morir, respecto al diablo, y vivir para sólo Dios. Hemos de morir en cuanto a la iniquidad y resucitar para la justicia. (S. León, Papa, Serm. 69, sobre la Resurrec., sent. 57, Tric. T. 8, p. 396.)"

"Si creemos, amados míos, en el corazón lo que confesamos con la boca, nosotros fuimos con Jesucristo crucificados, muertos y sepultados con El, y también resucitados en el mismo tercero día. Por lo que dice el Apóstol: Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas que están arriba, en donde Jesucristo está sentado a la diestra de Dios Padre. Verdaderamente habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo aparezca, que es vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis con El en la gloria. Mas para que conozcan los fieles que tienen motivo para elevarse a la superior Sabiduría con desprecio de las concupiscencias del mundo, el mismo Señor nos promete su presencia, y dice: Advertid que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo. No en vano había dicho el Espíritu Santo por Isaías: Una Virgen concebirá y parirá un Hijo, cuyo nombre será Emmanuel; esto es. Dios con nosotros. Cumple Jesús con la propiedad de su nombre, y el que subió a los cielos, no desamparó a los hijos adoptivos. El que está sentado a la diestra del Padre habita en todo el cuerpo de los fieles, y el mismo que acá conforta por la paciencia, desde arriba nos convida a la gloria. (S. León, Papa, Serm. 72, sent. 60, Tric. T. 8, p. 397.)"

"Quiso el Señor que se nos ocultase el tiempo de nuestra muerte, para que la misma incertidumbre de aquel momento nos obligase a estar siempre bien dispuestos. (S. Greg. el Grande, lib. 12, c. 38, p. 408, sent. 56, Tric. T. 9, p. 251.)"

"Hipócrates enseña a salvar la vida, en el mundo, y Cristo a perderla. (S. Bem., Serm. 31, sent. 143, Tric. T. 10, p. 330.)"