María Santísima

"Así como Eva fue engañada con las palabras del ángel malo, para huir de Dios, habiendo quebrantado su precepto, así María fue evangelizada, o se la anunció con las palabras del Angel bueno, para que llevase en sus entrañas a Dios, obedeciendo a su palabra, para que María Virgen, fuese abogada de Eva, virgen inobediente; y así como el linaje humano quedó sujeto a la muerte por medio de una virgen, se vea libre por medio de otra Virgen, disponiendo Dios con igualdad contra la desobediencia de una virgen y la obediencia de otra Virgen. (S. Ireneo, sent. 3, Tric. T. 1, p. 345.)"

"El Espíritu Santo descendió al seno de la Virgen acompañado de todas las virtudes inseparables de su divina esencia, y convenientes a su soberanía: la llenó de tantos bienes, que la hizo agradable en todo, y mereció llamarse "llena de gracia", porque estando llena del Espíritu Santo, recibió la plenitud de toda suerte de gracias, y la cubrió con su sombra y la virtud del Altísimo. Ahora, pues, no se puede dudar que conservó inviolablemente esta virtud desde su concepción hasta su muerte; porque no se puede imaginar que esta plenitud de gracias fuese pasajera en la Santísima Virgen. Pero es preciso creer que se la comunicó para todos los tiempos, así como no fue una sola vez cuando la cubrió la virtud del Altísimo con su sombra, sino que la cubre y rodea todavía, y siempre la coronará; de suerte, que la presencia continua del Espíritu Santo, la hará eternamente llena de gracia. (S. Atanasio, de Sanctis. Deipar., sent. 4, Tric. T. 2, p. 171 y 172.)"

"Con razón se llama María sobre todas las mujeres la llena de gracia, porque ella solo consiguió una gracia tan singular, que ninguna otra criatura la ha merecido semejante, pues quedó llena del mismo Autor de la gracia. (S. Ambrosio, in lib. 2, c. 1, sent. 76, Tric. T. 4, p. 328.)"

"María, no solamente era Virgen en el cuerpo, sino también en el espíritu. Jamás con disimulo alguno alteró la pureza y sinceridad de su alma. Era humilde de corazón, prudente en su conducta, grave en sus discursos, reservada en sus palabras, aplicada a la lectura; más ponía su confianza en las oraciones de los pobres, que en la incertidumbre de los bienes de la tierra; se ocupaba en el trabajo y ponía en Dios más que en los hombres el juicio de su conciencia: siempre era incapaz de hacer mal a nadie, y estaba dispuesta para hacer bien a todo el mundo; tenía gran respeto a las más ancianas; vivía sin envidia con las de su edad, distante de las vanidades, aplicada a la recta razón, y aficionada a la virtud. Si alguna vez se la vio en las concurrencias de los hombres, era en aquellas a donde la llamaba la caridad y en donde no tuviese motivos de avergonzarse. Sus ademanes ni sus pasos nada tenían de afectados o de libres, y todo el exterior de su persona representaba la pureza de su alma, y era una excelente imagen de su interior santidad. Algunas veces ayunaba por dos días, y cuando tomaba el alimento, no escogía las viandas; comía más para mantener la vida, que para buscar el placer; sola la necesidad la hacía rendirse al sueño, y aun cuando el cuerpo descansaba, velaba su espíritu. Jamás salía sino para ir al templo, y siempre en compañía de sus parientes. En el retiro de su casa, jamás estaba ociosa, ni se presentaba fuera sola, aunque nadie la podía guardar con tanta seguridad como ella misma. (S. Ambrosio, de Virgi., lib. 2, sent. 195, Tric. T. 4, p. 341.)"

"Dios no nos da todavía Déboras y Jabeles quecos socorran; pero tenemos la Santísima Virgen María, Madre de Dios, que intercede en favor nuestro. Y a la verdad, si una mujer que Dios sacó de entre el común del pueblo, tuvo en otra ocasión poder para vencer los enemigos de Dios, ¿cuánto mayor le tendrá la que es Madre del mismo Jesucristo, para confundir los enemigos de la verdad? (S. Juan Cri-sóst., Serm. 6 de Martyrib., n. 3, sent. 245, Tric. T. 6, p. 350.)"

"Supliquemos a la santa y gloriosa Virgen María, que es la Madre de Dios; supliquemos a los Santos e ilustres Apóstoles de Jesucristo; supliquemos a los Santos Mártires. (S. Juan Crisóst., ibid., sent. 246. Tric. ibid., ibid.)"

"Me he pasmado de que hubiese personas que dudasen si la Bienaventurada Virgen era llamada Madre de Dios o no. Porque si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿cómo no ha de ser madre de Dios, la Virgen que le parió? Esta fe traspasaron a nosotros los discípulos de nuestro Salvador, y si no hicieron mención de esta expresión, la hemos aprendido por otra parte de los Santos Padres. (S. Cirilo Alejand., Ep. 1, T. 2, sent. 11, Tric. T. 8, p. 99.)"

Todos los días ocurre a las almas fieles que meditan las cosas divinas, que nuestro Salvador nació de una Madre Virgen. Esta meditación que eleva el alma al conocimiento de su Criador, sea entre los gemidos de la oración, o en la alegría de las alabanzas divinas, o bien en el ofrecimiento del sacrificio, debe tener por objeto principal este gran prodigio que el Hijo de Dios ha obrado. (S. León, Papa, Serm. 25, sent. 18, Tric. T. 8, p. 304.)"

"El nacimiento de la Virgen es la prenda de las divinas promesas, y como un voto de que Dios ha de nacer.. Era preciso que viniese al mundo, como la primogénita de las criaturas, porque de ella había de nacer el primogénito de todas las obras de Dios. (S. Juan Damas., Orat., de Nativ. Virg., sent. 9, Tric. T. 9, p. 293.)"

"La bienaventurada Virgen es superior a todas las alabanzas que se la pueden dar... María es un asilo y un lugar seguro para todos los que buscan el refugio de su amparo.. Tener para con Vos, ¡oh dichosa Virgen! una devoción singular, es tener aquellas armas defensivas que Dios pone en la mano a los que quiere salvar. (S. Juan Damas., Orat., de Assumpt., sent. 10, Tric. ibid., ibid.)"

"A ti vengo, sagrado, sepulcro de la Madre de Dios, que después de la sepultura del Señor eres el más santo, porque en ti estuvo aquella de quien nació el Autor de la vida, y fue como una fuente de donde después dimanó la resurrección, -yo te hablo como si fueras un ser vivo y animado de alma racional:- ¿en dónde está aquel oro tan puro que los Apóstoles depositaron en tu seno? ¿En dónde está aquel precioso cuerpo de la Virgen madre, inagotable tesoro de espirituales riquezas? ¿En dónde está aquel inestimable conjunto de las más raras maravillas? ¿En dónde está aquella mina preciosísima que nos dio el Autor de la Vida? ... Por último, ¿ en dónde está el cuerpo virginal de la Madre de Dios, tan hermoso, tan puro y tan amable? Mas ¿para qué buscáis en el sepulcro a la que vive en lo más alto de los cielos a donde ha sido elevada? ¿Por qué me pides cuenta del tesoro que en mí depositaron? Yo no tengo fuerza para resistir a las órdenes del Omnipotente. Ese sagrado cuerpo dejó los lienzos en que estaba envuelto, y dejándome santificado con su presencia de algunos días, y llenándome del perfume delicioso, del olor más agradable, después de haber hecho templo en donde descansaba aquel santuario de la divinidad, le levantaron de aquí y le llevaron al cielo en compañía de los Angeles, de los Arcángeles y de todas las celestiales virtudes. (. Juan Damas., ibid., sent. 11, Tric. ibid., p. 293 y 294.)"

Dignaos, piadosísima Señora, de orar por nosotros en el cielo, de tal suerte, que con vuestra poderosa intercesión nos perdone Dios en el cielo los pecados que hemos cometido sobre la tierra; porque no hay en nosotros pecado tan grande que no pueda quedar borrado si queréis abrir la boca en favor nuestro. ¡Oh, Santísima Virgen María! Haced que experimentemos la eficacia de vuestras súplicas los que, instruidos por nuestra fe, creemos firmísimamente que vos sois Virgen y Madre de Dios. Haced que los que confesamos que habéis concebido y parido un Hombre-Dios, tengamos el gozo de haber llegado a la salud eterna por vuestra santa protección, y que los que hacemos profesión de reconocer que la gracia os ha sublimado en gloria y méritos sobre todos lo hombres, tengamos el dulce contento de deberos, después de Dios, la participación y posesión de la eterna bienaventuranza. Siempre que Dios nos comunique sus gracias, proteged-nos para que no perdamos por vanidad el fruto. Si nos sobreviene alguna desgracia o tentación, presentaos en favor nuestro al trono de la gracia, para impedir que nos rindamos. Yo os suplico. Reina augusta y llena de bondad, que de tal suerte ofrezcáis a Dios por nosotros en el cielo el suave incienso de vuestra súplicas, que seamos dignos de gozar, después de nuestra muerte, de las alegrías celestiales. Amén. (S. Anselmo, Orat. 54, sent. 49, Tric. T. 9, p. 355 y 356.)"

"¡Oh felicísima Virgen! Así como es preciso que perezca el que es arrojado y despreciado de Vos, así es imposible que se pierda aquel a quien reduzcáis y en quien pongáis los ojos. (S. Anselmo, Orat. 51, sent., 50, Tric. T. 9, p. 356.)"

"El que conserva su cuerpo puro, guarda una buena fortaleza. (S. Bem., Serm. 2, de Assumpt., n. 2, sent. 130, Tric. T. 10, p. 330.)"