Celo
"El que se reputa como caminante al
trono de su Dios, no se quita la vida, porque lo prohíbe la ley, pero procura
separar su alma de todas las afecciones terrenas, lo cual es según la ley; y
cuando nuestra alma ha vencido las pasiones, logra una vida más gloriosa:
porque solamente permite a su cuerpo el uso de las cosas necesarias, y le quita
lo superfluo que es lo que pudiera perdernos y ser causa de la muerte. (S. Clemente, Pedagogo, sent. 14, lib. 6, Tric. T. 1,
p. 125.)"
"No se ha de poner en el número de los
vicios el calor y viveza de espíritu, sin la cual nada grande se puede hacer en
la piedad, ni en cualquiera otra virtud: las que son reprensibles son la
imprudencia y la ignorancia cuando se juntan con esta viveza y este fuego;
porque de aquí nace la temeridad. En efecto, los espíritus lentos e imbéciles,
tan incapaces son del vicio como de la virtud; son semejantes en los pasos a los
hombres pesados y perezosos, que nunca se alejan mucho ni hacia un lado ni hacia
otro: pero si los espíritus vivos, activos y ardientes se dejan gobernar y
moderar de la razón, harán, sin duda, grandes y prontos progresos en la
virtud; como , al contrario, si están destituídos de las luces de la razón y
de la ciencia, se precipitarán con igual rapidez en el vicio. (S. Greg. Nacianc., Orat, 26 sent. 40, Tric. T. 3, p.
358.)"
Celo necesita el Sacerdote que procura
conservar inmaculada la pureza de la Iglesia. (S. Ambrosio, in Psalm. 1 18, sent. 35, Tric. T. 4, p.
404.)"
"Trabajemos por la salvación de
nuestros hermanos. Un hombre honrado, abrasado de zelo de una fe viva, es capaz
de corregir a un pueblo entero. (S. Juan Crisóst., Homil. 2, ad popul. Antioch., sent. 3, Tric. T. 6, p.
301.)"
"Hay grande diferencia entre el
movimiento de la cólera que excita en nosotros la impaciencia y la indignación
que nace del celo de la justicia: porque el primero es efecto del vicio, y la
segunda lo es de la virtud. A la verdad, si la indignación y enojo no vinieran
algunas veces de la virtud, no hubiera aplacado Finees la venganza de Dios con
su espada. Helí, por el contrario, excitó el furor de la divina venganza,
porque no se armó del santo movimiento del celo, y la severidad de la divina
ira se encendió con más ardor contra él, a proporción de la tibieza y
blandura que había manifestado en los pecados de sus hijos. De esta laudable
ira se habla en un Salmo que dice: Enojaos, y no queráis pecar. Esto no
entienden bien los que no quieren que nos enojemos contra las culpas de nuestro
prójimo, sino sólo contra las nuestras. Pues si es verdad que debemos amar a
nuestro prójimo como a nosotros mismos, se sigue que debemos enojarnos contra
sus pecados como contra los nuestros. (S. Greg. el Grande, lib. 5, c. 48, p.
177, sent. 17, Tric. T. 9. p. 235.)"
"El celo sin la discreción y la
ciencia, cuanto más se hace para aprovechar, es más pernicioso. (S. Bern., de Convers., ad Cler., n. 38, sent. 108,
Tric. T. 10, p. 328.)"
"Me he indignado contra el insensato,
viendo la paz de los impíos, dice el Salmista (LXXII, 3): El desfallecimiento se ha apoderado dé mí al ver los
pecadores que abandonan vuestra ley, Señor. (CXVIII, 53). Mis ojos derraman torrentes de lágrimas porque se
viola nuestra ley. (Psalm. CXVIII, 136). (Barbier,
T. 4, p. 636.)"
"El ardor de mi celo me consume, Señor,
porque mis perseguidores han despreciado vuestras palabras. (Psalm. CXVIII,
139). He visto a los prevaricadores, y me he secado en las angustias, porque no
han observado vuestros mandamientos. (Psalm. CXV111, 158). ¿Qué haces, Elías?
dice el Señor. El Profeta le responde: Ardo de celo por Vos, Señor, Dios de
los ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado vuestra alianza, han
destruido vuestros altares. (3 Reg. XIX, 9, 10). ¿Quién dará agua a mi
cabeza, dice Jeremías, y a mis ojos un manantial de lágrimas? y llorará noche
y día para aquellos de mi pueblo que han encontrado la muerte. (IX, ! ). (Barbier, ¡bid., ¡bid.).
¿Quién ignora el celo de los Apóstoles? ¿Cómo
doce hombres, sin armas, sin dinero y sin ningún recurso humano, logran
destruir la idolatría, y que abracen la religión? Con su celo tan ardiente, el
que no les permitía un instante permanecer ociosos, y así se les veía
recorrer aldeas, pueblos, ciudades, provincias y reinos, hechos innegables, pero asombrosos, que prueban un poder
sobrehumano. ¿Quién hizo a tantos millones de mártires? El celo. ¿Quién ha
poblado los desiertos? El celo. ¿Quién hace a los confesores? El celo. ¿Quién
movió a San Bernardo para convertir a sus parientes que se oponían a que
abrazara el estado religioso, el que inflamara la voluntad de sus oyentes a
despreciar el mundo, y a que tan prodigiosamente se aumentara el Orden de San
Benito? El celo grande que el Espíritu Santo llenó en su corazón (in ejus
vita). Bien se vio en el Grande Patriarca Santo Domingo de Guzmán que, cual
otro ángel llamaba a todos los hombres al cielo con sus palabras, su vida y sus
ejemplos: y abrasado en el sagrado fuego del amor divino, se esforzaban en
infundirlo en todos los corazones. Preguntándosele de qué libro sacaba tan
ardientes discursos, respondió: Del libro de la caridad: no me fijo más que en
este libro, del cual saco palabras, no hinchadas, sino inflamadas (in ejus vita).
Lo mismo dice San Buenaventura de San Francisco de Asís, y en la misma fragua
del amor de Dios y del prójimo se abrasaron San Vicente Ferrer, San Antonio de
Padua, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, y en una palabra, todos los
varones Apostólicos. (Barbier, T. 4, p. 440 y 341.)"