DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 11,1-20

Sofar expone la doctrina tradicional

Sofar de Naamat habló a su vez y dijo:

«¿Va a quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el charlatán?, ¿hará callar a otros tu locuacidad?, ¿te burlarás sin que nadie te confunda? Tú has dicho: «Mi doctrina es limpia, soy puro ante tus ojos». Pero que Dios te hable, que abra los labios para responderte; él te enseñará secretos de sabiduría, retorcerá tus argucias, y sabrás que aun parte de tu culpa te la perdona.

¿Pretendes sondear el abismo de Dios o alcanzar los límites del Todopoderoso? El es la cumbre del cielo: ¿qué vas a saber tú?; es más hondo que el abismo: ¿qué sabes tú? Es más largo que la tierra y más ancho que el mar. Si se presenta y encarcela y cita a juicio, ¿quién se lo puede impedir? El conoce a los hombres falsos, ve su maldad y la penetra. Pero el mentecato cobrará sentido cuando un asno salvaje se domestique.

Si diriges tu corazón a Dios y extiendes las manos hacia él, si alejas tu mano de la maldad y no alojas en tu tienda la injusticia, podrás alzar la frente sin mancilla; acosado, no sentirás miedo, olvidarás tus desgracias o las recordarás como agua que pasó; tu vida resurgirá como un mediodía, tus tinieblas serán como la aurora; tendrás seguridad en la esperanza, te recogerás y te acostarás tranquilo, dormirás sin sobresaltos, y muchos buscarán tu favor. Pero a los malvados se les ciegan los ojos, no encuentran refugio, su esperanza es sólo un suspiro».


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 10, 7-8.10: PL 75. 922.925-926)

La ley del Señor abarca muchos aspectos

La ley de Dios, de que se habla en este lugar, debe entenderse que es la caridad, por la cual podemos siempre leer en nuestro interior cuáles son los preceptos de vida que hemos de practicar. Acerca de esta ley, dice aquel que es la misma Verdad: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Acerca de ella dice san Pablo: Amar es cumplir la ley entera. Y también: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos.

Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque la caridad celosa y solícita incluye los actos de todas las virtudes. Lo que empieza por sólo dos preceptos se extiende a innumerables facetas.

Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo, cuando dice: El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es ambicioso ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

El amor es paciente, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es afable porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloría de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.

No es ambicioso, porque, dedicado con ardor a su provecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta, porque considera como ajenas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya quesólo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con él. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí mismo a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

No se alegra de la injusticia, porque, anheloso únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí mismo, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, cómo esta ley de Dios abarca muchos aspectos.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 12, 1-25

Dios está por encima de toda sabiduría humana

Respondió Job:

«¡Qué gente tan importante sois, con vosotros morirá la sabiduría! Pero también yo tengo inteligencia y no soy menos que vosotros: ¿quién no sabe todo esto? Soy el hazmerreír de mi vecino, yo, que llamaba a Dios, y me escuchaba (¡el hazmerreír, siendo honrado y cabal!); una tea que no aprecia el satisfecho, pero que sirve a unos pies que vacilan; mientras tanto hay paz en las tiendas de los salteadores, y viven tranquilos los que desafían a Dios, pensando que lo tienen en su puño.

Pregunta a las bestias, y te instruirán; a las aves del cielo, y te informarán; a los reptiles del suelo, y te darán lecciones; te lo contarán los peces del mar; con tantos maestros, ¿quién no sabe que la mano de Dios lo ha hecho todo? En su mano está el respiro de los vivientes y el aliento del hombre de carne.

¿No distingue el oído las palabras, y no saborea el paladar los manjares? ¿No está en los ancianos la sabiduría, y la prudencia en los viejos? Pues él posee sabiduría y poder; la perspicacia y la prudencia son suyas. Lo que él destruye nadie lo levanta; si él aprisiona, no hay escapatoria; si retiene la lluvia, viene la sequía; si la suelta, se inunda la tierra.

El posee fuerza y eficacia, suyos son el engañado y el que engaña; conduce desnudos a los consejeros y hace enloquecer a los gobernantes, despoja a los reyes de sus insignias y les ata una soga a la cintura, conduce desnudos a los sacerdotes y trastorna a los nobles, quita la palabra a los confidentes y priva de sensatez a los ancianos, arroja desprecio sobre los señores y afloja el cinturón de los robustos; revelu lo más hondo de la tiniebla y saca a la luz las sombras, levanta pueblos y los arruina, dilata naciones y las destierra, quita el talento a los jefes y los extravía por una inmensidad sin caminos, por donde van a tientas en lóbrega oscuridad, tropezando como borrachos.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lih 10, 47-48: PL 75, 946-947)

El testigo interior

El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores, posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y así, embelesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había comenzado. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de separación de él.

Otras veces, por el contrario, la voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y recibe a cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar descanso fuera. Entonces pone toda su esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora solamente la ayuda del testigo interior; así, el alma afligida, rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia totalmente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.

Con razón, pues, se afirma aquí: El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará, porque los malvados, al reprobar a los buenos, demuestran con éllo cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.

Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.

El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero, y lo verdadero como falso.

La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.



MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 13, 13-14, 6

Job apela al juicio de Dios

Respondiendo Job a sus amigos, dijo:

«Guardad silencio, que voy a hablar yo: venga lo que viniere, me lo jugaré todo, llevando en la palma mi vida, y, aunque me mate, lo aguantaré, con tal de defenderme en su presencia; esto sería ya mi salvación, pues el impío no comparece ante él.

Escuchad atentamente mis palabras, prestad oído a mi discurso: he preparado mi defensa y sé que soy inocente. ¿Quiere alguien contender conmigo? Porque callar ahora sería morir.

Asegúrame sólo estas dos cosas, y no me esconderé de tu presencia: que mantendrás lejos de mí tu mano y que no me espantarás con tu terror, después acúsame, y yo te responderé, o hablaré yo, y tú me replicarás: ¿Cuántos son mis pecados y mis culpas?; demuéstrame mis delitos y pecados; ¿por qué te tapas la cara y me tratas como a tu enemigo?, ¿por qué asustas a una hoja que vuela y persigues la paja seca? Apuntas en mi cuenta rebeldías, me imputas las culpas de mi juventud y me metes los pies en cepos, vigilas todos mis pasos y examinas mis huellas.

El hombre, nacido de mujer, corto de días, harto de inquietudes, como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar; se consume como una cosa podrida, como vestido roído por la polilla. ¿Y en uno así clavas los ojos y lo llevas a juicio contigo? ¿Quién sacará lo puro de lo impuro? ¡Nadie!

Si sus días están definidos y sabes el número de sus meses, si le has puesto un límite infranqueable, aparta de él tu vista, para que descanse y disfrute de su paga como el jornalero».


SEGUNDA LECTURA

San Zenón de Verona, Tratado 15 (2: PL 11, 441-443)

Job era figura de Cristo

Job, en cuanto nos es dado a entender, hermanos muy amados, era figura de Cristo. Tratemos de penetrar en la verdad mediante la comparación entre ambos. Job fue declarado justo por Dios. Cristo es la misma justicia, de cuya fuente beben todos los bienaventurados; de él, en efecto, se ha dicho: Los iluminará un sol de justicia. Job fue llamado veraz. Pero la única verdad auténtica es el Señor, el cual dice en el Evangelio: Yo soy el camino y la verdad.

Job era rico. Pero, ¿quién hay más rico que el Señor? Todos los ricos son siervos suyos, a él pertenece todo el orbe y toda la naturaleza, como afirma el salmo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. El diablo tentó tres veces a Job. De manera semejante, como nos explican los Evangelios, intentó por tres veces tentar al Señor. Job perdió sus bienes. También el Señor, por amor a nosotros, se privó de sus bienes celestiales y se hizo pobre, para enriquecernos a nosotros. El diablo, enfurecido, mató a los hijos de Job. Con parecido furor, el pueblo farisaico mató a los profetas, hijos del Señor. Job se vio manchado por la lepra. También el Señor, al asumir carne humana, se vio manchado por la sordidez de los pecados de todo el género humano.

La mujer de Job quería inducirlo al pecado. También la sinagoga quería inducir al Señor a seguir las tradiciones corrompidas de los ancianos. Job fue insultado por sus amigos. También el Señor fue insultado por sus sacerdotes, los que debían darle culto. Job estaba sentado en un estercolero lleno de gusanos. También el Señor habitó en un verdadero estercolero, esto es, en el cieno de este mundo y en medio de hombres agitados como gusanos por multitud de crímenes y pasiones.

Job recobró la salud y la fortuna. También el Señor, al resucitar, otorgó a los que creen en él no sólo la salud, sino la inmortalidad, y recobró el dominio de toda la naturaleza, como él mismo atestigua cuando dice: Todo me lo ha entregado mi Padre. Job engendró nuevos hijos en sustitución de los anteriores. También el Señor engendró a los santos apóstoles como hijos suyos, después de los profetas. Job, lleno de felicidad, descansó por fin en paz. Y el Señor permanece bendito para siempre, antes del tiempo y en el tiempo, y por los siglos de los siglos.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 18, 1-21

La luz del impío se apagará

Bildad de Suj habló a su vez y dijo:

«¿Hasta cuándo andarás a la caza de palabras? Reflexiona y luego hablaremos. ¿Por qué nos consideras unas bestias, y nos tienes por idiotas? Tú, que te despedazas con tu cólera, ¿podrás despoblar la tierra o mudar las rocas de su sitio? La luz del malvado se apaga y no brilla la llama de su hogar, se oscurece la luz de su tienda y se le apaga la lámpara, se acortan sus pasos vigorosos y sus propios planes lo derriban; sus pies lo llevan a la red y camina entre mallas, un lazo lo engancha por los tobillos y la trampa se cierra sobre él, hay nudos escondidos en el suelo y trampas en su senda.

Lo rodean terrores que lo espantan y dispersan sus pisadas; su vigor queda demacrado y la desgracia se pega a su costado, la enfermedad se ceba en su piel, devora sus miembros la primogénita de la Muerte; lo arrancan de la paz de su tienda para conducirlo al Rey de los terrores;el fuego se asienta en su tienda, y esparcen azufre en su morada; por debajo sus raíces se secan, por arriba su ramaje se marchita.

Su recuerdo se acaba en el país y se olvida su nombre a la redonda; expulsado de la luz a las tinieblas, desterrado del mundo, sin prole ni descendencia entre su pueblo, sin un superviviente en su territorio. De su destino se espantan los del poniente y los del levante se horrorizan: "¡Tal es la morada del malvado que no reconoce a Dios!"»


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 11, 2, 3-3, 5: CSEL 33, 282-284)

Mira, tu voz es mi gozo

Tuyo es el día, tuya es la noche: a una indicación tuya vuelan los instantes. Concédeme, pues, tiempo para meditar las profundidades de tu ley y no des con la puerta en las narices a quienes se acercan a llamar a ella. Pues no en vano quisiste que se escribieran los misteriosos secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos que en ellos se refugien y recojan, trisquen y pazcan, descansen y rumien?

Oh Señor, perfeccióname y revélamelos. Mira, tu voz es mi gozo, tu voz vale más que todos los placeres juntos. Dame lo que amo: pues amo, e incluso esto es don tuyo. No dejes abandonados tus dones ni desprecies tu hierba sedienta. Te contaré todo lo que descubriere en tus libros, para proclamar tu alabanza, abrevarme en ti y considerar las maravillas de tu ley, desde el principio en que creaste el cielo y la tierra, hasta el reino de tu ciudad santa, que, contigo, será perdurable.

Señor, ten piedad de mí y escucha mi deseo. Pues pienso que no es un deseo terreno: porque no ambiciono oro, ni plata, ni piedras o vestidos suntuosos, ni honores, ni cargos o deleites carnales, ni tampoco lo necesario para el cuerpo y para la presente vida de nuestra peregrinación, cosas todas que se darán por añadidura a todo el que busque el reino de Dios y su justicia.

Fijate, Dios mío, cuál es el origen de mi deseo. Me contaron los insolentes cosas placenteras, pero no según tu voluntad, Señor. He aquí el origen de mi deseo. Fíjate, Padre, mira, ve y aprueba, y sea grato ante el acatamiento de tu misericordia que yo halle gracia ante ti, para que me sean abiertos, al llamar yo, los íntimos secretos de tus palabras. Te lo suplico por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, el hombre de tu diestra, el hijo del hombre, a quien confirmaste como mediador tuyo y nuestro, por medio del cual nos buscaste cuando no te buscábamos, y nos buscaste para que te buscáramos, tu Palabra por la cual hiciste todas las cosas y, entre ellas, también a mí; tu Unigénito, por medio del cual llamaste a la adopción al pueblo de los creyentes, y, en él, también a mí: te lo suplico por aquel, que se sienta a tu derecha e intercede ante ti por nosotros, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer. Esos tesoros son los que yo busco en tus libros. Moisés escribió de él: lo dijo el mismo Cristo, lo dijo la Verdad.

Pueda yo escuchar y comprender cómo al principio creaste el cielo y la tierra. Lo escribió Moisés: lo escribió y se fue; marchó de aquí: de ti a ti, pues que ahora no está ante mí. Pues de estar, lo agarraría y le pediría conjurándolo por ti, que me explicara estas cosas, y yo prestaría la atención de mis oídos corporales a los sonidos que brotasen de su boca. Claro que si hablase en hebreo, en vano pulsaría a las puertas de mis sentidos ni de ello mi inteligencia sacaría provecho alguno; en cambio, si me hablara en latín, sabría lo que decía. Pero no pudiendo preguntarle a él, te ruego a ti, oh Verdad, de la que estando lleno él, dijo cosas verdaderas. Te ruego, Dios mío, te ruego, que perdones mis pecados; y tú que concediste a aquel siervo tuyo decir estas cosas, concédeme también a mí poder comprenderlas.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 19,1-29

Job, desesperado, renace a la esperanza

Respondió Job:

«¡Hasta cuándo seguiréis afligiéndome y aplastándome con palabras? Ya van diez veces que me sonrojáis y me ultrajáis sin reparo. Si es que he cometido un yerro, con ese yerro me quedo yo: ¿queréis cantar victoria echándome en cara mi afrenta? Pues sabed que es Dios quien me ha trastornado envolviéndome en sus redes.

Grito "violencia", y nadie me responde; pido socorro, y no me defienden; él me ha cerrado el camino, y no tengo salida; ha llenado de tinieblas mi sendero, me ha despojado de mi honor y me ha quitado la corona de la cabeza; ha demolido mis muros y tengo que marcharme, ha descuajado mi esperanza como un árbol; ardiendo en ira contra mí, me considera su enemigo. Llegan en masa sus escuadrones, apisonan caminos de acceso y acampan cercando mi tienda.

Mis hermanos se alejan de mí, mis parientes me tratan como a un extraño, me abandonan vecinos y conocidos y me olvidan los huéspedes de mi casa; mis esclavas me tienen por un extraño, les resulto un desconocido; llamo a mi esclavo, y no me responde, y hasta tengo que rogarle. A mi mujer le repugna mi aliento, y mi hedor a mis propios hijos; aun los chiquillos me desprecian, y me insultan si intento levantarme; mis íntimos me aborrecen, los más amigos se vuelven contra mí. Se me pegan los huesos a la piel, he escapado por un pelo.

¡Piedad, piedad de mí, amigos míos, que me ha herido la mano de Dios! ¿Por qué me perseguís como Dios y no os hartáis de escarnecerme? ¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre; con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final me alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.

¡El corazón se me deshace en el pecho! Y si decís: "¿Cómo le perseguiremos, cómo hallaremos de qué acusarlo?" Temed la espada, porque la ira castiga las culpas, y sabréis que hay quien juzga».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 1, 1—2, 3 CSEL 33, 344-347)

Me llamaste para que te invocara

Te invoco, Dios mío, misericordia mía, que me creaste y no te olvidaste del que se olvidó de ti. Te invoco en bien de mi alma, a la que tú preparas para acogerte con el deseo mismo que tú le inspiras. Ahora no abandones al que te invoca, tú que antes de que te invocase me preveniste con un insistente crescendo de los más variados reclamos, para que te oyera de lejos y me convirtiera y me llamaste para que te invocara.

Porque tú, Señor, borraste todos mis méritos malos, para no tener que retribuir las obras de mis manos, con las que te fallé, y previniste todos mis méritos buenos para poder retribuir las obras de tus manos, con las que me hiciste. Porque antes de que yo existiera, existías tú; yo no existía, para que me pudieras otorgar el don de la existencia: y he aquí que, no obstante, existo gracias a tu bondad que previno todo esto que me hiciste y de donde me hiciste. Porque ni tú tenías necesidad de mí, ni yo era un bien tal con el que pudieras ser ayudado, Señor mío y Dios mío. Ni quieres que yo te sirva como si estuvieras fatigado de trabajar, o como si tu poder sufriera merma de no contar con mi ayuda. Ni eres como la tierra, que si no se la cultiva permanece inculta: si he de servirte y darte culto es para recibir el bien de ti, que me das el ser precisamente para colmarme de bienes.

En efecto: de la plenitud de tu bondad subsiste toda criatura, para que el bien —que a ti no podía serte de provecho ni, procediendo de ti, serte igual, y que, sin embargo, podía ser hecho por ti— no faltase. Porque, ¿qué pudieron merecer de ti el cielo y la tierra que tú creaste al principio? Que me digan los méritos que hicieron ante ti tanto la naturaleza espiritual como la corporal, que tú creaste en tu sabiduría, para que de ellas pendieran todas las cosas —si bien esbozadas e informes—, cada cual en su género, espiritual o corpóreo, que van a la deriva y en una lejanísima desemejanza tuya. Y aunque lo espiritual informe sea superior a un cuerpo formado, y un cuerpo formado sea preferible a la nada absoluta, todas, como en embrión, dependían de tu Palabra; y sin ella que habría de reconducirlas a tu unidad, no habrían podido ser formadas para ser totalmente buenas y ni siquiera recibir la existencia de ti, único y sumo Bien. ¿Qué pudieron merecer de ti para ser siquiera informes, cuando ni aun esto serían si no fuera por ti?

¿Qué pudo merecer de ti la materia corpórea para existir, aunque opaca y desordenada, ella que ni siquiera sería esto si tú no la hubieras creado? Por tanto, al no existir, mal podía hacer méritos ante ti para llegar a la existencia. O ¿qué pudo merecer de ti la incipiente criatura espiritual para que, aunque tenebrosa, tuviera una existencia fluctuante semejante al abismo, desemejante de ti, si la acción de tu Palabra no la hubiera reconvertido al mismo elemento primordial del que había sido formada, e, iluminada por ella, se transformase en luz, luz que sin ser exactamente igual a ti, es sin embargo conforme a la Forma igual a ti?

Para el espíritu creado lo bueno es estar siempre junto a ti, para no perder, alejándose de ti, la luz conquistada por su conversión a ti, por miedo de recaer en una vida semejante al abismo tenebroso. En otro tiempo, también nosotros —que en cuanto al alma, somos criaturas espirituales—, cuando te volvimos las espaldas, a ti que eres nuestra luz, fuimos efectivamente en esta vida tinieblas, y aún ahora nos debatimos entre los restos de nuestra oscuridad, hasta que seamos, en tu Unigénito, justicia como las altas cordilleras: ya que antes fuimos como tus sentencias: un océano inmenso.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 22, 1-30

Elifaz exhorta a Job a reconciliarse con Dios

Elifaz de Temán habló a su vez y dijo:

«¿Puede un hombre ser útil a Dios?, ¿puede un sabio serle útil? ¿Qué saca el Todopoderoso de que tú seas justo o qué gana si tu conducta es honrada? ¿Acaso te reprocha el que seas religioso o te lleva a juicio por ello? ¿No es más bien por tu mucha maldad y por tus innumerables culpas? Exigías sin razón prendas a tu hermano, arrancabas el vestido al desnudo, no dabas agua al sediento y negabas el pan al hambriento. Como hombre poderoso, dueño del país, privilegiado habitante de él, despedías a las viudas con las manos vacías, hacías polvo los brazos de los huérfanos.

Por eso te cercan lazos, te espantan terrores repentinos y oscuridad que no te deja ver, y te sumergen aguas desbordadas. ¿No es Dios la cumbre del cielo? ¡Y mira qué alto está el cenit sobre los astros! Tú dices: "¿Qué sabe Dios; puede distinguir a través de los nubarrones?, las nubes lo tapan y no le dejan ver cuando se pasea por la órbita del cielo".

¿Quieres tú seguir la vieja ruta que hollaron mortales perversos, arrastrados prematuramente cuando la riada inundó sus cimientos? Decían a Dios: "Apártate de nosotros, ¿qué puede hacernos el Todopoderoso?" El les había llenado la casa de bienes y ellos lo excluían de sus planes perversos. Los justos al verlo se alegraban, los inocentes se burlaban de ellos: "¡Se han acabado sus posesiones, el fuego ha devorado su opulencia!"

Reconcíliate y ten paz con él, y recibirás bienes; acepta la instrucción de su boca y guarda sus palabras en tu corazón; si vuelves al Todopoderoso, te restablecerá; aleja de tu tienda la injusticia, arroja al polvo tu oro, y tu metal de Ofir a los guijarros del torrente, y el Todopoderoso será tu oro y tu plata a montones; él será tu delicia y alzarás hacia él tu rostro; cuando le supliques, te escuchará, y tú cumplirás tus votos; lo que tú decidas, se hará, y brillará la luz en tus caminos porque,él humilla a los arrogantes y salva a los que se humillan. El librará al inocente, te librará por la limpieza de tus manos».
 

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 21, 31—22, 32: CSEL 33, 369-371)

Tu palabra, oh Dios, es fuente de vida eterna

Tu palabra, oh Dios, es fuente de vida eterna y no pasa: por esa razón, en tu palabra se nos disuade aquel alejamiento de ti, cuando se nos dice: No os ajustéis a este mundo, a fin de que la tierra produzca —regada por la fuente de la vida— el alma viviente, en tu palabra, que por medio de tus evangelistas es vehículo del alma, imitando a los imitadores de tu Cristo.

Porque he aquí, Señor, Dios nuestro y nuestro creador, que cuando fueren apartados del amor del mundo aquellos afectos con los cuales moríamos viviendo mal, y comenzare a ser alma viviente viviendo bien y se cumpliere tu palabra proclamada por boca de tu Apóstol: No os ajustéis a este mundo, se seguirá también lo que inmediatamente añadiste diciendo: Sino transformaos por la renovación de la mente, no ya según la especie, es decir, imitando a los que nos han precedido, ni según el autorizado ejemplo de un hombre superior.

Pues no dijiste: «Hágase el hombre según su especie», sino: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que conozcamos cuál es tu voluntad. Por eso aquel ministro tuyo, que engendró hijos por el evangelio, para que no fueran siempre como niños, teniendo que alimentarlos con leche y llevarlos en brazos como una nodriza, les decía: Transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto. Por lo cual no dices: «Hágase el hombre», sino: Hagamos; ni dices: «Según su especie», sino: A nuestra imagen y semejanza. Porque, el hombre, renovado en la mente y capaz de contemplar y comprender tu verdad, no tiene necesidad de aprendizaje humano para imitar su especie, sino que, teniéndote a ti por guía, él mismo llega a discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto; y le enseñas —pues ya es capaz— a ver la trinidad en la unidad y la unidad en la trinidad. Por eso, después de haber dicho en plural: Hagamos al hombre, continúa en singular: Y creó Dios al hombre; y habiendo dicho en plural: A nuestra imagen, concluye en singular: A imagen de Dios. Y así el hombre se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo y, hecho espiritual, tiene un criterio para juzgar todo lo que haya de juzgarse, mientras él no está sujeto al juicio de nadie.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job

Job responde que los impíos quedan impunes

Respondió Job:

«Hoy también me quejo y me rebelo, porque su mano agrava mis gemidos. ¡Ojalá supiera cómo encontrarlo, cómo llegar a su tribunal! Presentaría ante él mi causa con la boca llena de argumentos, sabría con qué palabras me replica, y comprendería lo que me dice. ¿Pleitearía él conmigo haciendo alarde de fuerza? No; más bien tendría que escucharme. Entonces yo discutiría lealmente con él y ganaría definitivamente mi causa.

Pero me dirijo al levante, y no está allí; al poniente, y no distingo; lo busco al norte, y no lo veo; me vuelvo al mediodía, y no lo encuentro. Pero ya que él conoce mi conducta, que me examine, y saldré como el oro. Mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin torcerse, no me aparté de sus mandatos y guardé en el pecho sus palabras. Pero él no cambia: ¿quién podrá disuadirlo? Realiza lo que quiere. El ejecutará mi sentencia y otras muchas que tiene pensadas. Por eso me turbo en su presencia y me estremezco al pensarlo; porque Dios me ha intimidado, el Todopoderoso me trastorna. ¡Ojalá me desvaneciera en las tinieblas y velara mi rostro la oscuridad!

¿Por qué el Todopoderoso no señala plazos para que sus amigos puedan presenciar sus intervenciones? Los malvados mueven los linderos, roban rebaños y pastores, se llevan el asno del huérfano y toman en prenda el buey de la viuda, echan del camino a los pobres y los miserables tienen que esconderse. Como asnos salvajes salen a su tarea, madrugan para hacer presa, el páramo ofrece alimento a sus crías; se procuran forraje en descampado o rebuscan en el huerto del rico; pasan la noche desnudos, sin ropa con que taparse del frío, los cala el aguacero de los montes y, a falta de refugio, se pegan a las rocas. Los malvados arrancaron del pecho al huérfano y toman en prenda al niño del pobre. Andan desnudos por falta de ropa; cargan gavillas y pasan hambre; exprimen aceite en el molino, pisan en el lagar y pasan sed. En la ciudad gimen los moribundos y piden socorro los heridos.

¿Y Dios no va a hacer caso a su súplica?»


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 35, 50—38, 53: CSEL 33, 386-388)

Señor, nos lo has dado todo: la paz del descanso,
la paz del sábado, la paz sin ocaso

Señor Dios, danos la paz. Tú que nos lo has dado todo, danos la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Pues todo este hermosísimo orden de cosas muy buenas, cumplida su misión, deberá desaparecer: por eso en ellas pasó una mañana, pasó una tarde.

Pero el día séptimo no tiene ni tarde ni ocaso, porque tú lo santificaste para que durase eternamente, de modo que así como tú —después de tus obras maravillosas realizadas sin cansarte— descansaste el séptimo día, así la voz de tu libro nos advierte que también nosotros —después de nuestras obras, también muy buenas por tu gracia— descansaremos en ti el sábado de la vida eterna.

Pues incluso entonces descansarás en nosotros, lo mismo que ahora actúas en nosotros, y así tu descanso será entonces nuestro descanso, como estas obras nuestras son tuyas. Tú, Señor, actúas siempre y siempre descansas, ni ves en el tiempo, ni te mueves en el tiempo, ni descansas en el tiempo; y, sin embargo, eres tú el autor de las visiones temporales, del tiempo mismo y del descanso en el tiempo.

Así pues, nosotros vemos estas cosas que has hecho porque existen; en cambio tú, porque las ves, existen. Nosotros las vemos externamente porque existen, e internamente porque son buenas; tú, en cambio, las viste hechas en el mismo instante en que viste que debían ser hechas. En un tiempo, nosotros nos sentimos impulsados a obrar el bien, después de que nuestro corazón concibió de tu Espíritu; anteriormente nos sentíamos impulsados a obrar el mal, abandonándote a ti; tú, en cambio, único Dios bueno, nunca dejaste de hacer el bien. Es verdad que hay algunas obras nuestras que, gracias a ti, son buenas, pero no sempiternas: después de ellas esperamos descansar en tu infinita santidad. Tú, en cambio, como eres el bien que no necesita de otro bien, estás siempre en tu descanso, porque tú eres tu propio descanso.

¿Y qué hombre es capaz de hacer comprender esto a otro hombre?, ¿o un ángel a otro ángel?, ¿o qué ángel a un hombre? A ti hay que pedirlo, en ti hay que buscarlo, a ti hay que acudir: así, así se recibirá, así se encontrará, así se nos abrirá.