DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 4, 38-44; 6,1-7

Milagros de Eliseo en favor de los hijos de los profetas

Cuando Eliseo volvió a Guilgal, se pasaba hambre en aquella región. La comunidad de profetas estaba sentada junto a él, y Eliseo ordenó a su criado:

—Pon la olla grande y cuece un caldo para la comunidad.

Uno de ellos salió al campo a coger unas hierbas; encontró unas uvas de perro, las arrancó, llenó el manto y, al llegar, las fue echando en el caldo sin saber lo que hacía. Cuando sirvieron la comida a los hombres y probaron el caldo, gritaron:

—¡Profeta, esto sabe a veneno!

Y no pudieron tragarlo.

Entonces Eliseo ordenó:

—Traedme harina.

La echó en la olla, y dijo:

—Sirve a la gente, que coman.

Y el caldo ya no sabía mal.

Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias —veinte panes de cebada— y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo a su criado.

—Dáselos a la gente, que coman.

El criado le respondió:

¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió:

—Dáselos a la gente, que coman. Porque esto dice el Señor: «Comerán y sobrará».

El criado se los sirvió a la gente; comieron y sobró, como había dicho el Señor.

La comunidad de profetas dijo a Eliseo:

Mira, el sitio donde habitamos bajo tu dirección nos resulta pequeño. Déjanos ir al Jordán a coger cada uno un madero para hacernos una habitación.

Eliseo les dijo:

Id.

Uno de ellos le pidió:

Haz el favor de venir con nosotros.

Eliseo respondió:

—Voy.

Y se fue con ellos. Cuando llegaron al Jordán, se pusieron a cortar ramas, pero a uno, cuando estaba derribando un tronco, se le cayó al río el hierro del hacha, y gritó:

—¡Ay maestro, que era prestada!

El profeta preguntó:

¿Dónde cayó?

El otro le indicó el sitio. Eliseo cortó un palo, lo tiró allí y el hierro salió a flote. Eliseo dijo:

—Sácalo.

El otro alargó el brazo y lo cogió.


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 5, 17, 3-4: SC 153, 230-234)

La economía del madero nos ha manifestado al Verbo,
que estaba oculto a nuestros ojos

Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito, mostrando con antelación el perdón de los pecados que se realizará con su venida, perdón gracias al cual borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas, clavándolo en la cruz, de modo que, así como por un árbol nos habíamos constituido en deudores de Dios, por un árbol recibiéramos también la cancelación de nuestra deuda.

Esto fue patentizado significativamente, entre otros muchos, por el profeta Eliseo. Estando la comunidad de profetas que vivían bajo su dirección cortando maderos para la construcción de una habitación y habiéndose des-prendido el hierro del hacha y caído en el Jordán sin posibilidad de recuperarlo, vino Eliseo al sitio del siniestro, y habiéndose enterado de lo ocurrido, tiró un palo al agua, hecho lo cual, el hierro del hacha sobrenadó, y alargando el brazo cogieron de la superficie del agua el hierro que habían perdido. Con este gesto demostraba el profeta que la sólida palabra de Dios, perdida negligentemente a causa de un árbol y que no conseguíamos recuperar, la recuperaríamos nuevamente mediante la economía del árbol.

Y como la palabra de Dios es semejante a un hacha, dice de ella Juan Bautista: Ya toca el hacha la base de los árboles. Y Jeremías dice textualmente: La palabra del Señor es martillo que tritura la piedra. Así pues, la economía del madero nos ha manifestado —lo hemos dicho ya— al Verbo que estaba escondido a nuestros ojos. Y como lo habíamos perdido por el madero, por el madero fue nuevamente revelado a todos, mostrando en sí lo ancho, lo largo y lo alto, y —como dijo alguno de los ancianos—, extendiendo las manos, reconcilió con Dios a los dos pueblos: dos eran las manos y dos los pueblos dispersos por toda la redondez de la tierra, pero en el centro sólo había una única cabeza, pues hay un Dios que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 5, 1-19

Eliseo revela el poder de Dios sobre Naamán, el sirio

Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre que gozaba de la estima y del favor de su señor, pues, por su medio, había dado el Señor la victoria a Siria; pero este gran guerrero era leproso. En una de las correrías, una banda de sirios había traído cautiva de Israel a una jovencita, que pasó al servicio de Naamán. Ella dijo a su señora:

—Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaria: él lo libraría de la lepra.

Naamán fue a informar a su señor:

—Esto y esto dice la muchacha israelita.

El rey de Siria le respondió:

—Ven, que te voy a dar una carta para el rey de Israel.

Naamán se puso en camino, llevando tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes. Y presentó al rey de Israel la carta, que decía: «Cuando recibas esta carta verás que te envío a mi ministro Naamán para que lo libres de la lepra».

Cuando el rey de Israel leyó la carta rasgó sus vestiduras exclamando:

—¿Soy yo acaso un dios capaz de dar muerte o de dar vida, para que éste me encargue de librar a un hombre de su lepra? Fijaos bien y veréis que está buscando un pretexto contra mí.

Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey había rasgado sus vestiduras, le envió este recado:

¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga ése a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.

Vino Naamán, con sus caballos y su carroza, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Eliseo le mandó un mensajero a decirle:

—Ve, báñate siete veces en el Jordán y tu carne quedará limpia.

Enojóse Naamán, y se marchaba gruñendo:

Yo me imaginaba que saldría en persona a encontrarme, y que en pie invocaría el nombre del Señor, su Dios, pasaría su mano sobre la parte enferma y me libraría de la lepra. ¿Es que los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No puedo bañarme en ellos y quedar limpio?

Dio media vuelta y se marchó furioso. Pero sus siervos lo abordaron diciendo:

—Padre, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, ¿no lo habrías hecho? Cuánto más si lo que te prescribe es simplemente que te bañes para quedar limpio.

Entonces Naamán bajó y se bañó siete veces en el Jordán, según la palabra del hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo:

—Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor. Contestó Eliseo:

Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada. Y aunque le insistía, lo rehusó.

Naamán dijo:

Entonces, que entreguen a tu servidor una carga de tierra que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor. Y que el Señor me perdone: si al entrar mi señor en el templo de Rimón para adorarlo se apoya en mi mano, y yo también me postro ante Rimón, que el Señor me perdone ese gesto.

Eliseo le dijo:

—Vete en paz.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 13 (1-4: CCL 23, 51-52)

Hemos de bañarnos en la misma fuente en que Cristo
se bañó para llegar a ser lo que Cristo es

Como consta que Jesucristo no se acercó a recibir el bautismo en provecho propio, sino en atención a nosotros, debemos hermanos muy amados, apresurarnos a recibir la gracia de su bautismo y sacar de la fuente del Jordán, que él bendijo, la bendición de esa misma consagración, de modo que en las olas en que su santidad se sumergió queden sumergidos nuestros pecados. O sea, para que la misma agua que circundó al Señor purifique completamente también a sus siervos, de modo que en virtud del venerable baño de Cristo, el agua santa nos aproveche a nosotros, nos purifique con una acción mucho más eficaz gracias a las huellas mismas y a los misterios mediante los cuales recibió la bendición del Salvador y derrame sobre los cristianos la gracia que de Cristo recibió.

Hemos de bañarnos, pues, hermanos, en la misma fuente en que Cristo se bañó, para llegar a ser lo que Cristo es. Lo diré, salvaguardando en todo la fe: si bien ambos bautismos son bautismos del Señor, sin embargo pienso que el bautismo en que nosotros somos lavados es más rico de gracia que aquel con que el Salvador fue bautizado. En efecto, nuestro bautismo es administrado por Cristo, aquél fue celebrado por Juan; en aquél el Maestro se excusa, en éste el Salvador nos invita; en aquél la justicia aún no es completa, en éste la Trinidad es perfecta; a aquél se acerca un santo y santo sale, a éste se acerca un pecador y se retira un santo; en aquél la bendición recae sobre los misterios, en éste, mediante el misterio, se perdonan los pecados. Debemos, por tanto, hermanos, ser bautizados en la misma agua en que fue bautizado el Salvador.

Ahora bien, para sumergirnos en la misma fuente que el Salvador no es necesario que nos desplacemos al próximo oriente, no es necesario ir al río de la tierra judía: ahora Cristo está en todas partes, y en todas partes se encuentra el Jordán. La misma consagración que bendijo los ríos orientales santifica igualmente las corrientes occidentales. En consecuencia, aunque sea diverso en el tiempo el nombre de los ríos, no obstante, en ellos está presente el misterio que fluye del Jordán.

¡Hagamos, pues, nosotros por nosotros lo que vemos que el Señor hizo por nosotros! ¡Hagamos para con nosotros, lo que tanto deseó Juan que se hiciera para con él! Si él, que era profeta, maestro y santo, deseó ardientemente el bautismo del Salvador, ¡cuánto más nosotros, pobres e ignorantes pecadores, debemos ambicionar esta gracia! Fijaos en la misericordia del Salvador: ¡se nos ofrece espontáneamente a' nosotros lo que el profeta, pidiéndolo, no consiguió recibir! Pero advirtamos cuál fue la causa por la que, habiendo pedido Juan el bautismo, no logró recibirlo.

A su petición, el Señor contestó con estas palabras: Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. Sabemos que Juan Bautista era el tipo de la ley. Era, pues, justo que fuera él quien bautizara al Señor, para que así como, según la carne, el Salvador nació de los judíos, así también, según el espíritu, el evangelio naciera de la ley; de suerte que de donde arrancaba su genealogía humana, de allí recibiera asimismo la consagración divina. Y esto es, en efecto, lo que dijo: Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. Era, pues, justo, que cumpliera los mandatos de la ley que él mismo había promulgado, como dice en otra parte: No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 6, 8-23

Eliseo captura milagrosamente a sus enemigos
y misericordiosamente los libera

El rey de Siria estaba en guerra con Israel, y en un consejo de ministros determinó:

Vamos a tender una emboscada en tal sitio.

Entonces el profeta mandó este recado al rey de Israel:

—Cuidado con pasar por tal sitio, porque los sirios están allí emboscados.

El rey de Israel envió a reconocer el sitio indicado por el profeta. Eliseo le avisaba y él tomaba precauciones. Y esto no una ni dos veces. El rey de Siria se alarmó ante esto, convocó a sus ministros y les dijo:

Decidme quién de los nuestros informa al rey de Israel.

Uno de los ministros respondió:

No es eso, majestad. Eliseo, el profeta de Israel, es quien comunica a su rey las palabras que pronuncias en tu alcoba.

Entonces el rey ordenó:

Id a ver dónde está, y enviaré a prenderlo.

Le avisaron:

Está en Dotán.

El rey mandó allá caballería y carros y un fuerte contingente de tropas. Llegaron de noche y cercaron la ciudad. Cuando el profeta madrugó al día siguiente para salir, se encontró con que un ejército cercaba la ciudad con caballería y carros. El criado dijo a Eliseo:

—Maestro, ¿qué hacemos?

Eliseo respondió:

—No temas. Los que están con nosotros son más que ellos.

Luego rezó:

—Señor, ábrele los ojos para que vea.

El Señor le abrió los ojos al criado y vio el monte lleno de caballería y carros de fuego en torno a Eliseo. Cuando los sirios bajaron hacia él, Eliseo oró al Señor:

¡Deslúmbralos!

El Señor los deslumbró, como pedía Eliseo, y éste les dijo:

—No es éste el camino ni es ésta la ciudad. Seguidme, yo os llevaré hasta el hombre que buscáis.

Y se los llevó a Samaria.

Cuando ya habían entrado en Samaria, Eliseo rezó:

—Señor, ábreles los ojos para que vean.

El Señor les abrió los ojos y vieron que estaban en mitad de Samaria.

El rey de Israel, al verlos, dijo a Eliseo:

Padre, ¿los mato?

Respondió:

—No los mates. ¿Vas a matar a los que no has hecho prisioneros con tu espada y tu arco? Sírveles pan y agua, que coman y beban y se vuelvan a su amo.

El rey les preparó un gran banquete. Comieron y bebieron; luego los despidió y se volvieron a su amo. Las guerrillas sirias no volvieron a entrar en territorio israelita.


SEGUNDA LECTURA

San Paulino de Nola, Carta 32 (23-24.25: CSEL 29, 297-300)

Purificados nuestros sentidos de toda levadura de
maldad, con mucho gusto habitará en nosotros
nuestro Señor Jesucristo

Oremos al Señor para que, mientras exteriormente le edificamos templos visibles, edifique él interiormente en nosotros templos no visibles: a saber, aquella casa —como dice el Maestro— no levantada por mano de hombre, en la cual sabemos que entraremos al final de los tiempos, es decir, cuando veremos cara a cara lo que ahora vemos confusamente y con un conocimiento limitado.

Pero de momento, mientras todavía nos encontramos en el tabernáculo de nuestro cuerpo, como bajo las pieles de aquel antiguo tabernáculo del desierto y en tiendas, es decir, en la vasta aridez de este mundo, y nos precede la palabra de Dios en una columna de nubes, para cubrir nuestra cabeza el día de la batalla, o en una columna de fuego, para que podamos conocer en la tierra sus caminos que conducen al cielo, oremos para que, a través de estos tabernáculos de la iglesia lleguemos a la casa de Dios, donde reside el Señor mismo, aquella piedra sublime que el Señor nos la ha convertido en piedra angular, piedra desprendida del monte, que creció hasta convertirse en una montaña: ha sido un milagro patente.

Que él entre ahora en nuestra edificación en calidad de fundamento y remate, ya que él es el principio y el fin. Pero al construir, veamos qué es lo que de nuestra frágil y terrena sustancia podemos aportar que sea digno de este divino cimiento, para que cual piedras vivas, nos ajustemos a la misma piedra angular en la construcción del templo celestial. Fundamos en Cristo el oro de nuestros sentimientos y la plata de nuestra palabra: él que escruta las almas que le son gratas, después de habernos purificado en el horno de este mundo, nos convierta en oro acendrado al fuego y en moneda digna de llevar impresa su efigie. Nosotros, por nuestra parte, ofrezcámosle las piedras preciosas de nuestras obras realizadas en la luz.

Guardémonos de ser duros de corazón como el leño, o estériles en las obras como el helio seco, o inestables en la fe y en la caridad, débiles e inconsistentes como la paja. Al contrario, para que el fruto de nuestro albedrío no acabe en el fuego, sino que se yerga enhiesto en un clima de paz, pidamos al Altísimo aquella paz de nuestra edificación con la que en otro tiempo se construyeron los muros del templo, de suerte que, durante las obras, no se oyeron en él martillos, hachas ni herramientas.

Ni las incursiones del enemigo impidan o interrumpan la nueva construcción, como sucedió durante la restauración del templo mismo, a causa de la envidiosa enemistad de los persas.

De este modo nos convertiremos en casa de oración y de paz, a condición, sin embargo, de que no nos divida preocupación alguna de pensamientos carnales y de que ninguna agitación mundana turbe nuestra paz interior. Es conveniente, en efecto, que el Señor Jesús visite con frecuencia el templo de nuestro corazón, una vez edificado, con el látigo de su temor, para que arroje de nosotros las mesas de los cambistas y a los vendedores de bueyes y palomas, a fin de que nuestro ánimo no ejerza ningún comercio de avaricia, ni en nuestros sentidos se instale la lentitud bovina, ni nos convirtamos en vendedores de nuestra inocencia o de la gracia divina, ni hagamos de la casa de oración una cueva de bandidos. De esta forma, purificados nuestros sentidos de toda levadura de maldad, con mucho gusto habitará en nosotros nuestro Señor Jesucristo.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 6, 24-25.32—7, 16

Samaria es milagrosamente librada del asedio

Benadad, rey de Siria, movilizó todo su ejército y cercó Samaria. Hubo un hambre terrible en Samaria. El asedio fue tan duro, que un asno llegó a valer ochocientos gramos de plata, y treinta gramos de algarroba, cincuenta gramos de plata.

Mientras tanto, Eliseo estaba sentado en su casa con los senadores. El rey le envió un mensajero, pero antes de que llegara dijo Eliseo a los senadores:

—¡Vais a ver cómo ese asesino ha mandado uno a cortarme la cabeza! Mirad; cuando llegue, atrancad la puerta y no lo dejéis pasar; detrás de él se oyen las pisadas de su señor.

Todavía estaba hablando cuando apareció el rey, que bajó hacia él y le dijo:

—Esta desgracia nos la manda el Señor, ¿qué puedo esperar de él?

Eliseo respondió:

—Oye la palabra del Señor. Así dice el Señor: «Mañana a estas horas siete litros de flor de harina valdrán diez gramos, y catorce litros de cebada diez gramos en el mercado de Samaria».

El valido del rey, que ofrecía su brazo al soberano, le replicó:

—Suponiendo que el Señor abriese las compuertas del cielo, ¿se cumpliría la profecía?

Eliseo respondió:

—¡Lo verás pero no lo catarás!

Junto a la entrada de la ciudad había cuatro hombres leprosos. Y se dijeron:

—¿Qué hacemos aquí esperando la muerte? Si nos decidimos a entrar en la ciudad, moriremos dentro, porque aprieta el hambre; y si nos quedamos aquí, moriremos lo mismo. ¡Venga, vamos a pasarnos a los sirios! Si nos dejan con vida, viviremos; y si nos matan, nos mataron.

Al oscurecer se pusieron en camino hacia el campamento sirio. Llegaron a las avanzadas del campamento, y... ¡allí no había nadie! (Es que el Señor había hecho oír al ejército sirio un fragor de carros y caballos, el fragor de un ejército poderoso, y se habían dicho unos a otros: «¡El rey de Israel ha pagado a los reyes hititas y a los egipcios para atacarnos!» Y así, al oscurecer, abandonando tiendas y caballos, burros y el campamento tal como estaba, emprendieron la fuga para salvar la vida).

Los leprosos llegaron a las avanzadas del campamento entraron en una tienda, comieron y bebieron; se llevaron plata, oro y ropa, y fueron a esconderlo. Luego volvieron, entraron en otra tienda, se llevaron más cosas y fueron a esconderlas. Pero comentaron:

—Estamos haciendo algo que no está bien. Hoy es un día de alegría. Si nos callamos y esperamos a que amanezca, resultaremos culpables. ¡Venga! Vamos a palacio a avisar.

Al llegar, llamaron a los centinelas de la ciudad y les informaron:

—Hemos ido al campamento sirio, y allí no hay nadie ni se oye a nadie; sólo caballos atados, burros atados y las tiendas tal como estaban.

Los centinelas gritaron, transmitieron la noticia al interior del palacio. El rey se levantó de noche y comentó con sus ministros:

—Voy a deciros lo que nos han organizado los sirios: como saben que pasamos hambre se han ido del campamento a esconderse en descampado, pensando que cuando salgamos nos cogerán vivos y entrarán en la ciudad.

Entonces uno de los ministros propuso:

—Que cojan cinco caballos de los que quedan en la ciudad, y los mandamos a ver qué pasa; total, si se salvan, serán como la tropa que todavía vive; si mueren, serán como los que ya han muerto.

Eligieron dos jinetes, y el rey les mandó seguir al ejército sirio, encargándoles:

—Id a ver qué pasa.

Ellos los siguieron hasta el Jordán: todo el camino estaba sembrado de ropa y material abundante abandonado por los sirios al huir a toda prisa. Volvieron e informaron al rey. Y entonces toda la gente salió a saquear el campamento sirio. Y siete litros de flor de harina se pagaron a diez gramos, y catorce de cebada a diez gramos también, como había dicho el Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 2 en la dedicación de la Iglesia (1.2.3: Opera omnia, Edic. Cister. t. 5, 375-377)

Adorna tu morada, Sión, porque el Señor te prefiere a ti

En otro tiempo, el glorioso rey y profeta del Señor, el santo David, comenzó a acariciar un religioso proyecto juzgando indigno que, mientras él vivía en una casa adecuada a su dignidad real, el Señor de los ejércitos no dispusiera aún de una casa en la tierra. También nosotros, hermanos, hemos de pensar seriamente en esto y llevarlo resueltamente a la práctica. Y el hecho de que, si bien el proyecto era del agrado de Dios, no fuera el profeta, sino Salomón quien lo llevó a realización, responde a un planteamiento que la premura del tiempo no nos permite ahora explicar.

Porque en realidad, oh alma, tú ciertamente vives en una sublime casa, que Dios mismo te ha preparado. Dichosa y muy dichosa el alma que puede decir: Es cosa que ya sabemos: Si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no ha sido levantada por mano de hombre y que tiene una duración eterna en los cielos. Por eso, oh alma, no des sueño a tus ojos, ni reposo a tus párpados, hasta que encuentres un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.

Pero, ¿qué pensar, hermanos? ¿Dónde hallar un solar para este edificio, o qué arquitecto podría hacernos los planos? Porque este templo visible ha sido construido por nosotros, para nuestras asambleas, ya que el Altísimo no habita en templos construidos por hombres. ¿Qué templo podremos, pues, edificar a aquel que dice bien: Yo lleno el cielo y la tierra? Me atribularía profundamente y mi aliento desfallecería si no oyera al Señor decir de una determinada persona: Yo y el Padre vendremos a él y haremos morada en él.

Así que ya sé dónde preparar una morada para el Señor, pues sólo su imagen puede contenerlo. El alma es capaz de él, pues fue realmente creada a su imagen. Por tanto, ¡aprisa!, adorna tu morada, Sión, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra será habitada. Alégrate, hija de Sión, tu Dios habitará en ti. Di con María: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Por tanto, hermanos, con todo el deseo del corazón y con una digna acción de gracias, esforcémonos por construir un templo en nosotros; solícitos primero porque habite en cada uno de nosotros individualmente, y, luego, colectivamente, pues que el Señor no infravalora ni la individualidad ni la colectividad. Así pues, lo primero que cada cual ha de procurar es no estar dividido interiormente, pues todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa, y Cristo no entrará en una casa en la que las paredes estén cuarteadas y los muros desplomados.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 9, 1-16.22-27

Jehú es ungido rey de Israel por un discípulo de Eliseo

El profeta Eliseo llamó a uno de la comunidad de profetas y le ordenó:

—Atate el cinturón, coge en la mano la aceitera y vete a Ramot de Galaad. Cuando llegues, busca a Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsí; entras, lo haces salir de entre sus camaradas y lo llevas a una habitación aparte. Coge la aceitera y derrámasela sobre la cabeza, diciendo: «Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel». Luego abres la puerta y escapas sin más.

El joven profeta marchó a Ramot de Galaad. Al llegar, encontró a los generales del ejército reunidos, y dijo:

—Te traigo un mensaje, mi general.

Jehú preguntó:

—¿Para quién de nosotros?

Respondió:

—Para ti, mi general.

Jehú se levantó y entró en la casa. El profeta le derramó el aceite sobre la cabeza y le dijo:

—Así dice el Señor, Dios de Israel: «Te unjo rey de Israel, el pueblo del Señor. Derrotarás a la dinastía de Ajab, tu Señor; en Jezabel vengaré la sangre de mis siervos, los profetas, la sangre de los siervos del Señor; perecerá toda la casa de Ajab; extirparé de Israel a todos los hombres de Ajab: a todo el que mea a la pared, esclavo o libre. Trataré a la casa de Ajab como a la de Jeroboán, hijo de Nabat, y como a la de Basá, hijo de Ajías. Y a Jezabel la comerán los perros en el campo de Yesrael, y nadie le dará sepultura».

Luego abrió la puerta y escapó.

Jehú salió a reunirse con los oficiales de su señor. Le preguntaron:

—¿Buenas noticias? ¿A qué ha venido a verte ese loco?

Les respondió:

—Ya conocéis a ese hombre y lo que anda hablando entre dientes.

Le dijeron:

—¡Cuentos! Explícate.

Jehú entonces les dijo:

—Me ha dicho a la letra: «Así dice el Señor: te unjo rey de Israel».

Inmediatamente cogió cada uno su manto y lo echó a los pies de Jehú sobre los escalones. Tocaron la trompeta y aclamaron:

—¡Jehú es rey!

Entonces Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsí, organizó una conspiración contra Jorán de esta manera: Jorán estaba con todo el ejército israelita, defendiendo Ramot de Galaad contra Jazael, rey de Siria: pero se había vuelto a Yezrael para curarse de las heridas recibidas de los sirios en la guerra contra Jazael de Siria. Jehú dijo:

—Si os parece bien, que no salga nadie de la ciudad a llevar la noticia a Yezrael.

Montó y marchó a Yezrael, donde estaba Jorán en cama. Ocozías de Judá había ido a hacerle una visita. Cuando Jorán vio a Jehú, preguntó:

—¿Buenas noticias, Jehú?

Jehú respondió:

—¿Cómo va a haber buenas noticias mientras Jezabel, tu madre, siga con sus ídolos y brujerías?

Jorán volvió grupas para escapar, diciendo a Ocozías:

¡Traición, Ocozías!

Pero Jehú ya había tensado el arco, y asaeteó a Jorán por la espalda. La flecha le atravesó el corazón, y Jorán se dobló sobre el carro. Jehú ordenó a su asistente, Bidcar:

Cógelo y tíralo a la heredad de Nabot, el de Yezrael; porque recuerda que cuando tú y yo cabalgábamos juntos siguiendo a su padre, Ajab, el Señor pronunció contra él este oráculo: «Ayer vi la sangre de Nabot y de sus hijos, oráculo del Señor. Juro que en la misma heredad te daré tu merecido, oráculo del Señor». Así que cógelo y tíralo a la heredad de Nabot, como dijo el Señor.

Al ver esto, Ocozías de Judá tiró por el camino de Casalhuerto. Pero Jehú lo persiguió, diciendo:

¡También a él!

Lo hirieron en su carro, por la cuesta de Gur, cerca de Yiblán. Pero logró huir a Meguido, y allí murió.


SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Homilía 20, sobre la humildad (3: PG 31, 530-531)

El que se gloríe, que se gloríe en el Señor

No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza.

Entonces, ¿en qué puede gloriarse con verdad el hombre? ¿Dónde halla su grandeza? Quien se gloría —continúa el texto sagrado—, que se gloríe de esto: de conocerme y comprender que soy el Señor.

En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor, afirmación que se halla en aquel texto: Cristo, que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y así —come dice la Escritura— «El que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Por tanto, lo que hemos de hacer para gloriarnos de un modo perfecto e irreprochable en el Señor es no enorgullecernos de nuestra propia justicia, sino reconocer que en verdad carecemos de ella y que lo único que nos justifica es la fe en Cristo.

En esto precisamente se gloría Pablo, en despreciar su propia justicia y en buscar la que se obtiene por la fe y que procede de Dios, para así tener íntima experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión en sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos.

Así caen por tierra toda altivez y orgullo. El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios.

Y es el mismo Dios quien activa en nosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor. Y es Dios también el que, por su Espíritu, nos revela su sabiduría, la que de antemano destinó para nuestra gloria. Dios nos da fuerzas y resistencia en nuestros trabajos. He trabajado más que todos —dice Pablo—, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.

Dios saca del peligro más allá de toda esperanza humana. En nuestro interior —dice también el Apóstol— dimos por descontada la sentencia de muerte; así aprendimos a no confiar en nosotros, sino en Dios, que resucita a los muertos. Él nos salvó y nos salva de esas muertes terribles; en él está nuestra esperanza, y nos seguirá salvando.



VIERNES


PRIMER LECTURA

Del segundo libro dei los Reyes 11, 1-21

Atalía y el rey Joás

Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que su hijo había muerto, empezó a exterminar a toda la familia real. Pero cuando los hijos del rey estaban siendo asesinados, Josebá, hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, raptó a Joás, hijo de Ocozías, y lo escondió con su nodriza en el dormitorio; así se lo ocultó a Atalía y lo libró de la muerte. El niño estuvo escondido con ella en el templo durante seis años, mientras en el país reinaba Atalía.

El año séptimo, Yehoyadá mandó a buscar a los oficiales de los carios y de la escolta; los llamó a su presencia en el templo, se juramentó con ellos y les presentó al hijo del rey. Luego les dio estas instrucciones:

Vais a hacer lo siguiente: el tercio que está de servicio en el palacio el sábado (el tercio que está en la puerta de las caballerizas y el de la puerta de detrás del cuartel de la escolta haréis la guardia en el templo por turnos) y los otros dos cuerpos, todos los que estáis libres el sábado, haréis la guardia en el templo cerca del rey. Rodead al rey por todas partes, arma en mano. Si alguno quiere meterse por entre las filas, matadlo. Y estad junto al rey, vaya donde vaya.

Los oficiales hicieron lo que les mandó el sacerdote Yehoyadá; cada uno reunió a sus hombres, los que estaban de servicio el sábado y los que quedaban libres, y se presentaron al sacerdote Yehoyadá. El sacerdote entregó a los oficiales las lanzas y los escudos del rey David, que se guardaban en el templo. Los de la escolta se colocaron, empuñando las armas, desde el ángulo sur hasta el ángulo norte del templo, entre el altar y el templo, para proteger al rey. Entonces Yehoyadá sacó al hijo del rey, le colocó la diadema y las insignias, lo ungió rey, y todos aplaudieron, aclamando:

¡Viva el rey!

Atalía oyó el clamor de la tropa y de los oficiales, se fue hacia la gente, al templo. Pero cuando vio al rey en pie sobre el estrado, como es costumbre, y a los oficiales y la banda cerca del rey, toda la población en fiesta, y las trompetas tocando, se rasgó las vestiduras y gritó:

¡Traición! ¡Traición!

El sacerdote Yehoyadá ordenó a los oficiales que mandaban las fuerzas:

Sacadla al atrio. Al que la siga, lo matáis (pues no quería que la matasen en el templo).

La fueron empujando con las manos y, cuando llegaba al palacio por la puerta de las caballerizas, allí la mataron. Yehoyadá selló el pacto entre el Señor, el rey y el pueblo, para que éste fuera el pueblo del Señor. Toda la población se dirigió luego al templo de Baal: lo destruyeron, derribaron sus altares, trituraron las imágenes, y a Matán, sacerdote de Baal, lo degollaron ante el altar. El sacerdote Yehoyadá puso guardias en el templo, y luego, con los centuriones, los carios, los de la escolta y todo el vecindario, bajaron del templo al rey y lo llevaron a palacio por la puerta de la escolta. Y Joás se sentó en el trono real. Toda la población hizo fiesta y la ciudad quedó tranquila. A Atalía la habían matado en el palacio.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Sobre la vida de Cristo (Lib 1: PG 150, 510-511)

He venido para que tengan vida

Si los tipos y las figuras aportaron la felicidad buscada, la verdad y la misma realidad resultan inútiles. En efecto, ¿qué sentido tendría la muerte de Cristo, cuya misión era la de abolir la enemistad, derribar el muro divisorio y hacer brotar en los días del Salvador la paz y la justicia, etc., si anteriormente a este sacrificio los hombres eran ya justos y amigos de Dios?

Me viene ahora a la mente otro argumento: En el antiguo Testamento era la ley la que nos unía a Dios; ahora, en cambio, nos unen la fe, la gracia y otras cosas por el estilo. De donde claramente se deduce que entonces la comunión de los hombres con Dios se efectuaba a nivel de esclavitud; ahóra, en cambio, a nivel de adopción filial y de amistad. De hecho, la ley se da a los siervos, mientras que la gracia, la fe y la confianza son propias de los amigos y de los hijos. De todo lo cual, resulta evidente que el Salvador es el Primogénito de entre los muertos, y que ningún muerto podía resucitar a la vida inmortal antes de que él reanudase la vida como resucitado. Ocurre lo mismo con la santidad y la justicia: sólo él pudo preceder en ellas a la masa de los hombres. Lo confirma Pablo cuando escribe que Cristo entró por nosotros como precursor más allá de la cortina. Y entró después de haberse ofrecido a sí mismo al Padre, e introduce a cuantos lo desean, es decir, a cuantos se han hecho partícipes de su sepultura: no, cierto, muriendo como él, sino participando en aquella muerte mediante el baño del bautismo y, después de haber sido ungidos, anunciándola en la sagrada mesa y recibiendo, por inefable manera, como alimento al mismo que por ellos murió y resucitó. Y de esta forma conduce al reino para ser coronados a los que ha introducido por estas puertas.

Estas puertas son mucho más útiles y dignas de veneración que las puertas del paraíso. En efecto, aquéllas no se abrirán a ninguno que previamente no haya entrado por éstas; mientras que éstas están siempre francas, aun cuando aquéllas estén cerradas. Aquéllas, de hecho, pudieron dejar salir a los que estaban dentro, al paso que estas otras son únicamente puertas de acceso, no de receso. Aquéllas podían ser cerradas, y lo fueron; sobre éstas el velo fue completamente rasgado y abatido el muro de separación: no es ya posible reedificar las ruinas y rehacer las puertas ni dividir nuevamente con un muro de separación ambos mundos, me refiero al mundo superior e inferior. Porque, como dice Marcos, los cielos no solamente se abrieron, sino que se distendieron y casi se rasgaron. Es, pues, evidente, que no quedaron ni puertas ni postigos ni velo alguno.

Quien efectivamente reconcilió, aunó y pacificó cielo y tierra, quitando de en medio la pared divisoria, no puede negarse a sí mismo, como dice san Pablo. Abiertas para Adán las puertas del paraíso, era natural que se cerraran al no perseverar en la fidelidad que debía observar. Estas, en cambio, fueron abiertas por Cristo, que ni cometió pecado ni pecar podía. Pues su justicia—dice David—dura por siempre. Deben, por lo mismo estar siempre abiertas de par en par, dando acceso a la vida, sin dejar salir a ninguno de la vida. He venido —dice el Salvador— para que tengan vida. Esta es la vida que el Señor se trajo consigo: que apropiándonos de estos misterios, nos hagamos partícipes yconsortes de la muerte y pasión de aquel sin el cual no podemos escapar de la muerte. Porque ni el que no naciere de agua y de Espíritu Santo puede entrar en la vida, ni el que no comiere la carne del Hijo del hombre y bebiere su sangre, puede tener la vida en sí mismo.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 13, 10-25

Joás rey de Israel. Muerte de Eliseo

Joás, hijo de Joacaz, subió al trono de Israel en Samaria el año treinta y siete del reinado de Joás de Judá. Reinó dieciséis años. Hizo lo que el Señor reprueba. Repitió a la letra los pecados que Joroboán, hijo de Nabat, hizo cometer a Israel; imitó su conducta.

Para más datos sobre Joás y sus hazañas militares contra Amasías de Judá, véanse los Anales del Reino de Israel.

Joás murió, y Jeroboán le sucedió en el trono. A Joás lo enterraron en Samaria con los reyes de Israel.

Cuando Eliseo cayó enfermo de muerte, Joás de Israel bajó a visitarlo y se echó sobre él llorando y repitiendo:

¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!

Eliseo le dijo:

Coge un arco y unas flechas.

Cogió un arco y unas flechas y Eliseo le mandó:

Empuña el arco.

Lo empuñó, y Eliseo puso sus manos sobre las manos del rey y ordenó:

Abre la ventana que da al levante.

Joás la abrió, y Eliseo le. dijo:

¡Dispara!

El disparó, y comentó Eliseo:

¡Flecha victoriosa del Señor, flecha victoriosa contra Siria! Derrotarás a Siria en El Cerco hasta aniquilarla.

Luego ordenó:

Coge las flechas.

El rey las cogió, y Eliseo le dijo:

—Golpea el suelo.

El golpeó tres veces y se detuvo. Entonces el profeta se le enfadó:

—Si hubieras golpeado cinco o seis veces, derrotarías a Siria hasta aniquilarla; pero así sólo la derrotarás tres veces.

Eliseo murió, y lo enterraron.

Las guerrillas de Moab hacían incursiones por el país todos los años. Una vez, mientras estaban unos enterrando a un muerto, al ver las bandas de guerrilleros echaron el cadáver en la tumba de Eliseo y se marcharon, y al tocar el muerto los huesos de Eliseo, revivió y se puso en pie.

Jazael, rey de Siria, había oprimido a Israel durante todo el reinado de Joacaz. Pero el Señor se apiadó y tuvo misericordia de ellos; se volvió hacia ellos, por el pacto que había hecho con Abrahán, Isaac y Jacob, y no quiso exterminarlos ni los ha arrojado de su presencia hasta ahora.

Jazael de Siria murió, y su hijo Benadad le sucedió en el trono. Entonces Joás, hijo de Joacaz, recuperó del poder de Benadad, hijo de Jazael, las ciudades que Jazael había arrebatado por las armas a su padre, Joacaz. Joás le derrotó tres veces, y así recuperó las ciudades de Israel.


SEGUNDA LECTURA

Beato Elredo de Rievaulx, Sermón sobre la interrelación Elías y Juan Bautista (Edit. C.H. Talbot, SSOC vol 1, p. 118)

Surgió un hombre enviado por Dios

En el antiguo Testamento, Elías fue un modelo de vida eremítica; en el nuevo lo fue aquel que vino con el espíritu y poder de Elías, es decir, san Juan Bautista. A mí me parece que, así como Juan vino con el espíritu y el poder de Elías, así también Elías procedió con el espíritu y poder de Juan. En efecto, lo que literalmente leemos de Elías, según el espíritu lo entendemos dicho de Juan.

Sabéis bien, hermanos, cómo, siendo ya inminente el tiempo del hambre, la Escritura introduce a Elías en conversación con Ajab y diciendo: Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab. Sin decirnos previamente nada ni de su genealogía, ni de su género de vida, ni de su religión, la Escritura lo introduce de modo imprevisto e inspirado como si no procediera de hombre o no viniera por conducto humano, sino como se escribió de nuestro Elías: Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Y ¿cuándo ocurrió esto? Ciertamente en el reinado de Ajab y de su impía esposa Jezabel. Con razón, durante su reinado, se abatió el hambre sobre la tierra, dejó de llover, no cayó rocío, se agostó todo. Por eso dijo Elías: ¡Vive el Señor, a quien sirvo! En estos años no caerá rocío ni lluvia si yo no lo mando.

No ignoréis, hermanos, cómo, siendo ya inminente la venida del Salvador, hasta tal punto la soberbia y la lujuria reinaban en el mundo, que nadie parecía exento del ansia de poder, casi no había ninguno libre de la corrupción de la lujuria. Con razón reinó el hambre, faltó el pan, escaseaba el agua. ¿Cuándo? Precisamente al hacer su aparición nuestro Elías. Pues la ley y los profetas duraron hasta que vino Juan.

La ley, el pan; la doctrina profética, el agua. Efectivamente, hasta la llegada de Juan estaban en vigor ambas cosas: se observaba la ley y se escuchaba la doctrina de los profetas. Pero he aquí que irrumpe el hambre y la sed: no el hambre de pan ni la sed de agua, sino de escuchar la palabra de Dios. Huye Elías de la presencia de Ajab. Y Juan emigró lejos y habitó en el desierto, como dice el evangelista: Juan vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.

Y era necesario que así ocurriera, ya que el profeta que había de ser establecido sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir, edificar y plantar; que tenía la misión de corregir a los reyes y de degollar a los profetas de Baal; por medio del cual habría de enviarse sobre la tierra el rocío y la lluvia, primero debía retirarse a los lugares más recónditos y ser allí instruido en las realidades del espíritu.