DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 14, 13-21

HOMILÍA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el sacramento del altar (Parte 2,3: SC 93, 252-254)

Cristo, en su dignidad, es siempre deseable

El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed. En la actualidad, Cristo, sabiduría del Padre, no es manducado hasta la saciedad del deseo, sino hasta el deseo de la saciedad; y cuanto más se saborea su suavidad, tanto más se agudiza el deseo. Por esta razón, los que me comen tendrán más hambre, hasta que llegue la hartura. Pero cuando sacie de bienes sus anhelos, entonces ya no pasarán hambre ni sed.

Estas palabras: El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed, pueden también entenderse de la vida futura, pues existe en aquella eterna saciedad una especie de avidez, producto no de la indigencia sino de la felicidad, de modo que desean siempre comer quienes nunca quieren comer ni nunca sienten náuseas en la hartura. Existe, en efecto, una saciedad sin fastidio y un deseo sin suspiros.

Pues Cristo, en su dignidad, es siempre admirable y es además siempre deseable. Son cosas que los ángeles ansían penetrar. Por eso, cuando se le tiene, se le desea, y cuando se le posee, se le busca, como está escrito: Buscad continuamente su rostro. Pues se busca siempre a quien se le ama para poseerle siempre. Por lo cual, incluso los que lo encuentran siguen buscándolo, y los que lo comen tienen más hambre, y los que lo beben tienen más sed; pero es una búsqueda sin ansiedad; es un hambre que elimina cualquiera otra hambre; es una sed que apaga toda otra sed. No es fruto de la indigencia, sino de una felicidad consumada. De la necesidad fruto de la indigencia se dice: El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. En cambio, de la que es producto de la felicidad se dice: El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed.

Para los que creen en él, Cristo es alimento y bebida, pan y vino. Pan cuando vigoriza y da fuerzas, bebida o vino cuando alegra. Todo cuanto en nosotros hay de fuerte, sólido y firme, alegre y agradable en el cumplimiento de los mandamientos de Dios, en soportar los males, en la ejecución de la obediencia, en la defensa de la justicia; todo eso es vigor y firmeza de este pan, o la alegría de esta bebida. ¡Dichosos los que obran alegre y varonilmente! Y como nadie es capaz de hacer esto por solas sus fuerzas, dichosos los que desean con avidez practicar lo que es justo y honesto, y ser en todo confortados y regocijados por aquel que dice: Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia. Y si Cristo es pan y es bebida en la medida de la presente fortaleza y alegría de los justos, ¿cuánto más no lo será en el futuro en la medida en que entonces será de los justos?
 

Ciclo B: Jn 6, 24-35

HOMILÍA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 18, 26-29: PL 15, 1461-1463)

Cristo bebió mis amarguras para darme la suavidad de su gracia

Soy pequeño y despreciable, pero no olvido tus decretos. Dispongo de la augusta participación de los sacramentos celestiales. Ahora me cabe el honor de participar de la mesa celestial; mis banquetes ya no los riega el agua de la lluvia, no dependen de los productos del campo, ni del fruto de los árboles. Para mi bebida no necesito acudir a los ríos ni a las fuentes: Cristo es mi alimento, Cristo es mi bebida; la carne de Dios es mi alimento, y la sangre de Dios es mi bebida. Para saciarme, ya no estoy pendiente de la recolección anual, pues Cristo se me ofrece diariamente.

No tendré ya que temer que las inclemencias del tiempo o la esterilidad del campo me lo disminuya, mientras persista en una diligente y piadosa devoción. Ya no deseo que descienda sobre mí una lluvia de codornices, que antes provocaban mi admiración; ni tampoco el maná, que antes prefería a todos los demás alimentos, pues los padres que comieron el maná siguieron teniendo hambre. Mi alimento es tal que si uno lo come no pasará más hambre. Mi alimento no engorda el cuerpo, sino que fortalece el corazón del hombre.

Antes consideraba maravilloso el pan del cielo, pues está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Pero no era aquel el pan verdadero, sino sombra del futuro. El Pan del cielo, el verdadero, me lo reservó el Padre. Descendió para mí del cielo aquel pan de Dios, que da vida a este mundo. Este es el pan de vida: y el que come la vida no puede morir. Pues ¿cómo puede morir quien se alimenta de la vida?

¿Cómo va a desfallecer quien posee en sí mismo una sustancia vital? Acercaos a él y saciaos, pues es pan; acercaos a él y bebed, pues es la fuente; acercaos a él y quedaréis radiantes, pues es luz; acercaos a él y seréis liberados, pues donde hay el Espíritu del Señor, hay libertad; acercaos a él y seréis absueltos, pues es el perdón de los pecados. ¿Me preguntáis quién es éste? Oídselo a él mismo, que dice: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Le habéis oído, le habéis visto y no habéis creído en él: por eso estáis muertos; creed al menos ahora, para que podáis vivir. Del cuerpo de Dios brotó para mí una fuente eterna; Cristo bebió mis amarguras para darme la suavidad de su gracia.


Ciclo C: Lc 12, 13-21

HOMILÍA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 14, sobre el amor a los pobres (20-22: PG 35, 882-886)

Vayamos de una vez en pos del Verbo,
busquemos aquel descanso

No se gloríe el sabio de su saber, no se gloríe el rico en su riqueza, no se gloríe el soldado de su valor, aunque hubieren escalado la cima del saber, de la riqueza o del valor. Voy a añadir a la lista nuevos paralelismos: Ni se gloríe el famoso y célebre en su gloria; ni el que está sano, de su salud; ni el guapo, de su hermosa presencia; ni el joven, de su juventud; en una palabra, que ningún soberbio o vanidoso se gloríe en ninguna de aquellas cosas que celebran los mortales. En todo caso, el que se gloríe que se gloríe sólo en esto: en conocer y buscar a Dios, en dolerse de la suerte de los desgraciados y en hacer reservas de bien para la vida futura.

Todo lo demás son cosas inconsistentes y frágiles y, como en el juego del ajedrez, pasan de unos a otros, mudando de campo; y nada es tan propio del que lo posee que no acabe por esfumarse con el andar del tiempo o haya de transmitirse con dolor a los herederos. Aquéllas, en cambio, son realidades seguras y estables, que nunca nos dejan ni se dilapidan, ni quedan frustradas las esperanzas de quienes depositaron en ellas su confianza.

A mi parecer, ésta es asimismo la causa de que los hombres no tengan en esta vida ningún bien estable y duradero. Y esto —como todo lo demás— lo ha dispuesto así de sabiamente la Palabra creadora y aquella Sabiduría que supera todo entendimiento, para que nos sintamos defraudados por las cosas que caen bajo nuestra observación, al ver que van siempre cambiando en uno u otro sentido, ora están en alza ora en baja padeciendo continuos reveses y, ya antes de tenerlas en la mano, se te escurren y se te escapan. Comprobando, pues, su inestabilidad y variabilidad, esforcémonos por arribar al puerto de la vida futura. ¿Qué no haríamos nosotros de ser estable nuestra prosperidad si, inconsistente y frágil como es, hasta tal punto nos hallamos como maniatados por sutiles cadenas y reducidos a esta servidumbre por sus engañosos placeres, que nos vemos incapacitados para pensar que pueda haber algo mejor y más excelente que las realidades presentes, y eso a pesar de escuchar y estar firmemente persuadidos de que hemos sido creados a imagen de Dios, imagen que está arriba y nos atrae hacia sí?

El que sea sabio, que recoja estos hechos. ¿Quién dejará pasar las cosas transitorias? ¿Quién prestará atención a las cosas estables? ¿Quién reputará como transeúntes las cosas presentes? Dichoso el hombre que, dividiendo y deslindando estas cosas con la espada de la Palabra que separa lo mejor de lo peor, dispone las subidas de su corazón, como en cierto lugar dice el profeta David, y, huyendo con todas sus energías de este valle de lágrimas, busca los bienes de allá arriba, y, crucificado al mundo juntamente con Cristo, con Cristo resucita, junto con Cristo asciende, heredero de una vida que ya no es ni caduca ni falaz: donde no hay ya serpiente que muerde junto al camino ni que aceche el talón, como puede comprobarse observando su cabeza.

Considerando esto mismo, también el bienaventurado Miqueas dice atacando a los que se arrastran por tierra y tienen del bien sólo el ideal: Acercaos a los montes eternos: pues ¡arriba, marchaos!, que no es sitio de reposo. Son más o menos las mismas palabras, con las cuales nos anima nuestro Señor y Salvador, diciendo: Levantaos, vamos de aquí. Jesús dijo esto no sólo a los que entonces tenía como discípulos, invitándoles a salir únicamente de aquel lugar —como quizá alguno pudiera pensar—, sino tratando de apartar siempre y a todos sus discípulos de la tierra y de las realidades terrenas, para elevarlos al cielo y a las realidades celestiales.

Vayamos, pues, de una vez en pos del Verbo, busquemos aquel descanso, rechacemos la riqueza y abundancia de esta vida. Aprovechémonos solamente de lo bueno que hay en ellas, a saber: redimamos nuestras almas a base de limosnas, demos a los pobres nuestros bienes, para enriquecernos con los del cielo.