CAPITULO VI

La providencia y el gobierno divinos

 

ARTICULO I

LA PROVIDENCIA DIVINA

Tesis 50. Dios tiene providencia inmediata de todas las cosas, y, en forma peculiar, del hombre.

632. Nexo. Hemos visto ya cómo Dios es el origen indiscutible de todos los seres que existen fuera de El. El es el fundamento único de los posibles; El es la causa eficiente de todo cuanto existe, por la creación, la conservación y el concurso; El es la causa ejemplar, y es, por último, la causa final absolutamente de todo. Ahora, finalmente, nos queda averiguar si Dios proporciona a todas las cosas los medios que precisan para cumplir sus fines, ya sean próximos, ya sea el último, mediante la providencia y el gobierno; lo cual nos va a ocupar en los dos artículos siguientes.

633. Nociones. PROVIDENCIA es la concepción y elección de los medios que una cosa necesita para que pueda cumplir sus propios fines. Por tanto, incluye tanto el acto del entendimiento que conoce la aptitud de los medios a los fines respectivos, como el acto de la voluntad que elige tales medios. Es, pues, un acto inmanente de Dios y, por ello, debe ser eterno e indistinto del mismo Dios. Los autores no concuerdan al decidir cuál de estos actos constituye formalmente la providencia: si el acto del entendimiento, el de la voluntad, o ambos a la vez. Cualquiera que sea la respuesta, es cierto que los dos actos se requieren, aunque uno de ellos debe hallarse a nivel de elemento esencial y el otro a nivel de requisito necesario, o bien los dos actos sean igualmente esenciales. (OM, mi. 1112‑1114).

Afirmamos que Dios tiene providencia de todas las cosas; es decir, se trata de una providencia universal en toda la extensión de la palabra, porque no puede existir ni la cosa más insignificante que no caiga bajo la providencia y el cuidado de Dios, incluso el mismo pecado cae bajo la divina providencia, no como algo que se intenta o pretende en sí mismo, sino en cuanto que, a renglón seguido de la previsión condicionada del mismo, Dios lo permite y elige los medios apropiados para que, con ocasión del mismo pecado, se obtengan determinados bienes, como son la enmienda y la penitencia del pecador, o bien el justo castigo de éste y la muestra subsiguiente de los atributos divinos, que unas veces será la clemencia y la paciencia, y otras veces la justicia vindicativa.

Decimos que la providencia es INMEDIATA, en cuanto que Dios considera por sí mismo los medios que son más aptos y procede a su elección, sin dejar semejante cuidado a ninguna criatura subordinada, como podrían ser los ángeles. Es evidente que las criaturas racionales son capaces de ejercer, y de hecho ejercen, una acción providente en beneficio propio, pero esta providencia no pueden tenerla ni ejercerla si no es bajo una providencia superior, que es justamente la divina.

Decimos también que Dios TIENE UN CUIDADO 0 PROVIDENCIA PECULIAR DEL HOMBRE, puesto que le ha asignado un fin especial, proporcionándole para ello medios asimismo especiales.

634. DIFERENCIA ENTRE LA PROVIDENCIA Y LOS DEMÁS ACTOS DIVINOS. Según nuestra manera de concebir, la providencia se distingue del decreto de la creación: pues la creación no proporciona los medios aptos para los fines, sino que hace que las cosas existan, sin más, y les señala los fines que les son convenientes, tanto próximos ‑adaptados a la naturaleza de cada cosa‑, como remotos ‑que son el bien del universo, el bien de la criatura racional y la gloria externa de Dios. Se distingue asimismo del arte: ya que el arte de Dios es el conjunto de las ideas ejemplares, que muestran las líneas fundamentales de las cosas que se van a hacer, sin proporcionarles, no obstante, los medios necesarios. No se distingue en cambio, del decreto general e indiferente de prestar el concurso, que se da bajo el influjo de la ciencia media, sino que es, en el fondo, la misma cosa. Pero en el caso del decreto, éste se consideraba como el modo de vincular la omnipotencia con la causa en orden a concurrir con ella (n.609), y la providencia es lo mismo, en cuanto que establece y elige los medios aptos para los fines de las criaturas.

635. LOS MEDIOS QUE LA PROVIDENCIA PROPORCIONA A LAS CRIATURAS, consisten en la conservación de las cosas mismas y en el concurso que les viene ofrecido. Pues, por la conservación y el concurso, cada cosa puede tender al fin correspondiente, tanto próximo (obrar y desarrollarse según el propio tipo), como último, que consiste en dar a Dios la gloria objetiva y la gloria formal.

No obstante, en el plano sobrenatural, se dan intervenciones especiales de Dios, como son la infusión de la gracia santificante, la institución de los sacramentos, el envío de Cristo, así como su doctrina e instituciones, y por último, la creación de hombres insignes en sabiduría y en santidad (teniendo en cuenta que esta creación lo es, en sentido propio, para los mismos interesados; ahora bien, de cara a la Iglesia, se trata de verdadera providencia).

636. DIVISIONES DE LA DIVINA PROVIDENCIA. La providencia puede ser física y moral. Física es la dispensada a todas las cosas en cuanto que son seres físicos. Moral es la que se dispensa a los seres racionales en cuanto que tienen un fin moral; esta providencia consiste en la ley, en la doctrina y en los medios para la salvación. La ley eterna, o la ley natural, no constituye la totalidad de la providencia, sino parte de la misma.

La providencia puede ser simple providencia y predestinación. Simple providencia es la que se dispensa a los que se van a condenar por su propia culpa; predestinación es la que se tiene de todos aquellos que, de hecho, van a conseguir la salvación.

La providencia se puede dividir también en frustrable e infrustrable. frustrable' es cuando los medios proporcionados no son aptos, de hecho, para lograr el fin, por algún impedimento de las causas, tanto libres como necesarias. Infrustrable es cuando, de hecho, los medios van a conducir al fin, debido al concurso que prestan las causas, ya necesarias, ya libres. Sin embargo, al tratarse de causas libres, la infrustrabilidad es perfectamente compatible con la libertad, ya que la infalibilidad que supone no se debe a la naturaleza interna del decreto, sino que solamente externa, como consecuencia de la verdad del futurible y de la ciencia media (nn.618,619).

La providencia puede ser asimismo primaria y secundaria. La primaria es aquella que proporciona los medios aptos para los fines que pretende, con intención primaria; es decir, fuera de la suposición del pecado; así, los fines que Dios quiere con intención primaria son que los hombres obren conforme a la recta razón y se salven, y los medios suministrados por la providencia primaria son las leyes y las inspiraciones. La secundaria es la que proporciona los medios que son aptos para los fines que pretende con intención segunda, es decir, supuesto el pecado; así, dado por supuesto el pecado, Dios quiere «per accidens» el infierno para algunos, y «per se» quiere la penitencia y la enmienda para todos.

La providencia puede ser también absoluta y relativa. Absoluta es la que se dispensa a las cosas que no están ordenadas a otras cosas creadas, sino únicamente a Dios; como es el orden integral del universo y el espíritu del hombre: a estas cosas nunca les puede faltar los medios necesarios por culpa de las causas segundas, sino que siempre tienen a disposición los medios conducentes a sus fines; así, si el hombre se condena eternamente, no será por falta de medios, sino, en definitiva, por culpa propia. Cierto es que el destino al limbo ocurre precisamente por falta de medios y, por tanto, sin culpa propia; pero no supone la pérdida total del fin, sino solamente la pérdida del fin sobrenatural.

Por último, la providencia puede ser la propia del provisor particular y la del provisor universal. Entendemos por provisor particular aquella persona encargada de alejar todos los males de las cosas que le están encomendadas; mientras que provisor universal es la persona que tiene a su cuidado las cosas pertenecientes a muchos órdenes, de las cuales las unas están subordinadas al bien y al dominio de las otras. En este caso, la providencia consistirá en proporcionar los medios a las cosas conforme a la propia naturaleza de éstas, y así las cosas más fuertes vencerán a las más débiles (el pez grande se come al chico, o la ley de la selva), y el viento tempestuoso dispersará los granos de las simientes por una tierra acaso seca, y como consecuencia perecerán, mientras que otros granos son dispersados, del mismo modo, por una tierra buena, y así germinarán dando el fruto que de ellos cabe esperar.

637. Estado de la cuestión. Una vez que hemos establecido la noción de providencia divina, nos preguntamos si hay que atribuirla a Dios.

Opiniones. La primera opinión niega, sin más, la divina providencia. Los que la sostienen son: en primer lugar, aquellos que no admiten un Dios personal, como son los ateos y materialistas, los panteístas, los idealistas; en segundo lugar, los que admiten, sí la existencia de un Dios personal, pero no quieren hacerlo intervenir para nada en la disposición de las cosas del mundo (Dios se queda fuera de la cocina). Estos reciben el nombre de deístas, y son: TOLAND, VOLTAIRE, CHERBURG, TINDAL, LESSING, etc. Tal vez haya que incluir en este grupo a ARISTÓTELES, en cuanto que parece negar a Dios el conocimiento de las cosas que están fuera de El.

La segunda opinión restringe la divina providencia. En este sentido, parece que PLATÓN restringió la divina providencia tan sólo a los seres incorruptibles, como él mismo consideraba que eran los cielos; en cuanto a la providencia sobre el hombre la asignó a los demonios, o genios intermedios entre nosotros y los dioses; el cuidado de todos los demás seres corruptibles lo puso en manos de los dioses secundarios (formas separadas o ángeles). Los ESTOICOS reducían la providencia de Dios al cuidado de las cosas excelentes, como el hombre; no de las cosas insignificantes. Con todo, pensaban que la providencia que Dios ejerce sobre el hombre destruye la libertad. CICERÓN, para no sentirse obligado a negar la libertad, enseñó que Dios no tiene providencia de nuestros actos libres. MAIMONIDES y los averroístas decían que la providencia de Dios va dirigida, desde luego, a los seres incorruptibles; en cuanto a los corruptibles, Dios tiene providencia únicamente de las especies, no de los individuos; excepto en el caso del hombre, del cual Dios tiene también providencia en singular.

La tercera opinión afirma que todas las cosas son regidas por una providencia similar. Así, los maniqueos sostenían que de todos se tiene la misma providencia, de los buenos, por parte del Dios del bien, y de los malos, por parte del Dios del mal. Los fatalistas afirmaban que, tanto los seres racionales como los irracionales, se rigen por la misma regla férrea de la necesidad.

Nuestra opinión sostiene, por una parte, que Dios ejerce su providencia sobre todas las cosas, por insignificantes que sean, y por otra, que del hombre tiene, sin, embargo, un cuidado especial. Proponemos esta opinión como plenamente cierta en filosofía y de fe en teología.

638. Prueba de la tesis. Parte I. Dios TIENE PROVIDENCIA INMEDIATA DE TODAS LAS COSAS QUE EXISTEN FUERA DE EL.

Prueba 1. (A partir de la sabiduría de Dios y de la intención que tiene de los diversos fines). Dios ejerce providencia universal e inmediata sobre todas las cosas si, por un lado, conoce por sí mismo todos los fines de todas las cosas, así como todos los medios que son aptos para la consecución de tales fines, y por otro lado, por sí mismo elige todos los medios para la efectiva consecución de dichos fines; es así que las cosas acontecen de esta manera, luego Dios ejerce providencia universal e inmediata sobre todas las cosas.

La mayor es evidente a partir de las mismas nociones.

La menor. Dios mismo conoce por sí todos los fines, así como todos los medios aptos para conseguirlos, debido a su infinita sabiduría. El mismo también elige los medios aptos para que cada cosa, con todas sus partes, alcance el fin proporcionado: pues un autor sumamente sabio, que quiere seriamente los fines, ha de querer igualmente los medios proporcionados; es así que Dios es el autor sumamente sabio del mundo, y mediante la creación ha establecido seriamente a cada causa su fin proporcionado (de otro modo, haría Dios algo sin ninguna finalidad), luego El mismo quiere dar a todas y cada una de las cosas los medios que son proporcionados para el logro de dichos fines.

Por último, El mismo ha hecho, de modo inmediato, esta elección, y no ha dado a ninguna criatura la potestad de decidir, en particular, acerca de los medios mencionados. Pues El mismo, en el tiempo (llegada la ocasión), debe hacer todas las cosas mediante su propio concurso; es sí que lo que Dios hace en el tiempo, eso mismo ha debido ordenarlo y decidirlo desde toda la eternidad, luego Dios, desde toda la eternidad, ha tenido que ordenar y decidir absolutamente todas las cosas.

Prueba 2 (A posterior, a partir del orden admirable, tanto cósmico como moral). Vemos que en el mundo está en vigor un orden verdaderamente admirable, por el cual cada cosa obtiene el fin proporcionado, y asimismo una no menos admirable subordinación, gracias a la cual unas cosas contribuyen al logro de los fines que otras tienen; p. ej., entre los minerales, nunca fallan las leyes de las combinaciones, y unas fuerzas que son de suma utilidad, capaces de ejercer unos influjos de utilidad parecida; en el reino vegetal, no tiene fin la proliferación de las plantas y de los árboles, que proporcionan, de modo abundante y conveniente para la salud, comida, vestido, habitación, instrumentos, etc.; en el reino animal, no cesa tampoco la proliferación y conservación de las especies animales, que reportan al hombre tan gran utilidad, e incluso unas a otras; y para terminar citando al género humano, vemos que se mantiene -de modo, por lo menos, suficiente- un orden, algo más que en sus líneas generales, en relación con régimen de los pueblos y ciudades -para que no se conviertan, en los niveles respectivos, en guaridas de ladrones- en la procreación y educación de la prole, en el culto que a Dios se debe, en el cultivo de las ciencias, en el progreso y desarrollo constantes, y en el dominio sobre la materia; es así que todos los aspectos citados se disponen mediante la divina providencia, luego ha de existir la divina providencia, que además tiene que ser universal e inmediata.

La mayor es evidente, pues no es sino una exposición de hechos.

La menor. Los hechos citados, en efecto, no ocurren por casualidad o «per accidens»; de lo contrario no ocurrirían sino raras veces, y no se obtendría de modo constante el efecto que nos es útil a nosotros y a las demás cosas, sino que se seguiría un efecto cualquiera. Ahora bien, si no ocurren «per accidens», es que ocurren «per se»; es decir, debido a la determinación impuesta por unas causas. Pero estas causas no pueden ser irracionales, pues éstas no serían capaces de hacerse cargo de la finalidad a que debe tender cada cosa, ni, por tanto, podrían ordenar los medios a los fines respectivos, luego los hechos a que nos hemos referido, tienen que ocurrir por la determinación que les imprime una causa racional que, de un modo al menos remoto, no puede ser más que Dios.

639. Parte II. DIOS TIENE UNA PROVIDENCIA PECULIAR DEL HOMBRE.

(Argumento a prior¡). Dios ha señalado al hombre un fin totalmente especial, que necesita unos medios especialísimos; es así que el que pretende un fin con la debida seriedad, ha de preocuparse, con la misma seriedad, de facilitar los medios que son proporcionados, si es que se trata de un agente sumamente sabio, como lo es Dios, luego Dios ha de facilitar al hombre unos medios especialísimos, que se hallen en consonancia con el fin totalmente especial apuntado en primer lugar.

La menor es clara. Declaración de la mayor. Efectivamente, Dios ha impuesto al hombre el fin de tributarle gloria formal y de mantener todo el orden racional: fines que no han sido fijados a los seres irracionales. Ahora bien, para que tales fines puedan lograrse, es necesario que Dios haga conocer sus mandamientos, señale una sanción proporcionada y, muy principalmente, en la suposición de que ha fijado al hombre un fin intrínsecamente sobrenatural, es necesario que le proporcione unos medios sobrenaturales, que no hemos de dudar en calificar de especialísimos.

640. Escolios. 1. Dios escucha nuestras preces. Pertenece a la providencia moral el que Dios escuche las preces que les dirigimos y les otorgue la correspondiente satisfacción. Pero, ¿cómo puede darles esta satisfacción?. He aquí dos explicaciones, cualquiera de las cuales puede parecer suficiente. En primer lugar, disponiendo, desde toda la eternidad, las causas naturales, de suerte que en el tiempo llegado el momento) las cosas sucedan naturalmente tal como estaba previsto que las preces lo iban a reclamar. Cabe imaginar otra forma, que sería, no disponiendo las cosas desde la eternidad, en la forma expuesta en la forma anterior, sino interviniendo justamente en el momento en que se formulan las preces, de modo que, en forma casi milagrosa y oculta, las cosas queden acomodadas a las preces. Así se expresa Sto. Tomás (3CG, c.95.96).

2. Los males físicos y morales en su relación con la providencia de Dios. Es un hecho incontrovertible que existen en el mundo enormes males, tanto físicos como morales.

Los males físicos están, desde luego, sometidos a la providencia divina. De ellos hay que decir que Dios los quiere y pretende, no «per se», sino «per accidens», y los ordena, en primer lugar, al bien de todo el universo. Efectivamente, si no se diese la corrupción de los minerales, no habría plantas; si no se diese la de las plantas, no habría animales, y si no se diesen todas ellas: las de los minerales, la de las plantas y la de los animales, no habría una providencia adecuada de las necesidades del hombre. En segundo lugar, los males físicos se ordenan asimismo al bien moral del hombre, pues le ofrecen ocasión de satisfacer por sus pecados y de ejercitar un buen conjunto de virtudes, y son además medios con los cuales Dios castiga a los culpables. Por su parte, los que exageran en demasía los infortunios y las miserias de la presente vida, no tienen en cuenta que los males que en ella se dan son de brevísima duración en comparación de la felicidad eterna que por ellos podemos merecer, y en comparación, por otra parte, de cualquier pecado que hubiéramos cometido.

Los males morales Dios no los quiere ni «per se» ni «per accidens», pues, en virtud de su santidad no puede querer los pecados directamente, ni tampoco indirectamente, en cuanto medios para conseguir fines buenos. Caen, sin embargo, bajo una providencia secundaria puesto que, en la hipótesis de que se cometan pecados, contra la voluntad antecedente de Dios, El mismo quiere compensarlos, de alguna manera, con los grandes bienes que de ellos se siguen como consecuencia. Entre estos bienes podemos citar la penitencia de los culpables, la paciencia de aquellos que sufren injustamente, el castigo de los obstinados. Por qué Dios ha querido elegir el presente orden de providencia en el que existen tantos males morales, cuando habría podido evitarlos con suma facilidad, no deja de ser un misterio, acerca del cual algo, no obstante, se dijo al tratar sobre el origen del mal (341-346).

3. La fatalidad, la casualidad y la fortuna. La fatalidad (el hado), según los gentiles de la antigüedad, es la necesidad que envuelve a todas las cosas y acción, de suerte que no puede ser quebrantada por fuerza alguna: así la definió Séneca. En este sentido evidentemente no es admisible la fatalidad, puesto que da al traste con la libertad de Dios y de las criaturas. En un sentido más amplio, entendemos por fatalidad la necesidad con que todos los acontecimientos humanos están ligados con sus causas respectivas, de conformidad con el decreto dado bajo el influjo de la ciencia media, de establecer este orden concreto de circunstancias. De este modo es como cabe admitir la fatalidad en el mundo: todas las cosas suceden de acuerdo con lo que Dios tiene previsto y decidido, mediante sus decretos permisivos o predefinitivos.

La casualidad, por su parte, puede considerarse respecto del entendimiento y de la causa agente. Respecto del entendimiento es, sencillamente, un acontecimiento imprevisto cuya causa se desconoce. Respecto de la causa agente es un acontecimiento que ocurre al margen de la intención del agente. De este modo, una teja que cae produce la muerte de una persona que, casualmente, pasa debajo. Respecto de Dios, en realidad, no existe la casualidad ‑como es lógico‑, ya que de antemano ha conocido y querido todas las cosas, pretendiéndolas o simplemente permitiéndolas. Pero respecto de las criaturas, hay que reconocer que la casualidad es múltiple, tanto respecto del entendimiento como de las causas eficientes.

La fortuna (la suerte) viene a ser una especie de casualidad. Es, pues, un acontecimiento bueno (buena suerte) o malo (mala suerte), que ocurre al margen de cualquier previsión o intención de la causa inteligente. Así el hallazgo de un tesoro lo consideramos como buena suerte (un número premiado en la lotería, un acierto en las quinielas, etc.), mientras que, si se quema una colección de sellos de gran valor, si se pierde una piedra preciosa o se extravía un documento imprescindible, hablamos de mala suerte. Es evidente que hablar, en esta forma, de buena suerte o de mala, tiene sentido respecto de nosotros, pero carece de él respecto de Dios, que todo lo tiene previsto y querido, intentándolo o permitiéndolo.

ARTICULO II

EL GOBIERNO DIVINO

Tesis 51. Dios gobierna eficazmente todas las cosas creadas.

641. Nociones. El GOBIERNO de Dios consiste en aquella acción por la cual Dios proporciona a todas las cosas, de modo actual, los medios para que se dirijan, de hecho, o puedan dirigirse a sus propios fines, ya se trate de un fin próximo, ya de un fin remoto. No es otra cosa, por tanto, más que la ejecución de la providencia Divina.

El gobierno puede ser INMEDIATO Y MEDIATO. Decimos que es inmediato, cuando Dios, por sí mismo y por su propia acción, interviene en la ejecución de la divina providencia, de suerte que las demás cosas fuera de El, o no intervienen para nada, o al menos no como causas principales, sino únicamente como instrumentos que no guardan proporción con las acciones. Así, El sólo conserva las cosas subsistentes, y El sólo también establece los instrumentos de salvación o las leyes divinas; y al contrario, se sirve de las criaturas como instrumentos para muchos remedios de salvación; por ejemplo, se sirve del agua para producir la gracia, se sirve de los sacerdotes para perdonar los pecados y para confeccionar el sacramento de la Eucaristía, etc.

El gobierno sería MEDIATO, si Dios mismo, o no hiciera nada en la ejecución de la divina providencia, sino que todo lo realizara por medio de las causas segundas, o si El mismo llevara a cabo, como causa primera, las acciones propias del gobierno, sin que por ello las causas segundas dejaran de intervenir en calidad de causas principales de sus propias operaciones, mediante las cuales se dirigen hacia sus fines. De este modo es como Dios, valiéndose de las causas segundas, va encaminando a los organismos a adquirir el grado de evolución que les compete, y a realizar las acciones mediante las cuales ellos alcanzan dichos fines. De este modo, asimismo, es como realiza la mayor parte de las acciones u obras relativas al gobierno.

Nosotros afirmamos que Dios gobierna todas las cosas; en parte, de modo inmediato, de modo que es El solo quien obra, como ocurre con las inspiraciones de la gracia divina, con la iluminación de los profetas, con la creación del conjunto de almas racionales, con la conservación de las cosas subsistentes; y en parte, de modo mediato, no en el sentido de que Dios se quede sin obrar para nada -pues siempre debe concurrir, en su calidad de causa primera-, sino en el sentido de que deje lugar a la intervención de las causas segundas. En tales circunstancias, puede decirse que Dios gobierna el mundo como soberano arquitecto, que concibe El sólo, los medios, la ordenación de los mismos y la disposición de las cosas a sus propios fines; y también como cooperador inmediato, que presta su concurso a todos; y, en fin, como el que tiene a sus órdenes numerosos ejecutores, cada uno de los cuales desempeña su cometido y realiza su orientación al fin bajo la dirección del. arquitecto soberano.

Los medios que, de hecho, son suministrados, consisten en determinadas instituciones que proceden únicamente de Dios, como son las leyes, los medios para lograr la salvación sobrenatural, la conservación de las cosas, la creación de tantas almas como son necesarias para la generación de los hombres y, sobre todo, el: concurso: mediante todas estas realidades, las cosas tienden, o pueden tender, por lo menos, hacia sus propios fines, próximos y remotos.

El gobierno se distingue de la providencia en cuanto que ésta es un acto inmanente, que sólo puede pertenecer a Dios y, por tanto, es eterno. Mientras que el gobierno es una acción externa, temporal y que no procede solamente de Dios, sino también de las criaturas que concurren con Dios.

642. Estado de la cuestión. Preguntamos, pues, si hay que admitir el gobierno divino, tal como aquí lo hemos explicado.

La variedad de opiniones es la misma que fue expuesta al tratar de la providencia. Igualmente, proponemos nuestra tesis como cierta en filosofía y de fe en teología.

643. Prueba de la tesis. El gobierno consiste en proporcionar, en acto, a cada uno los medios que le son necesarios para el logro de sus fines, tanto próximos como últimos; es así que Dios proporciona tales medios, luego Dios gobierna todas las cosas.

La mayor es clara a partir de la noción misma de gobierno. Prueba de la menor. porque Dios, en el tiempo, hace todas las cosas de acuerdo con los decretos de su providencia; de otro modo, sería inconstante. Es así que El mismo, mediante la providencia divina, decretó proporcionar a todos y a cada uno, los medios necesarios para los fines correspondientes, luego Dios debe proporcionarlos en el tiempo.

644. Escolio. ¿Es Dios solo el que gobierna el mundo, o también gobiernan las criaturas?. La razón de la duda reside en que el gobierno consiste en el suministro de los medios para el logro de los fines; por ejemplo, en la adquisición de méritos para la vida eterna, pero tal adquisición es obra también de la criatura, con la cooperación de Dios.

Pero hemos de responder diciendo que todavía en esta hipótesis, Dios solo es quien gobierna el mundo, y no las criaturas. Las criaturas cooperan, sí, en la obra que Dios pretende o permite que se realice; pero únicamente se puede afirmar que gobierna aquel que hace las cosas, y además conforme a unos decretos concebidos y formulados sólo por él, si bien otros puedan intervenir en la ejecución. Es así que únicamente Dios interviene de tal manera que pueda llevar a cabo lo que El mismo decidió, si bien otros cooperen luego en la obra, luego Dios solo es quien gobierna todas las cosas, aunque no sólo El realice las acciones, que constituyen los medios para los respectivos fines.

645. Objeciones. 1. Providencia es lo mismo que prudencia, y supone consejo y deliberación; es así que en Dios no puede haber ni consejo ni deliberación, luego tampoco puede haber providencia.

Distingo la mayor: en un ser que no sea infinitamente sabio, concedo; en el que es infinitamente sabio, niego. Y concedida la menor, distingo igualmente el consecuente: si siempre se exigiera consejo y deliberación, concedo; de lo contrario, niego.

2. Las cosas que ya se hallan por sí mismas determinadas a sus propios fines, no necesitan de nadie que las gobierne; es así que hay muchísimas cosas que ya se hallan por sí mismas determinadas a sus propios fines, luego no necesitan de providencia.

Distingo la mayor. si por su propia esencia tuvieran también todos los requisitos y medios, concedo; si por sí mismas no tienen tales requisitos y medios, niego; y concedida la menor, contradistingo el consecuente.

3. El que mira por sí mismo, no necesita que ningún otro mire por él; es así que el hombre ya mira por sí mismo, luego no necesita de la providencia ajena.

Distingo la mayor. el que mira por sí, con independencia de su provisor ajeno, concedo; pero si mira por sí con dependencia esencial de otro, niego; y contradistingo la menor.

4. Los seres contrarios no pueden caer bajo la providencia del mismo provisor; es así que en el mundo existen infinitos contrarios, como son los seres que corrompen a otros, y los que ofrecen resistencia a dicha corrupción, piénsese en los animales grandes y pequeños, luego no todos los seres del mundo pueden caer bajo la providencia del mismo Dios.

Distingo la mayor. del mismo provisor particular, concedo; del mismo provisor universal, que muestra su cuidado de suerte que unos seres estén subordinados a otros, niego; y concedida la menor, contradistingo el consecuente: del mismo provisor particular, concedo; del mismo provisor universal (Dios), niego.

646. 5. Si Dios se tomase un cuidado especial del hombre, no habría tantas opresiones, tantas enfermedades, ni una tan injusta distribución de los bienes; es así que encontramos, de todos modos tal desorden, luego Dios no se toma un cuidado especial del hombre.

Distingo la mayor: si la providencia que del hombre tiene fuese únicamente para un fin intramundano y temporal, concedo; si es para un fin eterno, niego; y concedida la menor, contradistingo el consecuente: si el citado cuidado estuviera dirigido sólo a un fin intratemporal, concedo; si está también dirigido a un fin eterno, niego.

6. Si Dios cuidase especialmente del hombre, éste no se apartaría de su fin con mayor frecuencia que los demás seres irracionales; es así que el hombre se aparta de su fm propio, que es honrar a Dios, con mayor frecuencia que los seres irracionales (los cuales nunca se apartan de sus fines), luego Dios no cuida especialmente del hombre.

Distingo la mayor. si el hombre no tuviese libertad, al modo de las bestias, concedo; pero si tiene libertad, que además es defectible y bastante inclinada al mal, niego; y concedida la menor, contradistingo el consecuente, cabría hacer tal afirmación si no tuviese libertad, concedo; en caso contrario, niego.

7. Un provisor sabio, que prevé los males, los aparta en la medida que le es posible; es así que Dios prevé tantos males físicos y morales, y no los aparta, luego no ejerce una verdadera providencia, o no lo hace con sabiduría.

Distingo la mayor. si se trata de un provisor particular, a quien otro puede pedir cuentas, que debe santificarse con sus propios actos externos, y que no puede ordenar, de modo infalible, los males para el bien, concedo; si se trata de un provisor universal, que no depende de la obediencia de nadie, que no debe adquirir su santidad mediante sus actos externos, y que puede ordenar, de modo infalible, los males para el bien, niego; y concedida la menor, contradistingo el consecuente. si Dios actuase como un provisor particular, que depende de la obediencia de otro, que debe santificarse mediante sus actos externos, y que no puede ordenar, de modo infalible, los males para el bien, concedo; de lo contrario, niego.

8. Si Dios permite tantos males para obtener de ellos bienes (p. ej., para mostrar la justicia vindicativa o la clemencia, y para obtener la penitencia del pecador), hay que decir que lo que Dios pretende son estos bienes, y que Dios quiere, al menos «per accidens», los pecados, que aparecen como condición necesaria para el logro de los bienes citados; es así que semejante principio es inmoral, ya que Dios estaría obrando el mal para que sobreviniera el bien, luego Dios no puede permitir los pecados para que de ellos se sigan bienes, sino que los pecados están, sin más, al margen de la providencia de Dios.

Concedo la totalidad del argumento, y distingo el consecuente último: los pecados están al margen de la providencia primaria e intentiva (de intento), concedo; están al margen de la providencia secundaria y permisiva , niego. Dios no intenta que se cometan los pecados para lograr ningún fin bueno; sino, supuesto el que de hecho se cometan contra su voluntad, quiere compensar la existencia de los mismos con bienes de gran categoría, como son la penitencia, la paciencia, la humildad y la ostensión de la justicia divina vindicativa.

EPILOGO

647. «¿Qué es lo que creo cuando creo en la existencia de Dios?. Ayuda, Señor, mi incredulidad y mi debilidad. Creo que Tú eres Aquél por el que todos los seres tienen el ser lo que son. Creo que Tú abarcas todo aquel ser que es algo. Creo que Tú eres el que siempre has sido, y que has sido antes de todo lo que ha existido. Creo que Tú estás aquí con todo el ser y que eres en todas partes lo que eres aquí. Creo que Tú serás perennemente lo que has sido desde la eternidad, y que eres ahora lo que serás eternamente.

«Concédenos, Señor, el comprender con todos los santos, cuál es la longitud, la latitud y la sublimidad y la profundidad de tu divinidad: concédeme que, apartándome totalmente de mí mismo en el pensamiento y en el deseo, me sumerja en este océano de tu divinidad y me pierda en él a mí y a todo lo creado, sin ocuparme, ni sentir, ni amar ni desear ni ninguna otra cosa y sin anhelar nada más, sino que descanse únicamente en Ti y que posea y disfrute plenamente de todo bien sólo en Ti. Pues así como tu esencia es infinita e inmensa, del mismo modo todo bien que hay en Ti es igualmente infinito e inmenso. ¿Quién es tan avaro que no se dé por satisfecho con el bien infinito e inmenso? Por consiguiente no buscaré ni desearé nada fuera de Ti, sino que tú serás para mí a manera de todas las cosas y por encima de todas las cosas el Dios de mí corazón y de mi heredad, Dios para siempre (Lessio, Sobre las perfecciones divinas, 12 c.4).

«Me resulten viles y despreciables a mí todas las cosas transitorias a causa de Ti, y me sean queridas todas tus cosas, y Tú, Dios mío, más que todas ellas. Pues ¿qué son todas las otras cosas en comparación de la excelencia de tus bienes?. Son humo, son sombra y vanidad todas las riquezas y delicias y toda la honra de este mundo, las cuales subyugan miserablemente los ojos de los mortales, no permitiéndoles conocer ni ver a fondo los bienes verdaderos, los cuales están en Ti.

«Así pues, no amaré ni estimaré nada de las cosas de este mundo, sino que te amaré y te estimaré solamente a Ti y a tus bienes, los cuales están ocultos en Ti, bienes que en realidad consisten en Ti mismo, y bienes de los cuales gozarán eternamente aquellos que, habiendo despreciado las cosas caducas de la tierra, se hayan unido estrechamente a Ti. Te amaré sobre todas las cosas y te serviré siempre: porque eres infinitamente mejor que todos los seres y digno de que todas las criaturas por toda la eternidad te ofrezcan y consagren todo su amor, todo su af ecto, todas sus bendiciones, toda su gratitud, todas sus manifestaciones de alabanza, todos sus actos de servicio, amén.» (Lessio, la obra anteriormente citada, 1. 1 c.7).

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