Aproximación al pensamiento de Heidegger

Del libro: RAFAEL GAMBRA, Historia sencilla de la Filosofía
21ª edición, Rialp, Madrid 1996, pp. 227-229.



EL CONCEPTO DE «EXISTENCIALISMO»

El. concepto de existencialismo puede entenderse de modos diferentes, según la mayor o menor amplitud con que se lo tome. En un sentido amplísimo, es existencialista toda filosofía que admita y reconozca la existencia como algo diferente de la esencia. En este sentido la filosofía antigua y la escolástica son existencialistas, y deja sólo de serlo la filosofía del racionalismo y del idealismo.

En un sentido más concreto, Se dice existencialista al pensamiento que encuentra su punto de partida y su motivo inspirador en esa percepción de la existencia como algo dado, misterioso e irreductible a la esencia. Se advierte en él una intención negativa respecto del frío esencialismo de los sistemas racionalistas. En este sentido, toda, o casi toda, la filosofía de nuestros días es existencialista, pero a muchos de los sistemas actuales la existencia les sirve sólo de punto de partida para buscar después una trascendencia (un ir más allá), sea en el terreno religioso o en el metafísico. Tal es el caso de Jaspers, de Berdiaeff, de Marcel..., tal era el del propio Kierkegaard.

Pero puede entenderse en un tercer sentido, más estricto, el existencialismo: el de aquellos sistemas filosóficos para los que la existencia [humana] no es sólo el punto de partida y el motivo inspirador, sino el campo en que se moverán siempre, sin trascenderlo o salir de él en ningún momento. Tal es el caso del filósofo alemán Martín Heidegger y de varios franceses (Sartre, Camus, etc.), que se consideran como lo más característicamente existencialista y el producto típico de su época. Uno y otros (el alemán y los franceses) representan las dos caras de una filosofía que afirma sólo lo concreto y existente, la existencia sin trascendencia.

HEIDEGGER (1889-1976)

opina que la primera misión de toda filosofía es aclarar «el sentido del ser», lo que significa «ser». Kant partía para su sistema de un análisis de la ciencia, de la posibilidad de los juicios en la ciencia. Pero Heidegger encuentra que la ciencia es un hacer del hombre, es decir, algo que tiene el modo de ser del hombre que la hace. Más aún, según Heidegger, ya desde Platón el hombre occidental no se somete al ser, sino que somete el ser a sí mismo y lo reduce a representaciones hasta hacer del mundo imagen. Así, el hombre postplatónico occidental dice que conoce cuando posee «e-videncia», es decir, visión, retrato, «eidos». Esto constituye, según él, un descarrío intelectual. El hombre preplatónico conocía en cuanto estaba atento al ser (especie de unión intuitiva o mística), y el hombre medieval cristiano conocía en cuanto que era y se sentía criatura. Ni uno ni otro, según Heidegger, redujeron el ser a la condición de objeto convocado a la presencia del hombre.

La realidad primaria, donde el ser se capta con su sentido original, es lo que Heidegger llama el «Dasein». «Dasein» es una palabra alemana que, por difícilmente traducible, se suele transcribir en todos los idiomas. Significa «ser-ahí», y, en definitiva, se refiere al hombre como «arrojado a la existencia», ser que existe en el mundo y actúa sobre las cosas, que tienen, ante todo, el sentido de instrumentos del Dasein. La filosofía, según Heidegger, no puede ser más que una analítica e interpretación del Dasein.

No es posible trascenderlo hacia un mundo ideal o religioso porque todo género de ideas o de cosas se halla implicado, inserto, en él mismo.



Este análisis del Dasein descubre, ante todo, la contingencia de su ser. El Dasein aparece inexplicablemente en la realidad, sobrenada durante su vida en el poder-no-ser, esto es, suspendido sobre la nada, y, entre sus muchas y fortuitas posibilidades, sólo una es necesaria: el morir. El Dasein es un «ser para la muerte» (Sein zum Tode).

Dentro de esta estructura fundamental en la que, según este análisis existencial, se mueve el Dasein, se registran dos modos opuestos de actuar, de enfrentarse con la realidad: la que Heidegger llama «existencia inauténtica» y la «existencia auténtica». La primera -la inauténtica- es un entretenerse con las cosas, un entregarse a la trivialidad de las relaciones sociales o de los placeres estéticos, un olvidar la profunda tragedia de la existencia. La auténtica, en cambio, es un abrazarse con la angustia, un vivir consciente de la tragicidad del existir, una presencia constante del destino último de la existencia: la nada, a través de la muerte.

El existencialismo heideggeriano tiene una doble significación en la historia del pensamiento:

-por una parte constituye un reconocimiento del fracaso final de la concepción racionalista e idealista, es decir, el descubrimiento de la contingencia y la finitud en el ser que nos es más directa e inmediatamente conocido: el Dasein.

-Pero de otra, responde al postulado general de la filosofía moderna, que


exige al hombre bastarse a sí mismo, no apoyarse en un mundo de realidades superiores, en un orden sobrenatural


En resumen, esta filosofía concluye: «efectivamente, el hombre no es el absoluto esencial y centro de la realidad que creyó el racionalismo, pero, aun contingente y limitado, es lo único que existe, y tras de él nada hay».

La analítica del Dasein conduce a una situación de inexplicabilidad y de desesperación: la realidad es, simplemente, el hombre finito lanzado a una existencia incierta y sin sentido, sosteniéndose sobre la nada, y abocado fatalmente a la muerte. Existe para cada hombre, sin embargo, una posible salvación: aceptar la propia situación, dar un enérgico sí a los hechos y autoafirmarse por la acción y por la lucha.

Puede reconocerse una influencia de esta filosofía en la actitud de la juventud alemana en las filas del nacionalsocialismo durante la última guerra mundial. Actitud desengañada, escéptica, respecto a valores universales, pero que, por un enérgico voluntarismo, afirma y deifica su propia existencia colectiva -la raza y el Estado germánico, y se entrega desesperadamente a una lucha de la que esperaba ver surgir su propio ser y el sentido de su vida.

He dicho que este existencialismo alemán constituye sólo una de las dos caras del existencialismo. Es la aceptación de la contingencia y de la finitud, y su superación por un vivir en presencia de la muerte: filosofía de tragedia y de desesperación. El reverso, en cambio, tiene algo de irreflexivo y hedonista: el existencialismo interpretado por los filósofos y literatos franceses de la posguerra...

Gentileza de www.arvo.net para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL