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Historia de la Filosofía

 

§ 1

Concepto de la historia de la Filosofía

Aristóteles da comienzo a sus catorce libros Metaphysicorum con aquella afirmación de todos conocida, a saber: que todos los hombres desean naturalmente saber (omnes homines natura scire desiderant), o poseen natural inclinación a la ciencia. Afirmación es esta que, aunque parece vulgar a primera vista, encierra profundo sentido filosófico, según se desprende de las reflexiones luminosas que hace Santo Tomás {1} al exponer y comentar, con su acostumbrada penetración y [2] seguridad, esta sentencia del Estagirita. Y es digno de notarse que el Doctor Angélico supone y afirma que este deseo natural de saber se refiere al saber en sí mismo, a la ciencia metafísica considerada en sí misma, abstracción hecha de sus aplicaciones ulteriores y de su utilidad posible: quaerere scientiam non propter aliud utilem, qualis est haec scientia, non est vanum.

A nuestro intento, sin embargo, en la ocasión presente, basta recordar que ese deseo de saber, espontáneo y universal en el hombre, de que nos habla el discípulo de Platón, es el grano de mostaza que creció y crece, se desarrolló y se desarrolla, hasta constituir la ciencia filosófica, cuya historia tratamos de escribir. Pero, ¿qué se entiende por esta ciencia filosófica? ¿Qué materias y cuestiones constituyen la esencia y el ser de la Filosofía, y representan, por consiguiente, el dominio y los límites de su historia? [3]

Preguntas son estas que entrañan un problema nada fácil de resolver, al menos con seguridad y precisión exacta. Porque, si volviendo la vista atrás, echamos una rápida ojeada sobre el sentido y significación que se ha dado a la palabra filosofía en diversas épocas y por diferentes autores, nos será sumamente difícil determinar, circunscribir y fijar aquel sentido y aquella significación, y, consiguientemente, la naturaleza y el dominio de la Filosofía y de su historia.

Zeller observa con razón que la palabra filosofía recibió entre los griegos sentidos y significaciones muy diferentes. Y, en efecto: si recorremos los escritos de Herodoto, Jenofonte, Platón y Sócrates y algunos otros, veremos que la denominación de filósofo se tomaba con frecuencia como sinónima de sabio, de sofista, de físico o naturalista, y alguna vez se aplicaba a los poetas y artistas. En general, puede decirse que al principio toda cultura del espíritu humano, la aplicación o ejercicio de su actividad en cualquiera de sus fases, la manifestación, en fin, de la virtualidad y fuerza nativa de la razón humana en esfera superior a la del vulgo o generalidad de los hombres, recibía el nombre de filosofía y también de sabiduría. Porque es sabido que en sus primeros pasos estos dos nombres marcharon, por punto general, confundidos y como identificados, y aun puede añadirse que estuvo más en uso el segundo que el primero hasta la época de Pitágoras {2} y [4] hasta la enseñanza de Platón, cuyos escritos contribuyeron mucho, no ya sólo a generalizar el uso de la palabra filósofo, sino también a concretar y fijar su verdadero sentido.

Al mismo resultado contribuyeron igualmente los escritos y la enseñanza de Aristóteles; pues si bien es cierto que tanto éste como su maestro emplean alguna vez la palabra filosofía en su sentido primitivo y vago, generalmente le atribuyen una significación concreta, diferencial y científica. Que si para Platón la Filosofía es el esfuerzo por medio del cual el espíritu humano se eleva al conocimiento objetivo del ser y de la perfección moral, y distingue lo que es de lo que aparece, lo inteligible de lo sensible y fenoménico, para su discípulo la Filosofía es el conocimiento reflejo y sistemático de los principios del ser y del conocer, la investigación científica del mundo y de sus primeras causas, y del hombre con sus potencias, su origen y sus fines.

En las escuelas que posteriormente se formaron al calor de la restauración socrática, y bajo la influencia más directa e inmediata de Platón y Aristóteles, el nombre y noción de Filosofía vuelven a perder la precisión y el sentido racional, concreto y científico que habían recibido de la boca y en los escritos de aquellos dos grandes filósofos. En muchas de estas escuelas, la Filosofía queda reducida a la investigación ética, o, mejor dicho, a la investigación de los bienes en que consiste la felicidad del hombre, y medios de llegar a su posesión. En otras, la ciencia filosófica es amalgamada y confundida con la erudición histórica, la crítica, la música, la gramática y otras semejantes. En algunas, [5] finalmente, el elemento mitológico, la simbólica, la teurgia y la magia, absorben, si ya no decimos que ahogan, la Filosofía, en el sentido propio de la palabra.

En resumen: desde los primeros tiempos históricos hasta Pitágoras, la denominación de filósofo y la de sabio, equivalente por entonces de la anterior, se daba a los que sobresalían o se distinguían del vulgo por alguna cultura superior del espíritu, o porque poseían conocimientos especiales en cualquier ramo, ciencias, artes, literatura, gobierno, &c., y también a los que se distinguían de la generalidad por la práctica de la virtud o ejercicios de obras buenas. A esta primera época podemos aplicar las palabras de Cicerón, cuando escribe: Omnis rerum optimarum cognitio atque in his exercitatio Philosophia nominata est.

Desde Pitágoras hasta Aristóteles inclusive, el nombre y noción de la Filosofía se determinan, aclaran y fijan paulatinamente hasta adquirir significación propia y diferencial, y, por último, se presenta, aunque con cierta vaguedad, entre vacilaciones pasajeras y con alguna obscuridad, como la ciencia del mundo, de Dios y del hombre, como la investigación científica, consciente y refleja de la esencia, de las leyes y de las relaciones de la realidad objetiva. Y aquí es digno de notarse que algunos de estos filósofos, y principalmente Sócrates y Platón, reconocen y confiesan que la ciencia que el hombre puede alcanzar de estos objetos es muy imperfecta y como nada en comparación de la ciencia de Dios, único verdadero sabio {3}, y único que [6] posee la ciencia verdadera y digna de este nombre.

En las escuelas posteriores, la idea de la Filosofía, o se circunscribe a la investigación de la felicidad de la vida humana y de sus condiciones, como las escuelas cínica, cirenaica, epicúrea, &c., o amalgama y confunde toda clase de conocimientos, desde la retórica y poética, hasta la magia y la simbólica, como las diferentes ramas y fases del neoplatonismo, o subordina todos estos conocimientos, lo mismo que la especulación metafísica, a la idea ética, como aconteció en la escuela estoica, para la cual no había más Filosofía ni más investigaciones metafísicas que el estudio y la práctica de la virtud, a la cual debía subordinarse todo lo demás; pues, como escribía Séneca, Philosophia studium virtutis est, sed per ipsam virtutem.

Despréndese de lo dicho que la historia de la Filosofía, ni debe abrazar todo lo que algunas escuelas y filósofos apellidaron Filosofía, ni tampoco debe limitarse a lo que otras escuelas y otros filósofos designaron con este nombre, sino que debe marchar y moverse en relación y armonía con la noción o idea propia de la Filosofía. La cual, según queda indicado, abraza el [7] conocimiento racional, o al menos la investigación científica de la esencia, leyes y relaciones generales de la realidad. La idea de Filosofía, y consiguientemente su historia, no descienden al objeto y terreno propios de las ciencias particulares, consideradas como tales, sino que se mantienen en las investigaciones, conocimientos y sistemas que de una manera más directa y general se relacionan con Dios, el mundo y el hombre, que son los tres grandes objetos que integran la realidad objetiva, cuya esencia, leyes generales y relación, constituyen y representan la materia y como el objeto específico de la Filosofía.

§ 2

Límites y auxiliares de la historia de la Filosofía

Por lo dicho en el párrafo anterior, se ve que la historia de la Filosofía excluye de su seno las artes y ciencias de erudición, empíricas, históricas, matemáticas y físicas. Aun con respecto a aquellas ciencias que participan de la naturaleza de la Filosofía, como las psicológicas, jurídicas y sociales, la historia de la Filosofía debe limitarse a ciertos puntos de vista generales, y a las relaciones más íntimas y fundamentales de las mismas con la Filosofía propiamente dicha.

Por su misma naturaleza, estos límites entre la Filosofía y las demás ciencias son relativamente vagos. Por esta razón no es posible señalar una línea precisa, inmutable y fija, ora para separar la Filosofía y su [8] historia de las demás ciencias, ora para reconocer y elegir, entre las múltiples opiniones e ideas de los filósofos, las que merecen hallar cabida en la historia de la Filosofía. De manera que el criterio objetivo necesita ser completado y desarrollado por el criterio subjetivo del autor, el cual, si posee sentido filosófico, sabrá discernir las ideas, opiniones y teorías a las que deba concederse lugar más o menos preferente en la historia de la Filosofía, habida razón de su valor real, de su influencia sobre los espíritus, de su originalidad e importancia efectivas.

El acierto y seguridad del criterio, así objetivo como subjetivo, depende también, en gran parte, de la naturaleza y uso de las fuentes y materiales de que se eche mano al escribir la historia de la Filosofía. Excusado parece decir que debe concederse la preferencia a las obras generales de los filósofos cuya doctrina se trata de exponer, cuando conste, al menos, la autenticidad de esas obras que han llegado hasta nosotros. A falta de éstas, debemos recurrir al testimonio de otros autores, y a las noticias suministradas por éstos, principalmente cuando son contemporáneos o poco posteriores, acerca de la vida, doctrina, discípulos o influencia de ciertos filósofos.

De aquí la utilidad, o, digamos mejor, la necesidad relativa de acudir a la historia, la crítica, la filología, para proceder con acierto al discutir, afirmar y discernir, bien sea la autenticidad de las obras atribuidas a determinados filósofos, bien sea la autenticidad y el valor real de las noticias de segunda mano y de los datos suministrados por otros autores. Pueden y deben, por lo tanto, considerarse como auxiliares de [9] la historia de la Filosofía, la crítica, la filología, la historia de los pueblos y de su civilización; pero también, aunque en grado inferior y de una manera menos directa, la gramática, la historia de las artes y ciencias, la mitología, la religión y la cronología.

Al hablar aquí de los límites de la historia de la Filosofía, claro es que nos hemos referido a los límites internos de la misma, a los límites inherentes y esenciales a su objeto específico y a su materia propia. Por lo que hace a los límites que pudiéramos llamar externos y cronológicos, ya dejamos indicado en el Prólogo que los ensanchamos hasta dar cabida a la historia de la Filosofía entre los pueblos orientales, sin que por eso sea nuestro ánimo prejuzgar la cuestión referente al origen de la Filosofía. Por otra parte, la resolución de este problema depende en gran parte del sentido o significación que se atribuya a la palabra filosofía. Es muy posible que, una vez fijado el sentido de esta palabra, los que buscan y señalan el origen de la historia de la Filosofía en la India, se acercarían mucho, si ya no es que coincidían plenamente con la opinión de Tennemann, cuando nos dice que «el verdadero principio de la Filosofía se encuentra entre los griegos».

A juzgar por esta afirmación, sería preciso suponer que, para Tennemann, la Filosofía de la India y sus sistemas no representan esfuerzo alguno de la razón humana para realizar la idea de la Filosofía, o sea para constituir una concepción más o menos sistemática de la realidad. Porque es de saber que para el filósofo alemán, la historia de la Filosofía «es la ciencia que representa los esfuerzos de la razón humana para [10] realizar la idea de la Filosofía, narrándolos ordenadamente». Es verdad que el mismo filósofo añade que la historia de la Filosofía «es la representación por medio de los hechos del desarrollo siempre progresivo de la Filosofía como ciencia». Parécenos que el espíritu hegeliano que informa estas dos definiciones, espíritu que se transparenta más en la segunda, contiene la explicación y la verdadera razón suficiente del privilegio que Tennemann concede a los griegos en orden al origen de la Filosofía y de su historia.

§ 3

Materia y forma de la historia de la Filosofía

La materia de la historia de la Filosofía es de dos maneras o especies: interna y externa. La materia interna es la misma Filosofía considerada como esfuerzo consciente, sistemático y progresivo de la razón, para el conocimiento de la realidad concebida desde un punto de vista general, en su esencia, sus leyes y sus relaciones fundamentales. Lo que se ha dicho en el párrafo primero acerca de la idea de la Filosofía y de su historia, fija de antemano la materia interna de esta última. Si se quiere expresar la misma idea con otros términos, puede decirse que la materia interna de la historia de la Filosofía son los varios sistemas filosóficos que aparecen en diferentes puntos del espacio y del tiempo, como productos del esfuerzo de la razón, o, mejor, como productos y manifestaciones del trabajo metódico y consciente de la inteligencia en orden [11] al conocimiento general y científico de la realidad.

La razón, la experiencia y las ciencias históricas demuestran de consuno que la inteligencia del hombre se halla sometida a ciertas condiciones exteriores que influyen de una manera más o menos directa y eficaz en su desenvolvimiento, ora favoreciendo y acelerando éste, ora contrariando su energía, ora comunicándole determinada dirección. Y esto es lo que constituye y representa la materia externa de la historia de la Filosofía; porque la verdad es que esta historia no sería completa ni llenaría su objeto si, al ocuparse de la materia interna y de los sistemas filosóficos, no se hiciera cargo y no tomara en consideración los acontecimientos, circunstancias y condiciones que ejercieron influencia más o menos eficaz y decisiva en el desenvolvimiento de la razón filosófica, en el origen, naturaleza, direcciones y efectos de los sistemas.

Pertenecen a este género y forman parte de la materia externa de la historia de la Filosofía: a) la persona de los filósofos, con los datos referentes a su vida y costumbres, a su carácter moral, a la fuerza o intensidad de su inteligencia, a sus estudios, maestros, &c.; b) el grado y caracteres de la civilización del pueblo en que nació o vivió el filósofo, la religión y la lengua del país, y la educación recibida; c) el espíritu general de la época y la constitución e ideas políticas reinantes; y, finalmente, en menor escala, el clima, las condiciones geográficas y geológicas del país, los sucesos históricos contemporáneos o inmediatos, las revoluciones, &c.

Así como la combinación oportuna y racional de los términos y proposiciones constituye la forma del [12] silogismo, según los lógicos, así también la forma de la historia de la Filosofía debe consistir, y consiste, en la coordinación metódica, racional y oportuna de lo que constituye la materia interna y externa de la misma. El elemento principal, la condición más indispensable para alcanzar esta coordinación metódica que constituye la forma de la historia de la Filosofía, consiste en no perder de vista que en esta historia debe entrar por mucho el estudio y conocimiento de las causas y efectos que determinaron el proceso de los múltiples sistemas filosóficos que en la misma se presentan. En otros términos: entonces podrá decirse que la historia de la Filosofía posee su verdadera y propia forma, cuando la materia interna y la externa reciban disposición o combinación adecuada para representar con la posible claridad y exactitud el desenvolvimiento sucesivo de la razón filosófica, juntamente con las causas y razones del orden, alternativas y vicisitudes de este desenvolvimiento.

Dicho se está de suyo que no se trata aquí de lo que pudiéramos llamar la forma externa y accidental de la historia de la Filosofía, o sea de la forma resultante de las cualidades del estilo, división por capítulos, libros o párrafos, colocación de textos, &c., sino que se trata de la forma interna y substancial, por decirlo así, por medio de la cual la historia de la Filosofía, no solamente se distingue esencialmente de todas las demás historias y ciencias, sino que, por razón de esa forma, constituye un verdadero conjunto histórico-científico, con unidad una y verdadera.

La forma de la historia de la Filosofía será imperfecta, si la disposición oportuna y la combinación adecuada [14] de los materiales no se halla informada y vivificada por un criterio fijo, amplio y comprensivo, capaz de percibir el sentido íntimo y real de los sistemas y doctrinas, comunicando al propio tiempo a su historia cierta unidad, cierta uniformidad doctrinal, basada en la convicción real y en el criterio filosófico del historiador. Porque no somos de aquellos que creen que el historiador de la Filosofía debe carecer de sistema filosófico, o que al menos debe ocultar sus ideas. Lejos de eso, opinamos, por el contrario, que el historiador de la Filosofía necesita tener un sistema, una concepción sistemática, un criterio general, que pueda servirle de guía, de norma y como medida para comprender las doctrinas de los filósofos, juzgar de su importancia y relaciones mutuas, discernir su valor real y la naturaleza de sus resultados e influencias en la historia y la civilización. Cierto es que el historiador de la Filosofía debe poner exquisito cuidado en no dejarse llevar de sus aficiones y convicciones personales al juzgar y criticar las doctrinas de los filósofos; cierto que debe ante todo exponer con fidelidad y exactitud las opiniones y sistemas que se suceden en el campo de la Filosofía; pero de aquí no se infiere que deba carecer de sistema propio. Para exponer con imparcialidad y verdad las opiniones de los otros, no se necesita ser escéptico o carecer de convicciones en la materia. Y es absurdo afirmar o suponer que el mejor historiador de la Filosofía sería aquel que careciese de sistema propio y de convicciones fijas en materia de Filosofía, como sería absurdo pretender que el mejor historiador del Derecho sería un hombre que no profesara opinión alguna determinada y fuera completamente escéptico en la [14] materia. Por punto general, en esta materia, como en tantas otras, los que hacen más alarde de libertad de juicio, de amplitud de miras y de imparcialidad, son los que en la práctica las observan menos y los que más se apresuran a juzgar de las doctrinas y sistemas filosóficos, no solamente con sujeción a su criterio personal, sino con sujeción a sus apasionamientos racionalistas y anticristianos.

§ 4

Importancia y utilidad de la historia de la Filosofía

La importancia y utilidad de la historia de la Filosofía se infiere y resulta de la naturaleza misma de la Filosofía. Porque si ésta representa la evolución superior de la razón humana como facultad de conocimiento en el orden natural; si la Filosofía es la suprema de las ciencias humanas; si es la base y coronamiento de todas las demás ciencias y aun de las artes; si lleva en su seno íntimas y múltiples relaciones con la religión y el destino final del hombre, si la Filosofía representa y contiene uno de los elementos más poderosos, eficaces y permanentes del movimiento histórico y civilizador del género humano, evidente será de toda evidencia, que son muy grandes e incontestables la importancia y utilidad de su historia, según queda dicho en el prólogo. Así, pues, la historia de la Filosofía es una especie de complemento de la Filosofía, y desde ese punto de vista, su importancia y [15] utilidad vienen a confundirse e identificarse con la utilidad e importancia de la misma Filosofía. En este concepto, la historia de la Filosofía se halla en contacto con todos los grandes objetos de la actividad humana, e influye de una manera directa o indirecta en casi todas las ciencias y artes, en el conocimiento del proceso y vicisitudes de la historia humana, y facilita el camino para conocer, juzgar y medir la naturaleza de las diferentes civilizaciones, y la de las diferentes fases o manifestaciones religiosas que dominaron y dominan entre los hombres.

Por otra parte, con el estudio de la historia de la Filosofía, el espíritu adquiere insensiblemente cierta independencia y superioridad para juzgar y criticar las doctrinas; se pone en estado de conocer y aplicar las reglas más convenientes para la investigación científica de la verdad; descubre nuevos caminos y direcciones posibles en el desenvolvimiento de la razón y de la ciencia, ensanchando los horizontes de ésta. A esto se añade que es auxiliar muy eficaz y poderoso para marchar con relativa seguridad por los caminos de la verdad y de la ciencia, y para conocer las aberraciones de la razón humana, sus causas y efectos, conocimiento que es resultado natural y lógico del estudio de la historia de la Filosofía. Y este estudio contribuye también, y no poco, a desterrar las preocupaciones o prejuicios; a imprimir en el espíritu elevación de miras, y a comunicarle cierta modestia y sobriedad de juicio, muy en armonía con las prescripciones del Catolicismo, y muy en armonía también con la dignidad del hombre y de la ciencia.

Empero téngase presente, y no se olvide nunca, [16] que la modesta sobriedad de juicio que prepara e inspira el estudio recto de la historia de la Filosofía, no debe confundirse ni con la mentida sobriedad del eclecticismo, que envuelve la negación de la verdad real y absoluta, ni mucho menos con esa indiferencia de que algunos alardean, que concede iguales derechos a la verdad y al error, al bien y al mal, indiferencia absurda e inmoral, que coincide y se identifica con el escepticismo absoluto.


{1} Sin contar otras varias consideraciones muy filosóficas acerca de las aplicaciones y efecto de ese natural deseo de saber que existe en el hombre, Santo Tomás busca y señala la razón suficiente de este fenómeno, o, digamos mejor, de este hecho: a) en la tendencia espontánea y natural de lo imperfecto a la perfección, del entendimiento en estado de potencia al entendimiento en estado de acto, de la inteligencia potencial e informe a la inteligencia actuada e informada por las ideas; b) en la natural inclinación de toda substancia o naturaleza a su propia operación, a la acción correspondiente a su propia esencia, la cual en el hombre y para el hombre no es otra que la acción de entender o saber, puesto que es la acción más propia del hombre como hombre y la que le distingue y separa de las demás cosas: por consiguiente, nada más natural que la inclinación del hombre a la ciencia, el deseo de saber y conocer las cosas y sus razones y [2] principios. «Cujs ratio potest esse triplex: primo quidem quia unaquaeque res naturaliter appetit perfectionem sui, unde et materia dicitur appetere formam, sicut imperfectum appetit suam perfectionem. Cum igitur intellectus a quo homo est id quod est, in se consideratus, sit in potentia omnia, nec in actum eorum reducatur nisi per scientiam, quia nihil est eorum quae sunt, ante intelligere, sic naturaliter unusquisque desiderat scientiam, sicut materia formam. Secundo, quia quaelibet res naturalem inclinationem habet ad suam propriam operationem; propria autem operatio hominis in quantum homo est intelligere, per hoc enim ab omnibus aliis differt: unde naturaliter desiderium hominis inclinatur ad intelligendum et per consequens ad sciendum.» Comment. in 12 lib. Metaphys., lib 1º, lecc.1ª.
No es menos hermosa la tercera razón probando que el hombre desea naturalmente la ciencia, acto y perfección propia del entendimiento humano, porque por medio de éste se verifica la unión del hombre con la Inteligencia Suprema y la posesión de la perfecta felicidad: Non conjungitur homo nisi per intellectum, unde et in hoc ultima hominis felicitas consistit.

{2} Cualquiera que sea la exactitud histórica de la anécdota que atribuye a Pitágoras el origen del nombre filósofo, exactitud histórica que no todos reconocen, es lo cierto que esta palabra tomó carta de naturaleza, por decirlo así, entre los escritores y hombres de letras, a contar desde la época en que floreció el fundador de la escuela itálica.

{3} No una, sino varias veces, insiste Platón en este pensamiento, que pudiéramos llamar filosófico-cristiano, ora poniéndolo en boca de Sócrates, ora expresándolo por su propia cuenta, según puede [6] verse en la Apología Socratis, en el Convivium, en el Phoedrus, en el Lysis, y hasta en algunas de sus cartas. Así, por ejemplo, en la Apología, Platón, después de recordar la pregunta hecha al oráculo de Delfos acerca de la sabiduría de Sócrates, pone en boca de éste las siguientes palabras: «Interrogavit utique (Cherephon) an esset ullus me sapientior: respondit Pythia, sapientiorem esse neminem... Quidnam Deus est? aut quid hoc sibi voluit? Ego enim mihi conscius sum, neque in magnis nec in parvis esse me sapientem. Quid igitur sibi vult cum me asserit sapientissimum?... Videtur autem, o viri Athenienses revera solus Deus sapiens esse, atque in hoc oraculo id sibi velle, humanam sapientiam parvi, imo nihili pendendam esse.» Opera plat. Mars. Fic. interp., pag. 470.