Libro séptimo


Moral

 

Capítulo preliminar
Consideraciones generales sobre la Moral

El objeto de este capítulo, que viene a ocupar el lugar que suele darse a lo que se llama prólogo, es presentar algunas breves reflexiones sobre la Moral, considerada en general, sustituyendo nociones precisas y concretas a las vagas y generales que contener suelen los prólogos.

§ I
Idea general y existencia de la ciencia moral.

«Es propio de la ciencia moral, escribe santo Tomás, considerar las operaciones humanas, según que contienen el orden en sí mismas y con relación al fin del hombre.» Estas breves palabras indican ya claramente la idea general de la moral, como ciencia filosófica o natural, la cual no es otra cosa en realidad que «el conocimiento científico de lo que [376] origina y constituye el orden moral posible en las acciones humanas.»

Y digo de las acciones humanas, porque, según la acertada observación del mismo santo Tomás, las acciones del hombre capaces del orden moral, son únicamente las que proceden de la voluntad deliberada, es decir, de la voluntad regulada y dirigida por la razón, en unión con la cual constituye lo que se llama libre albedrío, al cual apellida el citado santo Tomás, facultas voluntatis et rationis; porque, en efecto, lo que constituye al hombre perfectamente libre y dueño de sus acciones, no es la voluntad sola, sino la voluntad en cuanto presupone y envuelve el conocimiento del objeto, del fin y de los medios a que se refiere la acción. En otros términos: acciones humanas son las que corresponden al hombre como hombre, es decir, como ser dotado de razón y voluntad, a diferencia de las que le corresponden como ser dotado de vida sensitiva y vegetativa, las cuales, aunque radican en el hombre, y por esta razón se denominan acciones del hombre, no son ni se denominan humanas, porque no son propias y específicas del hombre.

De aquí se infiere

1º Que la ciencia moral es de la mayor importancia y utilidad, toda vez que tiene por oficio propio conocer, ordenar y dirigir las acciones propias y específicas del hombre, y determinar o producir, por consiguiente, en éste la perfección moral, la cual envuelve, como veremos después, la realización del destino del hombre sobre la tierra, y el germen vital para la realización y posesión de su destino final y absoluto.

2º Que la existencia de la libertad es una condición necesaria de la ciencia moral, porque sin aquella no pueden existir las acciones humanas, únicas que son capaces de orden moral. Esto quiere decir, que la ciencia moral es una palabra vacía de sentido, y nada puede significar en realidad.

a) Para los panteístas, que al identificar la sustancia y esencia de Dios con el mundo, convierten al hombre en un [377] mero fenómeno, en una modificación del ser, incapaz, por consiguiente, de verdadera libertad, la cual lleva consigo la responsabilidad personal. Por otra parte, en la teoría panteísta, el mundo y el hombre son evoluciones o manifestaciones necesarias de la sustancia divina, y como tales, legítimas y buenas esencialmente.

b) Para los fatalistas antiguos y modernos, que consideran las acciones humanas como el resultado de una necesita ciega, inevitable y superior a la voluntad del hombre.

3º Que la ciencia moral puede y debe considerarse como la base general de las ciencias sociales y políticas, pues todas ellas son derivaciones más o menos directas e inmediatas del derecho natural, cuya consideración forma una parte principal de la ciencia moral, y presuponen además el conocimiento de lo que constituye la esencia y condiciones de la moralidad.

Así como la psicología trata de los actos del hombre, considerándolos como manifestaciones de su actividad vital, diferentes entre sí por su naturaleza y objeto, la moral considera estos mismos actos en sus relaciones con las condiciones del orden moral. Puede decirse por lo tanto, que la psicología suministra a la ciencia moral la materia, perteneciendo a la segunda considerar aquellos actos en su forma moral posible, o sea en cuanto son susceptibles de la perfección que llamamos moralidad, la cual viene a ser por lo mismo el objeto formal, propio y específico de esta ciencia.

La moral reúne todas las condiciones de una verdadera ciencia. Tiene un objeto propio y específico; contiene además verdades de evidencia inmediata relacionadas con este objeto, cuales son las que llamamos primeros principios prácticos, bonum est faciendum et malum vitandum; vivere oportet secundum rationem; quod tibi non vis altere ne feceris, con otros axiomas semejantes, cuya verdad no cede en claridad y evidencia a los que sirven de base a las demás ciencias. Si la ciencia es un conocimiento adquirido por medio de demostraciones, cognitio per demostrationem acquisita: si [378] la ciencia no es otra cosa más que un conjunto de verdades ciertas necesarias y universales, deducidas por medio de la razón de otras verdades superiores y de evidencia inmediata, en las cuales se hallan virtualmente contenidas y con ellas enlazadas, es indudable que la moral reúne todos los caracteres esenciales de la ciencia. El homicidio es contrario a la justicia: el adulterio es vituperable: no se deben volver injurias por beneficios: los padres deben ser venerados y honrados por sus hijos: la mentira es mala e ilícita, &c., &c., he aquí proposiciones o verdades que la moral demuestra científicamente.

§ II
Relación de la moral con el derecho natural.

Sabido es que las relaciones entre la Moral y el Derecho vienen siendo objeto de acaloradas disputas entre los filósofos, pretendiendo unos que el dominio de la moral no puede separarse enteramente del que corresponde al derecho natural, y afirmando otros que constituyen dos ciencias completamente distintas y separadas.

Puede decirse que aquí, como en otras muchas materias, las disputas desaparecerían en su mayor parte, con solo fijar de antemano el sentido de la cuestión, y sobre todo, explicando cada uno de los contendientes lo que entiende por Moral y por Derecho natural.

Que se debe admitir alguna distinción entre la ciencia moral y el derecho natural en sí mismo, es evidente, si se tiene en cuenta: 1º que éste es innato en el hombre, como dice su mismo nombre, y en el concepto de tal, independiente de sus esfuerzos e investigaciones, al paso que la moral, como todas las demás ciencias, es el resultado de estos esfuerzos e investigaciones personales, voluntarias y reflejas, sin que reciba con la misma naturaleza como la ley [379] natural: 2º el primero se halla en todos los hombres que tienen uso de razón; la segunda, sólo en aquellos que se dedican a su estudio: 3º la ciencia moral descubre y señala la moralidad de los actos humanos, su origen, naturaleza y condiciones, pero no envuelve una fuerza preceptiva y prohibitiva, como la ley natural, la cual no solo muestra, sino que manda y obliga al bien.

Si por la palabra Derecho natural, no se entiende la misma ley de la naturaleza considerada en sí misma o por parte de su existencia objetiva, sino el conocimiento científico de la misma, en este caso el Derecho natural se distingue de la Moral, como la parte del todo, en atención a que el conocimiento de la naturaleza, origen, propiedades, prescripciones y valor de la ley natural, forma una parte, y parte principal de la ciencia moral; porque la verdad es que en la mayor parte de los casos, la moral establece y demuestra la bondad o malicia, la moralidad o inmoralidad de una cosa, la licitud o ilicitud de una acción, investigando sus relaciones con la ley natural. Sin embargo, la ciencia moral considera además la bondad y malicia del acto humano con relación al fin último, a las circunstancias, a la libertad, a la ley humana, &c., y por eso hemos dicho que la ciencia o conocimiento del derecho natural, si se distingue de la ciencia moral, es solamente a la manera que la parte se distingue del todo.

Creemos por lo tanto, que la distinción que Kant establece entre la Moral y el Derecho, distinción que ha sido adoptada y seguida, bajo una forma u otra, por la generalidad de los racionalistas posteriores, no tiene razón de ser, considerada en el terreno filosófico. Según la teoría del filósofo alemán, la Moral tiene por objeto las acciones internas del hombre, perteneciendo al Derecho regular y dirigir las externas, por medio de las cuales el hombre se pone en relación con los demás.

Si se tratara puramente del derecho civil, sería aceptable esta división; porque en efecto, hablando en general, no incumbe a éste juzgar, ni dirigir y regular los actos puramente [380] internos. Pero si se trata del derecho natural, jus naturae, semejante teoría es absolutamente inadmisible.

La ciencia moral, no solo de reglas para dirigir la conducta interna, sino también externa. La moralidad e inmoralidad no se encuentran solo en los actos internos, sino también en los externos. ¿Es por ventura que el homicidio o el robo no son actos inmorales, o no están sujetos a las condiciones propias del orden moral? Y no se nos diga que la moralidad e inmoralidad del acto externo depende de la del acto interno que determina su existencia, pues a esto contestaremos: 1º que esto abona y confirma nuestra tesis, puesto que la ciencia moral no puede ser completa, sino a condición de considerar el origen, naturaleza y condiciones de la moralidad bajo todas sus relaciones, y por consiguiente, sin considerar el acto interno como origen principal, aunque no único, de la moralidad del acto externo, el cual viene a ser la expresión sensible, la revelación y como el cuerpo del interno: 2º que no es completamente exacto que la moralidad del acto externo depende toda del interno, siendo incontestable que el acto externo lleva consigo muchas veces condiciones y causas especiales que contribuyen por su misma naturaleza al aumento de la moralidad o inmoralidad de la acción, como son, entre otras, el perjuicio o daño material que se sigue del acto externo, por ejemplo, de la ocisión injusta de un padre de familia, y no del interno; del escándalo o el buen ejemplo, consiguientes al acto externo y no al interno, &c.

Hay más todavía: si es irracional y absurdo limitar el dominio de la moral a la dirección de los actos internos, no lo es menos circunscribir y limitar el dominio y dirección del derecho natural a los actos externos, como tampoco a los que dicen relación a los demás hombres.

El derecho o ley natural, no manda y prohibe exclusivamente ciertas acciones externas; no impone exclusivamente obligaciones con respecto a los actos relacionados exteriormente con otros individuos, sino que impone también obligaciones y deberes realizables con actos puramente internos. [381] ¿Será por ventura que no obra contra las prescripciones del derecho natural el que blasfema de Dios con palabras interiores, el que aborrece a sus padres, el que se entrega a deseos o concupiscencias de la carne, por más que estos actos no tengan relación con otros hombres? Esto sin contar que los actos externos y relativos que, según la teoría que combatimos, constituyen el objeto y pertenecen al dominio exclusivo del Derecho natural, reciben su moralidad o inmoralidad principal del acto interno que los determina, y que constituye su alma y su forma, por decirlo así. Luego la investigación de los actos externos y de los derechos y oficios del hombre social, no puede ser completa ni científica, si no abraza también su forma interna. Por otra parte conocer el Derecho en relación con los actos externos y como norma de las relaciones sociales, es conocer un aspecto, una derivación parcial, una manifestación incompleta del mismo, y no el fondo de su esencia, no el conjunto de sus aplicaciones, ni su origen, ni mucho menos su importancia transcendental, como elemento generador de la perfectibilidad moral del hombre.

¿Qué debemos inferir de todo esto? Que la Moral y el Derecho natural no deben ni pueden distinguirse, ni mucho menos separarse, en un sentido absoluto, sino a lo más en un sentido puramente relativo, en cuanto que a la Moral pertenece considerar e investigar bajo un punto de vista general el origen, elementos, constitución y condiciones posibles de la moralidad del acto humano, prescindiendo de sus aplicaciones concretas al acto interno o externo, a la acción individual, social o política; al paso que el Derecho natural, por una parte, se dedica con preferencia, aunque no exclusivamente, a regular y dirigir los actos externos y las relaciones sociales del hombre, como formas y aplicaciones concretas de la moralidad humana, y por otra parte, entra en una investigación más profunda, detallada y concienzuda de la ley natural, considerándola como una de las fuentes principales y hasta, en algún sentido, como única fuente de moralidad, y además como una de las condiciones y reglas fundamentales [382] del orden moral. En resumen: la ciencia moral y la del Derecho natural son dos ciencias tan íntimamente relacionadas entre sí, que no es posible, ni lógica y natural su separación: son dos fases de una misma ciencia, dos cosas que se compenetran, dos círculos concéntricos.

Ni destruye la verdad de lo que dejamos asentado, la pretensión de Ahrens, al afirmar que el objeto del Derecho es señalar y determinar las condiciones y medios necesarios al hombre para realizar su fin racional. Porque cualquiera que sea este fin y destino racional, y hasta concediendo que sea, como pretende el mismo Ahrens, el desarrollo indefinido de las facultades humanas, semejante fin no puede ser verdaderamente racional, ni el desarrollo de las facultades humanas puede constituir el destino humano, ni este, cualquiera que él sea, puede ser verdaderamente racional y digno del hombre, sino a condición de ser moral. Sin moralidad no hay perfección completa para el hombre, y el destino humano es preciso que envuelva una tendencia a la perfección. La evolución de las facultades no puede ser legítima ni perfectiva del hombre, si no va acompañada del desarrollo moral, o si no se halla informada y vivificada por el espíritu y la vida moral. Luego cualquiera que sea el objeto y el dominio que señalarse quiera al Derecho, y con especialidad al derecho natural, es imposible separarlo completamente del objeto y del dominio de la ciencia moral. [383]

§ III
La moral filosófica y la moral teológica.

Para reconocer que la filosofía moral es cosa muy distinta de la moral teológica o cristiana, basta tener presente:

1º que el sujeto propio de la moral filosófica es el hombre, es decir, el individuo humano considerado simplemente como un ser inteligente y libre, creado por Dios y destinado a él como a último fin de toda la creación; mientras el sujeto propio de la moral teológica es el cristiano, o sea el hombre elevado gratuitamente por Dios al orden sobrenatural desde su creación, regenerado y restaurado por Cristo y en Cristo de la caída original, y destinado a un fin cuyos medios y cuya posesión superan las fuerzas de la naturaleza humana.

2º Los principios que sirven de base a las investigaciones científicas y deducciones prácticas en la moral cristiana, o son revelados, o son derivaciones inmediatas de éstos: los principios de la moral filosófica, son verdades naturales, conocidas con certeza y evidencia por la razón pura.

3º Los preceptos, máximas y reglas de la moral filosófica, traen su origen y su sanción de la ley natural, en la cual radican originariamente: los preceptos, máximas y reglas pertenecientes a la moral teológica, traen su origen y reciben su fuerza y vigor de la ley divina, y principalmente de la promulgada por Jesucristo.

Dos consecuencias importantes se desprenden de las indicaciones que anteceden. Es la primera que la distinción establecida entre la moral filosófica y la moral teológica, no lleva consigo la idea de exclusión o incompatibilidad mutua. La moral cristiana, lejos de excluir la moral filosófica o natural, la toma, por el contrario, como base y condición fundamental de su existencia: la moral cristiana añade sobre la moral filosófica, pero añade perfeccionando, no [384] destruyendo, a la manera que el orden sobrenatural o de la gracia, perfecciona y no destruye la naturaleza humana: gratia non destruit naturam, sed perficit.

La segunda consecuencia que se desprende de lo dicho es que la distinción y superioridad de la moral cristiana con respecto a la filosófica, es de tal naturaleza, que la razón humana abandonada a sus propias fuerzas, no puede conocer ni mucho menos practicar la moral cristiana. Los fundamentos y principios de la moral cristiana proceden de la revelación divina, de manera que, o constituyen verdades sobrenaturales, o están íntimamente relacionados con dogmas y misterios inaccesibles a las fuerzas de la razón humana, como la encarnación del Verbo, la existencia y transmisión del pecado original, la necesidad y condiciones de la gracia, &c. Por lo que hace a la práctica, ¿puede la razón humana, abandonada a sí misma, conocer la obligación del bautismo, de recibir la Eucaristía, de confesar, con otros muchos preceptos de la moral cristiana? ¿Puede presentar, por otra parte, la razón humana, algo que se parezca a al perfección moral que se revela en la vida de los que el cristianismo apellida santos y venera en los altares?

Luego es inadmisible y hasta absurda en sí misma la afirmación de ciertos filósofos, que pretenden confundir e identificar la moral del cristianismo con la moral natural o filosófica. «Decir: el cristianismo es el que lo manda; o decir: la razón y la libertad lo ordenan, es una misma cosa absolutamente.» Así se expresa Marheineke, haciéndose eco de Kant, de Vette, de Brunch y de otros racionalistas, que al mismo tiempo que se desdeñan de aceptar la palabra revelada y someterse a la Razón divina, pretenden rebajar hasta sí al cristianismo, no viendo en él más que una forma y una revelación de la razón humana. Sería curioso saber de qué manera demostrarían estos filósofos, que la razón y la libertad humana ordenan recibir el bautismo, y confesar, y comulgar, y creer la verdad del misterio de la Trinidad y la Encarnación del Verbo; porque todas estas cosas y otras muchas manda y ordena el cristianismo, y si hemos de creer al autor del [385] pasaje citado, la razón y la libertad mandan e imponen las mismas obligaciones y preceptos que el cristianismo. Porque «el cristianismo, añade el escritor citado, nada afirma que la razón completamente desarrollada, no pueda decirse a sí misma, que el espíritu verdaderamente libre, no se vea obligado a reconocer como necesario.» {(1) Systéme de Theol. mor., pág. 10.}.

§ IV
La moral independiente.

Esta extraña pretensión de ciertos racionalistas, especialmente de los procedentes de las escuelas kantianas y hegeliana, ha dado origen a otra afirmación no menos racionalista en el fondo, aunque más moderada, o mejor dicho, más hipócrita en la forma, y por lo mismo más peligrosa. Tal es la teoría de lo que se llama la moral independiente, o sea la afirmación de que la razón humana puede por sí sola e independientemente de toda influencia cristiana, constituir un sistema de moral completo y absolutamente perfecto en el orden natural, o lo que es lo mismo, tan perfecto y sublime como el que contiene la moral cristiana.

Por lo demás, esta teoría de la moral independiente, de la que no pocos hablan sin comprender su significación, tan acariciada en nuestros días y en nuestra patria por muchos que de filósofos se precian, es una sencilla repetición del siguiente pasaje de Kant: «La maravillosa religión del cristianismo, en su extrema sencillez, ha enriquecido la filosofía con ideas morales mucho más precisas y puras que las que ésta había presentado hasta entonces, ideas, sin embargo, que una vez promulgadas, son admitidas y aprobadas libremente [386] por la razón, y que ésta habría podido y debido descubrir e introducir por sí misma.» He aquí claramente formulada la teoría racionalista de la moral independiente, tan acariciada hoy por nuestros filósofos, sociólogos y políticos revolucionarios, algunos de los cuales afectan, al parecer, pretensiones de originalidad, apellidándola moral universal, sin tener en cuenta que si lo que se llama moral independiente depende exclusivamente de la razón humana, debe constituir una moral universal; porque universal es la razón, y obligatorio para todo hombre lo que esta prescribe como perteneciente al orden moral.

Examinemos ahora lo que hay de verdad en esa teoría. Cuando se habla de moral independiente y se afirma que la razón por sí sola puede constituir una moral completa y perfecta, ¿se quiere significar que la razón humana puede descubrir y demostrar el conjunto de ideas morales que encierra el cristianismo, como enseñaba Kant, fundador y padre de esta teoría? En este caso, salta a la vista lo absurdo de semejante teoría, bastando tener en cuenta al efecto las indicaciones arriba consignadas sobre las diferencias radicales y profundas que separan la moral filosófica o puramente racional, de la moral cristiana, la cual envuelve preceptos basados exclusivamente sobre los dogmas revelados y sobre la ley positiva divina, a no ser que Kant y los partidarios de la moral independiente se comprometan a descubrir y demostrarnos, ateniéndose únicamente a la razón humana, que el hombre tiene el deber de bautizarse, que está obligado a recibir la Eucaristía, a creer los misterios de la Trinidad y la Encarnación, &c., &c.

Ya nos parece oír a los partidarios de la moral independiente, que, dando un paso atrás, nos dicen: «No se trata de la identificación o igualdad absoluta de la moral independiente con la moral cristiana, sino de la posibilidad y fuerzas por parte de la razón humana, para formular y constituir un sistema de moral tan completo y acabado, que su práctica determine la mayor perfección moral posible del hombre en el orden individual y social; o en otros términos: la razón [387] humana, abandonada a sus propias fuerzas, puede descubrir y adoptar todas las máximas morales que encierra el cristianismo, excluyendo únicamente las que pertenecen al orden puramente sobrenatural y divino.»

Por de pronto, conviene notar que los mismos términos del problema envuelven implícitamente cierta contradicción, toda vez que, por una parte, se establece la posibilidad de una perfección moral absoluta y connatural al hombre, y por otra, se supone la posibilidad de una mayor perfección moral comunicada al mismo en virtud o por medio de la moral cristiana, en cuanto sobrenatural, divina y revelada. En realidad de verdad, esto vale tanto como reconocer implícitamente la necesidad de la moral cristiana para la perfección verdadera, absoluta y completa del hombre en el orden moral, y por consiguiente, equivale a reconocer que la razón humana, abandonada a sus propias fuerzas, es impotente para descubrir todas las máximas morales que contribuir pueden eficazmente a la perfección del individuo y de la sociedad. Esta sola reflexión bastaría para rechazar la posibilidad y existencia de la moral independiente, aun considerada en su movimiento de retirada, por decirlo así, desde el término absoluto en que la colocara su principal representante, el filósofo de Koenisberg.

He aquí, sin embargo, algunas otras reflexiones, que descubren más y más el vacío y la inexactitud de semejante teoría.

Los partidarios de ésta suelen aducir como prueba de su verdad el hecho de que un racionalista puede hoy proclamar, conocer y demostrar todas las máximas morales del cristianismo, con exclusión únicamente de las sobrenaturales y de las que radican en la ley divina, como ley positiva y añadida a la ley natural. ¿No vemos filósofos racionalistas que admiten todas las máximas de la moral cristiana, reconociendo y proclamando su bondad intrínseca y su conformidad con la razón natural y con la ciencia?

He aquí el argumento principal en que se apoyan los partidarios de la moral independiente, y he aquí un argumento [388] cuya fuerza aparente bastarán a disipar breves palabras, porque envuelve y lleva en su fondo un verdadero sofisma.

En primer lugar, no es lo mismo conocer una verdad, que inventarla o descubrirla; no es lo mismo conocer la excelencia, bondad naturaleza y aplicaciones de una cosa, después que ha sido descubierta y enseñada por otros, que descubrirla por sí mismo y con sus propias fuerzas. Una vez puesto el hombre en posesión de las máximas de la moral cristiana, no hay dificultad especial en reconocer su bondad y su relación armónica con la razón; pero esto no prueba de ninguna manera que esta por sí sola puede descubrirla y constituirla con igual facilidad. Afirmar esto sería lo mismo que afirmar que el descubrimiento del cálculo infinitesimal y de las leyes de Kepler, son cosas al alcance de la generosidad de los hombres, toda vez que basta una razón vulgar para conocer su naturaleza, su exactitud y sus aplicaciones. Si alguno me dice: la razón que posee el individuo A es suficiente para reconocer la verdad, resultados y exactitud del cálculo infinitesimal: luego es suficiente también para descubrirlo por primera vez; la consecuencia sería, a no dudarlo, ilegítima, siendo incontestable que semejante descubrimiento exige un desarrollo y poderío de la razón, muy superior al que basta para su simple conocimiento después de realizado el descubrimiento. Aplíquese esta observación a la objeción presente, y se verá que envuelve un verdadero sofisma, pasando del simple conocimiento al descubrimiento y constitución originaria de la cosa, tránsito que ni la experiencia, ni la observación, ni la lógica autorizan.

Pero hay más todavía. Queremos conceder gratuitamente a los partidarios de la moral independiente, en el sentido arriba explicado, que el racionalista de nuestros días puede no solo conocer, sino constituir y formular un sistema de moral idéntico al que encierra la moral cristiana, con precisión o abstracción de la parte puramente revelada y positiva. ¿Se podrá decir con verdad por eso, que la razón humana se ha elevado por sí sola al descubrimiento y constitución de ese sistema de moral? De ninguna manera: porque el racionalista [389] de nuestros días, el racionalista a que alude el argumento, vive y se mueve en una atmósfera esencialmente cristiana, de la cual no puede prescindir por completo, a pesar de todos sus esfuerzos. La idea cristiana se halla embebida en todo cuanto rodea las sociedades hoy civilizadas. Desde la infancia hasta el sepulcro, el hombre de la presente civilización, protestante o católico, racionalista o creyente, espiritualista o materialista, europeo o africano, asiático o americano, se halla en contacto necesario, permanente, íntimo, invisible, inconsciente, si se quiere, con la idea cristiana. La encuentra en todas partes, penetra en su pensamiento por cien caminos ocultos y desapercibidos, hállase encarnada en su vida intelectual, pudiendo decirse que respira y que fecundiza su razón hasta cuando la combate y se esfuerza en apartarla de sí. Luego aun admitida la hipótesis del hecho afirmado en el argumento, no se podría inferir legítimamente la posibilidad de esa moral independiente, perfecta e identificada con la moral cristiana con las solas fuerzas de la razón humana; porque la razón humana, en su estado y condiciones actuales, se halla robustecida, elevada, vivificada y perfeccionada por la influencia y bajo la acción tan universales como enérgicas y poderosas del cristianismo. En resumen: todos los argumentos o pruebas de hecho que a favor de su teoría aduzcan los partidarios de la teoría racionalista de la moral independiente, flaquearán por su base y carecerán de valor lógico, mientras no nos presenten una moral independiente, perfecta y equivalente a la moral cristiana, descubierta y formulada por un hombre que no posea noción o idea alguna de la religión cristiana.

Y esto nos conduce naturalmente a otra reflexión muy a propósito para desvirtuar la fuerza de la objeción a que se acaba de contestar, al propio tiempo que constituye una prueba directa de la impotencia de la razón humana para constituir y formular esa moral independiente, tal cual la conciben sus partidarios.

Esta orgullosa pretensión del racionalismo moderno se halla rechazada y condenada por la historia. Porque si la [390] historia de la humanidad significa algo en el mundo; si hay algo que pueda decirse demostrado por esta historia, es precisamente la impotencia de la razón para constituir, descubrir, y mucho más todavía, para sancionar, imponer y autorizar por sí sola, un sistema de moral que pueda ponerse en parangón con la moral cristiana. Examínese el movimiento histórico de la humanidad verificado fuera de la esfera del cristianismo, y no se encontrarán más que ensayos muy incompletos de moral, y aun esos llenos de máximas erróneas y degradantes. Examínese ese movimiento histórico, hasta en el período más brillante del desarrollo científico y de la elevación de la razón humana, en el período de Sócrates, Platón y de Aristóteles, y se la verá vacilar a cada paso, tropezar, extraviarse y caer, adoptando y profesando los errores más groseros y máximas las más absurdas e inconcebibles en el orden moral. Ciertamente que cuando vemos a Platón, al divino Platón, al discípulo predilecto de Sócrates, aniquilar la propiedad y ahogar la vida de la familia, y ensalzar la esclavitud, y aprobar el infanticidio y la comunidad de mujeres, se necesita toda la pasión del racionalismo contra la doctrina católica, y todo el orgullo de cierta raza de sabios contemporáneos, para proclamar la competencia omnímoda de la razón humana, en orden a descubrir y formular la moral del cristianismo.

Y si del terreno histórico-filosófico, en general, pasamos al terreno de los hechos concretos, hallaremos en estos una brillante contraprueba de la demostración histórica. Busquemos en los sistemas de moral independiente formulados por los racionalistas -y eso que no han podido prescindir de la influencia de la idea cristiana, como hemos visto- busquemos en las teorías puramente racionalistas algo que se parezca al sermón de la montaña, algo que se parezca a la abnegación de la vida monacal, algo que se parezca a la castidad cristiana, algo, que en fin, que se parezca a la idea y el sentimiento de la humildad vivificada y practicada por el católico, y veremos que en vez de ésta, el racionalismo sólo nos presenta la condenación árida y estéril del orgullo, cuya [391] existencia y fealdad reconoce, pero que pretenderá curar con el contrapeso de una modestia que no será otra cosa en el fondo más que la imitación artística de la humildad cristiana, única que puede atacar en su raíz el orgullo humano, porque recibe de la doctrina cristiana, rechazada por el racionalismo, su fuerza y sanción, y arranca de la idea católica sobre la subordinación y dependencia absoluta del hombre con relación a Dios.

Que si del orden teórico-doctrinal descendemos al orden práctico, se presenta más de bulto la insuficiencia e inferioridad relativa de la moral independiente o racionalista. La perfección moral y la práctica de la virtud es la piedra de toque, destinada a revelar la bondad y excelencia de la teoría moral a que se refieren. Ahora bien: dígasenos de buena fe si la probidad moral que llena las aspiraciones del racionalismo, si los hombres de bien del racionalismo, puede ponerse en parangón con la verdadera virtud cristiana, con la hermana de la caridad, con el misionero católico, con los hombres de bien del cristianismo, con los hombres cuya conducta moral se halle informada por el espíritu y las máximas del Evangelio. ¿Hay algo, finalmente, en el racionalismo y en las teorías de moral independiente, capaz de realizar ese gran fenómeno de la moral cristiana, que conocemos bajo el nombre de santidad? Hasta ahora, y bien puede asegurarse que lo mismo sucederá en el porvenir, los partidarios de la moral independiente no han podido ofrecernos un hombre que haya poseído las virtudes puramente morales, con la perfección que distingue a los hombres que el cristianismo ha formado, y que la historia apellida Vicente de Paul, Teresa de Jesús, Francisco de Sales, más millares y millares de antecesores y sucesores de sus virtudes.

Reasumimos ahora en pocas palabras, las deducciones legítimas de lo expuesto acerca de la moral independiente.

1º Si por moral independiente se entiende con Kant y Marheineke, un sistema moral que encierre todas las máximas y preceptos contenidos en el cristianismo en orden a la perfección moral del hombre, se debe reconocer en la razón humana [392] una imposibilidad absoluta y completa de obtener este resultado por sus propias fuerzas, toda vez que la moral cristiana, considerada en su conjunto y totalidad, contiene máximas y preceptos dependientes de la libre voluntad de Dios, y por otra parte, radica en dogmas y hechos sobrenaturales, fuera del alcance de la razón humana.

2º Si se entiende por este nombre un sistema de moral que contenga todas las máximas de la moral cristiana, con excepción únicamente de las pertenecientes al orden sobrenatural, lo que más se puede conceder a la razón humana, es la posibilidad física para realizar esto, pero negándole absolutamente la posibilidad moral. En otros términos: el descubrimiento y constitución de un sistema moral tan perfecto, en el sentido indicado, como el que abraza el cristianismo, no puede decirse colocado fuera de la esfera total y absoluta de la razón humana, como se hallan colocadas las verdades o misterios de la revelación; pero atendida la imperfección de la razón humana, atendida la oscuridad e ignorancia derivada del pecado original, y atendido, sobre todo, el conjunto de dificultades y obstáculos que reciben poderoso incremento cuando se trata del orden moral, a causa de las preocupaciones, ocasiones y pasiones en sentido contrario que se atraviesan en el camino, resulta tan grande el cúmulo de dificultades y obstáculos que a la razón humana rodean con relación al descubrimiento indicado, que bien puede abrigarse la seguridad que no llegará jamás este caso, y en este sentido decimos, que hay imposibilidad moral por parte de la razón aislada, o abandonada a sus propias fuerzas.

3º Si se trata, no del descubrimiento y constitución originario de esta moral, sino de su conocimiento, o mejor dicho, de reconocer su bondad y conformidad con la razón, después de descubierta, enseñada y practicada, como sucede hoy con la moral cristiana, todavía podemos decir que hay imposibilidad moral para la razón; porque es muy difícil que ésta, abandonada verdaderamente a sus fuerzas, sin contacto [393] alguno con la idea cristiana, llegue a reconocer y comprender la bondad y excelencia de todas y cada una de las máximas morales del cristianismo, aunque le fueran propuestas o presentadas por otro hombre. Sin embargo, esta imposibilidad moral sería y es, sin duda, menor que la que se refiere al descubrimiento de estas mismas máximas de la moral cristiana.