Wittgenstein
y la moderna filosofía anglosajona de la religión
Por José
Miguel Odero
Un pensamiento abierto a la fe
La encíclica Fides et ratio subraya la armonía entre la razón y la fe en su
común interés por las cuestiones últimas. En este documento, Juan Pablo II
invita a todos los filósofos a buscar la verdad abriéndose también a la fe,
y llama a los pensadores cristianos, en particular, a renovar la filosofía
aportando su visión de creyentes. Un trabajo filosófico de esa naturaleza se
viene realizando en el ámbito de la reciente filosofía anglosajona de la
religión. Procede de donde, quizá, menos cabía esperarlo: de la filosofía
analítica. Prueba de que, como afirma Juan Pablo II, la razón, si no se
coarta su propio impulso de búsqueda, no es impermeable al misterio.
Tradicionalmente ha sido Alemania el punto de mira para los estudiosos de la
filosofía de la religión. Desde hace unas décadas, sin embargo, en esta
parcela de la filosofía -como en otras muchas esferas del saber-, el mundo
académico anglosajón se ha convertido en una referencia indispensable. En
opinión de bastantes especialistas, ofrece planteamientos e ideas más
sugerentes y razonables que las aportadas por el mundo cultural germánico o
por el francés.
La característica de esta filosofía de la religión es su enraizamiento en
la lógica. Curiosamente, ya Guillermo de Ockham, a comienzos del siglo XIV,
dedicó a los estudios lógicos un especial interés, y el influjo de su
filosofía -el nominalismo- iba a dominar el mundo académico europeo durante
casi tres siglos. Descartes y Lutero se formaron en ese nominalismo.
De modo análogo, a comienzos del siglo XX se produce un resurgimiento del
interés por la lógica, como clave para desarrollar una filosofía del
lenguaje. Sus pioneros son germánicos (Gottlob Frege y, posteriormente, los
integrantes del llamado Círculo de Viena), pero entre ellos se encuentran
también algunos anglosajones como Bertrand Russell.
Wittgenstein: respeto a la religión
El vínculo entre ambos núcleos de pensamiento, el continental y el
británico, será Ludwig Wittgenstein (1889-1951), lógico vienés que desde
1930 se instala en Cambridge, donde destaca como alumno de Russell y en
seguida como escritor y como maestro. Bautizado católico, no había recibido
educación cristiana y sufrió el influjo del indiferentismo religioso
familiar. Sin embargo, su lúcida inteligencia -ya Russell hablaba de él como
de "un genio"- le llevó a mantener siempre una honda preocupación
religiosa.
Así como su maestro, Sir Bertrand Russell, utilizó el prestigio de su
cátedra para pontificar en favor del marxismo, del amor libre y de un
ateísmo militante, Wittgenstein no sólo experimentó una singular
fascinación por lo religioso, sino que desarrolló una filosofía
caracterizada por su fundamental respeto ante la religiosidad. Como él mismo
explicaba a su discípula y sucesora en la cátedra de Cambridge, Elisabeth
Anscombe -que era y es católica-, "la ventaja de mi pensamiento es que,
si crees a Spinoza o a Kant -por ejemplo-, eso interfiere con tus creencias
religiosas; pero si me crees a mí, entonces no sucede nada análogo".
Wittgenstein describía su labor filosófica como "un gran esfuerzo de
clarificación". Quizá pueda resumirse su legado al pensamiento
contemporáneo como ese esfuerzo por clarificar el uso de nuestras palabras y,
así, potenciar un modo de pensar más realista y menos lastrado por
prejuicios, una actitud que facilita el diálogo.
Hablar de Dios es humano
Su primera obra (Tractatus logico-philosophicus, 1922) comienza con la
conocida y apodíctica sentencia: "Acerca de lo que no se puede hablar,
es preciso guardar silencio". Pero, a la luz de su pensamiento, esta
prohibición no es tanto la de nombrar lo inefable, sino la de charlatanear
acerca de las cosas divinas: es, por principio, un freno a cualquier discurso
ateo o antiteísta, pues el ateo como tal carece de una experiencia empírica
de la no-existencia de Dios. Por eso, en esa misma obra defiende la actitud
mística ante aquello que nuestro discurso no puede aferrar ni dominar, porque
no son "hechos" visibles y tangibles, sino valores existenciales: el
sentido de nuestra vida y la noción de un Dios que determina lo que está
bien o mal en nuestro actuar.
Durante su magisterio en Cambridge se desarrollaría esa faceta ya antes
incoada (aunque malinterpretada por muchos). Se habla así del segundo
Wittgenstein, el autor de una filosofía novedosa que sólo sería conocida en
círculos más amplios por escritos publicados tras su muerte (Philosophische
Bemerkungen, 1964; The Blue and Brown Books, 1958; Philosophische
Untersuchungen, 1953; Lectures and Conversations on Aesthetics, Psychology and
Religious Belief, 1966). Ahora el filósofo reconoce que la gente habla de
religión porque ello le resulta natural, porque creer en Dios constituye un
modo de vida peculiar. Quienes dicen lo que creen hablan de algo profundo -de
un misterio que al auténtico filósofo le llena de admiración-, aunque la
mayoría de la gente a menudo no se da cuenta de ello.
Esas expresiones no son -afirma Wittgenstein con energía- meras expresiones
de estados anímicos; para entenderlas, no hay tanto que preguntarse por su
significado sino por el uso que de ellas hace la persona que cree. Se trata de
sentencias no verificables, porque versan de suyo sobre algo invisible (el
objeto de la fe es lo inevidente), algo que no se reduce a "hechos"
sensibles.
Los discípulos de Wittgenstein
El ateísmo de Bertrand Russell tendría continuidad en pensadores actuales,
como Kai Nielsen, que emplean el análisis del lenguaje para descalificar
cualquier discurso sobre Dios como un sinsentido.
Los discípulos de Wittgenstein seguirían caminos muy diversos, pero en
cualquier caso estaban curados de los prejuicios típicos del "empirismo
lógico"; no buscan una verificación sensible de las verdades
religiosas, ni suponen que éstas dejan de ser verdades al carecer de ese tipo
de verificación.
Unos, como Elisabeth Anscombe, desarrollarán mediante una teoría de la fe
como conocimiento testimonial la indicación de su maestro a fijar la
atención en la praxis creyente. "Si alguien nos preguntara -escribió su
maestro-: Pero esto, ¿es verdadero?, podremos reponderle: Sí; y si exigiera
que le diésemos razones, podríamos responderle: No puedo darte ninguna
razón, pero si aprendieses más, tú también serías de este parecer".
Él entendía que creer suponía someterse a una autoridad, tras un proceso de
invitación, de sugerencia a adoptar cierto modo de vida. En esta línea son
interesantes las aportaciones de Basil Mitchel -autor de la parábola del
partisano- y de James F. Ross, con su análisis del conocimiento por
testimonio.
Otros discípulos (el galés Dewi Z. Phillips y Norman Malcolm) pondrán el
acento en la dimensión fideísta de la religión, en la cual Wittgenstein no
buscaba ni pruebas ni se interesaba por alcanzar mediante ella conocimientos
determinados acerca de Dios. O bien subrayarán una consecuencia de dicho
fideísmo: si es un sinsentido contradecir cualquier creencia religiosa,
podría pensarse que todas las religiones son equiparables.
Sería una notable imprecisión considerar a Phillips y a Malcolm como
"los auténticos herederos de Wittgenstein". Éste, en efecto, no
distinguía entre signos de credibilidad y pruebas demostrativas de lo
creído; intuía que bajo la palabra Dios late fundamentalmente la referencia
a una persona a la cual éticamente se debe creer. Pero Dios es inefable, en
cuanto necesariamente hemos de referirnos a Él con las mismas palabras con
que enunciamos hechos banales; la fe religiosa refiere esas palabras a
imágenes o analogías que son inadecuadas al Misterio. Wittgenstein está en
la misma línea de creyente enfrentado a la paradoja de la fe que caracteriza
a Pascal y a Kierkegaard.
Nueva teología filosófica
Sin embargo, él ve que el lenguaje religioso posee un valor intrínseco y
cierto carácter absoluto. La teología filosófica sería la gramática que
explicaría las reglas fundamentales para utilizar adecuadamente esas
imágenes, ese lenguaje y la praxis que se debe derivar de la fe: "Debe
mostrar lo que tiene o no tiene sentido en religión".
En los ambientes filosóficos anglosajones no faltan voces que se han alzado
contra la tendencia fideísta antes aludida, para defender la teología
natural o filosófica como tal, abordando en especial la posibilidad de un
conocimiento racional de tipo probativo acerca de la existencia de Dios. En
este terreno cabe destacar a dos profesores de Oxford: Richard Swinburne y
Anthony Kenny (este último, buen conocedor del tomismo, fue sacerdote
católico).
Entre los neo-wittgenstenianos ha de mencionarse, por el eco que ha despertado
su pensamiento, al presbiteriano inglés John Hick, que ha impartido su
enseñanza durante años en un college de Berkeley. Hick dice inspirarse en
Kant y en Wittgenstein para proponer que Dios es inefable, de modo que nuestra
experiencia religiosa -aun teniendo valor cognoscitivo- sólo se puede
expresar mediante metáforas, que él denomina mitos. No sin un cierto
maquiavelismo intelectual, para revalidar el carácter salvífico de las
grandes religiones no cristianas, se ha empeñado en considerar que la
Encarnación del Hijo de Dios no es sino uno de esos mitos. Desarrollando una
actividad incansable y con ayuda de argumentos descaradamente retóricos se ha
convertido en el principal promotor de la autodenominada teología pluralista
de las religiones, que básicamente es una nueva versión del indiferentismo
religioso.
Una corriente activa
Los libros de filosofía de la religión escritos en idioma inglés giran casi
siempre sobre los mismos temas: existencia de Dios, posibilidad de los
milagros, el problema del mal, el lenguaje religioso y la justificación
racional de la fe en Dios. Cabe apreciar, por tanto, que recogen buena parte
de los temas que en la filosofía europea continental caen bajo el ámbito de
la teología filosófica o teodicea.
St.M. Cahn reconocía que, desde Wittgenstein, las cuestiones de teología
filosófica se han convertido en temas de viva actualidad dentro del ámbito
anglosajón y que la mayor parte de los docentes universitarios que los
discuten son creyentes.
En revistas como la británica Religious Studies o como las norteamericanas
International Journal for the Philosophy of Religion y Faith and Philosophy se
discuten inteligentemente y con una actitud muy realista temas como la
naturaleza de la fe y de la religiosidad, el problema del mal, la existencia
de Dios, la realidad de los milagros y de la Providencia... Se publican
réplicas y contrarréplicas, que atestiguan un interés vital e intelectual
por estos temas que en otros ámbitos están olvidados o relegados a la
erudición histórica.
Faith and Philosophy surgió en 1984 como un foro de abierta discusión sobre
temas filosóficos que interesan a los pensadores cristianos. La iniciativa de
editarla partió, a su vez, de la Society of Christian Philosophers (1978)
promovida por algunos filósofos analíticos como Arthur Holmes, Georges
Mavrodes y, sobre todo, por Alvin Plantinga. Este último ha lanzado
activamente un reto dirigido a todos los cristianos que se dedican a la
filosofía en los países anglosajones: es legítimo y es razonable que ellos
tengan, como cristianos, sus propios intereses y preferencias temáticas en la
investigación; han de evitar perder el tiempo enzarzándose en cuestiones
mucho menos relevantes iniciadas por "filósofos de moda"; no hay
razón alguna para que su pensamiento evite ser inspirado por la revelación
cristiana, porque todo filosofar se lleva a cabo necesariamente desde una
determinada pre-comprensión del mundo.
Interés por la religión
El hecho es que -como ha constatado recientemente M.D. Beaty- "en
nuestros días disponemos de muchos más libros escritos por filósofos y que
se centran en temas religiosos fundamentales. De hecho, las principales
editoriales están iniciando nuevas series dedicadas a temas de filosofía de
la religión y teología filosófica". Ya la revista Time había
advertido en 1980 como un fenómeno inaudito el hecho de que en Estados Unidos
"algunos investigadores están combatiendo el ateísmo y puliendo los
argumentos en favor del teísmo -que desde la Ilustración no estaban de
moda-, usando las mismas técnicas modernas de la filosofía analítica y de
la lógica que antes se usaron para desacreditar esas mismas creencias".
El filósofo J. Kellenberger precisaba años más tarde esta misma idea:
"La filosofía analítica contemporánea de la religión, en contraste
con la primera filosofía analítica, tiene una orientación positiva respecto
de la religión; y quizá sea ésta su principal característica", la
cual se manifiesta en "el esfuerzo por defender las credenciales
epistémicas de las creencias religiosas".
En resumen, la historia del pensamiento parece haber dado la razón a la
dimensión socrática, abierta a la trascendencia e interesada vitalmente en
Dios, que caracterizó el pensamiento del Wittgenstein más maduro.
José Miguel Odero es profesor de Teología Fundamental en la Universidad de
Navarra.
Gentileza
de http://www.arvo.net/ para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL