Si Dios no existiese
Por Antonio Orozco-Delclós
Hace
unos años un alto político de cierto país manifestaba a la prensa su
entusiasmo por una pintada en un muro que rezaba así: "Si Dios existe,
ése es su problema"; y rizando el rizo, apostilló: "existirá o
no, pero a mí que no me maree..."
Al margen de juicios éticos que ahora no son pertinentes, afrontemos
directamente la cuestión desde el punto de vista puramente intelectual.
¿Es lógico pensar que el problema de la existencia de Dios le incumba sólo
a El, si acaso existe?
¿Es lógico actuar -y principalmente gobernar- como si Dios no existiese?
«SI DIOS NO EXISTE, TODO ESTÁ PERMITIDO» (Dostoiewski)
Cabe, desde luego, estudiar si de veras es o no indiferente la existencia de
Dios para la vida de las personas singulares y de la sociedad entera. ¿Tiene
consecuencias prácticas, relevantes y notorias la respuesta o el silencio a
la cuestión de la existencia de Dios?
El existencialista ateo Jean Paul Sartre afirmó que "aun en el caso de
que Dios existiera, seguiría todo igual"; pero confesaba sin reparos que
su conclusión procedía de premisas ya ateas, que es tanto como decir
condicionadas por una determinada actitud acrítica previa.
Dostoiewski, por su parte, hizo exclamar a uno de sus famosos personajes:
"Si Dios no existe, todo está permitido". En ese "todo"
se incluiría -¿por qué no?- el terrorismo, el infanticidio (aborto
procurado), el geronticidio eutanásico (matar ancianos, aunque por el sistema
más dulce posible), etcétera. También es cierto que hay ateos y agnósticos
actuales que se esfuerzan por encontrar y presentar algún fundamento a una
supuesta ética atea, o "civil", que pudiera ser aceptada por un
amplio consenso, porque es obvio que no se puede vivir ni convivir sin unas
normas que inspiren y conformen la conducta con un mínimo de racionalidad. Es
de sospechar sin embargo que tal fundamento siga sin aparecer y la ética
«a-tea» (o «a-religiosa» o «civil», como quiera llamarse) siga sin
resultar convincente y, por tanto, eficaz.
"En efecto ´- reconoció Sartre -, todo está permitido si Dios no
existe, y por consiguiente el hombre se encuentra abandonado porque no
encuentra en él ni fuera de él, dónde aferrarse". ¿No se columbra una
enorme sima entre el supuesto mundo encapsulado en sí mismo - sin
trascendencia, sin autor, a su aire, rodando con suerte incierta -, y el mundo
creado y cuidado sabia y amorosamente por la Providencia divina?
Es claro que si Dios no existiese y, por hipótesis que considero absurda,
existiéramos nosotros, no habría nada absoluto: ni cosas absolutas, ni
principios absolutos, ni valores absolutos, ni derechos absolutos; todo sería
relativo, y el bien y el mal no serían más que palabras huecas. ¿No plantea
esto ningún problema al ser humano inteligente? ¿"Da igual" que
haya o no haya bien ni mal moral?
«EL HOMBRE ES UNA PASIÓN INÚTIL. EL INFIERNO SON LOS OTROS» (J. P.
Sartre)
"Puesto que yo he eliminado a Dios Padre -explica Sartre-, alguien ha de
haber que fije los valores. Pero al ser nosotros quienes fijamos los valores,
esto quiere decir llanamente que la vida no tiene sentido a priori". En
rigor, añade el existencialista ateo, para el ateísmo "no tiene sentido
que hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. Que uno se
embriague o que llegue a acaudillar pueblos, viene a ser lo mismo; el hombre
es una pasión inútil"; y el niño "un ser vomitado al mundo",
"la libertad es una condena" y "el infierno son los
otros". Estas son conclusiones del ateísmo de Sartre.
«EL HOMBRE ES PURA QUÍMICA» (Severo Ochoa)
En otro contexto -más triste, quizá, por más entrañable-, el anciano
Severo Ochoa (premio Nobel de Medicina) seguía llorando casi lo mismo:
"el amor y el odio son pura química". (¿Es posible que el conocido
amor del propio profesor Ochoa a su difunta esposa, tierno aún después de
tanto tiempo, fuera pura química? ¿y su dedicación a la ciencia, a la
enseñanza, su respetuoso trato con las personas...; todo eso, y mucho más de
bueno que de él podía decirse, era también pura química? ¡Qué química
más misteriosa, la que conoció el señor Ochoa! Algún supremo enigma ha de
encerrar la «pura química» para que, en forma de premio Nobel, pueda decir
de sí misma: ¡soy pura química! ¿Y no es de maravillar que a la química
en forma de simio le hayamos salido unos chicos tan cavilosos y espabilados?
Pero la cuestión que ahora nos ocupa es esta: ¿«da igual», «da lo mismo»
que exista o que no exista Dios? Si somos pura química, el fin del hombre es,
como la del universo, la «muerte térmica», energía procedente de la
energía cósmica, que no se pierde, según el famoso y bien probado principio
antrópico, pero se degrada sin remedio, hasta que el universo sea, por
«muerte térmica» un panteón de estrellas muertas, a menos 270 grados de
temperatura. La pura química equivale a pura nada.
LA ETICA SE REDUCE A LA LEY DEL MÁS FUERTE
Otro Nobel, Albert Camus, agnóstico como Ochoa, no ateo como Sartre, mediado
el siglo XX, escribía en un artículo titulado «La crisis del hombre», que
causó gran impacto: «Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si en
ninguna parte se puede descubrir valor alguno, entonces todo está permitido y
nada tiene importancia. Entonces no hay nada bueno ni malo, y Hitler no tenía
razón ni sinrazón. Lo mismo da arrastrar al horno crematorio a millones de
inocentes que consagrarse al cuidado de enfermos. A los muertos se les puede
hacer honores o se les puede tratar como basura. Todo tiene entonces el mismo
valor... Si nada es verdadero o falso, nada bueno o malo, si el único valor
es la habilidad, sólo puede adoptarse una norma: la de llegar a ser el más
hábil, es decir, el más fuerte. En este caso, ya no se divide el mundo en
justos e injustos, sino en señores y esclavos. El que domina tiene razón».
Es la ley de la selva. El héroe que brota de esas premisas es Sísifo, el
hombre que se mofa de los dioses, menosprecia su propio destino y mira
estúpidamente cómo una y otra vez se le cae el peñasco que había empujado
hasta una cima, para tornar a subirlo, sin saber por qué, sin lograr nunca un
atisbo de finalidad, de sentido a su vivir.
Albert Camus reconocía honradamente que una filosofía semejante era
impracticable, ni siquiera se podía imaginar. Se daba cuenta de que sin duda
unas conductas valen más que otras. "Busco el razonamiento que me
permitirá justificarlas", declaraba en 1946, a un periodista de Le
Litteraire. Pero murió sin hallarlo.
RIESGO DE VENIRSE ABAJO (LA PERSONA Y LA SOCIEDAD)
Es muy de agradecer que los agnósticos sean respetuosos con los demás, que
sea buenos ciudadanos, tolerantes, dialogantes, educados, cívicos. No
obstante, han de reconocer que carecen de fundamento racional de su conducta.
Pero como la persona humana, en tanto que lo es, no deja de ser racional, su
futuro se encuentra amenazado sin remedio por la incertidumbre y la angustia,
es más, cabe decir que constituyen un peligro para sí mismos y para los
demás. El peligro de perder pie - no hay suelo en el que apoyarse - ; el
riesgo de venirse abajo, de regresar a los modos del salvaje - ilustrado, eso
sí -, será siempre una amenaza y una tentación.
CUANDO SE RECONOCE QUE DIOS EXISTE
En cambio, quien reconoce la existencia de Dios Padre Todopoderoso, por mal
que se le den las cosas, siempre tendrá la posibilidad de "¡venirse
arriba!", de enriquecer su corazón incluso con el amor a los que se
consideran sus enemigos - porque entiende que también ellos son hijos de Dios
-, y podrá vivir una alegría íntima que nada ni nadie, pase lo que pase,
podrán arrebatar.
¿Habría terrorismo si los terroristas creyeran en Dios y practicasen la
religión? Seguramente seguiría habiendo robos y crímenes, pero ¿habría
los mismos? ¿Habría tanta corrupción -de toda especie - en la vida
pública, en la familiar y en la personal, si todos creyéramos en Dios, si
fuésemos formados desde pequeños, por ejemplo, en las verdades del Catecismo
de la Doctrina Cristiana?
Es cierto que no siempre los creyentes damos ejemplos sublimes de virtud. Pero
también hay médicos "matasanos", y no por eso descalificamos a los
médicos en general, ni declaramos que la Medicina es una ciencia inútil o
perversa, ni se nos ocurre ser neutrales en la cuestión de si es necesario o
no que en las universidades se estudie Medicina lo mejor posible.
¿ES POSIBLE SER NEUTRAL?
Se podría ser neutral, por ejemplo, en la cuestión sobre la necesidad de la
educación religiosa, si estuviese probado que «da igual»; que no es una
necesidad para el bien de la persona y para el bien común de la sociedad.
Pero es obvio que ni la persona ni la sociedad son lo mismo cuando se sabe que
Dios existe que cuando se ignora. Por tanto, no da igual, no da lo mismo. La
neutralidad es sencillamente imposible: sencillamente, porque no "da
igual"; no da lo mismo Dios que cero, no da lo mismo ser «hijos de
Dios» que ser «hijos del mono». Uno puede preferir el terrorismo al
respeto, pero lo que no puede ser es "neutral" en esa cuestión.
Cosa semejante, no igual, pero parecida, sucede con el aborto, con la
eutanasia, con el divorcio y con el reconocimiento de la existencia de Dios.
Uno puede creer en unos términos o en otros, pero es evidente que no puede
ser neutral, porque de ninguna manera "da igual", ni para el
individuo ni para la sociedad.
La experiencia enseña que los niños que crecen sin saber que hay un Dios
Padre Todopoderoso, son generalmente niños problema, más proclives al
egoísmo, más concentrados en sí mismos, taciturnos o frívolos. ¿Cómo no
recordar el enorme consuelo que significó para Hellen Keller, la famosa
alumna de Ana Sullivan, ciega, sorda y muda, la noticia de la existencia de
Dios Padre? Antes vivía como un animalito. Cuando pudo comprender que su
situación era también fruto de un amor infinito, misterioso pero real, su
conducta cambió radicalmente y enriqueció el bien común de la Humanidad con
un ejemplo magnífico y estimulante.
LA MAYOR REBELION DEL HOMBRE
"La religión es la mayor rebelión del hombre que no quiere vivir como
una bestia, que no se conforma, que no se aquieta si no trata y conoce al
Creador: el estudio de la religión es una necesidad fundamental. Un hombre
que carezca de formación religiosa no está completamente formado (...)"
(J. Escrivá de Balaguer). No es exageración, pues sin Dios el hombre no es
más que un pez o - si se prefiere - un simio evolucionado, que viene de la
nada y a la nada vuelve.
Por fortuna, la realidad no es así. El hombre ha sido creado «a imagen y
semejanza de Dios», que es Amor, y quiere infinitamente que participemos de
su felicidad infinita.
Si "aconfesionalidad" del Estado quiere decir
"neutralidad", que "le da igual" que los ciudadanos sean
una cosa u otra, con tal de nutrirse de ellos, entonces el Estado es lo más
parecido a un monstruo, el famoso Leviatán: una amenaza para creyentes y para
no creyentes.
Los creyentes debemos, obviamente, defender el derecho a la educación
religiosa y cumplir el deber de impartirla a nuestros hijos; así como
procurar que nos gobierne gente que no sea esquizofrénica: que no piense una
cosa mientras dice o hace la contraria; que tenga siempre en cuenta la
realidad -muy comprensible, muy demostrable y muy demostrada- de la existencia
de Dios, de quien procede todo poder en el cielo y en la tierra. Y los no
creyentes deben reconocer que no serían neutrales si de alguna forma se
opusieran a este derecho-deber que el creyente tiene.
Hemos dicho que sin el reconocimiento de Dios no ha sido ni es posible fundar
sólidamente valor alguno, aunque en la actualidad se siga intentando, porque
la naturaleza humana no puede vivir sin ley moral, porque ella misma es ley.
Por eso, no sólo en la práctica, los ateos (las personas que niegan la
existencia de Dios) pueden vivir sometidos a normas éticas incluso férreas.
Muchos cultivan algunos valores humanos espléndidos. Pero a menudo bastantes
se deslizan por la pendiente del fanatismo, se sienten inclinados a enarbolar
la bandera de una enésima "nueva moral" y tratan de imponerla a los
demás, a toda cosa. Es el caso, ahora de la llamada moral laica, o ética
civil, supuestamente no religiosa.
No hace mucho, Christian Chabanis (Gran Premio Católico de Literatura 1985),
se refería a la vieja cuestión de la moral sin Dios, así como al reto que
presenta un mundo donde el sentido moral parece haberse esfumado. Chabanis,
como es lógico, insiste en que sin referencia a Dios es imposible mantener el
verdadero sentido moral. Pero opina que no es exacto decir que "hoy no
hay moral". No le falta razón, porque es cierto que el ateísmo es capaz
de generar una cierta moral, en la misma medida en que genera una
"religión", o, si se prefiere, una "pseudo-religión",
pues, en fin de cuentas es una manera de "ligarse" o
"atarse" a ciertas coordenadas o pautas de conducta, con sus dogmas,
con sus preceptos férreos y hasta con sus inquisidores implacables.
LA PRÁXIS TERRIBLE DE LA «ETICA ATEA-TOLERANTE-PERMISIVA-NEUTRAL»
"Hoy -dice Chabanis- existe una moral terrible, una moral violenta, una
moral que condena por ejemplo la virginidad y a la mujer que en una situación
difícil conserva a su hijo negándose a abortar". Una moral que
ridiculiza a las madres de familia numerosa. Una moral de inquisidores/as
refinadísimos/as, que acaso podríamos denominar "posmodernos/as",
organizadores/as de un auténtico terrorismo psicológico, capaces de
descalificar -por qué no- al mismo Papa de Roma, si se atreve a predicar la
moral evangélica.
Los obispos suelen pedir disculpas, de algún modo, cuando proclaman alguna
verdad un poco fuerte. El inquisidor posmoderno, no; es permisivo e implacable
a la vez. Es tolerante en un sentido que considera absoluto, pero no tolera
que se le lleve la contraria. Todo lo tolera en sí mismo, pero no tolera nada
que pueda incomodarle un poco. Se declara de talante liberal y demócrata,
pero ay de aquél que se permita opinar de modo contrario a su entender. La
respuesta será no una razón o argumento, sino una descalificación y quizá
incluso un insulto. Lo he visto en gentes «muy bien educadas».
Un día de una época afortunadamente pretérita soporté un telediario
entero. Todos los personajes que aparecían en la pequeña pantalla decían
cosas terribles de los demás, pero ninguno, ni uno sólo esgrimía una
razón. Llamaba ignorante al oponente, pero no daba razón alguna de su
epíteto. Alguien decía: "este señor ignora la Constitución",
pero no señalaba ni de lejos cuál era el punto vulnerado ni cuál sería la
postura acertada. Y así con todo.
Independencia y Libertad
El ateo-tolerante-permisivo-neutral es persona de mucho temer. Su error y
amenaza para la sociedad estriba no tanto en su estimación de la
independencia como en su desprecio de la íntima libertad personal ajena. En
el fondo, confunde dos conceptos tan distintos como "independencia"
y "libertad". Afortunadamente, la libertad no equivale a
independencia. Baste considerar que la libertad existe, y la independencia no.
La gente normal lo suele distinguir. La prueba es que cuando sale un
periódico que se llama "El independiente", enseguida se pregunta:
"¿de quién depende «El Independiente»?". Y acierta al menos en
que todo independiente depende de alguien que, desde luego, no es neutral.
Quizá sólo le importa el dinero, pero esto ya es una postura muy determinada
y condicionante.
El hombre es criatura, y no podría dejar de serlo sino volviendo a la nada
(cosa que tampoco sería posible sin Dios). La dependencia respecto a Dios es
cosa que jamás podrá suprimirse. Sólo Dios es Dios. Por eso, la vida humana
tiene una dimensión sin la cual no podría existir: la dimensión moral, que
resulta de la relación de mi conducta actual con el «fin final» -eterno- al
que estoy llamado. El hombre no tiene derecho a gobernarse ni a gobernar como
si Dios no existiese. Sobre todo si sabe que Dios existe. ¿Qué diría el
gobernante discípulo de Grocio, si su hijo se pusiera a gobernar su casa, la
del gobernante, como si él (el gobernante) no existiese? ¿Le parecería
bien, de buena educación; la juzgaría una conducta laudable, merecedora de
aplauso, respetuosa con la familia y con la sociedad, progresiva? El rey
Segismundo Augusto de Polonia se negaba a admitir el principio cuius regio,
eius religio (si tal era la religión del rey, tal había de ser la religión
de los súbditos): "¿soy acaso rey de las conciencias de mis
súbditos?", se preguntaba, con razón. El rey, o quienquiera que sea el
que gobierne, no tiene derecho a imponer su religión, pero tampoco su
"no-religión", ni su teísmo ni su ateísmo. Se encuentra en una
situación realmente difícil; no es nada fácil ser gobernante, porque
tampoco el gobernante puede ser neutral. No es que "no se deba"
serlo, sucede que es imposible que lo sea.
En cuestiones morales se puede ser ignorante, pero no se puede ser neutral,
a no ser que fuera posible renunciar al pensamiento, es decir, que se pudiera
presentar la dimisión del ámbito racional y del discurso lógico.
Yo puedo decir: de esto no sé, por tanto no opino, reconozco mi ignorancia.
Lo que no puedo hacer es decir: veo lo que es bueno y vital para la sociedad,
pero me lo callo para no molestar a los que opinan lo contrario. También cabe
decir: veo, pero no lo bastante bien para juzgar si esto es un círculo o un
cuadrado. Bien, pero entonces no se meta usted en negocio de círculos y
cuadrados. O si usted no sabe si un niño en el seno de su madre es o no
persona, por favor, retírese del gobierno de las personas, porque muy bien
puede usted acabar siendo, sin darse cuenta, un criminal más peligroso que Al
Capone. Lo cual no es de maravillar que pase con mucha frecuencia cuando no es
que uno no sepa, sino que "se empeña" en actuar como si Dios no
existiese.
Gentileza
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