Sócrates

Javier Aranguren
Lo que pesa el humo
Ed. Rialp, Madrid 2001
pp. 115-116

La figura de Sócrates es uno de los ejemplos clásicos de la idea de vida lograda. Resulta realmente curioso que un individuo como éste haya sido un punto de referencia para el compromiso moral a lo largo de la historia de la humanidad.

Siguiendo los diálogos de Platón, y los burlones textos de Aristófanes, podemos hacernos una idea cabal de su catadura: feo, pequeño y deforme; se desconoce su utilidad para la ciudad de Atenas, para la polis, pues ni trabaja ni tiene unos bienes materiales que permitan augurarle a él, a su mujer y a sus hijos un futuro alentador. Además, el bueno de Sócrates se dedica a unos menesteres más bien molestos que, por decirlo en terminología de nuestra época, resultan políticamente incorrectos: habla con los hombres ilustres de la ciudad para hacerles caer en la cuenta de su habitual presunción e ignorancia, de que casi siempre el honor que detentan es apariencia, sin más valor que el nuevo traje invisible del emperador, y que les hace ir tan desnudos de armas y bagajes como va ese personaje. Por estos motivos los poderosos -siguiendo la lógica- se enfadan con el tábano que ronda siempre en torno a sus oídos.

Sócrates habla también con los jóvenes, y así consigue que estos adquieran el espíritu crítico que les lleva a enfrentarse con las costumbres tradicionales de sus padres poniendo entre paréntesis la seguridad de un mundo acríticamente construido. De la mano del viejo charlatán los jóvenes -entusiasmados, enamorados, poseídos por un delirio divino- se atreven a dedicar el precioso tiempo que tienen para el poder, el honor, la política y la gloria, a una acción tan poco útil (y, para qué engañarnos, tan hermosa) como es buscar la verdad. Dedican la mayor fuerza de sus mejores años a la filosofía, a tratar de engendrar en la belleza*.

Sócrates pone casi todo entre paréntesis: convencido por el oráculo de Delfos de que no sabe nada, y de que una vida es valiosa sólo en el caso de que se entregue a la causa de la sabiduría, a aquellos menesteres situados más allá de la caducidad de lo temporal. De ese modo, se verá enfrentado con los bienpensantes de su ambiente cultural, que no dudan en declararle non-grato, corruptor de los jóvenes, enemigo de una religión tradicional (impersonal, que no compromete) y ácrata.

Las palabras de la defensa de Sócrates, en esa breve obra de unas veinte páginas llamada Apología, son el testimonio de la rectitud y grandeza de un hombre bueno y extraño (esto es, poco frecuente, extraordinario). Si no las lees, allá tú, que te las pierdes.

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