La gran quimera de la postmodernidad
Por
Alberto Sánchez León
profesor de Filosofía y Ética
Me
gustaría empezar este artículo con una cita de Carlos Cardona en su obra
póstuma que lleva por título “Aforismos”. “Sólo la metafísica
puede justificar por sí misma sus conceptos fundamentales: su finalidad
propia es precisamente la reducción al fundamento”[1].
Kant ya se encargó de eliminar el valor de ciencia de la metafísica en su
“Crítica de la razón pura”, y, por tanto, nos despojó del fundamento.
Fue él quien planteó el problema de fondo, y dividió la realidad en dos
ámbitos: lo fenoménico y lo nouménico. Y como afirma Alejandro Llano, “si
bien no todos somos kantianos, todos somos postkantianos” . Pues bien,
en la postmodernidad ha habido dos corrientes que se centran en las dos
posibilidades que nos legó el filósofo de Königsberg: la fenomenología y
la noumenología.
La fenomenología como ciencia filosófica se inició con Husserl y ha tenido
grandes repercusiones desde que la fenomenología comenzó a dar sus primeros
pasos. El gran vástago de la fenomenología fue el Círculo de Gotinga,
formado por discípulos de Husserl como: Adolf Reinach, Dietrich von
Hildebrand, Edith Stein, Nicolai Hartmann, Ingarden y Scheler entre otros. Del
mismo círculo nació la noumenología a cargo de uno de los mejores
discípulos de Husserl: Heidegger. Pero, pronto se desvinculó de la
fenomenología pues, para él, ésta era demasiada esencialista, y de lo que
se tenía que ocupar la filosofía, pensaba, era del ser, de la existencia.
Este existencialismo pronto comenzó a manifestarse de muchas maneras como en
Kierkegaard, Jaspers, Sartre, y otros.
Así, de este modo se dividieron los caminos de la filosofía, y, con ello,
las veredas de la verdad. Pero esto no es una novedad en la historia de la
filosofía de occidente. La división en la modernidad entre racionalistas y
empiristas ha sido una manifestación más de los reduccionismos filosóficos.
¿Qué nos ha legado hoy la escisión entre esencialistas y existencialistas?
En otras palabras, ¿qué nos ha legado la postmodernidad? Si me quedara
aquí, parece que la filosofía no nos ayuda. Pensar así no es propio de un
filósofo.
Se trata de una quimera, de una ilusión, de un espejismo. ¿Cuál es la
esencia del espejismo? Suponer algo real. Esto es lo que ha hecho la
postmodernidad: suponer, idealizar, soñar, presumir. Si bien la
fenomenología no responde al fundamento al admitir una intuición
intelectual, la noumenología no responde al ser, supone un ser sin sentido, a
corto plazo, sin terminar, hecho únicamente para la muerte: ha supuesto el
fin, pero un fin inmanente no puede ser un verdadero final.
La fenomenología iniciada por Husserl no puede justificar ningún fundamento,
por eso su quehacer principal es la de describir el fenómeno, pero no indagar
al problema de su conocimiento y fundamento.
La reducción eidética no es una reducción al fundamento. Se trata pues del
talón de Aquiles de la fenomenología. Dar una explicación del dato
originario no le puede competir a la fenomenología porque su propio método
se lo impide. El método fenomenológico sólo consiste en una actitud, pero,
en ningún caso en una fundamentación. Lo que le queda es, como le ocurrió a
Kant, suponer lo incondicionado, pero es aquí donde la doctrina cae por su
propio peso. También la ciencia experimental supone las cosas e incluso los
fenómenos.
Hace falta, y hoy mucho más que nunca, una metafísica que vaya más allá,
que vaya al fundamento. De lo contrario el método de la filosofía se
identifica con el de la ciencia, y así, no podemos responder al qué y
a los por qué que la realidad nos interroga en nuestro afán de llegar
a la verdad de las cosas. Con la identificación del método científico y del
filosófico sólo podemos dar una explicación al cómo. Este es el
gran yerro de la modernidad incoada por Descartes. Hemos sustituido el qué y
el por qué por el cómo, y de este modo, la filosofía se ha estancado,
mientras que la técnica avanza de forma indefinida.
Ahora bien, ¿es esto un verdadero progreso? ¿no nos estamos alejando cada
vez más de lo real? ¿es el cómo el verdadero fundamento o es un espejismo
de verdad?
El injusto desprestigio que la metafísica sufrió y que se atisbó ya en la
escolástica tardía es el error que la modernidad nos legó y que la
postmodernidad ya lo ha olvidado. El olvido del ser es lo que Heidegger –padre
de la noumenología- achaca a la cultura occidental, pero el mismo Heidegger,
mientras que detecta el problema, no lo remedia. La memoria del olvido del ser
nos debe de llevar, -me atrevería a decir, necesariamente- a una metafísica
del ser, a una metafísica que nos lleve al fundamento y, de este modo,
reconducir la historia hacia el verdadero progreso. De esto no fue consciente
Sartre, quien, frente al ser, instala la alternativa en la nada, “algo”
que carece de todo conocimiento y, que a la vez, no puede fundamentar nada de
nada.
A mi juicio, es en este reconducimiento hacia una metafísica del ser donde el
verdadero filósofo debe poner todo su empeño. De lo contrario, la tarea
seguirá constando en el cómo, será una tarea descriptiva o analítica que
no busca el origen, y, por ello, no es una tarea propiamente filosófica. Es
en el cómo donde brilla la eficacia, la técnica y el progreso, pero sólo en
el qué y en el por qué es donde irradia la verdad, el fundamento.
El cómo es propio de lo externo, pero olvida lo íntimo, el ser. El
cómo se sitúa en el ámbito de lo trivial (en el plano metafísico), de lo
superfluo, pero no da una respuesta a la hondura de nuestro ser.
El ideal de la técnica es la progresiva mejora de los medios, radica en la
sustitución de un medio por otro mejor, pero olvida los fines. Además, la
técnica no sabe hacia dónde va, pues sólo tiene experiencia del pasado, no
del futuro, no sabe de fines. Por el contrario, la metafísica, al versar de
fines, sabe hacia dónde va, pues en su origen está ya inserto el fin.
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[1] Carlos Cardona, Aforismos, (27), p. 38, Rialp, Madrid, 1999 .