Apología de Sócrates, 2

Platón

 

 

-La presente acusación: diálogo con Meleto
-El puesto asignado por la divinidad
-El alejamiento de Sócrates de la Política


La presente acusación: diálogo con Meleto
Respecto de las cosas que me han imputado mis primeros acusadores, esto ha de ser suficiente defensa para ustedes. Ahora voy a intentar defenderme de Meleto, este [hombre] honesto y patriota, según dice, y de los [otros acusadores] recientes. Puesto que se trata de acusadores distintos, tomemos ahora la deposición de ellos. He aquí ésta: “Sócrates, dice; es culpable de corromper a los jóvenes y de no creer en los dioses en que la ciudad cree sino en otras [cosas] demoníacas nuevas”. De esta índole es el cargo. Examinemos cada punto de este cargo. Dice que soy culpable de corromper a los jóvenes. Pues bien, señores atenienses, digo. que Meleto es culpable, porque bromea en cuestiones muy serias al hacer comparecer hombres ante el tribunal con ligereza, pretendiend6 poner celo y cuidar de asuntos de los cuales nunca jamás se ha preocupado. Que esto es así, intentaré mostrárselo a ustedes.-Ven aquí, Meleto, y dime: lo que más te preocupa, ¿es que los jóvenes lleguen a ser lo mejor posible?-Ciertamente.-Bien, di entonces, a estos [señores] ¿quién los hace mejores? Evidentemente lo sabes, pues es tu preocupación. En efecto, has descubierto al que los corrompe, según dices: soy yo, y me has traído ante ellos acusándome [de ello]. Di entonces al que los hace mejores, y revélales quién es.-¿Qué pasa, Meleto, que callas y no dices nada? ¿No te parece vergonzoso y prueba suficiente de lo que te digo, o sea, que no te has preocupado nada? Mas dime, amigo, ¿quién los hace mejores?-Las leyes.-Pero no es eso lo que pregunto, mi querido amigo, sino qué hombre, el cual también conoce antes que nadie las leyes.-Estos, Sócrates, los jueces.-¿Qué dices, Meleto? ¿Ellos son capaces de educar a los jóvenes y de hacerlos mejores?-Sí, al máximo posible.-Pero, ¿todos ellos o unos sí y otros no?-Todos ellos.-Bueno es esto que dices, por Hera: gran abundancia de benefactores. Pero veamos, los oyentes que están aquí, ¿los hacen mejores o no?-También ellos.-¿Y en lo que toca a los consejeros?-También los consejeros.-Pero acaso, Meleto, los [que están] en la asamblea, los asambleístas ¿no corrompen a los más jóvenes? ¿O bien también todos aquellos los hacen mejores? 11-También aquellos.-Entonces, según parece, todos los atenienses, excepto yo, los hacen honorables; sólo yo, en cambio, los corrompo. ¿Esto es lo que quieres decir?-Precisamente eso es lo que quiero decir.-En verdad, ¡mucha mala suerte me ha tocado en tu opinión! Ahora contéstame: ¿también te parece que pasa lo mismo con los caballos? O sea, ¿todos los hacen mejores y uno sólo los echa a perder? ¿O no pasa más bien todo lo contrario, que uno sólo es capaz de hacerlos mejores, o a lo sumo unos pocos, los entrenadores de caballos, mientras que la mayoría, cuando trata con caballos y los usa, los arruina? ¿No sucede así, Meleto, tanto a propósito de caballos como de todos los demás animales? Con toda seguridad, sea que tú y Anito callen o lo afirmen. Pues gran felicidad habría en lo que a los jóvenes concierne, si sólo uno los corrompiera mientras los demás los beneficiaran. Pero ya has mostrado suficientemente, Meleto, que jamás te has preocupado por los jóvenes, y revelas claramente tu indiferencia, y que en nada has cuidado de las cosas por las que me haces comparecer. Pero dinos además, Meleto, por Zeus, qué es mejor: ¿vivir entre ciudadanos honestos o deshonestos? Estimado señor, respóndeme, ya que no es nada difícil lo que te pregunto. Los malvados, ¿no hacen siempre algún mal a los que más cerca de ellos viven, mientras los buenos [harán] algo bueno?-Claro que sí.-Ahora bien, ¿hay alguien que quiere ser perjudicado por aquellos que conviven con él, antes que ser beneficiado? Respóndeme, amigo: pues la ley también manda que se responda. ¿Hay alguien que quiera ser perjudicado?-No, sin duda.-Pues bien: me haces comparecer pensando que corrompo a los más jóvenes y que los pervierto; ¿voluntaria o involuntariamente?-Pienso que voluntariamente.-¿Y entonces, Meleto? ¿Hasta tal punto eres más sabio que yo, siendo tu edad menor que la mía, que sabes que los malos hacen algún mal a los más próximos a ellos y los buenos [algún] bien? ¡Y yo, en cambio, llego a tal punto de ignorancia, que desconozco que, si hago algún daño a los que conviven conmigo, me arriesgo a recibir algo malo de su parte! ¡De modo que todo eso lo hago voluntariamente, según dices! Mas a mí no me convencerás de eso, Meleto, y creo que a ningún otro hombre. O bien yo no corrompo, o bien si corrompo, [lo hago] involuntariamente. Por consiguiente, en cualquiera de los dos casos, mientes. Ahora bien, si corrompo involuntariamente, para tales fallas involuntarias [la] ley no dice que se me haga comparecer aquí, sino que se me enseñe y reprenda en privado. Pues es evidente que, si aprendo, cesaré de hacer lo que hago involuntariamente. Pero tú has evitado tratar conmigo y enseñarme, y no lo has intentado; en cambio, me has hecho comparecer aquí, donde la ley dice que comparezcan los que necesitan castigo, no enseñanzas. Pero esto, señores atenienses, hace patente lo que les acabo de decir, que Meleto jamás se ha preocupado de esas cosas, ni mucho ni poco. No obstante, explícanos una cosa, Meleto: ¿de qué modo dices que corrompo a los más jóvenes? ¿No es manifiesto, según el texto de la acusación que has presentado 12 por escrito, que es enseñando a no creer en los dioses que la ciudad reconoce, sino en otras cosas demoníacas nuevas? ¿No dices que corrompo al enseñar?-Claro que lo digo, y rotundamente.-Pues entonces, Meleto, por los mismos dioses de los cuales se trata, habla más claramente a mí y a estos señores. En efecto, yo no alcanzo a comprender si lo que quieres decir es que enseño a creer en otros dioses, y en tal caso no soy en absoluto ateo, ni soy culpable en ese sentido, sino que [enseño a creer en dioses] que no son los de la ciudad sino otros, y de lo que me acusas es de que sean otros. ¿O lo que dices es que en absoluto yo mismo no creo en dioses y enseño a los demás esas cosas?-Eso es lo que digo, que no crees en absoluto en dioses.-¡Admirable, Meleto! ¿Qué es lo que quieres decir? ¿Que no creo que el sol ni la luna sean dioses, como los demás hombres?-Por Zeus, señores jueces, precisamente él dice que el sol es una piedra, y la luna, tierra.-¡Pero querido Meleto! ¿es a Anaxágoras a quien crees acusar? ¿Y subestimas a estos señores y crees que son inexpertos en lecturas, como para que no sepan que los libros de Anaxágoras de Clazomene están llenos de afirmaciones como ésas? Y tan luego los jóvenes vendrían a aprender de mí lo que en cualquier momento pueden adquirir en la orquesta por un dracma, como mucho, y reírse de Sócrates, si pretendiera hacer pasar por suyas tales cosas, por lo demás tan insólitas como son. Pero, por Zeus, ¿así te parece que es? ¿No creo que exista dios alguno?-Ciertamente que no, por Zeus, y de ningún modo.-Lo que dices, Meleto, es increíble; incluso, me parece, [increíble] para ti mismo. Esto a mí me parece, señores atenienses, por completo insolente y licencioso, y simplemente esta acusación ha sido escrita con insolencia y licenciosidad juvenil. Parece, en efecto, como si se me pusiera a prueba componiendo un enigma [como éste]: “A ver si ahora Sócrates, sabio, se percata de que estoy bromeando y contradiciéndome a mí mismo, o bien, si hago caer en la trampa a él y a los demás que están escuchando”, Me resulta manifiesto, en efecto, que en la acusación escrita se contradice a sí mismo; es como si dijese: “Sócrates es culpable de no creer en dioses, pero creyendo en dioses”. Y ciertamente esto es propio de un juego infantil. Pero examinen conmigo, señores, por qué me resulta manifiesto que se [contra] dice. Tú me responderás, Meleto. Y ustedes recuerden lo que les pedí, al comienzo, de no interrumpirme si argumento del modo que me es habitual.-¿Hay algún hombre, Meleto, que cree que hay asuntos humanos, pero no crea en los hombres? Que me conteste, señores, y no interrumpan una y otra vez. ¿Hay alguien que no crea en caballos pero sí en asuntos equinos? ¿O que no crea que haya flautistas, pero sí asuntos relativos a flautas? No, honorable señor: si no quieres responder, yo te lo digo a ti y a estos otros. Pero al menos responde a esto: ¿hay quien crea que haya asuntos demoníacos, pero no crea en demonios?-No.-Cuánto me alegra que contestes, aunque sea a regañadientes y obligado por estos [señores]. 13 Ahora bien, tú dices que creo en [cosas] demoníacas y [las] enseño, sean nuevas o antiguas; pero, en fin, creo en [cosas] demoníacas, según tu afirmación, y está atestiguado en la deposición escrita. Ahora bien, si creo en [cosas] demoníacas, sin duda es forzoso que crea también en divinidades. ¿No es así? ¡Claro que lo es! Supongo que estás de acuerdo, puesto que no respondes. En cuanto a los demonios, ¿no los consideramos dioses o hijos de dioses? ¿Dices sí o no?-Sí, por supuesto.-Pues entonces, si creo en demonios, como dices, y si los demonios son cierta [clase] de dioses, es como digo, que haces enigmas y bromeas al decir que yo no creo en dioses, pero enseguida nuevamente que creo en dioses, ya que creo en demonios. Si, por otro lado, los demonios son ciertos hijos bastardos de dioses y de ninfas o de otras [madres], como a veces se dice, ¿qué hombre creería que hay hijos de dioses pero no dioses? Análogamente sería insólito si alguien creyera que hay mulas [nacidas] de caballos y asnos, pero no creyera que hay caballos ni asnos. No, Meleto; no es posible que hayas presentado esta acusación por escrito si no hubieses pensado ponernos a prueba, a menos que estés en dificultades para imputarme una verdadera culpabilidad. Pero por ningún artificio has de persuadir a hombres que tengan incluso poca inteligencia, de que no es propio de la misma [persona] creer tanto en [cosas] demoníacas como en [cosas] divinas, y a la vez, es propio de la misma [persona] no [creer] en demonios ni en dioses ni en héroes. Señores atenienses: que yo no soy culpable de lo que me acusa Meleto no creo que requiera de mucha defensa, sino que las cosas [dichas son] suficientes. 14

El puesto asignado por la divinidad
Ahora bien, anteriormente he dicho que me atraje enemistad de parte de muchos, [cosa] que ustedes bien saben que es cierta. Y esto es lo que me ha de condenar, si se me condena, no Meleto ni Anito, sino esta imagen falsa y [la] envidia de muchos; por lo demás, es lo que ha condenado a muchos otros nobles varones y seguirá condenando, pues no es de temer que la cosa se detenga conmigo. Quizás alguno diga: “¿Pero no te avergüenzas, Sócrates, de ocuparte de asuntos que te lleven a correr ahora el riesgo de morir?” Yo, por mi parte, le replicaría con palabras justas: “no hablas rectamente, hombre, si crees que un varón, por poco que sea de provecho para alguien, deba calcular el riesgo de vida y muerte, en vez de examinar sólo si, cuando obra, obra justa o injustamente, y si sus obras son de hombre bueno o malo. Según tu argumento, pobres criaturas serían los semidioses que; murieron en Troya; y entre ellos también el hijo de Tetis, quien subestimó el riesgo hasta tal punto frente al deshonor, que, cuando, ansioso por matar a Héctor, su madre, que era diosa, le dijo algo así como: “Hijo, si, vengas el asesinato de tu amigo Patroclo y matas a Héctor, morirás tú también; pues enseguida a ti, dijo, después de Héctor [estará] dispuesto el destino”. Pero él, tras escuchar estas cosas, tuvo en poco la muerte y el peligro, porque temía mucho más vivir como cobarde, sin vengar a los amigos. “Enseguida, dijo, muera tras haber hecho justicia al culpable, y no que permanezca aquí, ridículo, junto a naves curvas, carga para la tierra. ¿Crees que se preocupó de la muerte y del riesgo?” He aquí, en efecto, señores atenienses, la verdad. En el puesto que alguien se coloca, ya sea porque él mismo haya considerado que sea el mejor o por un jefe se lo haya ordenado, allí, me parece, debe permanecer arriesgándose y sin prevención contra la muerte ni ninguna otra cosa más que contra el deshonor. Yo estaría actuando de manera extraña, señores atenienses, teniendo en cuenta que, cuando los jefes que ustedes eligieron para mandar me ordenaron estar en Potidea, en Anfípolis y en Delión, permanecí allí donde ellos me ordenaron, como cualquier otro, corriendo el riesgo de morir; mientras que ahora que el dios, según he creído y he admitido, es quien me ordena vivir filosofando, examinándome tanto a mí mismo como a los demás, aquí, por miedo a la muerte o por cualquier otro asunto, abandonara el puesto asignado. Seria extraño, y entonces en verdad sería justo que alguien me hiciera comparecer ante el tribunal por no creer que existan dioses, ya que he desobedecido al oráculo y he temido a la muerte, creyendo ser sabio sin serlo. En efecto, señores, temer a la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo; pues es creer saber lo que no se sabe. Nadie conoce la muerte, ni sabe si no llega a ser acaso para el hombre el más grande de los bienes. Pero [se Ia] teme como si se supiera bien que es el mayor de los males. ¿Y no es ésta, de algún modo, la ignorancia más censurable, la de creer saber lo que no se sabe? En esto, señores, tal vez es que me diferencio de la mayoría de los hombres, y, si debiera decir que soy más sabio en algo, sería en esto: en que, no sabiendo suficientemente acerca de lo que [hay] en el Hades, tampoco creo saber. Sé, en cambio, que es malo y vergonzoso obrar injustamente y desobedecer al mejor, tanto a un dios como a un hombre. Y por los males que yo sé que son males, jamás temeré o evitaré las cosas que no sé si son buenas. Supongamos, pues, que ahora ustedes me absolvieran y no prestaran oídos a Anito cuando dice que, o bien no debía yo 15 comparecer aquí, o bien, puesto que he comparecido, no es posible que no se me condene a muerte, alegando que, si me liberaran, los hijos de ustedes pondrían en práctica lo que Sócrates les enseña, con lo cual todos se corromperían por completo. [Supongamos] que, en vista de eso, me dijeran: “Sócrates, Anito no nos persuadirá ahora, sino que te absolvemos, sobre esta [base]: nunca más pasarás el tiempo en esta investigación ni en filosofar; pero si eres sorprendido haciéndolo, morirás”. Supuesto tal caso, como he hecho, de que se me absolviera sobre tales [bases], les contestaría: “Yo los respeto, señores atenienses, y los estimo, pero he de obedecer al dios antes que a ustedes, y mientras tenga un hálito de vida y [sea] capaz de ello, no cesaré de filosofar, y de exhortarlos a ustedes, y de explicarle a aquel de ustedes que encontrase, diciéndole cosas como las que acostumbro: “Querido amigo, que eres ateniense [esto es], de la ciudad más poderosa y de mayor fama en cuanto a sabiduría y fuerza, ¿no te avergüenzas de preocuparte por tu fortuna, de modo de acrecentaría al máximo posible, así como a la reputación y a la honra, mientras no te preocupas ni reflexionas acerca de la sabiduría, de la verdad y del alma, de modo que sea mejor?”. Y si alguno de ustedes me disputara y afirmara que él se ocupa [de estas cosas], yo no lo soltaré enseguida y me marcharé, sino que lo interrogaré, lo examinaré, lo refutaré. Y si me parece no estar en posesión de lo que hace a su perfección, se [lo] diré, y le reprocharé que confiera mucho valor a lo que es inferior, y poco [valor] a lo que es superior. Y haré esto con quien sea que encuentre, sea más joven o más anciano, extranjero o conciudadano, aunque más con mis conciudadanos, desde que me tienen más próximo en la sociedad. Porque esto [me lo] manda el dios, sépanlo bien. Y por mi parte pienso que nada mejor puede acontecerles en la ciudad que este servicio que presto al dios. En efecto, no hago otra cosa que ir de un lado al otro persuadiéndolos a ustedes, sean jóvenes o ancianos, de no preocuparse por [sus] cuerpos ni por [sus] fortunas sin antes atender intensamente a su alma, de modo que llegue a ser perfecta; diciéndoles que no es de la fortuna que nace la perfección, sino de la perfección que [nace] la fortuna y todos los demás bienes para los hombres, en forma privada o pública. Si corrompo a los jóvenes cuando digo esas cosas [nos encontraríamos con la sorpresa de que], esas cosas serían perjudiciales. Ahora, si alguien afirma que no digo esas cosas sino otras, habla por hablar. En este punto, señores atenienses, yo diría que, convencidos por Anito o no, me absuelvan o no me absuelvan, en cuanto a mi no habré de hacer otra cosa, ni aunque esté mil veces a punto de morir. No se alboroten, señores atenienses, sino que continúen de acuerdo con lo que les he pedido: que no me interrumpan a pesar de lo que diga, sino que [me] escuchen. Y, en efecto, creo yo, ganarán escuchando. Voy a añadir algo que los inducirá a poner el grito en el cielo, pero de ningún modo hagan eso. Sepan bien que, si me condenan a muerte, siendo yo [un hombre] tal como digo, más que a mi se perjudicarán ustedes mismos. Porque en cuanto a mí, en nada me perjudicarían Meleto ni Anito, pues no podrían. Creo, en efecto que no es posible que un hombre superior sea perjudicado por uno inferior. Creo que se me puede condenar a muerte, o desterrarme, o despojarme de derechos cívicos. Pero si bien este [señor] o cualquier otro sin duda cree que esas cosas son grandes males, yo no lo creo, sino que [me parece] mucho peor hacer lo que él hace ahora: tratar de condenar a muerte injustamente a un hombre. Pues bien, señores atenienses, mucho más necesario que defenderme a mí mismo ahora, como cualquiera podría creer [lo es defenderlos] a ustedes, 16 para que no queden en falta, al condenarme, respecto del don que el dios [les ha hecho] a ustedes. En efecto: si me condenan a muerte, no hallarán con facilidad otro [hombre] como yo-por ridículo que parezca decirlo- asignado a la ciudad por el dios, como a un grande y noble caballo, perezoso a causa de su tamaño y necesitado de ser despertado por una especie de tábano. Así me parece que el dios me ha aplicado a la ciudad de un modo análogo, para que los despierte, persuada y reproche a cada uno en particular, sin cesar el día entero, siguiéndolos por todas partes. Otro [hombre] semejante no se les aparecerá fácilmente, señores; pero si me hacen caso, me conservarán. Pero tal vez ustedes estén molestos, como quienes son despertados cuando están medio dormidos, me tiren un golpe y, persuadidos por Anito, con ligereza me condenen a muerte. Después, pasarían el resto del tiempo durmiendo, a menos que el dios les enviara algún otro, para cuidar de ustedes. Porque de esto tienen que percatarse: que yo vengo a ser alguien que ha sido donado a la ciudad por el dios. No parece humano, en efecto, el que yo me haya despreocupado de todas mis cosas, y me haya mantenido descuidando mis propiedades durante muchos años, y ocupándome en cambio siempre de las cosas de ustedes, acudiendo a cada uno particularmente, como un padre o un hermano mayor, para persuadirlo de que se ocupe de [su] perfección. Si por lo menos disfrutara de estas cosas y recibiera algún salario al exhortar [lo que hago] tendría algún sentido [para los hombres]. Pero ustedes lo ven ahora; los mismos acusadores que me han imputado todas esas cosas desvergonzadamente, no han sido capaces de llegar al descaro de ofrecer testigos 17 de que alguna vez yo haya recibido o pedido salario. Suficiente testigo, en efecto, creo es el que yo ofrezco de que digo verdad: mi pobreza.

El alejamiento de Sócrates de la Política
Ahora bien, quizá parezca insólito el que yo ande por aquí y allá y me mezcle en muchas cosas dando consejos en privado, mientras en público no me atrevo a hacer frente a la multitud de ustedes, dando consejos a la ciudad. La causa de esto es la que muchas veces ustedes me han oído decir en muchas partes, a saber, que una cierta [voz] divina y demoníaca viene a mí, a propósito de la cual Meleto en su escrito me ha acusado, ridiculizándola. Es para mí algo que comenzó desde niño: una voz que surge, y, cada vez que surge, me disuade de algo que estoy a punto de hacer, jamás me impulsa a algo. Esto es lo que se ha opuesto a que yo actuara en política. Y a mí me parece que se ha opuesto muy felizmente; pues deben saber, señores atenienses, que si yo hace tiempo hubiera intentado actuar en asuntos políticos, hace rato que habría perecido, y no habría sido útil a ustedes ni a mí mismo. Y no se fastidien conmigo porque digo la verdad. Porque no existe hombre que sobreviva si se opone sinceramente sea a ustedes, sea a cualquier otra muchedumbre, y trata de impedir que llegue a haber en la ciudad mucha injusticia e ilegalidad, sine que, para quien ha de combatir realmente por lo justo, es necesario, si quiere sobrevivir un breve tiempo, actuar privadamente, pero no en público. Y ciertamente presentaré pruebas contundentes de esto: no discursos, sino lo que ustedes estiman: hechos. Escuchen, pues, lo que sucedió, para que sepan que no sólo no hay nadie ante quien retrocediera contra lo justo por temor a la muerte, sino que no retrocedería aun cuando debiera morir. Les hablaré con los lugares comunes propios de los pleiteadores, pero con verdad. En ningún momento, señores atenienses, desempeñé ningún otro cargo en la ciudad que el de consejero. Y sucedió que nuestra tribu, la de Antioquidas, ejercía la pritanía cuando ustedes resolvieron el juzgar en conjunto a los diez estrategas que no recogieron [los muertos] para las exequias tras el combate naval, de modo ilegal, como en tiempos posteriores todos ustedes lo reconocieron. En esa ocasión yo, el único entre los pritaneos, me opuse a hacer nada contra las leyes, y emití un voto en contrario. Y cuando los oradores estaban dispuestos a denunciarme para hacerme arrestar, y ustedes daban órdenes y gritos, estimé que era necesario recorrer los riesgos del lado de la ley y de la justicia, tutes que ponerme del lado de ustedes queriendo cosas injustas, por temor a la prisión o a la muerte. Y estas cosas pasaban cuando en la ciudad regla la democracia. Después sobrevino la oligarquía y, a su turno, los Treinta me mandaron llamar, con otros cuatro, a la Rotunda, ordenándonos conducir desde Salamina a León el Salamino, para darle muerte. Cosas tales ordenaban a menudo a muchos otros, queriendo tomar como cómplices a la mayor cantidad posible de gente. Sin embargo, en esa ocasión yo manifesté, no con discursos sino con hechos, que no me preocupaba la muerte -si se me permite hablar sin eufemismosni nadie, sino que no realizaría nada injusto ni impío, y que sólo de esto me cuido. Porque aquel poder, aun siendo fuerte como era, no mc atemorizó como para que llevara a cabo algo injusto; así, después de que salimos de la Rotunda, los otros cuatro marcharon a Salamina y trajeron a León, mientras que yo me aparté y marché a casa, y tal vez eso me hubiera costado la vida, si el poder [de los Treinta tiranos] no hubiera sido derribado tan de pronto. De todo esto ustedes tienen numerosos testigos. ¿Acaso piensan ustedes que habría logrado vivir tantos años si hubiera actuado públicamente y, obrando dignamente como un hombre honesto, hubiera defendido a los justos, y, de ser necesario, poner eso por encima de todo? Lejos de ello, señores atenienses: ni ningún otro hombre lo [habría 18 logrado]. En cualquier caso, durante toda la vida, me he mostrado de ese modo, tanto públicamente, en las ocasiones en que me ha tocado actuar, como privadamente, no con-sintiendo a nadie en ningún momento algo contra la justicia, y menos aún a alguno de aquellos que los que distorsionan mi figura dicen que son mis discípulos.

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