Nietzsche y el cristianismo

Por Lluís Pifarré
catedrático de Filosofía



El cristianismo es interpretado por Nietzsche como el paradigma de las doctrinas que niegan la vida. Esta crítica hunden sus raíces en dos motivos fundamentales: a) su vitalismo cosmológico sumergido en un universo radicalmente inmanente, que le lleva a rechazar cualquier sentido trascendente de la realidad, y b) su concepción luterana sobre la esencial corrupción de la naturaleza humana.

1).- Vitalismo Cosmológico

El vitalismo cosmológico nietzscheano fundado en la voluntad de poder, aparece constituido por un inmenso caudal de fuerzas y energías que tienen un contenido de índole físico-biológica, sumergidas en la corriente fluyente y cambiante de la temporalidad (1). Al ser la voluntad anterior y superior a la razón, estas fuerzas (como ya sostuvieron los “atomistas” griegos) se expanden de forma ciega y azarosa por todo el ámbito del universo, configurando la diversidad de fenómenos existentes en la naturaleza (2). En esta universal expansión se manifiesta la inmutable voluntad del universo, mediante el incesante e insaciable esfuerzo de la vida para acrecentar sus fuerzas de poder, en todos los órdenes de la existencia, en un “crescendo” sin fin. “La vida, dice Nietzsche, tiende al máximo de poderío; el esfuerzo no es otra cosa que un esfuerzo hacia el poder, esta voluntad es la más íntima de la vida” (3).

Cuanto más dominio y poder de sí tiene la vida, más satisface y autorrealiza el inagotable “querer” de su imperativa y dadora voluntad para difundir sin trabas sus gigantescas fuerzas totalizadoras, puesto que la vida como voluntad de poder, “quiere” siempre “quererse” más a sí misma, en cuanto su voluntad “quiere” exclusivamente su propio “querer”. Así lo afirma Nietzsche cuando escribe: “Querer en líneas generales es solamente un tratar de devenir más fuerte, un querer crecer y querer los medios para ello” (4). La vida es pues un puro instinto de crecimiento, como fuerza de apropiación, de potencia y vigor, como expresión de su omnímoda e inmanente voluntad. Toda institución o instancia ideológica que intente debilitar e interferir el proceso de su absoluta y continua apropiación para aumentar el poder de la vida como voluntad, constituye un peligroso atentado, una acosadora amenaza, en contra de sus imperativos deseos de expansión cósmica “No hay nada en la vida que tenga valor, excepto el grado de poder, a condición de que la vida misma sea voluntad de poder (5).

Una concepción de la voluntad de poder que no puede admitir bajo ningún pretexto, estar sometida o limitada por nada exterior y superior a ella misma en el proceso de su expansión y afirmación dominadora. Es por ello, radicalmente inconciliable con cualquier supuesta realidad o mundo trascendente que sea anterior y superior a su propia autofundamentación originaria y originante. La propuesta de un poder supremo, de una entidad independiente, que esté más allá del absoluto dominio de la voluntad de poder, es una afrenta a la voluntad de la vida como fundamento de la totalidad, un atentado contra la exclusiva y unívoca realidad de su naturaleza.

En su configuración subjetiva, la voluntad de poder se proyecta en la conciencia de los seres individuales, reproduciendo su absoluto “querer” a través de sus sentimientos y afecciones psicológicas, que reclaman sin condiciones el “querer ser más” a partir de sus instancias desiderativas, de sus instintos y placeres. Ello requiere la implantación e inversión de unos nuevos valores, para que toda exterior objetivación fenoménica, se ajuste y amolde a este absoluto “querer” de su individual voluntad de poder. Para Nietzsche la manifestación más antagónica que se opone frontalmente a esta concepción de la voluntad como afirmación de la vida, es el pensamiento cristiano, que deviene de la dualidad cosmológica de Platón, y que con su creencia en un más allá trascendente, ha originado la ruptura y fragmentación de la unívoca realidad del mundo y por tanto, de la voluntad como absoluto querer: “”El otro mundo resulta sinónimo del deseo de no vivir. El instinto de cansancio de vivir es el que ha hecho posible la creación de otro mundo” “¡El concepto “más allá”, inventado para desvalorizar el único mundo que existe (6).

2).- Interpretaciones sobre la crítica de Nietzsche

En el análisis sobre la actitud de Nietzsche respecto al cristianismo, apenas se han tenido en cuenta estos presupuestos cosmológicos de la voluntad de poder. El berlinés Georg Simmel, basado en sus deterministas postulados de que las interpretaciones de la realidad objetiva dependen de la “manera de ser” del sujeto que se sitúa frente a ellas, deducirá, que la crítica de Nietzsche al cristianismo, procede de su innata constitución inmanentista: “La naturaleza de Nietzsche no era una naturaleza trascendente, sino que lo único que le interesaba era la vida, la historia, la moral como realidades inmanentes”(7).

Desde su óptica fenomenológica, Alexander Pfänder (8), y Karl Jaspers, llegan a coincidencias similares en su valoración sobre la causas últimas que impulsaron a Nietzsche en su crítica al cristianismo. Pfänder partiendo de las “disposiciones interiores” de la conciencia, intenta adentrarse en las atormentadas disposiciones de Nietzsche, con objeto de detectar a través de la reconstrucción sintética de la pluralidad de sus vivencias religiosas, las razones últimas de sus obsesionantes y agresivas acusaciones. Su diagnóstico es que por debajo de sus viscerales críticas, subyace en la conciencia de Nietzsche, la soterrada intención de purificar al cristianismo de las deformaciones religiosas y morales acumuladas a lo largo de los dos milenios de su existencia (9). Su íntimo deseo, es, por tanto, librarlo de sus lastres históricos para que pueda emerger con superior potencialidad un renovado y más puro cristianismo: “Desenmascarando la caricatura del cristianismo -afirmará Pfänder- Nietzsche ha contribuido poderosamente al restablecimento del verdadero cristianismo. Nietzsche defendió siempre un ideal de pureza de espíritu” (10).

Por su parte, Jaspers opina que Nietzsche no pudo nunca desprenderse del todo de la intensa influencia religiosa que recibió en su hogar familiar (tanto su padre como sus dos abuelos eran pastores luteranos), influencia que labró su pensamiento de forma más o menos consciente: “su pensamiento ha nacido del cristianismo como efecto de estos mismos impulsos que de él dimanan”(11). En consecuencia, sostendrá que el oculto deseo de Nietzsche, era el lograr mediante la “superación” del cristianismo moderno una nueva especie de “supracristianismo”, con objeto de que se pudiera restablecer el originario cristianismo en su plena tensión espiritual. En la formulación de esta hipótesis, Jaspers se apoya especialmente en el aforismo de la “La Voluntad de Poder”, en la que Nietzsche dice que “todo lo cristiano, debe ser en superado por lo “supracristiano” en lugar de echarlo de nosotros” (12). No obstante hay que decir, que en el los escritos de Nietzsche, son escasos los aforismos de esta naturaleza, con lo que apenas tienen relevancia en el conjunto de sus obras, si los comparamos con la gran multitud de aforismos descalificadores del cristianismo.

Estos consideraciones fenomenológicas, al centrarse exclusivamente en las disposiciones de la conciencia, en sus inconscientes recuerdos, o en la intencionalidad de sus representaciones, se limitan a establecer unos supuestos vivenciales y psicológicos que no se ajustan ni compadecen con las verdaderas intenciones de Nietzsche en su crítica al cristianismo. En efecto, a través de sus viscerales ataques plasmados insistentemente a los largo de sus obras, se pone de manifiesto su actitud maximalista, del “todo o nada”, pero no en el sentido de que pretenda una especie de purificación espiritual del más puro estilo jansenista, como dan a entender los análisis de Pfänder y Jaspers, sino que su firme propósito de inversión religiosa, apunta a objetivos mucho más hondos y abismales, que poco tienen ver con supuestos deseos de purificación y reforma de los ideales cristianos.

Heidegger, comentando la frase “Dios ha muerto” (Gott ist tot), sostendrá en consonancia con Nietzsche, que el mundo fundado en el horizonte de la temporalidad, “Se ha quedado sin valores, y por tanto, tiene que proceder ineluctablemente a una nueva posición de otros valores. Es lo que llama Nietzsche como subversión de todos los valores”. Una subversión nietzscheana que Heidegger la interpreta como una exigencia ineludible de los tiempos actuales, añadiendo que “este mundo de lo suprasensible, de finalidades y medidas, ya no despierta ni soporta la vida” (13), y en virtud de ello, Heidegger considerará, de acuerdo con Nietzsche, que el mundo fundado en la trascendencia es un mundo agónico, que ya no es capaz de influir en la orientación existencial y operativa de los sujetos inmersos en la temporalidad.

Para entender adecuadamente esta cuestión nietzscheana, no podemos desvincularnos de los presupuestos cosmológicos e inmanentes que apuntábamos, con anterioridad, en los que se ponía de relieve su inconciliable y radical oposición con los presupuestos ontológicos de la trascendencia cristiana, fundados en la perfección del “actus essendi” divino. Y es que en última instancia, lo que pretende Nietzsche, es una “ruptura”, un “vuelco” total mediante la transvaloración de todos los valores de la trascendencia, para provocar una absoluta “mutación” en las conciencias sustentadas por estos valores. Su pretensión manifestada a través de sus provocadores aforismos, arropados por un atractivo y psicologizante lenguaje que domina varios registros, es la de conducir el pensamiento cristiano al paroxismo de su máxima tensión contradictoria que lo haga desembocar en la agonía existencial de sus posibilidades históricas, hasta que se apaguen sus últimos estertores vitales.

Una vez borrado cualquier vestigio de índole trascendente, en la inmediata e imparable fase nihilista que alumbrará a la nueva humanidad, surgirán impetuosas las nuevas condiciones históricas que lo precipitarán a su definitiva extinción, a su total aniquilamiento. Desde estas ruinas y despojos cristianos, se impondrán unos nuevos valores sociales, una nueva sensibilidad estética y moral, una liberación de los placeres y de los instintos, que entroncarán con los valores paganos de los antiguos héroes griegos, y engendrará una nueva forma de existencia, de otro dominio, de otra fundamentación. Esta es la verdadera intención de Nietzsche , que se deriva coherentemente de sus más esenciales planteamientos cosmológicos sobre la voluntad de poder como fundamento.

Por tanto, el tipo de análisis fenomenológicos del estilo Pfänders-Jaspers, pienso que no penetran suficientemente en el verdadero fondo de la cuestión, al admitir supuestas intenciones purificadoras y desenmascaradoras más propias del estilo de los reformadores clásicos, que no a las que corresponden a Nietzsche. Sin duda que, en sus escritos, aparece en ocasiones el intento de desenmascarar aquellas costumbres, creencias o conductas morales que por ser vividas de forma rutinaria e inauténtica, ya no son capaces de responder a las necesidades espirituales del hombre actual, y que en cierto aspecto puede tener una función terapéutica para los espíritus tibios. Pero los arremetimientos nietzscheanos van más allá de su simple desenmascaramiento, pues no sólo aspiran a poner en entredicho unos determinados valores, sino que ambiciona demoler sin piedad, toda forma de moral, toda forma de religiosidad, sea falsa o verdadera, auténtica o inauténtica. Todas las doctrinas de la trascendencia proyectadas hacia una supuesta divinidad, deben perecer en el universal naufragio de sus acusaciones, en la disolución de todo aquello, que de cerca o de lejos, sea fermento de estas doctrinas debilitadoras y negadoras de la vida.

Es innegable el arrojo intelectual de Nietzsche, que llevado por el frenesí de un voluntarismo absoluto, expresado en su “querer”, sin trabas ni limitaciones de ningún género, a modo de torrente impetuoso y desbocado, quiere arrastrar la totalidad de lo real hacia sus utópicos y apasionados deseos futuristas de afirmación e infinitud vital. Pero ante la imposibilidad de que estos deseos de infinitud puedan ser vividos y plasmados en el marco de la finitud existencial del ser humano sujeto a la temporalidad, se explica, ante esa imposibilidad real, que la biografía de Nietzsche esté sumergida en la desesperación y en su trágico sentido de la existencia.


3).- La Concepción Luterana

De la influencia de la concepción luterana en el pensamiento de Nietzsche, se derivarán principalmente dos vertientes. Una de carácter ontológico, basada en la intrínseca corrupción de la naturaleza humana, y que le proporcionará a Nietzsche la justificación argumentativa de que el cristianismo es una doctrina que niega la vida y es hostil a sus goces sensibles y placeres estéticos: “Yo descubro en todo tiempo en el cristianismo la hostilidad a la vida, la repugnancia contra la vida misma” (14).

La otra vertiente de índole psicológica, se basa en la fuerte impronta nominalista del luteranismo en el plano gnoseológico, lo que ha significado la sospecha y la desconfianza de la razón natural para poder acceder al conocimiento de verdades objetivas en el ámbito de la revelación, considerándola una vía impracticable. Debido a ello, el criterio de valoración y la apropiación de estas verdades en el pensamiento luterano, se apoya básicamente en la intuición subjetiva de las propias experiencias internas, cuyas corrientes vivenciales configuran los contenidos de la “fe”, que son los que le prestan su certeza subjetiva. Es lo que experimenta el joven Nietzsche cuando escribe a su hermana Lisbeth: “toda fe rinde lo que el creyente espera encontrar en ella, pero no ofrece el menor punto de apoyo para la fundamentación de una verdad objetiva” (15). Es indudable la cadencia subjetivista de un planteamiento que al valorar primordialmente las afecciones y sentimientos internos, esperando encontrar en ellos el criterio para determinar su mayor o menor ajuste y correspondencia con la fe que salva, se constituya como la única fuente garante de su veracidad y significación religiosa, lo que explicaría en el pensamiento luterano, la sobrevaloración que se confiere a estos contenidos psicológicos en el ámbito de la propia subjetividad.

Nietzsche, con sus deseos de afirmación vital cifrado en sus ansias de felicidad dionisíaca, también se siente inercialmente arrastrado en la sobrestimación y categorización de estos contenidos y afecciones psicológicas, puesto que desde su referencia valorativa sustentada también por una gnoseología subjetivista, intentará determinar el grado de su potencialización vital para dar cumplida y satisfactoria respuesta a los irrefrenables deseos imperados por la voluntad de poder. En esta plano de objetivos y propósitos de apropiación vital de estos contenidos afectivos, como únicos criterios de valoración existencial, era plausible que en el pensamiento de Nietzsche surgiera su choque frontal con un planteamiento del cristianismo que también postula sus anhelos felicidad espiritual, en la valoración subjetiva de estos contenidos afectivos. Si en la filosofía del pensador alemán, el crecimiento y afirmación de la vida se cifrará individualmente en la plenitud y goce interior que engendra la liberación de todos los instintos y placeres vitales, también el luteranismo cifrará la certeza de la posesión de la fe redentora, en la liberación y placidez interior que experimentamos al acoger la palabra de Dios.

Pero la abismal diferencia para Nietzsche, es que el cristianismo concebido desde esta óptica, busca el sentido último de las vivencias subjetivas, recurriendo a instancias de carácter trascendente que van más allá de las posibilidades empíricas de estos contenidos psicológicos, con lo que la asunción de estas corrientes de representaciones internas, no las estima y valora por sí mismas, en orden a potenciar sus posibilidades vitales, sino como garantes transitorios que justifican la obtención de “otra vida”, mediante la renuncia ascética y el desprecio de los instintos.

Nietzsche con su retorcida agudeza, considera que estos contenidos psicológicos sustentados por ilusorios sentimientos de amor y esperanzas espirituales, no son más que intereses egoístas de apropiación psicológica, que se enmascaran con el velo místico de supuestas realidades ultramundanas. Con su dual y equívoca concepción del mundo, estas pretensiones suprahistóricas sustentadas por subjetivas afecciones y vivencias internas, se transforman, para Nietzsche, en las más violentas y peligrosas doctrinas que atentan contra la unidad inmanente de la naturaleza. Una ruptura cosmológica, que al reproducirse en la interioridad de los sujetos en forma de antagonismos morales, provoca una serie de conflictos psicológicos que enajenan e intoxican las conciencias, trastocándose en frustraciones e impotencias engendradoras del instinto de resentimiento y de venganza contra la vida.

Esta es una de las más hondas razones por las que Nietzsche considera al cristianismo como el más peligroso rival que pugna en la misma convergencia de valores psicológicos e intereses vitales, aunque con objetivos radicalmente distintos. Ante tal peligro, escribirá sus exacerbadas y agresivas críticas contra el cristianismo, con el soñado objetivo de que se desmorone sepultado por la quiebra de su propia decadencia vital e histórica. “Soy el primer psicólogo del cristianismo, escribe Nietzsche a G. Brandes, y en mi calidad de viejo artillero puedo disponer de piezas de un calibre que ninguno de los enemigos del cristianismo ha sospechado hasta ahora” (16).

Estas reflexiones ponen de relieve, que las acusaciones que realiza Nietzsche, no se avienen con ningún supuesto conciliador o purificador del cristianismo, puesto que ello supondría diluir la fuerza radical de sus críticas, y desvirtuaría sus verdaderos propósitos. Nietzsche, tiene la conciencia de ser un enviado, de representar un destino que señale al género humano, unos nuevos caminos, unos nuevos valores que se opongan radicalmente con la entera tradición nacida del pensamiento cristiano. Con el acento de un visionario profeta escribirá: “Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el recuerdo de algo gigantesco, de una crisis como jamás la ha habido en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada, mediante un conjuro “contra todo lo que hasta ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita” (17).

Los posteriores acontecimientos históricos han puesto de manifiesto que cualquier concepción religiosa cuyos contenidos de “fe” se han suscitado en virtud de la intuición empírica de las propias vivencias interiores, obturan la comprensión de sus manifestaciones visibles y externas, susceptibles de ser participadas universalmente. Encerrados los contenidos de la fe, en la conciencia de las propias experiencias interiores, sin posibilidad de ser compartidas, se disuelven, más temprano o más tarde, en la nebulosa opacidad de su insuficiente fundamento objetivo y racional, quedando sujetas a la arbitrariedad de sus particulares autovaloraciones morales y religiosas.

En tal tesitura, estas doctrinas de impronta subjetivista que cercenan la proyección exterior y objetiva de los contenidos de la fe, tienen de antemano perdida la batalla filosófica y vital frente a concepciones fuertemente inmanentes y ateas como la de Nietzsche, puesto que manifiestan una superior coherencia formal en el plano de la mostración empírica de los fenómenos psicológicos que sustentan como principio de la realidad. Desde su cosmovisión antropocéntrica, estas concepciones derivan la constitución del ser humano, como el único portador y dueño de su voluntad autofundante, para determinar el valor objetivo de sus propios contenidos vivenciales, con lo que está de más la recurrrencia a instancias trascendentes, que se instalen más allá de su exclusiva inmanencia natural. Así lo corroboran el testimonio de Feurbach o el de los neopositivistas, al acusar al cristianismo de fundar sus nociones mediante la mera proyección subjetiva de estos contenidos internos hacia trasmundos inexistentes o imaginarios, como forma de enajenación de la misma esencia humana, o también mediante los terribles martillazos con los que Nietzsche pretende golpear y destruir cualquier sentido de la trascendencia.


1).- En al aforismo 632 de “La Voluntad de Poder” escribe que “la voluntad de poderío se expresa en la manera de aplicar la fuerza; la transformación de la energía en vida y el vivir elevado a la suprema potencia aparece entonces como fin”. En el af 637 dice algo parecido: “Se desprende una voluntad de poderío en el proceso orgánico, en virtud del cual, fuerzas dominantes, plasmantes, imperiosas, aumentan constantemente el campo de su poder”.

2).- De forma parecida a Schopenhauer, Nietzsche sostiene que la razón es posterior a la voluntad y los deseos, y en consecuencia de los instintos: “Razonar es consecuencia de un relacionarse de los instintos (Más allá del Bien y del Mal, af 36), “La serie de pensamientos y deducciones lógicas que surgen de nuestro cerebro responden a un proceso de relación de instintos (La Gaya Ciencia, af 111), La inteligencia no es más que cierta relación de los instintos entre sí” (“La Gaya Ciencia”, af 333) “Sólo se obra con perfección cuando se obra instintivamente (La Voluntad de Poder, af 257).

3).- F. Nietzsche, La Voluntad de Poder, af 252.

4).- Idem, af 668

5).- Idem, af 55. Son muchos los aforismos en donde Nietzsche pone de manifiesto esta concepción vitalista. Veamos algunos a título de ejemplo: “El principio de la vida, la voluntad de la vida es “voluntad de poderío” (La Voluntad de Poder, af 574), “La vida es para mí, instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas de poder (El Anticristo, af 6), La Vida es cabalmente voluntad de Poder (Más allá del Bien y del Mal, af 259. Lo mismo dice en el af 13 y en el af 36, y en La Voluntad de Poder, af 252), “Sólo donde hay vida hay también voluntad de Poder (Así habló Zaratustra, del apartado “De la superación de sí mismo) “La vida tiende al máximo de poderío; el esfuerzo no es otra cosa que un esfuerzo hacia el poder; esta voluntad es la más íntima de la vida (La Voluntad de Poder, af 682).

6).- F. Nietzsche, (La Voluntad de Poder, af 578, Ecce Homo, del apartado: La traca final, af 8). En el af 5, del “El Origen de la Tragedia”, afirma algo parecido: “Cuando se coloca el centro de gravedad en el más allá, en la nada, se la ha quitado a la vida su verdadero centro de gravedad”. En “El Anticristo” escribe: “El Cristianismo no hace más que disimularse bajo la máscara de la fe en “otra” vida”. En “El af 2, del apartado: Lo que debo a los antiguos, de “El Ocaso de los Dioses””, muestra su postura irreconciliable con Platón: “Mi desconfianza respecto de Platón va a lo hondo, lo encuentro tan descarriado de todos los instintos fundamentales griegos, tan moralizado, tan anticipadamente cristiano que a propósito del fenómeno entero Platón, prefiero usar la expresión de patraña superior”

7).- G. Simmel, Schopenhauer y Nietzsche. Edic. Fco Beltrán, Madrid 1915, 206

8).- Alexander Pfänder (1870-1941). Pensador influido por la fenomenología de Husserl. Es conocido por fundar la lógica en sentido fenomenológico con objeto de analizar determinados fenómenos psíquicos, tales como “el querer”, “la motivación”, “las disposiciones”, etc., identificándolos con los sentimientos en tanto que actos intencionales dirigidos hacia algo, ofreciendo diversas cualidades según los modos de su intencionalidad y referencia al objeto.

9).- “Llega ya la época, dice Nietzsche, en que tendremos que pagar el haber sido cristianos durante dos milenios (La Voluntad de Poder, af 30)

10).- A. Pfänder, Friedrich Nietzsche, Rev. Occidente, nº XVI, Madrid 1924, 93

11).- K. Jaspers, Nietzsche y el Cristianismo, R. Piper y Co Verlag-Munchen, 1968, 335.

12).- Entre otras cosas dice Nietzsche: Toda la doctrina cristiana acerca de lo que se debe creer es exactamente lo contrario de lo que era al principio el movimiento cristiano” (La Voluntad de Poder, af 159)

13).- M Heidegger, “Sendas Perdidas”, Ed Losada, Buenos Aires, 1960, 185

14).- F. Nietzsche, El Origen de la Tragedia, af 5.

15).- Idem, Correspondencia, Carta del 17.VII, 1865, Ed Labor, Barna 1974.

16).- Idem, Correspondencia del 20.XI, 1888, En el af 30 de la Voluntad de Poder, escribe: “Mientras la Iglesia se entrometa en todas las vivencias esenciales de la vida individual, para que se las consagre y se les dé un sentido más alto, seguiremos teniendo el “estado cristiano”. En el af 147 dice: “El status cristiano tiene que ser un estado natural, pero que no está permitido comprender como tal, asi lo “cristiano” significa una falsificación de la interpretación psicológica elevada a la categoría de principio”. “El artificio más sutil que da al cristianismo ventaja sobre las demás religiones, escribe en el af 95 de Humano demasiado Humano II, es que habla de amor, palabra ambigua que estimula el recuerdo y la esperanza”. “La compasión cristiana es un sentimiento interior que proporciona placer y nos suministra en pequeñas dosis el deleite de la superioridad” (Aurora, af 136), En distintos aforismos de “La Voluntad de Poder”, insiste en estas consideraciones: “Si el cristianismo ha hecho algo esencial en el sentido psicológico, ha sido el aumentar la temperatura del alma”, “”El cristianismo es la peor mentira de seducción”, “Su fuerza impulsora es el resentimiento”, “Lo peligroso del ideal cristiano se encuentra en sus sentimientos de valor”, etc, etc. (afs. 175, 200, 179, 1014).

17).-Ecce Homo, del apartado: La traca final, af 1. Al final de esta obra, que es una de las últimas que escribe antes de caer en la demencia, afirma con actitud belicosa: “Guerra a muerte contra el vicio: el vicio es el cristianismo”. El visionario e iluminado profeta Zaratustra le dice a su anciano interlocutor: “Yo soy Zaratustra el ateo, que dice; ¿quien es más ateo que yo, para gozarme con sus enseñanzas?” (Así habló Zaratustra, del apartado: El Jubilado), Y dirigiéndose a sus enloquecidos huéspedes les dirá con fuertes gritos: “Mientras no os hagáis como niños no entrareis en “aquel” reino de los cielos. -Y Zaratustra señaló con las manos hacia arriba-. Mas nosotros no queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres, y “por eso queremos el reino de la tierra” (del apartado: La fiesta del asno).

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