Nicolás de Cusa Seis siglos de filosofía moderna HACE exactamente seiscientos años, en 1401, nació
Nicolás de Cusa, que vivió hasta 1464. Si hubiera que señalar el momento en
que comenzó de verdad la filosofía moderna, habría que centrarlo en la obra
de este Cardenal Cusano, en el cual se encuentra toda una serie de
anticipaciones, con un acierto sorprendente. Su libro principal, «De docta
ignorantia», presenta un nombre excelente para la filosofía. La
aparentemente paradójica unión del adjetivo y el sustantivo refleja
admirablemente lo que ha sido siempre la filosofía: docta ignorancia,
perpetua interrogante, desconocimiento, cuestiones abiertas, después de
pensarlas largamente, de hacer inauditos esfuerzos para ponerlas en claro; es
lo que quiere decir que se trata de una ignorancia docta.
Por Julián MARÍAS, de la Real Academia Española
El primer acierto de Nicolás de Cusa es que su pensamiento no representa una
ruptura; casi todas significan alguna medida de retroceso, de olvido de la
continuidad. Se apoya en lo más vivo del pensamiento anterior: el maestro
Eckehart y la mística especulativa. No desconoce la gran labor de la
Escolástica hasta comienzos del siglo XV, pero va acumulando innovaciones
sosegadas, que podríamos llamar respetuosas, y por eso fecundas. Distingue
diversos modos de conocimiento: los sentidos («sensus»), imágenes
insuficientes; lo que llama «ratio»; por último, el «intellectus». En la
tradición idealista alemana, tan posterior, «ratio» equivale más bien al
entendimiento, «Verstand», y el «intellectus» a la «Vernunft». Con ayuda
de la gracia sobrenatural, Nicolás de Cusa cree que el «intellectus»
conduce a la verdad de Dios. La «ratio» no pasa de la diversidad de los
contrarios; mediante el «intellectus» llegamos a la intuición de la unidad
de Dios, que es coincidencia de los contrarios, «coincidentia oppositorum».
No estamos demasiado lejos de la visión hegeliana.
El Cardenal Cusano distingue entre la mente divina y la humana. En la primera
están todas las cosas en su verdad; en la humana están como en imagen o
semejanza de la verdad propia; en la mente divina están los ejemplares de las
cosas; en la nuestra, sólo sus semejanzas. Es como la diferencia entre hacer
y ver; el conocimiento humano no llega a apropiarse de la cosa misma, sino de
algo semejante a ella. Por eso emplea la palabra «asimilación». No se llega
a la deseable «adaequatio».
Un rasgo claramente renacentista de Nicolás de Cusa es su vivo interés por
el mundo, que es un despliegue o «explicatio» de Dios. Por eso el mundo es
teofanía, manifestación de Dios. Llega a fórmulas originales. El mundo es
como una infinidad finita o un Dios creado, «Deus sensibilis», y llama al
hombre «deus occasionatus». Expresiones originales, atrevidas, innovadoras.
Nicolás de Cusa valora el mundo, acaso el mejor, idea que reverdecerá en
Leibniz. Hay que advertir que en él se inicia, a diferencia de los griegos,
para quienes lo infinito era indeterminación, la valoración positiva del
infinito, que culminará en Giordano Bruno y en casi todo el pensamiento de la
Edad Moderna. Pero, por otra parte, Nicolás Cusano afirma la realidad
individual, que refleja como un espejo el universo. ¿No hay una anticipación
de la fórmula leibniziana «particula in minima micat integer orbis»? Y
estas unidades tienen variedad porque Dios no se repite nunca.
No menos original es su idea de la mente; la interpreta como ligada a la
«mensura», a la medición. La física moderna y el humanismo tienen un
nacimiento común. Si la mente divina es entificativa, la humana es «vis
assimilativa»; parece una clara anticipación de la «vis repraesentativa»
de Leibniz.
En la obra de Nicolás de Cusa, tan racional como razonable, podríamos decir
que, exenta de la tentación de racionalismo que acecha a todo el pensamiento
moderno, hasta el descubrimiento de la razón vital o viviente, superación de
la razón abstracta, aparece en continuidad, sin ruptura ni extremismo, casi
todo lo que va a ser el pensamiento de los siglos siguientes. Creo que su
moderación, su ausencia de rupturas y extremismos, ha hecho que se pase
bastante por alto la significación de su figura. Evitó todo escándalo; sus
fórmulas, tan innovadoras, tan anticipadoras, no son estruendosas ni
escandalosas. El pensamiento moderno ha dado frecuente primacía a lo
detonante, a lo expresamente innovador. El cúmulo de innovaciones que
representa la docta ignorancia del Cusano, empezando por lo que tiene de
discreta definición de lo que es filosofía, ha hecho que su valor creativo
quede en relativa penumbra. El nombre de Nicolás de Cusa no está en la
primera fila de la atención; no es un nombre «famoso»; hay que buscarlo con
atención y hay una evidente propensión a dejarlo en la sombra.
Ya no estamos en la Edad Moderna; al volver los ojos sobre ella descubrimos,
junto a sus innumerables excelencias, sus limitaciones, o más bien sus
excesos; urge una revisión de todo ese largo periodo, desde la filosofía
hasta la política, desde sus afirmaciones hasta sus negaciones o sus olvidos.
No sería mala idea repensar la Edad Moderna desde este comienzo, lleno de
perspicacia y de moderación, que fue Nicolás de Cusa. En muchos sentidos es
un ejemplo. Fue un enorme innovador, antes de que se desarrollara el prurito
de «originalidad», que ha sido tan devastador a lo largo de los siglos XVI a
XIX.
Al empezar este nuevo milenio, parece aconsejable volver los ojos a este gran
creador que se limitó a innovar sin hacer alarde de ello. Sorprende la
magnitud de sus aciertos; pero el acierto es la aproximación a la verdad, la
verdadera pretensión de toda filosofía.