Historia
de la Filosofía Medieval
Por
Martin Grabmann
Traducido por SALVADOR MINGUIJÓN
Profesor de la Universidad de Zaragoza
EDITORIAL LABOR, S. A. BARCELONA - BUENOS AIRES 1928
Talleres Tipográficos de EDITORIAL LABOR, S. A. Provenza, 88, BARCELONA
CAPITULO IV
La filosofía escolástica en los siglos XIII y XIV. Juan Duns Escoto y Guillermo de Occam
Bibliografía
La filosofía Escolástica en los siglos XIII y XIV.
Juan Duns Escoto y Guillermo de Occam
Con Tomás de Aquino y sus contemporáneos, la Escolástica había alcanzado
su punto culminante. El carácter propio de esta Escolástica, desarrollada
hasta la perfección, es el equilibrio entre la profundidad del contenido, el
manejo e indagación de los problemas filosóficos y teológicos con la mira
puesta en la realidad y en el estudio de las fuentes por un lado, y por otro
la sagaz y penetrante descripción lógica del proceso del pensamiento. Pronto
se rompió esta armonía de ambos elementos, formal y real: desapareció cada
vez más el gusto por el estudio conexo de las fuentes, casi no se utilizó
más que colecciones de citas o pasajes filosóficos y teológicos de segunda
mano, y se les hizo objeto de una micrología dialéctica. El procedimiento
formalista que se perdía en cavilosas minucias y que ya se había señalado
en los primeros tiempos de la Escolástica, predomina nuevamente cada vez más
sobre el punto de vista real, de largo alcance, sobre la especulación de
grandes construcciones como la que había ocupado la inteligencia de Anselmo,
de los Victorinos, de Buenaventura y Tomás de Aquino; la inteligencia y las
aficiones intelectuales estaban cada vez más extraviadas. Llegó la época de
la Escolástica tardía de los siglos XIV y XV que por más de un aspecto debe
llamarse una decadencia de la Escolástica. Pero no es acertado ver en estos
siglos solamente un tiempo de decadencia filosófica, como sería también una
exageración querer ver en ellos la aurora de la filosofía moderna. Un juicio
completo y seguro de estos siglos sólo será posible cuando, sobre la base de
la investigación de los manuscritos, aparezcan claras en su pensamienlo
filosófico tanto las personalidades nuevas como las que ya son conocidas, y
pueda acometerse la empresa de trazar un cuadro exacto de las direcciones
filosóficas. No faltan en estos siglos, como se muestra cada vez más en la
progresiva investigación de las fuentes, sagaces y penetrantes cerebros
filosóficos ni interesantes corrientes y direcciones. El tiempo de las
grandes síntesis, el período de las Sumas filosóficas y teológicas había
pasado, pero en aislados problemas filosóficos de la lógica y de la lógica
del lenguaje, de la teoría del conocimiento y de la psicología se trabajó
en este tiempo con agudeza y a veces con independencia.
Entre los aspectos y direcciones científicas de este período que son dignos
de notarse hemos advertido más arriba, como carácter general de la
Escolástica, el sentido de las ciencias de la Naturaleza que dominó en este
tiempo en París y que no sólo presintió sino que incluso conoció el
sistema astronómico de Copérnico y las teorías físicas de Galileo y de
otros.
Rasgo notable del final de la Edad Media es la lucha entre la Escolástica y
el Humanismo. Los humanistas (como Leonardo Bruni, Lorenzo Valla y otros)
hicieron dura crítica de la latinidad de las obras escolásticas, y en
especial de las traducciones de Aristóteles utilizadas por los escolásticos.
Nuevas versiones de Aristóteles sc hicieron (por ejemplo de Leonardo Bruni,
Gregorio de Trebisonda, Bessarion), en las cuales los escolásticos echaban de
menos la segura fidelidad filosófica. En algunos sabios de la época (Coluccio
Salutati, Juan Dominico, Ambrosio Traversari, etc.) se unieron armónicamente
la formación escolástica y el gusto humanístico de la forma. Hacia fines de
la Edad Media surgen escritos en los que se procura llegar a una interna
consonancia entre la sabiduría profana antigua y el pensamiento cristiano. En
este sentido poseemos tratados todavía inéditos dc Rafael de Pornaxio,
Jacobo de Lilienstein y otros. En el siglo XVI escribió con el mismo
propósito Agostino Steuco († 1549) la obra De philosophia perenni.
Se registra también en la época del Humanismo un íntimo contacto entre
Italia y el Oriente helénico. Gracias a él y también gracias a los
esfuerzos realizados en pro de la unión, y a los concilios celebrados para
procurarla, reviven las relaciones ya anteriormente anudadas entre la ciencia
bizantina y la Escolástica. Bizancio había tenido ya en el siglo XI
esclarecidos cultivadores de la lógica en Miguel Psellos y Juan Italo. La
mística bizantina está representada en Simeon, al cual se añaden los
teólogos († ca. 1092) Gregorio Palamas y Nicolao Kabasilas. Una influencia
de la escolástica occidental sobre la filosofía y teología bizantinas se
inició por el hecho de ser traducidas al griego en los siglos XIV y XV muchas
obras de Santo Tomás de Aquino (Summa theologica, Summa contra gentiles, De
ente et essentia, comentarios sueltos de Aristóteles) por Demetrio Nydones,
Jorge Scolario y otros. En el siglo XV surgió en Bizancio ardorosa lucha
entre el platónico Jorge Gemistos Pleton y el aristotélico Teodoro Gaza,
sobre si correspondía el primer lugar en la ciencia filosófica a Platón o a
Aristóteles. En esta lucha el cardenal Bessarion, que tenía en alto aprecio
a Santo Tomás y a Alberto Magno, adoptó un posición conciliadora.
Una profunda corriente de este periodo dc la Escolástica es también la
mística alemana de la orden de Predicadores, cuyos principales representantes
fueron el maestro Eckhart († 1327), Juan Tauler († 1361) y Enrique Suso (†
1366). Esta corriente procede, como ya hemos notado, de cantera Escolástica.
El neoplatonismo preferido en la escuela de Alberto el Grande, en especial en
Ulrico de Estrasburgo, se manifiesta señaladamente en el maestro Eckhart. La
teología de Eckhart deja ver una huella de panteísmo en cuanto aparece
borrada la diferencia entre el Ser de Dios y el de las criaturas, se presenta
la creación como un brote eterno, necesario, interno, por el cual lo
particular sale de Dios como de lo general; Dios y el fondo del alma humana
son concebidos como una sola esencia especialmente en la vida sobrenatural
mística.
Finalmente, este período de la Escolástica —y esto es una relación que
pertenece más bien a la historia de los dogmas— lleva nuestra atención a
la Reforma, ya que la teología de Lutero se encamina por los puntos de vista
de Occam y otros. En este tiempo encontramos todavía notables figuras de
pensadores, personalidades en cuya fisonomía espiritual percibimos de cuando
en cuando rasgos modernos.
En el límite que separa el período de florecimiento de la Escolástica y el
comienzo del período que ahora nos ocupa está Juan Duns Scoto, el Doctor
subtilis, el fundador de la nueva escuela franciscana, cuya doctrina
encontramos ya anunciada en el inédito comentario de sentencias debido a su
maestro Guillermo de Ware. Duns Escoto es un cerebro agudamente crítico, que
no cae en el punto de vista escéptico, sino que con la severidad y riguroso
criterio del escudriñador que se coloca en el terreno de la argumentación
científica somete a un fundamental examen la orientación de ideas y las
pruebas de la Escolástica de entonces, especialmente la construcción
doctrinal tomista. La significación de la labor escotista reside mejor en el
aspecto crítico-negativo que en el positivo-constructivo. Como profesor en
Oxford escribió Escoto un gran comentario de sentencias (opus Oxoniense),
aclaraciones a Aristóteles, una obra De rerum principio, etc., y residente en
París un comentario más pequeño de sentencias (Reportatum Parisiense) y sus
Quodlibeta.
En su concepción fundamental sobre la Filosofía y la Teología, Escoto no
hace tan alto aprecio del pensamiento filosófico como Santo Tomás, afloja
además el lazo entre Filosofía y Teología y dirige la última de estas
disciplinas a una finalidad más práctica. El campo de la razón en las
cuestiones teológicas se estrecha, porque se sustrae al conocimiento racional
una serie de atributos divinos que son transferidos al terreno de la fe.
También la inmortalidad del alma es concebida en una parte de sus escritos
solamente como una verdad de fe. Por lo demás, se mantiene en todo caso en el
terreno de la Metafísica, por él altamente apreciada, y en completo acuerdo
con el dogma de la Iglesia. Si bien separa algo la Filosofía de la Teología
está muy lejos de admitir la doctrina de la doble verdad.
La característica de la teoría dcl conocimiento y de la metafísica de Duns
Escoto es su «formalismo», es decir, la doctrina de que en las cosas en
general (genéricas, específicas e individuales) se encuentran realidades,
formalidades o grados de ser que se distinguen entre sí por la difícilmente
comprensible distinctio formalis a parte rei. La última realitas, la que
sobreviene o se añade a la esencia específica como una positiva
determinación y perfección es la realitas individual (haecceitas). Duns
Escoto no pone, como Santo Tomás, el principio de individuación en la
materia. En la Psicología, Escoto no explica, como Santo Tomás, la unión
del alma y el cuerpo en el sentido de la unidad de la forma substancial, sino
que admite al lado y antes del alma espiritual, que anima el cuerpo como forma
esencial, una forma corporeitatis, por la cual el cuerpo es constituido como
cuerpo. Al tratar de la vida anímica y de las facultades del alma, subraya
Escoto la posición dominante y la actividad de la voluntad. Sin embargo, esta
primacía que para Escoto tiene la voluntad no quiere decir que ella sea la
facultad fundamental y que la luz de la razón no suponga nada, solamente
quiere acentuar, sin entrar en aquilataciones teológicas, que la voluntad
representa la más alta y noble potencia. Escoto coloca también la
bienaventuranza primaria y formalmente en la voluntad, no como Santo Tomás en
el intelecto. Si Escoto realza el libre albedrío más aun que Santo Tomás,
no por esto pretende defender un irracional indetermiaismo ni un querer
arbitrario y sin fundamento. Esta fuerte acentuación del papel de la voluntad
se revela también en la concepción escotista de la relación de la voluntad
divina con el orden moral y el orden natural. La voluntad divina está aquí
ligada únicamente por las leyes de la lógica, sólo puede querer lo que
lógicamente no es contradictorio. Además, la voluntad divina está ligada
por los dos primeros preceptos del Decálogo que son ley natural en sentido
propio y no pueden ser dispensados; los otros preceptos del Decálogo tienen
su fundamento en la voluntad divina y son por tanto dispensables por Dios.
Nótese además por lo que respecta a la doctrina de Duns Escoto sobre la
voluntad que el paralelo varias veces señalado entre su primacía de la
voluntad y la doctrina kantiana de la razón práctica no tiene en los textos
del Doctor subtilis ningún fundamento. A Escoto se unió la escuela escotista
que quedó en los siglos siguientes al lado de la escuela tomista, como la
dirección escolástica más influyente. En la lucha de ambas escuelas se hizo
valer la oposición o discrepancia entre Santo Tomás y Escoto.
Duns Escoto en la cuestión de los universales era realista, enseñaba una
existencia real de lo general en lo individual. Según esto pertenecía a la
«via antiqua». La «via nova» se marca por la renovación del nominalismo
en el siglo XIV. Propiamente, el creador del nominalismo de este período de
la Escolástica es el franciscano inglés Guillermo de Occam, que no era
discípulo de Escoto y que, después de una existencia rica en luchas
científicas y también politico-eclesiásticas, murió en Munich en 1349. Un
impulso hacia la reviviscencia del nominalismo encontramos ya antes en Durando
de Saint-Pourçain († 1332), que, aunque dominico, hizo severa crítica de
Santo Tomás, y en el teólogo franciscano Pedro Aureoli († 1322).
Guillermo de Occam, un pensador independiente, orientado hacia el empirismo,
de gran iniciativa científica, el «venerabilis inceptor», ha edificado su
teoría del conocimiento conceptualista-terminista sobre su doctrina de la
intuición y la abstracción. Parte del supuesto de la negación, señalada ya
en Durando, de la doctrina escolástica de la species sensibilis y la species
intelligibilis. Mediante la intuición conoce la fantasía, la existencia de
una cosa singular. También el entendimiento aprehende directamente, por la
intuición, la cosa singular y juzga de su existencia. Según esto, el objeto
del conocimiento sensible y del conocimiento espiritual es el mismo: lo
singular, lo concreto, lo individual. La segunda función del entendimiento es
la abstracción intelectual, en la cual finge un conceptus subjetivo y lo pone
como signo de la cosa singular. Este conceptus subjetivo, por su
significación, por la propiedad que tiene de ser signo para una pluralidad de
cosas, es un universal, una idea general, a la cual, fuera del espíritu, no
corresponde ninguna existencia real en las cosas singulares. Para este
conceptus subjetivo, el intelecto sustituye o supone un nombre, un terminus
(de ahí la denominación de terminismus y la de terministae aplicadas a esta
forma del nominalismo). Este término vale como signo convencional para una
clase de cosas singulares. El objeto inmediato de la ciencia como conocimiento
evidente de las verdades necesarias no son las cosas, sino los conceptus o
termini. Esta teoría del conocimiento, subjetivamente orientada, no podía,
naturalmente, dejar de influir en la metafísica de Occam. Las ideas de
substancia, de causa, incluso el principio dc causalidad, toman una
significación puramente subjetiva. Por esto Occam ha dejado al campo de la fe
los objetos que pertenecían al vasto ámbito de la Metafísica de entonces. A
las pruebas de la existencia de Dios, a las que hace objeto de su crítica, no
da un valor forzosamente concluyente, sino a lo más una probabilidad.
También las tesis de la psicologia metafísica son sustraídas al dominio de
la razón. La psicología de Occam se determina en un sentido decididamente
voluntarista. La voluntad participa esencialmente en la marcha del pensamiento
y constituye en general la esencia del alma. Occam no reconoce ninguna
diferencia real entre la esencia del alma y sus facultades o potencias. Este
voluntarismo, trasladado a Dios, lleva en ética a la consecuencia de que el
poder absoluto de la voluntad divina, elevado incluso a lo arbitrario, aparece
como el último fundamento de la diferencia entre el bien y el mal, y así
queda negado en sentido moral-positivo que exista entre el bien y el mal una
diferencia interior, inmutable, fundada en la naturaleza.
El nominalismo de Occam se extendió considerablemente en los siglos XIV y XV,
especialmente en las universidades alemanas. Mencionemos entre estos
occamistae o terministae a Juan Buridán († hacia 1330), notable como
investigador de la Naturaleza y como psicólogo, al dominico Roberto Holkot (†
1349), al agustino Gregorio de Rímini († 1338), al cisterciense Juan de
Mirecourt († hacia 1313), Alberto de Sajonia († 1390), Marsilio de Inghen
(† 1396), Enrique de Langenstein († 1397), Nicolás de Oresme, notable
como investigador de la Naturaleza y economista († 1382) y Pedro de Ailly (†
1425). De fines de la Edad Media es el teólogo de Tubinga Gabriel Biel (†
1495), «el último escolástico», defensor de la teoría nominalista.
Contemporáneo de Occam fué Nicolás de Autrecourt († hacia 1350), que de
modo algo semejante a David Hume, aplicó su crítica a la idea de substancia
y al principio de causalidad con lo cual quedó también, para él,
desprovista de valor la prueba tradicional de la existencia de Dios; tuvo por
problemática la existencia misma del mundo exterior y llevó a su
fenomenalismo el sistema aristotélico-escolástico.
El punto de vista tomista en la especulación filosófico-teológica encontró
en el siglo XV decididos defensores en Juan Capreolo († 1444), el Princeps
Thomistarum, en Pedro Níger († hacia 1181), autor de un Clypeus Thomistarum,
y en Dominico de Flandes († 1500).
La dirección escolástica orientada hacia Santo Tomás de Aquino tomó en el
siglo XVI nuevos vuelos por impulso procedente en parte de España (Francisco
de Vitoria) y en parte de Italia (cardenal Cayetano). Aunque esta
restauración de la Escolástica tuvo un carácter principalmente teológico,
se pone también de relieve la importancia del lado filosófico del sistema
escolástico en las obras aristotélicas de un Silvestre Mauro, de los
complutenses y coninbricenses, después en los compendiados Cursus
philosophici (por ejemplo, el del dominico Juan de Santo Tomás). Con un
sentido ecléctico ensanchó la filosofía escolástica el gran teólogo
jesuita Francisco Suárez († 1617), célebre también en el campo del
derecho natural y del derecho de gentes. La «ilustración» (Aufklärung) del
siglo XVIII, aun en los ámbitos católicos, relegó como a un fondo lejano la
Escolástica. Hacia mediados del siglo XIX se volvió nuevamente los ojos en
las esferas de la filosofía católica a la tradición del Escolasticismo.
Este movimiento hizo surgir la Neoescolástica, entre cuyos representantes hay
unos que piensan en primer término en una reiteración o reproducción de la
doctrina tomista, mientras otros, advirtiendo rasgos modernos en la
Escolástica y rasgos escolásticos en la filosofía moderna, procuran un
ensanchamiento de la filosofía escolástica en armonía con nuestro tiempo.
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Gentileza
de http://www.arvo.net/
para BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL