NIVELES DE CONCIENCIA EN BERNARD LONERGAN[1]

 

Lonergan, al reflexionar sobre el método en teología, (1988: 16-17) habla de cuatro niveles de conciencia. Cada nivel queda determinado por el tipo de relación que el sujeto pretende establecer[2] y de hecho establece, a través de una serie de operaciones concientes, con el objeto.  No es que el sujeto determine al objeto. Es la conciencia del sujeto la que queda determinada por una operación mutua entre el sujeto que conoce y el objeto que se presta al juego del conocimiento[3]. De esta experiencia del conocer, ambos surgen transformados.

Estos cuatro niveles de conciencia son: empírico[4], intelectual[5], racional[6] y responsable[7]. Los niveles superiores suponen los anteriores. No se trata de elegir un nivel desde donde situarse, cosa que por otro lado es imposible. Conocer es decidirse por iniciar un proceso que, por abarcar los cuatro niveles, termina en la transformación-conversión del sujeto, en la transformación de la realidad.

 

La pastoral, una manera de conocer

 

Llegados a este punto, alguno podrá decirnos: “Han reducido la pastoral a un método. Y la pastoral es mucho más”. Conscientes de este posible señalamiento (reduccionismo metodológico), advertimos que la clave no es el estudio del método en sí, sino del método actuando la conversión en una práctica pastoral concreta. Decimos que un método actúa la conversión cuando se lo está transitando, cuando puede identificarse a personas, grupos o instituciones que están en alguno de los momentos del proceso (método) de conversión y son conscientes de ello.

Desde esta perspectiva puede entenderse que no cualquier actividad es una actividad pastoral. Sólo en la medida en que exista una intencionalidad de transformación (conversión) puesta en marcha por un equipo de agentes y un grupo de destinatarios que se van haciendo conscientes de las intencionalidades del equipo de agentes que los anima, será posible hablar de un hecho pastoral[8]. Un hecho pastoral será tal si podemos ubicarlo en un proceso de transformación. Si no, puede que sea muchas otras cosas[9] que,  no tienen que ver con lo que hemos descrito.

                El proceso de transformación puede definirse como un determinado tipo de proceso de conocimiento, al que llamamos, conocimiento pastoral.

Conocimiento pastoral[10]

 

Conocimiento

 

Digamos, en primer lugar, que el conocimiento es una experiencia determinada por las condiciones específicamente humanas (corporales, psíquicas, económicas y políticas) que consiste en la tarea de construir significados que expliquen cómo funciona la realidad y por qué, a fin de producir criterios, hechos y costumbres que permitan “sostener trabajo solidario y relaciones de justicia y ternura entre las personas y comunidades humanas, de modo que cada vez más gente, más a menudo y cada vez en más lugares pueda juntarse para celebrar, alimentar y alegrar vidas que valgan la pena”  (Maduro, 1993: 20).

                      Queda claro que no estamos hablando del conocimiento como una contemplación pasiva, como un puro recibir, pero tampoco a una actividad de creación unidireccional de un sujeto todopoderoso. Nos referimos más bien a una tarea activa que es constitutivamente intencional, constructiva y situada. Intencional en el sentido de que el sujeto que conoce busca deliberadamente algo que está allí; constructiva porque opera sobre ese objeto buscado y encontrado, y transforma lo que encontró en algo enteramente nuevo, al mismo tiempo en que se transforma a sí mismo; situada porque es la experiencia parcial del (los) sujeto(s) que conoce(n), en unas determinadas circunstancias físicas, anímicas, intelectuales, económicas, sociales, culturales.

                      El conocimiento es un proceso dinámico que involucra al sujeto (persona-grupo-institución) que conoce, de tal modo que la medida del crecimiento del conocimiento del objeto (la realidad) se verifica en el modo de interacción que el sujeto establece con el objeto[11].

 

Los momentos del proceso de conocimiento pastoral

 

Para describir cómo funciona el conocimiento pastoral, desde esta perspectiva, lo descomponemos en un proceso de seis momentos:

 

1er MOMENTO:

Decidimos conocer la realidad para buscar criterios más adecuados para vivir y actuar en ella.

 

 El conocimiento es un proceso precedido por una opción ética del equipo de agentes pastorales o del grupo eclesial, en términos generales. Parte del convencimiento de la necesidad de educarnos para sostenernos en el cuidado del otro, con un amor que no es disolución de nosotros mismos sino un salir de nosotros que sostiene a cada uno en su independencia y absolutez, a la vez que los funde en una comunión. El otro, es el distinto de mí, la alteridad, lo exterior, el diferente, el excluido, el pobre. El rostro del otro, la piel del otro son el lugar donde Dios nos Visita y desde donde nos convoca a colaborar con su vida, a hacernos cargo de su libertad por la justicia.

                      Este hacer algo por el otro sin incorporarlo a nuestra propia vida, sino sosteniéndolo en su originalidad independiente de nosotros, es lo que,  llamamos la Obra (para nosotros, la actividad pastoral).

                      Esta postura ética es superadora de un planteo legalista, individualista y liberal ("los derechos de cada uno terminan donde empiezan los derechos de los demás"). Postula la humana obligación de salir a la consecución de los derechos del otro ("mis deberes comienzan donde comienzan los derechos de los demás"). Supone un estado de desigualdad – no mera naturaleza sino una situación radicalmente injusta- en el reparto de los beneficios económicos, sociales y simbólicos (la tierra, la vivienda, el salario, los alimentos,  la educación, el trabajo, la salud y el placer, entre tantos otros)  que convoca a la búsqueda de ideas, estrategias, costumbres que permitan que todos tengamos mejor vida. La vida de todos los días con su injusticia reposa sobre algunas representaciones sociales que le dan validez, legitimidad, y que la declaran como zona libre de problemas. El acto de decisión ética que abre el conocimiento es el comienzo de un quiebre de esta aproblematicidad para instalar una crítica de estas representaciones sociales que dan legitimidad a lo que vivimos y que llamamos, acríticamente, realidad. 

 

2do MOMENTO.

Actuamos sobre la realidad modificando nuestra conciencia, construyendo nuevos conceptos como accesos que nos permiten recortarla en distintas perspectivas.

 

Esta fase del conocimiento se hace desde una percepción directa de lo que pasa (experiencia) sin más mediaciones teóricas de las que pudieran estar incorporadas ya en nuestra mirada. Este momento es fundamental porque nos pone en contacto con las posibilidades (límites) de nuestro conocimiento actual. Conocimiento determinado por la experiencia vivida que ya tenemos de la vida (realidad). La vida humana es la única que desborda los límites del instinto que somete al animal a sus determinaciones. Toda forma de comprensión que el hombre fabrique para una determinada situación de su vida, se convierte inevitablemente en el intento de un momento, ya que la novedad permanente que brota del dinamismo de cientos de libertades en continua interacción, provoca la ruptura del equilibrio logrado alguna vez. La experiencia es un hacer y un saber.

                      Estructuralmente, se da siempre en este orden ya que primero se acontecen las cosas y sólo después puede saberse lo que ha pasado cuando se le atribuye a lo sucedido un esquema  significativo de comprensión. La etimología (tanto latina como la griega) alude a los mismos significados: correr un peligro para alcanzar algo, intentar, ensayar. Todos los sentidos hacen referencia a  una situación que tiene a la prueba y el riesgo como ingredientes y a la pericia como resultado.

                      El hombre no sólo se encuentra ante las cosas, sino que puede encontrarse consigo mismo como sujeto de las cosas que capta. Escucha los sonidos exteriores y sabe que escucha los sonidos exteriores. Es el único ser vivo capaz de tomar distancia respecto de sus propios actos (objetivarlos, criticarlos). Y es justamente esta facultad la que le posibilita ir construyendo las respuestas que le permiten hacer del mundo un espacio para vivir, una cultura. Esta es la condición del aprendizaje humano: la necesidad de tantear permanentemente posibilidades de actuación-comprensión, para fijarlas finalmente en un tipo de sistema significativo que sirve como hipótesis de las próximas acciones.

                      Para Otto Maduro (1993: 23-42) hay una serie de experiencias que todos tenemos sobre la vida y que influyen sobre nuestro modo de conocer. Son experiencias variables, que actúan, pues, diversamente:

 

·                     Lo decisivo en la vida. Lo que nos resulta vital o imprescindible para sobrevivir estimula el desarrollo de ciertas capacidades que pueden sernos particularmente útiles para entender y manejar situaciones parecidas. Como contrapartida, la misma experiencia puede impedir que se desarrollen otras capacidades que podrían resultar decisivas en circunstancias distintas.

·                     Las alegrías y las dificultades de la vida. El placer encontrado y las frustraciones soportadas funcionan como radares de nuestra percepción. Evitamos aceptar como cierto algo que pueda acercarnos nuevamente a alguna experiencia que alguna vez hubo que lamentar y, al contrario, con facilidad sólo vemos lo que nos resulta sencillo para imaginar y cómodo para manejar.

·                     La aceptación afectuosa. Una de las cosas que más influye en nuestro modo de ver la realidad es nuestra necesidad de ser aceptados por la gente más cercana y con mayor poder sobre nuestras vidas, así como la necesidad paralela de reducir el riesgo de ser rechazados por esas mismas personas. Así vamos, imperceptiblemente recibiendo y asumiendo criterios para discriminar lo que los de “nuestro grupo” acepta y lo que rehúsa aceptar como conocimiento verdadero.

·                     Las normas sociales. Todo grupo social regula su existencia colectiva con una serie de normas (explícitas o implícitas). Normas que tienen que ver con hábitos de trabajo, ritos religiosos, tabúes, hábitos referidos a la higiene, a la sexualidad, a lo que se debe o no celebrar, a lo que se espera de las personas de un determinado género, o de determinado grupo etario. Esta cosmovisión configura el juicio sobre lo normal y lo anormal.

·                     Lo sabido-conocido. Cuando tratamos de entender algo nuevo, nuestra referencia obligada, nuestro término de comparación implícito es lo “viejo”, lo que ya hemos comprendido[12].

·                     La certeza. Vivir con la idea de que se está en lo correcto, de que se está haciendo lo que se debe hacer, es una sensación necesaria y placentera que nos da tranquilidad. El miedo al caos, a la desorientación y a la destrucción nos lleva a defendernos de lo desconocido de modo de poder conservar las certezas sobre las que hemos estructurado nuestra vida.

·                     El poder. Las relaciones pueden ser leídas como vectores de un “campo de fuerzas”. Las relaciones se establecen como estrategia para lograr la satisfacción de las necesidades personales y grupales. Quedan así, aquellos que pueden más y aquellos que pueden menos, o nada[13]. Pertenecemos ineludiblemente a alguno de estos sectores que luchan desproporcionadamente. Esta situación determina en nosotros una tendencia a reconocer como verdaderos sólo los conocimientos que nos ayuden a preservar el poder ya conseguido, es decir, resguardar las ideas que nos permitirá seguir viviendo como hasta ahora, disfrutar como lo venimos haciendo, ser acogidos por quienes nos interesan y convencernos de que lo que hacemos tiene sentido. Incluso llegamos a “tomar prestado” el conocimiento (hábitos, ideas, valores, teorías) de los grupos que consideramos que están “más arriba, que son mejores que nosotros” y las asumimos sin crítica, ignorando que su experiencia de la realidad es diferente de la nuestra. Nos relacionamos con ella de manera alienada, con una conciencia falsa.

·                     La frustración. Aquello que deseábamos o pensábamos que debía suceder y no sucedió o, lo que es lo mismo, lo que suponíamos que no podía pasar y efectivamente aconteció, es un elemento que también influye en nuestra manera de conocer y entender la realidad. La frustración colectiva repetida puede incluso a llega a inducir a un grupo de personas a pensar que “vale todo” o que “nada vale la pena, total...”

·                     La incoherencia. Cualquier teoría que tengamos sobre algún aspecto de la realidad está llena de contradicciones en las relaciones teoría-realidad y teoría-elementos que la constituyen. Estas incoherencias están lo suficientemente disfrazadas por nuestro mecanismo de justificación (personal-institucional) como para cohabitar con certificación de inocencia con nuestros mejores deseos de coherencia personal. La conciencia de la incoherencia tiene que llevarnos a mejorar nuestro conocimiento, a estar sobre aviso y no engañarnos fácilmente.

 

                      Los condicionamientos de nuestra experiencia no suelen revelársenos espontáneamente. De no mediar un ejercicio voluntario de crítica reflexiva, posiblemente nuestro conocimiento de la realidad puede quedar reducido a una serie de enunciados ingenuos, sometidos a la manipulación de aquellas personas de las que recibimos algún tipo de reconocimiento o sometidos a nuestra voluntad caprichosa.

                      Conscientes de la existencia de los límites de nuestro conocimiento, más adelante en este trabajo, proponemos una serie de instrumentos para la construcción de estos primeros conceptos de la realidad sobre la que actuamos. Son herramientas con las que:

à        Podemos examinar la posición desde la cual conocemos. Nos referimos a cuestionarnos acerca de dónde nace el interés por conocer ciertos aspectos de la realidad. Los intereses a los que respondemos, las intenciones de aquellos que “financian” (autorizan / desautorizan) nuestro conocimiento.

à        Podemos estudiar la historia de lo que queremos conocer. La historia de la relación que hay entre los sujetos que conocen y aquello que queremos conocer (historia de las fuentes de nuestro conocimiento en las que hemos abrevado sobre el tema) y/o también la historia del tema independientemente de nosotros.

à        Podemos contrastar lo que consideramos normal (de acuerdo a las normas asumidas por mi grupo) con lo que consideramos anormal (que responde a normas desconocidas o rechazadas por nosotros).

à        Podemos hacer el esfuerzo de “ponernos en los zapatos del otro”, superando la tentación de consagrar como verdadera sólo una de las distintas versiones que existen sobre un tema en cuestión.

à        Podemos tener la sospecha de que el “deber ser”, los rasgos del imaginario o representación social acerca de algo (la situación ideal), está impidiendo que conozcamos la cosa tal cual se manifiesta.

à        Podemos, finalmente, educar nuestra sensibilidad intelectual para saber distinguir lo que nos pasa a nosotros (deseos, intereses, necesidades) de lo que está pasando en los otros (independientemente de nuestro deseo personal-grupal).

                      El resultado de este momento es una serie de nombres que hemos podido poner a lo que pasa y que llamamos Núcleos problemáticos.

 

3er. MOMENTO.

La realidad actúa sobre nosotros provocando tensiones entre lo que creíamos saber y lo que hemos conocido de ella.

 

El esfuerzo metódico por nombrar la realidad, agrupar los datos, descomponer sus elementos, establecer conexiones de causalidad y de coimplicación, jerarquizar las problemáticas, confrontar nuestra lectura personal con la de aquellos que trabajan conmigo (reflejo) -que es la tarea a la que nos llevan los instrumentos que hemos detallado en el apartado anterior-, termina por modificar la visión que teníamos inicialmente. Solemos decir que “miramos la misma realidad con otros ojos”.

                      Desde nuestra perspectiva diríamos que hemos reconstruido la realidad de otro modo al modificar nuestra conciencia sobre ella. Hemos llegado a una lectura en la que los hechos que en un comienzo percibíamos de modo caótico, se encuentran expresados como problemas anudados en núcleos posibles de asir intelectualmente.

                      Conocer la realidad, en este momento, significa que la hemos articulado desde sus conflictos, o sea, desde sus posibilidades para generar vida y muerte. Hemos hecho emerger las situaciones límites. Podemos decir que “de continuar dándose tales y cuales situaciones...” habrá peor vida para los varones y mujeres que viven en ella. Esta manera de mirar nos permite comenzar a imaginar simultáneamente las soluciones como líneas de acción que empujen nuestra acción pastoral hacia la erradicación de las causas de las tensiones. Hemos organizado de modo dialéctico (por oposiciones) los datos percibidos en la experiencia y construidos en nuestra conciencia reflexiva, en el momento anterior, lo que nos coloca en una coyuntura que obliga a tomar postura. No nos permite salir “ilesos”. Nos pone cara a cara con los signos de la oportunidad (Mt 20, 1-16). O la aprovechamos, y nos convertimos, o la dejamos pasar, condenándonos y condenando a otros a seguir prisioneros de una vida peor. O arriesgamos o escondemos por miedo (Lc 19, 20-22). Es el momento de la conversión propiamente dicha. Conversión que consiste fundamentalmente, en lo relativo a la acción pastoral, en la decisión del equipo de agentes pastorales, o el grupo sujeto de conocimiento, por involucrarse en la solución de los conflictos diagnosticados. No tanto porque se sientan “salvadores insustituibles”, sino porque se saben necesitados ellos mismos de salvación. Y el modo de acceder a la promesa del Reino es arrebatándolo (Mt 11,12). Violentando esa realidad/situación (excluyente y hostil para los que más sufren) con palabras y hechos que la transformen.

                      Por eso, la conversión de la que hablamos es, ante todo, un cambio de horizontes. "Cuando uno avanza, la línea (del horizonte) retrocede delante de uno y se cierra por detrás, de manera que, según los diferentes lugares donde uno se encuentre, hay diferentes horizontes”; horizonte visual y horizonte de la conciencia, ya que “lo mismo que nuestro campo de visión, también nuestro campo de conocimiento y el área de nuestros intereses son limitados” (Lonergan, 1988: 229-230). Advertimos que la conversión puede constatarse en tres registros:

n      conversión intelectual, que consiste en cambiar las categorías que empleábamos para nombrar la realidad por significaciones que, ahora, nos parecen más adecuadas;

n      conversión moral, cuando decidimos dejar de hacer algo que estábamos haciendo o comenzar a hacer algo que creemos necesario;

n      conversión afectiva[14], cuando decidimos quebrar nuestro aislamiento y actuar no solamente para nosotros mismos sino también para los otros;

n      y conversión religiosa, que consiste en modificar los deseos-intereses actuales por aquellos que descubrimos como más evangélicos (deseos del corazón del Padre-Madre de Jesús de Nazaret  (Lc 11, 1-4).

                      El proceso de conversión no sucede necesariamente en este orden. Puede que haya conversión en unos registros y en otros no. No obstante, la conversión en sentido cristiano no se produce si no se perciben cambios en los tres registros; lo parcial será falso, lo que no quiere decir que todo sea parejo y simultáneo.

·       Una conversión falsamente intelectual podría llevar a adherir a metodologías que incluyen la violencia y la intolerancia.

·       Una conversión falsamente moral puede significar una simple adecuación heterónoma a las nuevas situaciones.

·       Una conversión falsamente afectiva puede llevar a una acción que disfraza las necesidades personales bajo el disfraz de necesidad de los destinatarios.

·       Una conversión falsamente religiosa puede llevar a una espiritualidad ingenua y hueca que no dé pie a transformación alguna.

                      Hablar de conversión es hablar de una gracia proveniente de Dios[15]. El conocimiento pastoral no es una actividad exclusivamente humana, sino que está abierta a la acción salvadora de Dios con quien el equipo pastoral aspira a colaborar. Por eso es un proceso que se hace tanto de pie (en la experiencia "con la gente"), como sentado (discutiendo en la comunidad) como de rodillas (pidiendo al Padre de Jesús que nos dé su Espíritu para convertirnos según sus deseos).

 

4to MOMENTO.

Volvemos a actuar sobre la realidad, pero esta vez con las preguntas que brotaron en la conciencia de la tensión anterior.

 

El resultado del momento anterior es una serie de Núcleos problemáticos que se convierten en hipótesis para iniciar una nueva investigación, pero esta vez con la mediación de las teorías construidas por las distintas ciencias y por la teología que ahora tomamos para iluminar nuestras búsquedas. Es el momento de buscar los fundamentos de la conversión. Se trata de definir claramente cuál es el horizonte desde el cual se han tomado las nuevas decisiones (conversión). No se trata de estudiar fundamentos de teorías para inferir corolarios, es decir, pensar conclusiones que se derivan de la lógica de las ciencias sociales o de la teología (o de un librito que nos gusta) y que nos parecen interesantes para aplicar en la acción pastoral. Se trata de investigar, de estudiar ideas (provenientes de las distintas ciencias) que nos ayuden a conocer, a desentrañar el sentido, el significado, la dirección, de las oportunidades encontradas en las situaciones-límite de la realidad, afirmaciones que traigan luz a las preguntas que hemos concebido en el trabajo con la realidad.

                      Buscamos respuestas al por qué estamos a favor de que “esto” siga pasando y por qué en contra de que “esto otro” suceda. Es una reflexión que busca material para dar cuenta del proceso de nuestra conversión[16]. “La triple[17] conversión (intelectual, moral y religiosa) no es un conjunto de proposiciones enunciadas por un teólogo (léase: el grupo eclesial que conoce) sino un cambio fundamental y decisivo en la realidad humana del teólogo. La conversión no opera como el simple proceso de sacar conclusiones a partir de premisas, sino como un cambio de la realidad que el intérprete tiene que comprender si quiere entender a los otros; como un cambio de horizonte dentro del cual el historiador se esfuerza por hacer inteligible el pasado; como un cambio de los juicios básicos, tanto de hecho como de valor, que se descubren no ser posiciones sino contraposiciones” (Lonergan, 1988: 264c).

 

5to MOMENTO.

La realidad vuelve a modificar nuestros esquemas interpretativos.

 

Nuevo momento de síntesis. Cualitativamente diferente a la del tercer momento. Difieren, sobre todo, en la densidad de los argumentos que explican los núcleos ya descubiertos y en la precisión de las estrategias planteadas como solución. Se establecen doctrinas que servirán de soporte al cambio efectuado y al plan de transformación que se va a adoptar.

                      El equipo de agentes pastorales, o el grupo eclesial en general, selecciona las tesis que le servirán para articular un discurso que justifique y explicite su nueva manera de proceder. Esta selección se hace a la luz de las posiciones tomadas para resolver los conflictos de la realidad dialécticamente construida y de los horizontes aceptados como lugares para el nuevo discernimiento de las oportunidades. En este momento se pretende organizar un sistema coherente de todas las tesis investigadas y asumidas, se trata “de elaborar sistemas adecuados de conceptualización, de eliminar las contradicciones aparentes y de tender a una cierta comprehensión de las realidades espirituales (Dios, el hombre, el mundo) ya sea manifestando su coherencia interna, ya sea inspirándose en analogías sugeridas por experiencias humanas más familiares” (Lonergan, 1998: 131). Las doctrinas pueden ser construidas con elementos:

ü       de las fuentes primarias (Escritura y Tradición);

ü       de las doctrinas de la Iglesia como institución (Magisterio: confesiones de fe, decretos conciliares, exhortaciones, cartas pastorales);

ü       de las doctrinas de los pensadores cristianos (tesis teológicas de distintos campos: antropológicas, morales, eclesiológicas, cristológicas, mariológicas, del campo del derecho, de la Escritura, etc)

ü       de doctrinas relativas a la metodología (cuyo contenido es “determinar cómo podrían o deberían operar los teólogos” Lonergan, 1998: 289d)

ü       de pensadores de distintos ámbitos propicios para la acción pastoral (pedagogía, psicología, sociología, antropología cultural, economía, política, administración…).

                      El resultado de este momento es una acción transformadora planificada.

 


 

6to MOMENTO.

Existe una nueva relación nosotros-realidad.

 

Ella permite reiniciar el proceso si existe en nosotros la decisión del primer momento cuando vuelva a problematizarnos. El momento anterior ha dejado como resultado un plan de acción a ejecutar. Entendemos el plan trazado como una respuesta transformadora de las situaciones-límite percibidas, por lo que este momento es meramente técnico: se trata de explicitar anticipadamente de modo racional (qué-para qué-quiénes-cuándo-cómo-dónde-con qué) los pasos que se suponen deben darse para poder verificarse la transformación deseada.

El plan está construido como respuesta a los núcleos problemáticos del segundo momento. Se arma transformando las líneas de acción en programas que, a su vez, se hacen operativos mediante proyectos. Su puesta en marcha inaugura otra vez el proceso.

 

Concluyendo

 

Las definiciones sobre lo pastoral se presentan vagas e indeterminadas en lo que respecta al objeto de estudio.

                La práctica pastoral reflexionada y la didáctica que surgió como necesidad para su enseñanza nos llevó a articular la sistematización en torno al método de la  conversión.

                El estatuto transdisciplinar de la pastoral puede permitirnos producir innumerables sistematizaciones ancladas en la conciencia de los equipos que reflexionan sobre su práctica concreta con la intención de transformarla / se.

                El proceso de conocimiento que tiene en cuenta las sucesivas transformaciones que se produce en la interacción agentes-realidad se presenta como un programa pastoral posible para superar las preguntas iniciales.

 

 

 

Bibliografía

(1968) BERGER, Peter-LUCKMANN, Thomas. La construcción social de la realidad. Ed. Amorrortu. Buenos Aires.

(1998) BOLTON-DI GREGORIO-RODRIGUEZ MANCINI. Pastoral Juvenil Escolar Urbana. Cartografía de una experiencia. Vol 1 Colección Cruz del Sur. Editorial Stella. Buenos Aires.

(2001) CALETTI, Sergio. Elementos de comunicación. Mimeo publicado por la Universidad Virtual de Quilmes.

(2001) FIGUEROA, Pablo. El rol del corazón en la bella tarea de ha­cer­nos a nosotros mismos. Una reflexión a partir de la ética existencial de Ber­nard Lonergan. Mimeo. Facultades de Filosofía y Teología. San Miguel

(1993) FLORISTAN, Casiano. Teología Práctica. Teoría y praxis de la acción pastoral. Ediciones Sígueme

(1998) KLIMOVSKY, Gregorio. Las desventuras del conocimiento científico. Una introducción a la epistemología. 4ta. Edición. A-Z. Buenos Aires

(1988) LONERGAN, Bernard. Método en Teología. Traducción de Gerardo Remolina. Ediciones Sígueme. Salamanca.

(1992) MADURO, Otto. Mapas para la fiesta. Reflexiones latinoamericanas sobre la crisis y el conocimiento. Eds. Nueva Tierra. Buenos Aires.

(1995) RAMOS, Julio. Teología Pastoral. BAC.

(1994) SZENTMARTONI, Mihály. Introducción a la Teología Pastoral. EDV. España


 


[1] Bernard Lonergan nació en Canadá en 1904 y falleció a la edad de ochenta años. Fue sacerdote jesuita e hizo su formación como teólogo en Oxford, Londres y Roma. Fue miembro de la Comisión Teológica Internacional (1969-1974) y profesor en la Universidad Gregoriana de Roma y en Montreal (1953-1965). Su pensamiento ha tenido escasa difusión en lengua castellana hasta ahora.

                Su itinerario intelectual lo ha llevado desde la comprensión de Tomás de Aquino a la formulación de una metodología teológica, pasando por la preocupación por el conocimiento, tan propia de la modernidad. Sus raíces se encuentran tanto en Tomás como en Agustín, en Newman y en Gadamer, en Platón y en Aristóteles, en Heidegger y en Husserl, en Kierkegaard y en Piaget, en Scheler y en la tradición católica. Es verdaderamente un hombre síntesis que hizo suyo el propósito de León XIII: “Vetera novis augere et perficere” – “Atreverse y perfeccionar las cosas viejas con las nuevas” – (Encíclica Aeterni Patris, 1879; Cf. Lonergan, 1992: 768).

                La escuela en el pensamiento de Bernard Lonergan. “La idea que se tenga de la escuela estará en función de la idea que se tenga de la sociedad, y la idea que se tenga de la sociedad está ligada con la noción que se tenga del bien” (Lonergan, 1998: 54).

[2] Uno es el nivel si la intención es sólo prestar atención, otro si además de atender buscamos entender, otro si además de las anteriores pretendemos organizar categorías de lo que hemos entendido y otro si, además, queremos hacernos responsables de lo que hemos atendido, entendido y organizado

[3] En el contexto de los procesos de socialización primaria y secundaria es imprescindible recordar que este juego de conocimiento sujeto-objeto sucede en el habla. Lo lógico y el mundo objetivo se superponen. El sujeto que conoce ya tiene en sí incorporado su mundo como real y lógico (“el niño internaliza el mundo de sus padres como el mundo (...) Algunas de las crisis que se producen después de la socialización primaria se deben realmente al reconocimiento de que el mundo de los propios padres no es el único mundo que existe”). Y tiene un lenguaje que le ha permitido entenderlo así. Las herramientas que construyeron su conciencia falsa son, parcialmente, las mismas que le permitirán salir de ella (Cf. Berger y Lukmann, 1968).

[4] Este primer grado la acción de conocimiento se limita a la descripción fragmentaria de lo percibido en la realidad socialmente construida. Estos retazos son llamados datos porque son obtenidos por los sujetos que conocen. Son datos en el sentido de que esta obtención tiene un cierto carácter de recepción, de dejarse impresionar por la experiencia, no en el sentido que sean algo dado, fijo, disponible, neutro, que cualquier observador obtendrá de un modo invariable. Socialmente construida, la realidad es percibida desde las representaciones sociales que nos habitan diferenciadamente, de acuerdo a la mayor o menor distancia crítica interpuesta entre las representaciones sociales y nuestro individual modo de pensar.

[5] El sujeto construye conceptos nuevos acerca de lo que experimentó, a partir de los conocimientos disponibles de su entorno. Estos le permiten una primera organización comprensible de los elementos percibidos en el primer nivel de conciencia.

[6] El sujeto que ha entendido, ahora formula juicios sobre la verdad o falsedad, certeza o improbabilidad, bondad o maldad, conveniencia o inconveniencia de la realidad comprendida a través de los conceptos formulados. Esta actividad valorativa hace referencia a marcos de evaluación que también son previos y que forman parte del repertorio social disponible.

[7] Este es el grado de mayor implicación que el sujeto puede lograr con la realidad. El sujeto decide tomar postura ante lo que experimentó, entendió y evaluó y re-decidir su manera de enjuiciar y actuar ante la experiencia.

 

[8] Vale tanto para la relación Obispo-fieles diocesanos como para la de Animador-animandos.

[9] Una excusa para mantenernos ocupados, una manera de colaborar a la alienación globalizada, un medio de autosatisfacción afectiva, un empleo para ganar unos pesos,  una tarea para mantener trabajando a alguien que no puede hacer otra cosa, una distracción para formandos/as mientras estudian, etc.

[10] Este apartado es un extracto del Vol. 1 de la Colección Cruz del Sur (Págs. 37-44) del que hemos quitado algunas de las notas y de las referencias bibliográficas con el fin de hacer más ágil la lectura y al que agregamos un aporte del P. Pablo Figueroa.

[11] Ver Notas: 9 y 11 a 14.

[12] Gastón Bachellard nos ha enseñado que siempre conocemos en contra de un conocimiento previo: de alguna manera podría decirse que podemos saber algo nuevo cuando somos capaces de volver sobre lo sabido-conocido en “estado de arrepentimiento intelectual”. Es decir, que conocemos dialécticamente, en un juego de múltiples oposiciones y complementos entre lo viejo y lo nuevo, lo sabido y lo ignorado.

[13] Algunos pueden no sólo satisfacer sus necesidades básicas, sino que además pueden crear una cantidad de instrumentos (y consumirlos) que les permiten el disfrute de placeres que otros no pueden más que soñar o que, por ignorancia nunca imaginarán que pueden ser para ellos. El fenómeno de la globalización ha puesto de relieve la necesaria solidaridad existente entre los actores sociales. La lógica del mercado (gobernante invisible de las relaciones económico-sociales) lleva a que, en el juego del intercambio de los bienes, una minoría maneje las reglas, algunos luchen por ser tenidos en cuenta y la mayoría vaya perdiendo toda posibilidad de hacer entrar en juego sus intereses.

[14] “La superación de la impotencia moral consiste en poder ajustar toda nuestra psiquis, sentimientos y deseos al deseo más profundo de nuestro yo que consiste en trascendernos a nosotros mismos en relación al mundo, a las demás personas y a Dios. Esta superación solamente es posible si experimentamos nuestra propia conversión afectiva, la cual transforma totalmente nuestra vida interior. La conversión afectiva es una experiencia de estar enamora­do, es una experiencia que no se obtiene por nuestro conocimiento o elección, es una experiencia que nos es dada, y que se presenta de distintas maneras, a través del amor familiar, del amor cívico y que llega a su plenitud con la experiencia del amor de Dios. Por consiguiente podemos advertir que nuestro desarrollo personal, que consiste en nuestra autocreación como personas originantes de valor a través de nuestras elecciones y decisiones, tiene su fuente en una experiencia de amor que nos es dada como don gratuito” (FIGUEROA, Pablo SJ.)

[15] “La plenitud de esta transformación y por tanto de su poder, descansa en la conversión religiosa, cuando el amor de Dios inunda nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que se nos ofrece como Don” (FIGUEROA, Pablo SJ.)

[16] A la investigación bibliográfica no se puede acceder directamente. Si lo hacemos así, reemplazamos con la visión que algún autor escribe sobre la realidad,  lo real que percibimos en nuestra experiencia. A los libros hay que llegar con preguntas (Cf. Andrés Vela, 1994). "En este estudio se pretende examinar qué relación hay entre nuestro momento cultural y nuestra fe cristiana. Para realizarlo, necesitamos, ante todo, agudizar nuestra capacidad de observación sobre nosotros mismos y lo que nos rodea. Necesitamos igualmente garantizar la objetividad 'científica' de nuestra observación o 'de nuestro modo de entender las diversas interpretaciones de la realidad. Necesitamos muy en concreto escapar de la trampa de la erudición: de algo que nos llevaría a reverenciar conceptos sin verdadero significado humano" (Gil Larrañaga, 1991: 21).

[17] La conversión afectiva no es tratada como tal en el Método. La afectividad como conversión fue incorporada por discípulos de Lonergan en sistematizaciones posteriores a su muerte.