Freud en sus textos

Por Victor Mani
Doctor en Filosofía y Letras
Profesor de Filosofía y Teoría del conocimiento
del Bachillerato Internacional


Sumario:

1. VIDA Y OBRAS
2. ANTECEDENTES Y CARACTERÍSTICAS GENERALES
3 . EL INCONSCIENTE
4. SUBLIMACIÓN Y SUPERYO
5 . INSTINTO DE VIDA E INSTINTO DE MUERTE
6. TEORÍA PSICOANALÍTICA DE LA NEUROSIS
7. IRRACIONALISMO
8. NATURALISMO




1. VIDA Y OBRAS
Nace en Moravia (1856). La familia se traslada a Viena, teniendo él la edad de cuatro años. Estudia medicina en Viena. Se traslada a París (1885) para ampliar sus estudios de psiquiatría y trabajar con Charcot. Después desarrolla en Viena la mayor parte de su actividad profesional. Emigra a Londres, huyendo del nazismo (1938), donde muere adicto a la cocaína (1939).

Obras

Estudios sobre la histeria (1895).
Sobre el mecanismo psíquico del olvido (1898).
La interpretación de los sueños (1900).
Tres ensayos sobre la vida sexual (1905).
El chiste y su relación con el inconsciente (1905).
Totem y tabú (1912).
Más allá del principio del placer (1919).
El "yo" y el "es" (1923).
El porvenir de una ilusión (1927).
El humor (1928).
Esquema del psicoanálisis (1938).
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2. ANTECEDENTES Y CARACTERÍSTICAS GENERALES
En la obra freudiana encontramos claras resonancias de Shopenhauer y, sobre todo, de Nietzsche: la exaltación de lo vital frente a lo racional, la dicotomía de lo dionisíaco y lo apolíneo, los conceptos de libido y sublimación, yo y ello[122], etc.

Aquello que llamamos nuestro yo (afirma G. Groddeck) se conduce en la vida pasivamente y que, en vez de vivir, somos "vividos" por poderes ignotos e invencibles. Todos hemos experimentado alguna vez esta sensación (..) y no vacilamos en asignar a la opinión de Groddeck un lugar en los dominios de la ciencia. Por mi parte, propongo tenerla en cuenta, dando el nombre de yo al ente que emana del sistema P (preconsciente), y es primero preconsciente, y el de ello, según lo hace Groddeck, a lo psíquico restante -inconsciente ; en lo que dicho yo se continúa. [123]


Ciertamente, Freud puede ser incluido entre las posturas claramente antihegelianas. Lo propio del hombre no es lo racional sino lo irracional. No es -como afirma Hegel- en la plena conciencia donde el hombre alcanza su plenitud; por el contrario, su ser definitivo se encuentra en lo oscuro e inconsciente. Su verdadera naturaleza consiste en ese sustrato profundo, inalcanzable para la razón.

Lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real: su naturaleza interna nos es tan desconocida como la realidad del mundo exterior y nos es dado por el testimonio de nuestra conciencia tan incompletamente como el mundo exterior por el de nuestros órganos sensoriales.[124]



Esa naturaleza no asciende a su realización plena mediante la elevación al plano racional. La intervención de la razón es siempre desvirtuadora de lo natural, y fuente de trastornos. Más aún, la razón es, de hecho, el resultado de haber violentado o reprimido el instinto natural. La perfección consiste en mantener lo natural -que Freud confunde con lo instintivo e inconsciente, lo irracional- tal cual es. La razón reflexiva no domina la naturaleza, sino que la violenta y corrompe.

La confianza en la magia se deriva de la sobreestimación de las propias operaciones intelectuales, de la fe en la «omnipotencia del pensamiento», fe que volvemos a hallar en nuestros neuróticos obsesivos.[125]


Frente a la pacífica autoposesión de la Idea, conciliadora de toda oposición (Hegel), Freud postula el espontáneo y ciego desbordamiento de la libido inconsciente. Es claro que no concibe otra racionalización de lo pasional que no sea su represión. Frente al racionalismo extremo, la negación de toda racionalidad: frente a lo puramente apolíneo, lo puramente dionisíaco (Nietzsche). Frente a la claridad y la lucidez, la oscuridad de lo onírico.

Sospechamos ya cuán acertada es la opinión de Nietzsche de que «el sueño continúa un estado primitivo de la Humanidad, al que apenas podemos llegar por un camino directo», y esperamos que el análisis de los sueños nos conduzca al conocimiento de la herencia arcaica del hombre y nos permita descubrir en él lo anímicamente innato.[126]


Freud es el creador de una exhaustiva teoría psicológica de la cultura y del comportamiento del hombre, fundador de la llamada psicología profunda y de la doctrina psicoanalítica. Creador de una antropología basada en el determinismo de lo irracional (de la pulsión sexual, en concreto): pansexualismo[127]. Con su empeño simplificador de la conducta humana, trató de reducir la vida entera a las tensiones creadas entre el principio de placer (finalidad inevitable del impulso sexual) y el principio de realidad, que constantemente se opone a su satisfacción.

Por último, es de destacar la afinidad existente entre la antropología de Freud y la concepción marxista del hombre como ser de necesidades materiales. En ambos casos, la felicidad se cifra en la libre satisfacción de estas necesidades. Su entorpecimiento supone el conflicto -neurótico o social- y la desnaturalización de la existencia humana -sublimación o alienación-. No son de extrañar los intentos de Erich Fromm y Herbert Marcuse de llevar a cabo una síntesis de ambas doctrinas.


3 . EL INCONSCIENTE

Freud distingue en la psiqué humana un fondo inconsciente, donde se encuentran los radicales psíquicos del hombre, y un plano superior, que es el de la actividad consciente. Mientras las tendencias inconscientes fluyen libremente hasta la conciencia, la vida psíquica del individuo es plenamente normal. Pero si encuentran alguna resistencia para emerger, y son rechazadas por el nivel consciente, entonces se produce la alteración patológica del individuo.

La evolución del instinto sexual (..) en diversos casos, no ha tenido efecto de un modo correcto y completo, y de las perturbaciones del desarrollo han resultado dos distintas desviaciones nocivas de la sexualidad normal, es decir dos desviaciones propulsoras de la cultura ... a saber, las diversas formas de perversiones y la inversión. [128]


En su estado normal, el yo busca el modo más fácil de satisfacer sus apetitos, aunque no sepa que estos apetitos vienen determinados por su inconsciente. Cuando estas inclinaciones son experimentadas en la conciencia como conflictivas, el yo aplica una censura, que reprime el flujo espontáneo de esas inclinaciones desde lo inconsciente a lo consciente. Esta represión significa la inversión del proceso natural, que ahora va de lo consciente a lo inconsciente, y por tanto, el desequilibrio psíquico del sujeto. Esta censura no implica que la conciencia se convierta en determinante de la conducta, porque la vida psíquica es siempre inconsciente en su fundamento y sólo consciente en su manifestación última. La conciencia representa, por tanto, algo añadido, no natural.

El inconsciente sigue siendo determinante de la conducta pero, a causa de la resistencia impuesta, su acción es viciada. El inconsciente así reprimido emerge de modo forzado y torpe, provocando trastornos psíquicos [129]

La represión -predominio de lo útil sobre lo momentáneamente placentero- tiene en la aparición de la conciencia moral su efecto más generalizado; su segundo efecto, menos frecuente, es la producción del genio, y el tercero, los fenómenos psicopatológicos.

Las fuerzas impulsoras del arte son aquellos mismos conflictos que conducen a otros individuos a la neurosis y han movido a la sociedad ala creación de sus instituciones. [130]


Actúan, pues, dos instancias en la vida psíquica: el yo originario (ello) y el yo consciente (yo). El primero es inconsciente, es instinto; comprende toda dimensión erótica, el "eros" entendido en sentido general, aunque su factor primordial lo constituye la sexualidad ("libido"). El segundo representa el ámbito del sujeto afectado por el mundo exterior, que condiciona en él la configuración de valores culturales.

El yo, basándose en la percepción consciente, ha sometido a su influencia sectores cada vez mayores y capas cada vez más profundas del ello... Su función psicológica consiste en elevar los procesos del ello a un nivel dinámico superior ... Su función constructiva, ,fin cambio, consiste en insertar, entre la exigencia instintiva y el acto destinado a satisfacerla, una actividad ideativa que, previa orientación en el presente y utilización de experiencias anteriores, trata de prever el éxito de los actos
propuestos, por medio de acciones de tanteo o "exploradoras". De esta manera, el yo decide si la tentativa de satisfacción debe ser realizada o diferida, o bien si la exigencia del instinto habrá de ser reprimida de antemano, por peligrosa (principio de realidad). Así como el ello persigue exclusivamente el beneficio placentero, así el yo está dominado por la consideración de la seguridad. El yo tiene por función la autoconservación, que parece ser desdeñada por el ello [131]. Utiliza las sensaciones angustiosas como señales que indican peligros amenazantes para su integridad. [112]


El yo originario rige el principio de placer. El yo consciente rige el principio de realidad, que supone un freno para el inconsciente.

El yo consciente es artificial, convencional, en cuanto que es efecto de condiciones externas y no del espontáneo surgir instintivo del yo originario. Es racional. Alberga finalidades. Dicho de otro modo, el yo consciente es moral.

4. SUBLIMACIÓN Y SUPERYO

Freud reduce toda dimensión de la vida humana a instinto sexual. Todo deseo, aspiración o intención del hombre no es más que una sublimación del apetito sexual, escondido tras acciones humanas aparentemente distintas -e, incluso, opuestas- de ese impulso. La libido censurada actúa adoptando formas de carácter ideal para el yo. No se dirige hacia su objeto natural (satisfacción del placer), sino hacia el mismo yo o, mejor dicho, hacia lo que el yo desearía según los convencionalismos del mundo exterior. Disfraza su verdadera naturaleza en deseos que aparentan sustituir o repudiar los instintos. El objeto de estas formas desvirtuadas de libido es un yo ideal (superyo o superego), que es como la encarnación de todos los convencionalismos sociales represores. Este superyo ejerce una censura sobre el impulso
erótico, que, por este motivo, no puede, manifestarse abiertamente y se manifiesta entonces de forma enmascarada, es decir, en deseos y aspiraciones que no son más que sublimaciones del deseo de placer, pero que bajo esta apariencia ya no repugnan al superyo.

Nuestra cultura descansa totalmente en la coerción de los instintos. Todos y cada uno hemos renunciado a una parte de las tendencias agresivas y vindicativas de nuestra personalidad, y de estas aportaciones ha nacido la común propiedad cultural de bienes materiales ideales (...) Por su parte, la religión se ha apresurado a sancionar inmediatamente tales limitaciones progresivas, ofrendando a la divinidad como un sacrificio cada nueva renuncia a la satisfacción de los instintos, y declarando "sagrado" el nuevo provecho así aportado a la colectividad. [133]


Sobre la base del instinto sexual, Freud lleva a cabo una interpretación general de la conducta humana. Así establece, por ejemplo, su conocida teoría del "complejo de Edipo", según la cual, el impulso sexual se orienta en las primeras etapas de la vida del hombre hacia la madre. Esta atracción explica el comportamiento infantil, afecto hacia la madre, acompañado de aversión al padre, que representa un represor y un rival. La figura disuasoria paterna es la causa del mantenimiento del grupo familiar y, de este modo, toda la sociedad deriva de la represión del incesto.

Las leyes, la sociedad, la cultura, la religión, en una palabra, toda institucionalización de la actividad racional [134] son sólo resultado de la sublimación del apetito sexual. Dios mismo, no es más que la sublimación de la figura del padre.

El superyo es un ideal y, a la vez, en cuanto modelo no realizado, es fuente del sentimiento de culpabilidad.

En la dimensión religiosa, este sentimiento nos sitúa frente a un Dios-juez, que es la representación sublimada del padre en cuanto censor del apetito hacia la madre.

Cuanto más se limita el hombre su agresión hacia el exterior, más severo y agresivo se hace en su ideal del yo, como por un desplazamiento y un retorno de la agresión hacia el yo. La moral general y normal tiene ya un carácter severamente restrictivo y cruelmente prohibitivo, del cual procede la concepción de un ser superior que castiga implacablemente. [135]


Ninguna sublimación del deseo erótico puede satisfacer el auténtico apetito de placer. La felicidad es sólo la libre satisfacción de los instintos. Toda conducta que esté configurada por sublimaciones es una perpetua frustración y, por ello, se encuentra próxima a la neurosis, si no es ya un modo de neurosis. Consiguientemente, la terapia para toda neurosis consistirá en hacer presente a la conciencia la verdadera índole de los deseos, los motivos reales de la conducta, ocultos mediante la censura por su carácter conflictivo con el superyo. Y la catarsis se produce cuando la conciencia es capaz de tenerlos presentes sin crítica.

Así como el yo viene descrito como «estructura diferenciada del ello», igualmente el superyo se describe como «estructura diferenciada del yo», según un proceso de dos fases.

La primera es la elección de objeto percibido que satisface el deseo sexual; tal objeto es la unidad indiferenciada padre-madre. La segunda es la identificación con el objeto, que llega a ser así el ideal del yo como resultado final del proceso edípico.

El superyo es, pues, un residuo de las primeras elecciones de objeto por parte del ello, y también «una enérgica formulación reactiva» contra tales elecciones, es decir «una fuerza coercitiva (represora) llamada también imperativo categórico» [136] o conciencia moral.

Situándose en el punto de vista de la restricción de los instintos, o sea, de la moralidad, podemos decir lo siguiente: el ello es totalmente amoral; el yo se esfuerza por ser moral, y el superyo puede ser "hipermoral" y hacerse entonces tan cruel como el ello. [137]
La pérdida del reconocimiento de sí mismo implica, para el yo, un déficit de poderío y de influencia, es el primer indicio tangible de que se encuentra cohibido por las demandas del ello y del superyo. [138]


Gracias a la constitución del superyo, el yo se apodera del complejo de Edipo, lo domina, y simultáneamente somete al ello. De esta forma el superyo, recogiendo la filogenia (la herencia arcaica del individuo) da lugar a las religiones, y en general al comportamiento de sumisión ante las costumbres, la autoridad, los maestros, etc., a quien transfiere el adulto la función que los padres desempeñaron en su infancia [139].

Cuando el sujeto, incluso en la infancia, reprime espontáneamente sus deseos, es que ha interiorizado lo que durante gran parte de la historia fue presión exterior [140]

«Para el yo vivir equivale a ser amado por el superyo», hasta tal punto que cuando se ve abandonado por él prefiere abandonarse y «dejarse morir» [141].

5 . INSTINTO DE VIDA E INSTINTO DE MUERTE

El fin de la vida es doble, la autopropagación (regulado por un instinto de vida) y la autoaniquilación (regulado por un instinto de muerte). El instinto de vida (eros), es el instinto sexual o de reproducción; el instinto de muerte (thanatos), procede de la provisión de la libido narcisista, siendo, por tanto, Eros desexualizado.

Basándonos en reflexiones teóricas, apoyadas en la biología, supusimos la existencia de un instinto de muerte, cuya misión es hacer retornar todo lo orgánico animado al estado inanimado, en contraposición al Eros, cuyo fin es complicar la vida y conservarla así, por medio de una síntesis de la substancia viva,dividida en particular. Ambos instintos se conducen de una forma estrictamente conservadora, tendiendo a la reconstitución de un estado perturbado por la génesis de la vida; génesis que sería la causa tanto de la constitución de la vida como de la tendencia a la muerte. A su vez, la vida sería un combate y una transacción entre ambas tendencias. [142]


Es decir, la libido del ello pasaría a ser libido del yo que éste utilizaría para fines contrarios a los del instinto de vida. Por una parte el yo se ofrecería al ello como objeto erótico sustitutivo (narcisismo) y el ello conseguiría desviar los instintos de muerte del yo hacia el exterior (agresividad y sadismo). Cuando este equilibrio se rompe a beneficio del instinto de muerte, aparece, según Freud, la conciencia de culpa en sus formas de remordimiento y autoagresión.

El sentimiento de culpabilidad o conciencia de culpabilidad ... se trata de la contribución aportada a la resistencia por un superyo que se ha tornado particularmente duro y cruel. El individuo no debe curar, sino que seguirá enfermo, pues no merece nada mejor ... Este sentimiento de culpabilidad también explica la ocasional curación o mejoría de graves neurosis bajo el influjo de desgracias reales; en efecto: se trata tan sólo de que uno esté sufriendo, no importa de que manera... Al combatir esta resistencia, hemos de limitarnos a hacerla consciente y a tratar de reducir paulatinamente el superyo hostil.[143]


El sentimiento de culpa surge si el yo percibe la crítica del superyo contra él, y tal crítica es la implantación del instinto de muerte en el superyo. Lo que se oculta detrás de la angustia del yo ante el superyo es el temor a la consolidación de las represiones padecidas en la primera infancia (fase edípica).

El yo (queda) como una pobre cosa sometida a tres distintas servidumbres y amenazada por tres diversos peligros, emanados respectivamente del mundo exterior, de la libido del ello y del rigor del superyo. Tres clases de angustia corresponden a estos tres peligros, pues la angustia es una manifestación de una retirada ante el peligro. [144]


La angustia que el yo experimenta es miedo al sojuzgamiento o a la destrucción. Por eso, para Freud la mitigación de la angustia -la verdadera enfermedad y raíz de toda patología- sólo se obtiene por modificación del superyo, es decir, de la conciencia mora [145] .

El miedo a la muerte plantea al psicoanalista un dificil problema, pues la muerte es un concepto abstracto de contenido negativo, para el cual no nos es posible encontrar nada correlativo en lo inconsciente. El mecanismo de angustia ante la muerte no puede ser sino el de que el yo libere un amplio caudal de su carga de libido narcisista; esto es, se abandone a sí mismo como a cualquier otro objeto, en caso de angustia (..) Basándonos en estas reflexiones podemos considerar la angustia ante la muerte y la angustia ante la conciencia moral como una elaboración de la angustia ante la castración. [146]


Cuando los sentimientos de culpa se hacen severamente patológicos desenvocan en tendencias masoquistas y pueden llegar al suicidio.

Estas personas (algunos tipos de neuróticos, cuyo instinto de conservación ha experimentado nada menos que una inversión diametral) no parecen perseguir otro cosa, sino dañarse a sí mismas y autodestruirse. Quizá también pertenezcan a este grupo las que realmente concluyen por suicidarse. Suponemos que en ellas se han producido amplias escisiones de los instintos, que liberaron excesivas cantidades del instinto de destrucción dirigido hacia dentro. Tales pacientes no pueden tolerar la curación por nuestro tratamiento y la resisten con todos los medios a su alcance. [147]


El hombre liberado de las represiones va satisfaciendo sus instintos hasta el momento en que, agotada su energía, el impulso de muerte le hace retornar a lo inorgánico, en un eterno retomo 14" de lo inorgánico a lo orgánico y de lo orgánico a lo inorgánico.

La expulsión de materias sexuales en el acto sexual corresponde en cierto modo a la separación del soma y el plasma germinativo. De aquí la analogía del estado de completa satisfacción sexual con la muerte, y en los animales inferiores, la coincidencia de la muerte con el acto de la reproducción. Podemos decir que la reproducción causa la muerte en estos seres, en cuanto, al ser separado el Eros, el instinto de muerte queda libre para llevar a cabo sus intenciones. [149]



6. TEORÍA PSICOANALÍTICA DE LA NEUROSIS

Si lo que hace enfermar es olvidado (pasa al inconsciente), es porque tiene carácter conflictivo, y si el paciente, aun en estado de máxima relajación, no consigue recordarlo, es por un mecanismo que interrumpe la normalidad del proceso asociativo (resistencia).

En el marco de la clínica de las enfermedades nerviosas, el inventario ideológico de Freud puede reducirse en esencia a lo siguiente:

1) La histeria y ciertos síntomas de los cuadros neuróticos tienen causas psíquicas.
2) La sexualidad es el factor desencadenante de las sugestiones y los conflictos psíquicos causantes de la histeria y de la neurosis (hermenéutica pansexualista).
3) Las causas de la conducta psicopática cesan gracias a los efectos catárticos de la hipnosis y de la terapia psicoanalítica.

La metodología psicoterapéutica freudiana experimentó una evolución, desde la hipnosis hasta la transferencia.
• El método de asociación libre, supone la sustitución de la catarsis motora (método hipnótico) por la catarsis verbal. Freud abandonó este tipo de terapia enseguida, al ver que no lo dominaba.

• El método de interpretación de los sueños permite advertir la existencia de un < mecanismo de censura» que regula el acceso de datos a la conciencia; también permite distinguir, entre «sistema consciente» y «sistema inconsciente»; pero, sobre todo, es la puerta de acceso al pasado, el método que permite regresar al momento en que se originaron los traumas infantiles y descubrir las ocultas motivaciones de la conducta consciente.

Los sueños constituyen el prototipo normal de todos los productos psicopatológicos y su comprensión nos descubre los mecanismos psíquicos de las neurosis y psicosis. [150]

El sueño trae a colación contenidos que no pueden proceder ni de la vida madura ni de la infancia olvidada del soñante. Nos vemos obligados a considerarlos como una parte de la herencia arcaica que el niño, influido por las vivencias de sus predecesores, trae consigo al mundo, antes de cualquier experiencia propia. Las analogías de este material filogenético las hallamos en las viejas leyendas de la humanidad y en sus costumbres subsistentes. De este modo, el sueño se convierte en una fuente nada desdeñable de la prehistoria humana.[151]

El mismo juego de fuerzas mentales opera en la formación de los sueños y en la de los síntomas. El contenido manifiesto del sueño es el substituto distorsionado de los pensamientos inconscientes del sueño y esta distorsión es el resultado de la operación de los mecanismos de defensa del yo, de las resistencias. En la vigilia estas resistencias impiden completamente que los deseos reprimidos del inconsciente entren en la conciencia; y durante el sueño liviano mantienen aún suficiente fuerza como para obligar a éstos a disfrazarse tras un velo. De ahí en adelante, aquel que sueña ya no entiende el significado de sus sueños mejor de lo que el histérico entiende la conexión y significado de sus síntomas
. [152]


• El método de la transferencia se incorpora al psicoanálisis. La transferencia se basa en la proyección inconsciente del paciente en el psicoterapeuta. Según Freud, el paciente proyecta en el psicoanalista aquellos estados de ánimo, sentimientos y deseos relacionados con personajes importantes de la infancia: padres, hermanos, etc. La transferencia actúa positivamente si el psicoterapeuta suscita simpatía o afecto, y negativamente si desencadena sentimientos de miedo o rechazo.

El paciente, colocando al analista en lugar de su padre -0 su madre-, también le confiere el poderío que su superyo ejerce sobre el yo, pues estos padres fueron otrora origen del superyo. El nuevo superyo tiene ahora la ocasión de llevar a cabo una especie de reeducación del neurótico, y puede corregir los errores cometidos por los padres en su educación.[153]


El despliegue completo de la Historia y la Cultura es resultado de las tensiones creadas entre el principio de placer y el principio de realidad.

Si intentamos incorporar la religión a la marcha evolutiva de la Humanidad, no se nos muestra como una adquisición perdurable, sino como una contrapartida de la neurosis que el individuo civilizado atraviesa en su camino desde la infancia a la madurez. [154]


El Arte y la Religión en cualquiera de sus formas son, a lo sumo, producto de la sublimación de una libido siempre insatisfecha. Toda creencia es individual y colectivamente una neurosis obsesiva.

El instinto sexual pone a disposición de la labor cultural grandes magnitudes de energía, pues posee en alto grado la peculiaridad de poder desplazar su fin sin perder grandemente en intensidad. Esta posibilidad de cambiar el fin sexual primitivo por otro, ya no sexual, es lo que designamos con el nombre de capacidad de sublimación.[155]



7. IRRACIONALISMO

Según Freud, la conducta viene determinada desde el oscuro fondo de los impulsos inconscientes, por lo que toda libertad y responsabilidad son simples quimeras. Quizá sea esto una de las razones que explican la vasta difusión de las ideas de Freud. La crisis de confianza en lo racional como vía indefectible de progreso, que el desprestigio del hegelianismo había incoado y que las dos grandes guerras vinieron a consolidar, propició en el espíritu europeo la aceptación de una doctrina que exculpaba de todo fracaso y descargaba de todo esfuerzo superador.

La fuerza de convicción de la que ha gozado el psicoanálisis se debe en gran parte al carácter "científico" con el que ha sido presentado por los casos y experiencias en los que dice apoyarse. Ciertamente, los fenómenos estudiados poseen verdadero interés para la Antropología y la Psiquiatría. Sin embargo las conclusiones extraídas son producto de los criterios subjetivos con los que se juzga qué es lo patológico en los casos examinados. Además, muchos de las teorías lanzadas por Freud como explicación de los mecanismos psíquicos profundos del comportamiento humano, jamás han sido comprobadas con el rigor científico necesario.

La elaboración intelectual de nuestras percepciones sensoriales primarias, nos permite reconocer en el mundo exterior relaciones y dependencias que pueden ser reproducidas o reflejadas fielmente en el mundo interior de nuestro pensamiento, poniéndonos su conocimiento en posición de comprender algo el mundo exterior, de preverlo y, posiblemente, modificarlo. Así procedemos también en el psicoanálisis. Hemos hallado recursos técnicos que permiten colmar las lagunas en nuestros fenómenos conscientes, y los utilizamos como los físicos emplean el experimento. Por ese camino elucidamos una serie de procesos que, en sí mismos, son irreconocibles; los insertamos en la serie de los que nos son conscientes, y si afirmamos, por ejemplo, la intervención de un determinado recuerdo inconsciente, sólo queremos decir que ha sucedido algo absolutamente incaptable para nosotros, pero algo que, si hubiera llegado a nuestra conciencia, sólo hubiese podido ser así, y no de otro modo. [156]


Decir que el hombre actúa por motivos inconscientes, distintos de los que cree seguir, los cuales sólo son sublimación --enmascaramiento- aquellos, y que esto es así porque la conciencia aplica una censura a los motivos inconscientes, que por tanto no pueden aflorar tal como son, es algo más que problemático de sostener. Si nuestros verdaderos motivos actúan inconscientemente, será porque aquella censura habrá sido también inconsciente y no por obra de la conciencia, pues la conciencia sólo puede rechazar lo inconsciente haciéndolo consciente, haciéndose cargo de ello. De lo contrario, no se explica cómo lo inconsciente y lo consciente puedan afectarse mutuamente, pues ambos se mueven en planos distintos del comportamiento humano. Aunque los distingue teóricamente, en realidad, Freud reduce a uno solo los dos niveles de la conducta.
Lo patológico no estaría, pues, en la censura misma sino en su carácter inconsciente. Lo cual implica que el camino a seguir no es liberar lo instintivo de la presión de la conciencia, como Freud pretende, sino liberar al hombre de lo instintivo mediante la actuación rectora de la conciencia. En la actuación humana, la hegemonía corresponde a la conciencia y no a lo inconsciente.

En contra del mismo Freud, su propia terapia parece indicar que la conducta alterada se corrige evocando libremente -es decir, haciendo conscientes- los motivos que actúan de forma inconsciente.

Establecemos un pacto con nuestro aliado. El yo enfermo nos promete plena sinceridad, es decir, nos pone a disposición todo el material que le suministra la percepción de sí mismo; por nuestra parte, le aseguramos la más estricta discreción y ponemos a su servicio nuestra experiencia en la interpretación del material influido por el inconsciente. Nuestro saber [157] ha de compensar su ignorancia, ha de restituir a su yo el dominio sobre los territorios perdidos de la vida psíquica.[158]


El tomar conciencia de los motivos inconscientes de nuestra conducta nos libera de su presión. Pero ahora, tanto el dejar fluir libremente los instintos, como el dirigirlos racionalmente, constituye una decisión consciente, una toma de postura y un juicio de valor: es la conciencia quien determina el camino a seguir, y lo hace en virtud de criterios conscientes. Que se deba tomar el primer camino es pues una conclusión gratuita, que en modo alguno se infiere de la presencia de movimientos inconscientes en nuestro interior. Todos tenemos experiencia de esos movimientos (prontos, impulsos, deseos orgánicos, reacciones automáticas y súbitas, etc.), pero también tenemos experiencia de que tales movimientos pueden ser dominados cuando actuamos libre y deliberadamente, es decir, de modo verdaderamente humano.

Otra de las paradojas de la teoría freudiana es que se invalida a sí misma, si la sometemos a examen según los criterios del psicoanálisis. Si las creaciones del espíritu y de la inteligencia no son más que sublimaciones con las que el superyo enmascara o reprime los instintos del ello, el propio constructo conceptual de Freud, según estos mismos principios, queda reducido a una teoría sin fundamento.

Freud intentó eliminar del comportamiento humano toda finalidad, por considerarla como algo racional, sin tener en cuenta que también el instinto tiene una determinada finalidad en el conjunto de la personalidad humana, por lo que encierra una intencionalidad -no es gratuito, está dotado de sentido, tiene una razón de ser-, y, en consecuencia, es aprehensible por la razón.


8. NATURALISMO

Freud parece reclamar una vuelta a la naturaleza, en contra de todo convencionalismo y artificio. Según él, bajo la capa de la cultura, la moral y la sociedad, se esconde el hombre natural, bien distinto a esas falsas apariencias [159]. Pero lo natural del hombre queda entonces reducido a lo inconsciente, a lo que de menos humano hay en él, que es lo instintivo. Toda manifestación del espíritu, de la inteligencia, se disuelve en expresión desvirtuada de lo impulsivo y libidinoso.
Freud lleva a cabo una antropología de signo radicalmente naturalista y biologicista, un profundo reduccionismo del ser humano.

Nuestra noción de un aparato psíquico de dimensión espacial adecuadamente integrado y desarrollado bajo el influjo de las necesidades vitales; un aparato que sólo en un determinado punto y bajo ciertas condiciones da origen a los fenómenos de conciencia, nos ha permitido estructurar la psicología sobre una base semejante a la de cualquier otra ciencia natural, como, por ejemplo, la fisica. [160]


Aunque siempre combatió el conductismo, su positivismo científico le llevó a concebir la Psicología como una física de lo humano, con las características de una ciencia positiva, y pensó que su progreso seguiría el camino que las demás ciencias.

El futuro podrá enseñarnos a influir directamente, con substancias químicas particulares, sobre las cantidades de energía y sobre su distribución en el aparato psíquico. Quizá surjan aún otras posibilidades terapéuticas todavía insospechadas; por ahora no disponemos de nada mejor que la técnica psicoanalítica, y por eso no se debería desdeñarla, pese a sus limitaciones.[161]


Algunas de sus aportaciones fueron valiosas. No puede negársele el mérito, por ejemplo, de haber señalado la incidencia de factores inconscientes en la conducta humana. Pero absolutizó esos factores, y pretendió traducir en términos de sexualidad toda dimensión humana -la cultura, el arte, la religión, incluso los sueños-, cayendo así en interpretaciones simplificadoras y gratuitas.


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122. Groddeck sigue el ejemplo de Nietzsche, el cual usa frecuentemente el término "Es" como expresión de lo que en nuestro ser hay de impersonal.
123. FREUD, El «yo» y el «ello», O. C. vol. II 14.
124. FREUD, La interpretación de los sueños, G. W. II/III, 617-618.
125. FREUD, Nuevas aportaciones del psicoanálisis, O.C. II, 956-957.
126. FREUD, La interpretación de los sueños, G. W. II, III, 554.
127. «Nuestra cultura descansa totalmente en la coerción de los instintos» (FREUD, La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna, O.C. I, 946).
128. FREUD, La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna, O.C. 1, 947.
129. La exposición doctrinal de las nociones de inconsciente y resistencia se encuentra
130. FREUD, Múltiple interés del psicoanálisis, O.C. II, 977-978.
131. La afinidad de Freud con Schopenhaur, en lo que se refiere a la teleología del ello y del yo, puede observarse aquí perfectamente.
132. FREUD, Esquema del psicoanálisis, O.C. III, 1.055-1.056.
133. FREUD, La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna, O. C. I, 946.
134. Obsérvese aquí la afinidad con Marx, para quien el derecho burgués, la ética burguesa, la religión y todas las instituciones burguesas no son sino superestructuras de una estructura capitalista y, por tanto, mera ideología de un orden burgués.
135. FREUD, El «yo» y el «ello», O.C. II, 28.
136. Cfr. FREUD, El « yo» y el «ello», O.C. II, 16-19.
137. FREUD, El «yo» y el «ello» , O.C. II, 28.
138. FREUD, Esquema del psicoanálisis, O.C. III, 1.038.
139. Cfr. FREUD, El «yo» y el «ello» O.C. II 21.
140. Cfr. FREUD, Múltiple interés del psicoanálisis, O.C. II, 979.
141. Cfr. FREUD, El «yo» y el «ello», O.C. II, 30.
142. FREUD, El «yo» y el «ello», O.C. II, 21-22.
143. FREUD, Esquema del psicoanálisis, O.C. III, 1.040.
144. FREUD, El «yo» y el vello» O.C. II, 29.
145. De ahí la necesidad, según el freudismo, de desmitificar la sexualidad humana por medio de la llamada revolución sexual (educación sexual, pornografía, cierto feminismo, matrimonio a prueba, amor libre, etc.), que rompe con los tabús de la moral burguesa.
146. FREUD, El «yo» y el «ello», O.C. II, 30.
147. FREUD, Esquema del psicoanálisis, O.C. 111, 1.040.
148. La idea del «eterno retomo» la toma Freud también de Nietzsche, sin duda. 149. FREUD, El «yo» y el «ello», O.C. II, 25.
150. FREUD, Múltiple interés del psicoanálisis, O.C. 11, 971. 151. FREUD, Esquema del psicoanálisis, O.C. III, 1.029.
152. FREUD, Cinco conferencias sobre el psicoanálisis.
153. FREUD, Esquema del psicoanálisis, O.C. III, 1.036.
154. FREUD, Nuevas aportaciones del psicoanálisis, O.C. II, 958.
155. FREUD, La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna, O.C. I, 946-947.
156. FREUD, Esquema del psicoanálisis, O.C. III, 1.053-1.054.
157. Adviértase de qué modo paradójico, y a pesar del irracionalismo psicoanalitico, la curación se cifra, a la postre en el saber, esto es, en presentar el problema ante la razón.
158. FREUD, Esquema del psicoanálisis, O.C. III, 1.034.
159. Aquí vemos la influencia de Schopenhauer.
160. FREUD, Esquema del psicoanálisis, 1.053.
161. FREUD Esquema del psicoanálisis, 1.042.


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Del libro: Victor Mani, Seis autores para C.O.U., Reus (España)

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