& 5 La realidad por la que se pregunta en la pregunta por Dios,
punto de partida para un lenguaje analógico sobre Dios

 

Antes de avanzar en la explicación del contenido de lo que se pregunta en la pregunta por Dios hay que tener presente primero la realidad que puede ser invocada por la infinición de realidades finitas como fundamento del lenguaje analógico sobre Dios. Tomás de Aquino admitió como evidente con la tradición neoplatónica de la Teología negativa (ante todo en conexión con Dionisio Pseudo-Aeropagita) que el hombre no conoce la esencia de Dios: «Quid est Deus nescimus» (p.ej. Pot. 7, 2 ad 11). Intentó, sin embargo, con todas sus energías pensar en Dios. En la Quaestio Septima sobre De potentia, de donde procede la mencionada cita, trata de la simplicidad de la esencia divina (de divinae essentiae simplicitate). Tomás reconoce claramente, en su modo de proceder, que no existe contradicción alguna en la previa afirmación de la ignorancia sobre la esencia de Dios. El saber en torno a la limitación del saber humano no implica una minusvaloración de la razón finita. La automodestia critica impide incluso que la visión de

11. GbA, 39. Jonás sigue respecto a esto que «el judío se encuentra, teológicamente, en un situación más dificil que el cristiano», que está sostenido por la esperanza del más allá (13). Aunque –contra Jonas– no puede llamarse cristiano el desprecio del más acá, es claro, con todo, que la fe cristiana, por su esperanza, que sobrepasa el tiempo del mundo puede soportar mejor la tensión que se da en el pensamiento de un deus absconditus (38). Una percepción serena de la historia no fue nunca un buen justificante de que Dios, ya en el tiempo del mundo, ejerce su poder soberano como Señor de la Historia. A qué conduce el que alguien se lance sin rodeos a romperse la cabeza en Dios, lo muestra Hans Blumenberg: «Así es la omnipotencia simple y establemente en su eternidad –si no se le convirtiese a ella misma en el fastidio de poseer los más altos atributos sin "nada que hacer" nunca algo de ellos» (Mtpas 18).

la finitud del conocimiento humano provoque la interna ruptura consigo misma y que se exponga a sí misma, finalmente, sin remedio al menosprecio. Una desestima de la razón finita podría encenderse con mayor razón por un desenfrenado optimismo de la razón, que se atreve, –positiva o negativamente–, a un juicio híbrido sobre Dios apoyado en la razón humana, que fracasa en definitiva.

Quien crea poder discutir la existencia de Dios con razones teóricas, se hunde no menos profundamente en tal hibris que quien afirme que puede concebir la verdad de Dios positivamente con la capacidad de la razón finita. No es menos válido, por tanto, el dicho del oráculo que señaló a Sócrates como al hombre más sabio porque conocía su ignorancia. Sócrates desea sólo para sí una sabiduría humana (Apologie 20d). La prueba del dicho del oráculo de que nadie es más sabio que Sócrates (21a) lleva a concluir que precisamente él aparece que sabe menos que quien piense conocer ya lo hermoso y lo bueno, ya que Sócrates tampoco cree saber lo que no sabe (21d). Este conocimiento de la ignorancia no le impidió, por cierto, plantearse, razonando, las preguntas filosóficas fundamentales cuya satisfactoria respuesta no atribuyó en definitiva a la fuerza finita de la razón humana. El menosprecio de la razón porque la buscada verdad perfecta es inaccesible en la existencia temporal del mundo, la remite Sócrates a la Misología (Phaidon 98d s.); no tiene puesto alguno en la Filosofía, que es tendencia amorosa a la sabiduría. Un pensamiento que pretenda pensar a Dios por medio de infiniciones de lo finito, se ve expuesta a la crítica de que sus resultados sean puras proyecciones, que se nutren de la negación de lo finito. De las objeciones, que Feuerbach propuso como exigencia de una ilustración filosófica 12, podría distanciarse un teólogo, por principio, y radicalmente del pensamiento humano sobre Dios que parta de lo finito. Karl Barth ha sacado las consecuencias y lo explica: «No existe camino alguno a Dios desde nosotros, ni una vía negativa, ni una vía dialéctica o paradójica. El Dios, que estuviese al final de un camino humano, aún cuando se tratase de este camino, ya no sería, por eso, mismo Dios» (PEG 153). Esta tesis puede basarse en legítimos motivos teológicos, no subordinados al juicio de la Filosofía, con todo, parece que Barth tiende a debilitar o incluso a ofuscar en la exigencia moral lo que impulsa a trascender. Afirma que sólo la muerte o el huésped de piedra se encuentra en esta exigencia, es decir, la negación de la inmanencia. Por eso la tesis de Barth discurre, en definitiva, hacia la no-libertad de la voluntad humana para el bien, en donde, según el tema, sería mejor hablar de la dialéctica de libertad y gracia 13.

  1. Ludwig Feuerbach quiso titular su obra principal (WC) primero como Crítica de la razón impura y poner en la cabecera el Fvii OL oav-róv de Sócrates (vide Vorbermerkung en: GWS 5, Vs.).

  2. PEG 133 y 139; el invitado de piedra del que habla Barth aquí, es el Comendador en el Don Giovanni de Mozart, cuya visita trae el ocaso de la figura principaL La exigencia moral traería del mismo modo sólo el ocaso, no sería, en manera alguna, una potencia permanentemente positiva.

A pesar de que la tesis de Barth infunde la esperanza de poder inmunizar el pensamiento contra la sospecha de proyección, deja a la razón perdida con sus problemas. Se puede, mientras, admitir que Barth tenía presente, no tanto la fundamental imposibilidad de encontrar a Dios por el propio esfuerzo que no la imposibilidad, en general, de la búsqueda de Dios por el pensamiento. Por eso se pueden aceptar sus motivos absolutamente, sin tener que abandonar, al mismo tiempo, la tarea de la pregunta filosófica por Dios. Este preguntar filosófico habría que entenderlo entonces como búsqueda interminable, que se abre a la realidad inconcebible de Dios por motivos racionales. Esta apertura afirma cuánto peligro corren precisamente todas las concepciones positivas de ser una pura proyección de las necesidades humanas.

Quien quisiese negar al mismo hombre la posibilidad del buscar, le arrebataría también con ello la posibilidad de su finito ser él mismo. Pero entonces Dios sería, en un sentido negativo, todo en todo. Contra este sentido se rebela, con razón, el humanismo ateo (vide & 10d.). Al recoger estos motivos legítimos, habla Lévinas en nuestros días de un divorcio ateo del alma; este divorcio se encuentra, según Lévinas, ante la negación o afirmación de lo divino y, por tanto, nada tiene que ver con el ateísmo corriente (TI 29s./TU 75s.; vide & 15a.).

Pero si se admite que el Dios infinito se inclina libremente al mundo finito del hombre y lleno de amor, hay que presuponer entonces con la Teología basada en la revelación, la posibilidad de un ser propio finito del hombre. Sin este ser propio, perdería Dios, además, el lugar posible de su venida al hombre, ya que la propia posibilidad del hombre finito se sumergiría entonces en el mar de lo infinito. No puede existir el hombre como oyente de la palabra sin independencia y libertad (así la tendencia fundamental de HdW, esp. 105-134). Quien, sin embargo, quisiera hablar de revelación sin la afirmación de la independencia del hombre finito, podría aludir, en cierto modo, sólo a un discurso sobre Dios consigo mismo.


a) Puntos de partida de las infiniciones en relación con un lenguaje analógico sobre Dios

Si la razón humana es capaz de hablar del Dios infinito sólo a partir de lo finito, es posible entender la multiplicidad de lenguajes, dada la multiplicidad de los puntos de partida finitos. Así existe, al menos a primera vista aparentemente, una pluralidad completamente justificada del lenguaje sobre Dios, que nada tiene que ver ante todo con la indiferencia. Como precondición de la validez del lenguaje sobre Dios, está en el fondo la situación del hombre que se acredita como el que es desafiado, como ser finito, al conocimiento de la verdad y a una acción responsable libre.

Lo finito ha de ser verdadero y bueno, para que pueda ser infinido positivamente hacia Dios. La imagen engañosa y el error no se pueden utilizar como fundamentos de infiniciones. Se podría mencionar al Dios del puro sentimiento y las imágenes ideológicas de Dios utilizadas para aumentar el poder. Es decisiva la autenticidad de los fenómenos subyacentes. Rasgos morales defectuosos del ser podrían llevar a infiniciones, que eliminarían la divinidad de Dios. Platón combate, por esta razón, la extendida afirmación entre los griegos de la envidia de los dioses (Politeia 377b s., Timaios 29e: Phaidros 247a). Porque es un valor entre los hombres, que nunca se pueden utilizar las personas como puro medio (vide GMS BA 66s.), ha de valer incuestionablemente que Dios no puede ser explicado funcionalmente ni se ha de abusar de él como función. Posibilidades positivas para infiniciones aparecen, por tanto, ante todo, en el contexto de la búsqueda humana de la verdad y en el contexto del impulso entregado moralmente a la realización de un mundo moral. El que la respuesta a las preguntas que se suscitan desde este contexto, en último término, vayan más allá, del horizonte del hombre, descubre, en definitiva, la estructura de esperanza de la pregunta por Dios, que aparece ya en la figura concreta de las preguntas, en cuanto que éstas apuntan, de antemano, al ser incondicionado de lo verdadero y bueno, es decir, a algo más elevado de lo que el hombre puede alcanzar por el propio esfuerzo.

Las formulaciones de la pregunta por Dios son, en consecuencia, vistas desde el hombre, más bien precisiones de problemas que su solución. El conocimiento del carácter condicionado de lo finito es la posibilidad que abre a las formulaciones de la pregunta por Dios. El estímulo que impulsa a formulaciones reales se da, en cada caso, en el encuentro momentáneo e indeducible con la perfección de lo verdadero y lo bueno inconcebible y, sin embargo, deseado por el hombre, desde lo más profundo del corazón. En estas experiencias se produce la ruptura de la limitación del ser limitado de lo finito, sin que el ser de lo finito quede anulado. Tales rupturas de los límites dejan entrever una belleza, una verdad, una bondad y una felicidad poderosas que satisfacen y transportan al hombre a la admiración entusiasta y a la vez reverente.

El origen de la pregunta por Dios, a partir de estos contextos vitales, pone en claro cómo se llega a una legítima multiplicidad en las proposiciones sobre Dios. Un investigador de la naturaleza, abierto a la realidad de Dios, podría intentar concebir propiedades de Dios en la belleza de la diversidad ordenada y de la regularidad matemática del curso de la naturaleza, ya que no las puede entender sólo por las cosas de la naturaleza que encuentra concretamente. Respectivamente, surgen de otros contextos vitales puntos de partida independientes. Estos contextos se encuentran, por una parte, en la vida cotidiana, en la que las fuerzas humanas no aparecen tajantemente aisladas, pero, por otra, en campos de actividades especializadas en las que se realizan separadamente. De este modo, la consideración de ciertas infiniciones de lo finito le pueden parecer a algunos propiedades de Dios y otras, para otros, de manera que diferentes personas que buscan pueden plantear la pregunta por Dios de modo diverso y referirse, sin embargo, al mismo Dios. Todos buscan siempre lo sumo perfecto, cuyo ser sería el cumplimiento de toda tendencia y de todo deseo humanos. Buscar a Dios significa concretamente, que, a pesar, del carácter condicionado de la finitud, de la imperfección y de la maldad que se da en lo fáctico, que logra su culminación en la voluntad del mal, no desespera, sino que vive animado por lo bueno con la esperanza de un cumplimiento en el indisponible infinito inconcebible.

La significación decisiva de la búsqueda de Dios, se da en la vida diaria de cada hombre. Por eso dice Kant «que las escuelas han de aprender, en adelante, a no excluir una visión superior y más amplia de un punto que afecta a la situación general humana, a la que la gran multitud (para nosotros muy digna de respeto) pueda llegar también, precisamente fácilmente» (KrV B XXXIII). Las investigaciones científicas han de limitarse por necesidad a ámbitos aislados del ser: habrá que perfilar en éstos los movimientos del infinir. Estos movimientos son posibles, al menos, dentro de la Filosofa teórica; mientras que dentro de la Filosofa práctica se imponen directamente. Ha de mostrarse que todo aquel que pregunta por la verdad incondicionalmente cierta y por el sentido absoluto del acontecimiento libertad, se encuentra en una situación que le empuja a abrirse a la posibilidades conceptuales que capacitan al espíritu a un pensamiento decisivo hacia lo infinito.

El concebir se efectúa con conceptos limitados. Una palabra griega para concepto reza limite (5Qos); de este modo el proceso determinante del conocimiento se designa definir (limitar). Nociones como intuición, iluminación, abstracción, pensar espontáneo, costumbre o los que haya habido o se vayan a formar, es indiscutible siempre que, por su naturaleza, se dirijan a lo finito, al que circunscriben más o menos adecuadamente. Incluso en el caso en que conceptos como pensamiento de Dios hubiese que entenderlos, como una idea innata (ideae innata, MPP III, 7), no darían a conocer inmediatamente el ser de Dios, sino únicamente mediatamente por la mediación de presupuestos adicionales de naturaleza especulativa. Se tendría que aceptar que Dios habría comunicado conceptos que harían posible remontarse a él. Más bien la afirmación de no ser posible remonarse directamente desde la conciencia de realidad finita hasta Dios, es el presupuesto de que el ser finito del hombre y la infinitud de Dios pueden ser pensados simultáneamente. En la ignorancia de lo infinito es remitido el hombre a sí y abandonado a su propio ser finito. La impenetrabilidad de la relación proteje al hombre en el mundo del exceso de luz divina. Viceversa, proteje igualmente a Dios de las impertinencias de los intelectuales. El que los conceptos puedan desempeñar un papel en el conocimiento de Dios, es sólo como instrumentos útiles del conocimiento de Dios. Se mostrará que pueden ser escalones en el camino del espíritu hacia Dios.

Las categorías podrían interpretarse, en primer término, como escalones, de la manera como las desarrolló Aristóteles, y aunque de un modo distinto también, más tarde, Kant. Las categorías son, según Kant, formas con las que se reduce a la unidad lo múltiple dado en la experiencia. Los conceptos son, por tanto, función del pensar, como «unidad de acción, para ordenar concepciones diversas bajo una común» (KrV B 93). Dado que esta función, desde su origen, está circunscrita a la unión de lo múltiple, está claro que esta circunscripción ha de ser eliminada en la pregunta por lo incondicionado, por tanto, las categorías han de eliminar su límite (KrV B 232.256). La razón apunta en su intento, dentro de la Filosofía teórica, a concebir la verdad incondicionada del mundo, a una tal unidad del todo que pueda hacer inteligible el todo. Este origen sin presupuesto, puede ser siempre concebido sólo hipotéticamente sin que la investigación pueda llegar a resultados concluyentes, dogmáticamente formulables (vide Politeia 510b).

Las preguntas en la Filosofía práctica por lo incondicionado surgen inevitablemente de la necesidad de la acción, ya que el hombre no puede escoger si quiere plantearse estas preguntas o cerrarse a ellas. El qué y hasta dónde se consagre el hombre a las preguntas de la ciencia teórica, puede depender de la casualidad de su capacidad e inclinaciones. Las tareas de la Filosofía práctica, con todo, no hay quien pueda tratarlas sin resolverlas, de uno u otro modo, en la acción. Porque lo que remite en la Filosofía práctica a sucesos relevantes de la acción que abren el horizonte dado juntamente con este suceso más allá del círculo de visión de lo finito, procede en la Filosofía práctica de la necesidad de perseguir las significaciones de lo finito, y de esta manera infinir lo finito dado.

Sobre si hay que infinir contenidos hacia Dios, es una pregunta dificil, tanto por su fundamento como por su fin. A partir de su fundamento se ha de preguntar si estas infiniciones son quizás inútiles y prohibidas divinizaciones de la realidad humana y mundana, que desvían al hombre de su verdadero cometido e incluso de sus positivas posibilidades y si no encubren también la miseria de la situación del hombre en el mundo. A partir de su fin, habría que preguntar si pueden decir algo sobre Dios, ya que carecen de la base de un encuentro inmediato con Dios y, por tanto, aparentan, posiblemente, puramente el conocimiento de una realidad que el hombre no puede poseer en manera alguna. Si a pesar de esta consideración se ve que el hombre necesita preguntar más allá de las fronteras de lo finito, se plantea, en consecuencia, la tarea de pensar en lo infinito inconcebible, consciente de todas las dificultades y partiendo de la situación del hombre.

Un lenguaje sobre Dios que proceda de tales infiniciones, puede interpretarse, con la tradición neotomista, como conocimiento análogo. Las transformaciones en infinito del conocer humano pueden comenzar con los conceptos nucleares de la específica realidad del hombre. La transformación del conocer humano en infinito, lleva al concepto de omnisapiencia; el del querer humano a la omnipotencia; el de la temporalidad a la eternidad. La meta de estas infiniciones sería la consumación del hombre en su tendencia a la verdad incondicionada, en general, de su actividad moral libre y del deseo de una felicidad imperecedera (sobre la renovación de la doctrina de la Analogía entis, vide Ae, KB y Aeaf).


b) Infiniciones ejemplares tomadas
    de contextos del conocimiento teórico

Ya se expuso cómo el concepto de una primera substancia (2txC)zq ovala), lo circunscribió la Tradición vigente a los seres individuales concretos, hilemorfos que existen individualmente, y se expuso también cómo tenía que abrirse en dirección de ulteriores significaciones y cómo adquirió, finalmente, su punto culminante en un sentido infinito que apuntaba a Dios. Lo que sucede con este concepto central en el sistema de las categorías aristotélicas, cuando se persigue con insistencia su significado, puede interpretarse como su infinición. La autonomía de los seres, expresada por medio del concepto de substancia posee tal exceso de significado que únicamente podría ser colmado en lo infinito pero sin que pudiese ser concebido allí todavía unívocamente. Algo parecido sucede ahora con la causalidad como categoría central en el sistema de la tabla de categorías kantianas 14.

A pesar de que Kant creía poder derivar y justificar las categorías de la casualidad, como las otras categorías, sólo como función del pensar que unifica la multiplicidad dada en la experiencia, admitió que era posible con todo, «liberar al concepto de la visión de las limitaciones inevitables de una experiencia posible y de ensancharlo, por tanto, más allá de la fronteras de lo empírico, pero ciertamente en conexión con el mismo» (KrV B 435s.). La posibilidad de illimitar las categorías es juicioso porque su derivable sentido, limitado a la experiencia, puede ser cuestionado desde dentro críticamente. En lo que se refiere a la categoría de causalidad, la razón que pregunta de hecho por las condiciones que preceden no puede cesar antes de su indagación, hasta que llega a la necesidad incondicionada (KrV B 438 y 442).

14. Vide KrV B 106; estas categorías se toman aquí como ejemplo por su importancia extraordinaria. Pueden, en vistas a la pregunta por lo incondicionado, liberarse por la restricción de objetos de la experiencia; para el concepto de la des-restricción vide Tr, esp. el cap. 111 (57-83).

La averiguación crítica de la causalidad circunscrita a la experiencia comienza con la tesis de que «la causalidad de la causa por la que algo sucede, es ella misma algo sucedido»; la causalidad de la naturaleza no es inteligible si se excluye por principio toda causalidad primigenia (KrV B 472, 474). Según Kant, la razón entra en contradicción consigo misma en las preguntas nucleares metafísicas (finitud de espacio y tiempo; divisibilidad de las cosas en el mundo; libertad o causalidad natural; existencia de un ser necesario en el mundo) al que Kant llama antinomias de la razón pura (KrV B 454- 489). Dice con todo que la tesis y la antítesis pueden ser verdaderas ambas en la tercera y cuarta contradicción de las ideas trascendentales (KrV B 559s.). La razón, que busca la verdad incondicionada, concibe la necesidad de la causalidad de la naturaleza, pensada por la inteligencia, a la vez, en su contingencia; se le pide a ella que se la «considere como algo diferente de todos los fenómenos, por consiguiente, como objeto inteligible, en el que cesa esta casualidad» (KrV B 594). Como base del pensamiento y conocimiento humanos aparece la existencia del mundo en general, lo que también se encuentra en el fondo del argumento cosmológico (vide & 8 c.). El hecho que hace posible la vida humana, pensar y preguntar sobre algo, el que haya algo existente en general y no más bien nada, no puede ser deducible del pensamiento humano y, por tanto, debe ser presupuesto absolutamente. Dice Leibniz que nada sucede sin razón suficiente (sans raison suffisante) y pregunta, en relación con este principio por qué hay algo en general y no más bien nada: «Pourquoi il y a plustót quelque chose que rien?» (PNG 7; PS 1, 426). Solamente a partir de la conciencia del propio ser condicionado se puede dar verdaderamente el conocimiento humano y su carácter finito.

Si la razón humana intenta pensar la verdad incondicionada de la totalidad, su única posibilidad es unir, a la vez, en un incondicionado imaginado las condiciones existentes del curso del mundo. Si ha de lograrlo, el curso del mundo parece que llega a ser derivable de lo incondicionado imaginado. En la primera de las cinco vías de Tomás se da esto, en cuanto que movidos por los que mueven (mota por los moventia) se concluye a lo primero que mueve inmóvil (primus movens, quod a nullo movetur); la segunda vía recurre a las causas eficientes no primigenias (causae efficientes njediae) hasta la primera causa (causa efficiens prima); la tercera vía comienza con que hay que presuponer una necesidad en razón de la posibilidad actuada de las cosas (aliquid necessarium in rebus), y llega desde ella a algo necesario por sí mismo (per se necessarius); la cuarta vía, va a través de las diferentes perfecciones de las cosas en el mundo (magis et minus perfectum) a algo sumamente perfecto, como causa de todas las perfecciones (maxime perfectum, causa cuiuslibet perfectionis); en la quinta vía, tras las cosas con finalidad, que al carecer de conocimiento, no pueden haber causado su finalidad por su propia actividad finalística (aliqua quae cognitione carent operantur propterfinem), Tomás mira tal fuerza de ordenamiento espiritual, que conduce a su fin por una actividad finalística (aliquid intelligens, a quo omnes res naturales ordinantur ad finem; vide S. Th. I, 2, 3c).

Como Tomás no interpreta este material conceptual de las vías como conceptos que nos informen sobre el ser de Dios, las vías se convierten en indicadores a partir de lo finito hacia un absoluto. Las vías eran un modo, impregnado de historia, de atestiguar la natural disposición metafísica del hombre. Tomadas, sólo en sí mismas, no contenían afirmaciones sobre Dios mismo, de manera que Tomás ha de recurrir al saber a-temático. El admite que el absoluto, al que siempre se apunta, es llamado por todos Dios (et hoc dicimus deum). Con lo que de los puros indicadores de lo absoluto puede desarrollarse una certeza en relación con la existencia de Dios. El espíritu humano percibe que por su naturaleza se encuentra en un proceso de conocimiento que tiende a la verdad, y ciertamente como totalización y afianzamiento. Pero como es incapaz de concebir la verdad de la totalidad desde el origen con absoluta seguridad, el pensamiento de lo absoluto permanece tal como lo pueden pensar los hombres, una hechura del hombre ligada al mundo, que así no ofrece todavía información segura sobre sí mismo ni sobre cómo habría que pensar el ser de lo absoluto en sí mismo.

La dependencia del mundo del pensamiento humano sobre lo absoluto se explicará utilizando ejemplarmente tres conceptos. El primer concepto es el de la complicatio omnium rerum, que puso de actualidad el Cusano y que, viene de la tradición neoplatónica. Un segundo concepto, el del focus imaginarius, aparece en la Filosofía de Kant como expresión del ideal trascendental de la razón teórica. Como tercer concepto, se considerará el concepto de unafórmula del mundo en conexión con Werner Heisenberg. Como término guía puede servir, en conjunto, un pensamiento de Maurice Blondel que afirma que por la reflexión filosófica todo puede ser considerado summatim et sub specie unius et totius (Drp 226/AP 98).

En la exposición del concepto cusano de la simplificación de todas las cosas (complicatio omnium rerum) hay que tener en cuenta que sostiene este pensamiento la conciencia de la ignorancia humana. El Cusano relativiza también la fuerza expresiva del concepto de unidad (unitas), que poseía un alto rango en la tradición neoplatónica. Aunque parezca como si la unidad se aproximase al nombre del sumo, está infinitamente alejada del verdadero nombre de lo sumo que es lo mismo sumo. «Quare in docta ignoracia attingimus: licet "unitas" videatur propinquius nomen maximi, tamen adhuc a vero nomine, quod est ipsum maximum, distat per infinitum» (DI I, 24, 77). Por esta razón habla el Cusano de que sea impenetrable el modo como lo sumo lo simplifique y lo despliegue todo: «Quomodo maximum complicet et explicet omnia ininteligibiliter» (DI II 3, 105). El pensamiento que el Cusano ve envuelto en la ignorancia dice que hay que entender la multiplicidad como despliegue de lo uno y sumo (unum et maximum); por el contrario, la unidad infinita todo lo simplifica: «Unitas igitur infinita est omnium complicatio. Hoc quidem untas, quae unit omita» (DI 11, 3, 105). Dios, en este sentido, todo lo simplifica, en cuanto que todo está en él; él lo des-pliega todo en cuanto que él está en todo: «Deus ergo est omita complicans in hoc, quod omita in eo. Est omita explicans in hoc, quod ipse in omnibus» (DI 11, 3, 107). Esta relación está determinada por la analogía con el conocimiento humano (DI11, 3, 108).

La base de esta analogía es puesta por lo finito, en cuanto que el espíritu finito sólo puede pensar la interna coherencia de las cosas descompuestas en la multiplicidad y movimientos a partir de la aceptada Unidad del todo. Con la posición de la simplicidad, según el Cusano, no se da ya la cosa simple; pero con la posición del despliegue, sin embargo, se da a su vez la simplicidad: «Nam posita complicatione non ponitur res complicata, sed posita explicatione ponitur complicatio» (DI I, 22, 69).

El Cusano reconoce que el modo de la coherencia del todo por medio de la simplicidad (complicatio) y del despliegue (explicatio) supera la capacidad de concepción del espíritu humano: «Excedit autem mentem nostram modus complicationis et explicationis» (DI 11, 3, 109). El pensamiento de la complicatio omnium rerum no contiene, según esto, el conocimiento inmediato de Dios, pero puede ser un intento ligado al mundo, de pensar a Dios como aquel que es opuesto a toda multiplicidad en el mundo y que, sin embargo, la abarca en su relación con el mundo. Complicatio es, en este sentido, un concepto intramundano de relación concebible, que posee un fundamento firme, en cuanto que la multiplicidad siempre debe relacionarse con la unidad, ya que la multiplicidad no puede ser conocida, en absoluto, como multiplicidad sino en referencia a la unidad.

Hay que mencionar, de pasada, que para el Cusano todo conocimiento humano es sustentado originalmente por una fe 15. Sus puntos de partida cognitivos poseen significación incluso dentro de la fe religiosa, que no puede ser presupuesta en las investigaciones filosóficas. Dejando de lado esta dimensión, abierta a la fe religiosa, se da, en primer término, en el pensamiento de la complicatio, sobre todo, un punto de unidad proyectado por el espíritu humano, que permite explicar racionalmente tanto el conocimiento humano como también la relación ontológica de unidad y multiplicidad en el mundo. En este sentido se puede decir: «Lo que el espíritu saca y despliega por sí mismo, respectivamente la complicatio notionalis o también la vis iudicaria, es, a la vez, en cuando sacado y

15. Este ser sostenido por el saber de la fe, fue fundamentado continuamente en la Biblia, desde la época patrística; Jesaja 7, 9 se tradujo como si afirmase este pasaje que el conocer sin fe precedente que es imposible; el conocimiento es, a su vez un desarrollo de la fe; vide DI, III, 11, 244: «Ait enim Ysaias: "Nisi credideritis, non intelligetis". Fides igitur est in se complicans omne intelligible. Intellectus autem est fidei explicatio». Para el fondo vide p.ej. S 168, 2.

desplegado creador algo equiparado a las puras formas o esencialidades de las cosas» (ENK46). Ya que los productos del espíritu humano están apoyados sólo en la fuerza del mismo espíritu finito, pueden ser, al comienzo, conjeturas (coniecturae). Las consecuencias que saca el Cusano son ciertamente audaces. Su consecuencia, con la que «extiende el principio de la Teología negativa a todo ser, según la cual no podemos decir de Dios lo que él es, sino solamente lo que no es» es desde sus comienzos necesaria porque sólo sabemos sobre el ser del mundo con seguridad «que existe, pero no qué es» (ENK47).

El Cusano ha llegado con esto a un resultado al que también llegó Kant, de un modo parecido, a partir de otros contextos. Kant comienza la pregunta por la posibilidad de la Metafísica como ciencia con la búsqueda de las condiciones de posibilidad del verdadero conocimiento. Este problema lo continúa en la pregunta sobre cómo sean posibles los juicios sintéticos a priori (KrV B 19ss.). Ya que la universalidad y la necesidad de los juicios son distintivos seguros del verdadero conocimiento, Kant buscó primero las condiciones de tal conocimiento según los cánones de las Matemáticas y de la Física 16. Pero desde el comienzo excluyó de la Metafísica las consecuencias desfavorables porque las cosas en razón de la doble procedencia del conocimiento no pueden ser conocidas por principio como puedan ser en sí mismas. En cuanto a la cognoscibilidad a partir de los fenómenos, hay que admitir, por tanto, cosas en sí incognoscibles. Si esto no fuese así «se seguiría la frase absurda de que el fenómeno sería sin algo que ahí aparece» (KrV B XXVIs.).

Como la razón humana se encuentra en la situación de producir formar de pensamiento, bajo cuya unidad, puede ser pensada la multiplicidad existente, puede concebirse el conocimiento, en lo que respecta a las normas de universalidad y de la necesidad, en tanto en cuanto y mientras exista lo múltiple y se conforme a estas formas de pensar del sujeto. Este punto de partida propuesto hipotéticamente por Kant, no es válido para una teoría dogmática del conocimiento. El conocimiento sobre las condiciones de la cientificidad del conocimiento humano está impregnado del saber sobre su condicionamiento y sus límites. Por eso remite Kant a la contingencia del fundamento de la actividad de la razón: «pero por medio de los conceptos de la inteligencia, construye ella principios seguros, pero, en manera alguna, directamente de los conceptos sino siempre sólo indirectamente por la relación de estos conceptos con algo completamente casual, es decir, la experiencia posible» (KrV B 765).

La Filosofía teórica trascendental de Kant es a su vez, dado su punto de partida, la construcción de un experimento que ha de probar su validez primero sobre

16. Dice Kant: «Necesidad y estricta universalidad son, por tanto, distintivos de un conocimiento a priori y es parte inseparable, el uno del otro» (KrV B 4).

todo en la verificación (vide KrV B XVI-)XII). Kant admite que se puede entender de hecho un conocimiento científico como el de las Matemáticas y la Física, por las condiciones que él menciona. Por lo demás, está persuadido de que la limitación del saber humano abre, en definitiva, un espacio a una realidad completamente distinta, que no puede ser comprendida en principio por tal conocimiento (KrV B XXX, XXXIV, 854s.). Esta Filosofía ejerce las funciones críticas, consecuentemente, desde dos aspectos. Es critica, por una parte, por el conocimiento del condicionamiento de lo que la facultad de conocer realiza en el conocimiento de la experiencia; por otra, es critica por su referencia a las tesis de que la Metafísica, en cuanto trata de Dios, de la libertad y de la inmortalidad, puede exponerse de acuerdo con los modelos del conocimiento matemático y de las ciencias de la naturaleza. Frente a esto defiende Kant la tesis: «Yo no puedo aceptar nunca, por tanto, a Dios, la libertad y la inmortalidad para el uso necesariamente práctico de mi razón, si yo no privo, a la vez, de su arrogancia a la razón especulativa» (KrV B XXIXs.; además B XVIII nota).

La Filosofía teórica de Kant, crítica en este doble sentido, lleva ahora a un concepto relacionado con ambas significaciones de la Critica, es decir, con el concepto de un punto encendido colocado delante (focus imaginarius), que ha de explicar la posición del ideal trascendental. Este focus imaginarius, que designa el lugar de Dios en la Filosofía teórica, es, según Kant, únicamente una idea, por tanto, un punto, «del cual no proceden realmente los conceptos de la inteligencia, ya que él permanece completamente fuera de los límites de la experiencia posible»; a pesar de todo, tiene que proporcionarles la función de la mayor unidad junto con la mayor extensión (KrV B 672). La unidad proyectada de esta idea que tiene que concebir problemáticamente el todo de la realidad en sí, ha de ser, según esto, la hipótesis con una función regulativa y heurística (vide KrV B 670ss.). Tal uso de la razón no lleva a ningún conocimiento objetivo de Dios, el cual sería también absurdo. Hace posible, sin embargo, al menos, una Teología problemática trascendental, que en ulteriores rutas intelectuales de Kant, puede superar, más tarde, su carácter puramente problemático gracias a la Teología Moral (vide KrV B 696).

Una semejante totalización del conocimiento, que sirve, por una parte, a su ampliación con conocimientos particulares, por otra, al fin de afianzar el fundamento de las ciencias, parece que se encuentra también en el fondo de la idea de la fórmula del mundo de Werner Heisenberg. Su intención hay que interpretarla, por encima, en que se resume en ella complicativamente la totalidad de la realidad objetiva (omnitudo realitatis). Con esta interpretación se subrayan también especialmente los motivos neoplatónicos y los kantianos en el pensamiento filosófico de Heisenberg.

En el concepto de fórmula del mundo se trata de una ecuación fundamental de la materia. Por ella se simboliza la estructura de las partículas elementales.

Heisenberg parte de que la verdad de la ecuación, que ha de ser cerrada, sencilla y hermosa, se hace patente en su simetría. Como el criterio más importante de verdad de nuestra ciencia, lo pone Heisenberg en «la simplicidad de las leyes de la naturaleza que súbitamente se enciende siempre al final» (TudG 138).

Rechaza el criterio pragmático de verdad que tenga su realización en la previsión de sucesos. El criterio pragmático se ha cumplido bien ya, por ejemplo, en la astronomía ptolemea; pero también hay que decir que esta astronomía no entendió lo esencial (PPTE 413s.). Para él es insatisfactoria, en general, la tesis de que se ha «entendido un campo, si se han formado los conceptos correctos, con los que se pueden concebir los resultados y los fenómenos de este campo», mientras siga abierta la pregunta sobre la corrección de los criterios. Para él se da conocimiento sólo cuando corresponde a un criterio racional y no solamente pragmático. Sería válido, sobre todo, un conocimiento, en el caso en que un esquema matemático «fuese tan cerrado, tan unitario, tan hermoso, que uno ... sencillamente, en razón de la belleza estética de esta matemática, no puede dudar más de que ésta es una intelección correcta...» De ahí se deduce, en relación al criterio de verdad, la tesis: «La ecuación fundamental más sencilla es, por tanto, la suma simetría» (GVPE 254). Esta ley fundamental «de la que puede deducirse la energía de las formas concretas de la materia fundamental, sus propiedades de simetría y sus efectos cambiantes», también los formuló una vez en seis pasos sin símbolos matemáticos, aunque había logrado antes, por tales símbolos, el más alto grado posible de claridad, precisión y brevedad (GVPE 249). En una nota preliminar, defiende Heisenberg la concepción, de que las partículas elementales de la Física actual se encontrarían «más cerca de los cuerpos regulares de la Filosofía de Platón que del átomo de Demócrito» (GVPE 250).

En el primer paso es necesario para la separación entre «algo» y «nada», la introducción de un operador, «que produce de la "nada" (el "vacío"), un "algo" (la "materia")»; definición fundamental de este «algo» es, según el segundo paso, que la materia «hay que ordenarla en una variedad cuatridimensional, llamada espacio y tiempo»; en el tercer paso, pregunta Heisenberg por las propiedades de simetría de las partículas elementales y sospecha, en relación con las experiencias especiales de la Física moderna, «que el operador no puede ser plenamente simétrico»; el cuarto paso afirma, «que hay leyes de la naturaleza» es decir, «una relación regular entre el "algo", que ahora es, y lo que más tarde es o fue antes»; el quinto paso, completa al cuarto con la tesis, «de que existen efectos cambiantes»; el sexto paso consiste «en aceptar la causalidad» (GVPE 250. 253).

Heisenberg concibió sus trabajos en torno a una ecuación fundamental de la materia a la vez como ensayo para lograr una inteligencia de la gran regularidad del orden central divino (PWJh 257). El admitió que también la ciencia de la naturaleza representa una de las relaciones del hombre con el orden central del mundo. Plantea el orden divino con una expresión filosófica tradicional con el título del Uno y explica: «La eficacia del Uno se muestra ya en que nosotros sentimos lo ordenado como bueno, lo desordenado y caótico, como malo» (TudG 291) 17. De este modo aparecen, en su reflexión sobre la Física, motivos que están en relación con la doctrina de las determinaciones trascendentales del ser que expuso Tomás en relación con motivos de la Filosofía de Platón (vide p.ej. Ver 1,1c).

El conocimiento humano tiene o el fin de una progresiva (progressiven) unificación de la multiplicidad existente o el de la unión de las diversidades dadas (regressiven) referida al todo en su origen; ambos caminos del conocimiento apuntan, juntos, a lo infinito inconcebible (KrV B 438). En relación a los límites espacio-temporales del mundo, la posibilidad del preguntar alcanza hasta una extensión ilimitada, pero sin poder alcanzar la infinitud (KrV B 546). Resultado que puede ser insatisfactorio a la razón teórica, que pretende resultados inequívocos y un saber dominador; pero es el signo de la verdadera situación de la razón humana que fracasa con su pensamiento calificativo, apenas busca la verdad incondicionada y absoluta. La razón humana está esencialmente en búsqueda de la unidad del todo, a pesar de que ésta permanezca enigmática y misteriosa.


c) Modelos de infiniciones tomadas
    de contextos del conocimiento práctico

El conocimiento práctico comienza con la conciencia de obligaciones morales que se manifiestan en situaciones moralmente relevantes. Esta conciencia puede aparecer, independientemente del nivel de saber y de la posición filosófico-moral de un hombre, de manera que alguien nada inteligente supiese responder a las preguntas morales, lo mismo que quien defienda la posición explícita el determinismo, y que, con todo, pueden ser alcanzados posiblemente, en situaciones concretas de la vida, por la exigencia de la moral que le insta incluso a corresponder a ella. Independientemente de impulsos irreflejos naturales y de la reglas de la prudencia calculadas para la consecución del fin de estos impulsos, la conciencia de obligación puede que aparezca inopinadamente que va derechamente en el sentido de los impulsos y de las reglas de prudencia dependientes de éstos. Agustín comprendió que era deseo de todo hombre vivir sin miedo; por esta razón puede aconsejar la prudencia, por ejemplo, de ser condescendientes con los poderosos incluso cuando exijan una conducta que contradice a la conciencia (vide DLA 1, 10). Hechos de tal conducta de gobiernos y poderosos frente a sus súbditos, los hubo en todos los tiempos: piénsese en Sócrates a quien querían mo-

17. La investigación que del caos se ha convertido últimamente en moda, parece llevar consigo una modificación más que una corrección fundamental de esta posición; vide PZ.

ver los treinta varones a la denuncia de un inocente (vide Siebenter Brief 324e/325a); un ejemplo parecido expuso Kant (KpV A 54); en las dictaduras del siglo XX existen ejemplos innumerables de tales injusticias que claman al cielo.

En tales situaciones surge la exigencia incondicionalmente imperada que relativiza los impulsos naturales y todas las reglas de prudencia. Esta exigencia interpela al hombre como ser libre, que toma conciencia en estas situaciones de que no ha de corresponder a exigencias injustas complaciendo, a pesar de que sabe que lo podría si quisiese. Estas situaciones llevan al interesado a una lucha interior, que sólo puede terminar con decisión de la voluntad. El fenómeno de las luchas interiores prueba que el hombre, cuando despunta la mala conciencia, es actor de sus actos ya en el ejercicio irreflejo de la vida, confrontado involuntariamente con un veredicto que retumba como eco fecundo contra sus actos.

Se puede discutir, con todo, por motivos distintos, la responsabilidad en las decisiones inevitables. Se podría defender la tesis determinista que interpreta seductivamente la conciencia del deber y la tarea de la decisión como consecuencia de una química mental regulada por condiciones genéticas y por procesos fisiológicos. Pero los determinismos tienen siempre su debilidad en que su afirmación de que la acción está condicionada no ha de depender de tales condiciones, porque como producto ciego de un proceso de transformación de la materia, no podría poseer exigencia alguna de verdad. En cuanto que la afirmación del conocimiento apunte implícitamente a una validez incondicionada, se le quita su fundamento a la tesis explícita del determinismo.

Más difícil de lograr es que se acepte que no puede ser consciente si y hasta dónde el hombre sea responsable de sus decisiones y actos. Existen claramente disposiciones y situaciones que favorecen o impiden ciertas decisiones y acciones. Quien está satisfecho con sus relaciones empresariales, por ejemplo, verá menor atractivo por mejorarlas, eliminando el engaño o el robo, que alguien que esté insatisfecho. Si tales predisposiciones del querer y del obrar excluyen la libertad de la decisión de modo imperceptible o si la hacen únicamente irreconocible en el ejercicio concreto, no se puede esclarecer con consideraciones objetivas. Si el problema de la libertad en lo central, no puede contestarse teóricamente sino sólo prácticamente, la respuesta viene dada, por tanto, por una decisión teóricamente no prejuzgable, que toma a cada individuo y le obliga a asumir o a negarse al reconocimiento o el rechazo de la exigencia como ser libre.

Si se admite, a prueba y a riesgo propio, la tesis de la libertad que lleva a la responsabilidad individual, entonces está claro que el hombre no puede definir la medida de su responsabilidad en las decisiones y los actos. Además, aparece que las leyes que prescriben o excluyen una acción, han de ser válidas, en todo caso, incondicionalmente, porque de lo contrario la obediencia o no obediencia, estarían situadas en el querer sin norma alguna para la acción correspondiente.

Con estas tesis, acabada de esbozar, cuyo desarrollo y fundamentación sería el tema de otra investigación, aparece el horizonte ante el que los conceptos fundamentales de la Filosofía práctica pueden ser llevados a su infinición. Las dificultades que se derivan de la omnipotencia de Dios para aceptar la tesis de la libertad, no van a considerarse todavía aquí (vide & 10d.). Ya se dijo que, a veces, parece que el aire de otros planetas sea el que empuje a un hombre cuando se ve expuesto a una exigencia reconocida como incondicionalmente válida. Los fenómenos que se dan diariamente parecen estar decididos continuamente por condiciones precedentes. Pero a quien la obediencia a una exigencia que parece moral independiente de condiciones, quien, por ejemplo, sólo dice la verdad sin mentir, si y mientras le sea útil, éste cambia lo incondicionado por lo condicionado, se rebaja a sí mismo, en cierta modo, a un alma de mercader y se convierte en moralmente indigno. Echar la cuenta sobre si algo es útil se opone también al sentido de la moralidad si se calcula su utilidad más allá de la vida. Los vendedores son necesarios, pero no tendrían que tener alma de mercader.

Si alguien interpreta la exigencia de la conciencia como voz de Dios (vox dei) o las leyes que se manifiestan a la conciencia moral como mandatos de Dios, está apoyado también por el fenómeno del carácter incondicionado de la exigencia moral. Kant defendió convincentemente que la autonomía de la razón y la explicación de las leyes como mandatos divinos no se contradicen entre sí. Cierto que parece que responde al fenómeno que el que obra abandonado a la llamada de la conciencia, sea a la vez llamado por sí mismo. Es llamado, con todo, de un modo que supera infinitamente a la vez todas las posibilidades condicionadas finitas de la llamada (vide SuZ && 57-60 como fondo controvertido en parte). La llamada de la conciencia contiene también concretamente la experiencia de extrañeza radical. La autonomía de la razón es ciertamente inevitable en la moral; pero es un hecho que nada tiene que ver con el capricho subjetivo; pero tampoco es sólo asunto de una existencia que se relaciona únicamente consigo misma, la cual puede disponerse a asumir su existencia con seriedad o sin ella.

Como todo en el mundo parece que está condicionado, la exigencia incondicionada de la ley moral descubre una presencia inconcebible de lo incondicionado en lo condicionado. El que el hombre es llamado respecto a sí mismo por una responsabilidad indeducible a tomar decisiones y a realizar su vida, hay que entenderlo solamente en el caso en que se admita que se le haya dado al hombre una posibilidad de acción incondicionada a partir de la realidad que supera todo el estar condicionado de las relaciones del mundo. Hay que notar que tales reflexiones no pretenden una derivación de la moralidad que haga que ésta reciba su sentido sobre todo desde fuera. Más bien se responde ante todo a la pregunta por el sentido de la moralidad porque toda exigencia moral, p.ej. de mantener la fidelidad a un hombre, tiene sentido incondicionalmente y es creadora de sentido, natural e interiormente. Hay que mantener sin embargo la tesis de que sólo partiendo de lo incondicionado trascendente, se ha de entender en el mundo esta validez incondicionada de la ley moral. Sólo significa, ante todo, que la posibilidad del acontecer moral con sentido y creador de sentido ha de tenerse como un milagro que no es deducible en el mundo 18.

Quien se agarre al carácter condicionado de las normas intramundanas, creerá que esta acción incondicionada, de acuerdo con las leyes incondicionalmente válidas, es una concepción demencial o algo absurdo. Pero que exista la exigencia de leyes que crean sentido en el mundo es un hecho claro, que no puede deducirse ni de la capacidad del hombre ni de una realidad intramundana. Con tal de que la moralidad sea esencialmente un fenómeno de sentido, que exige una reacción personal, es decir, fe o no fe. La autonomía de la razón que habla en la voz de la conciencia, ha de abrirse a su indisponible origen, ha de ser infinida. La tarea moral del hombre en su acción para producir orden y sentido, necesita de un dador, no en relación a las leyes acuñadas en su contenido, sí en relación con la legitimidad de la acción en general. En este carácter exponen, por ejemplo Platón (Politeia 443b/d), Agustín (DLA 1, 15) y Kant (KpV A 54) fórmulas sólo formales sobre lo que está mandado moralmente. Lo que está mandado con exigencia formal, lo puede examinar la razón por sí misma; pero es un factum indeducible el que, a pesar de todo, algo en general sea mandado incondicionalmente. En este sentido dice Kant en la Reflexion 7171 (AkA 19, 263), «que yo ciertamente tengo acciones libres, pero la misma libertad no la tengo en mi poder».

El intento de entender el hecho de la moralidad, el carácter de dado de la ley, lleva por tanto, a la idea de un legislador infinito. Respecto a si es posible ejercer la libertad en un mundo causalmente determinado, es necesario pensar en este ensayo en una fuerza que haga posible este ejercicio y que no esté subordinada a la causalidad de la naturaleza. A pesar de esta necesidad de autoasumirse el hombre como ser libre, es completamente claro que no hay quien pueda producirse a sí mismo como ser libre o que pueda crear las condiciones que puedan hacer, incluso sólo pensable, el ejercicio de la libertad en el mundo. Ya la pura posibilidad de asumirse a sí mismo como ser libre hay que conceptuarla como posibilidad posibilitada. Además, el sentido de esta posibilidad no se puede concebir unívocamente. En todas las explicaciones posibles sobre si esta posibilidad es concebida como regalo o como maldición, es claro que la libertad apunta a una fuerza soberana supramundana, que no puede entenderse en general en analogía con la liberación intramundanamente posible de la esclavitud y de la dependencia

18. Para el Wunder der moralischen Anlage, indeducible de la naturaleza físico-psíquica del hombre, vide KkR, esp. 91s. y 145 ss.

como una infinición de liberación en general, como infinita liberación en la libertad responsable del hombre finito.

Si se admite esta realidad de la libertad finita del hombre, es claro que la libertad remite a un potencia infinita. En este sentido dice Karl Jaspers: «Pues yo experimento precisamente mi propia libertad como trascendentemente dada» (EE 45). Una tal clase de referencias sólo pueden ser ahora esclarecidas aquí filosóficamente en algunos puntos significativos. La acción moral está siempre referida a una exigencia incondicionada. Si la acción moral responde únicamente exteriormente a lo mandado moralmente, no puede equivaler a su cumplimiento. La obediencia de lo mandado se opone, con todo, en lo posible, al impulso natural, con tan poderosa fuerza que puede resultarle a alguien muy penoso hacer lo que ha conocido como su obligación. Por esta razón necesita de las alas impulsoras sensibles de la acción que no elimina la libertad de las decisiones. Como lo mandado se debe hacer a la vez a gusto y por deber, la obediencia a la exigencia moral cae en una antinomia cuya solución no es intramundanamente inteligible 19.

Una antinomia parecida aparece respecto a la cualidad de la decisión de la voluntad. Por una parte, no es en manera alguna de hecho cognoscible inequívocamente al mismo que actúa el estado de la voluntad, por otra parte, le es siempre claro que él en el ejercicio de la libertad corre siempre el peligro de no ser correcto, al menos, con la exigencia mandada incondicionalmente, que él, por tanto, por la fuerzas humanas nunca corresponde de modo adecuado a lo incondicionado. Como el consentimiento, incondicionado y permanente de la voluntad, está imperado incondicionalmente, pero que no puede ser realizado perfectamente por el hombre, la voluntad está orientada a una realización que solamente puede pensarse como convertir en infinita la tendencia finita al cumplimiento de la exigencia 20. Esta infinición perfecta de la tendencia a lo bueno sería la santidad de la voluntad, que ya no está sujeta a la tentación de oponerse a lo debido. El hombre es concebido, por tanto, bajo la exigencia que necesita de Dios como perfeccionador infinito de su tendencia finita.

El estado real moral de la voluntad humana se da en el mundo no sólo, más o menos, detrás del ideal prácticamente mandado de la santidad, sino que el hombre en principio no lo puede comprender más, (KrV B 579 not) 21. Continúa decisiva igualmente para el sentido de su vida, una pregunta sobre esta exigencia

  1. Para el sentido moral de un corazón siempre alegre vide FgbT, esp. 43s.

  2. Este pensamiento, según Kant, KpV A 219s. discurre hacia el postulado de la inmortalidad del alma; el incumplimiento en todo caso, de la exigencia moral lleva al hombre a una tensión suya solución no puede encontrarse dentro del mundo.

  3. Para la explicación teológica de este fenómenos vide p.ej. también AuTl 33: «En ciertas circunstancia, nada puede ocultarse bajo un crimen aparentemente grande, porque él solamente puede ser un fenómeno prepersonal, y detrás de la fachada de bienestar se puede ocultar un último amargo y desesperado no a Dios, pero realmente pronunciado por uno mismo y no solamente pasivamente soportado».

incondicionada para el hombre, sobre si y hasta dónde puede corresponder a ella o si y hasta dónde ha correspondido. No hay hombre que tienda a la perfección moral que en la ejecución de su vida no salga sin la autovaloración de su estado moral. En este autoenjuiciamiento, no faltan, en manera alguna, medidas, según las cuales merezca llamarse la conducta fáctica buena o mala. Con todo, también al mismo que actúa le están escondidos los motivos eficaces de su acción. Nadie puede juzgar, definitivamente, si una actitud equivocada fue evitada por miedo de que se descubriese y por la vergüenza consecuente o por verdaderos motivos morales. Cuanto menos vergonzoso se tenga algo públicamente como vergonzoso, tanto más se corre el peligro de que se practique tal conducta equivocada como normal y por muchos irreflexivamente. De la misma manera, puede llevarse conductas dignas de alabanza, por motivos realmente morales, pero también por costumbre, comodidad y vanidad. De ningún caso puede seguirse un juicio necesario a partir de perspectivas humanas. Todo aquel que se plantee esta exigencia de la Moral, tiene necesidad de una infinición de su juicio finito, por tanto de un juicio verdaderamente infinito, que solamente Dios puede pronunciar como juez justo 22. Quien conoce su finitud y debilidad en la vida, también se abre fundamentalmente a la posibilidad de una intervención divina (6Eía Luasvoía, Politeia 499b).

Solamente puede pensarse como buena voluntad aquella que quiere la realización del bien. Con palabras de Agustín, esta buena voluntad quiere que todo sea perfectamente ordenado en lo posible (DLA 1, 15). Tal buena voluntad es el bien sumo que puede alcanzar el hombre por la propias fuerzas (DLA 1, 27; vide GMS BA 1). Pero no es, con todo, bueno, porque él quiere una tener una buena voluntad, sino porque quiere la realización del bien. En una valoración sobria de las fuerzas del hombre, aparece que el orden perfecto apetecido por la buena voluntad no puede ser realizado, porque le faltan saber y fuerzas para ello. El hombre puede tender al fin de la buena voluntad solamente de un modo finito, confesando su ignorancia y sus debilidades (vide DLA 3, 52 y 64). Esta ignorancia y estas debilidades no impiden la posibilidad de la buena voluntad, pero sí la posibilidad de que la buena voluntad alcance su fin. Incluso el ignorante y débil posee la posibilidad de ir en búsqueda de la verdad y de confesar sus debilidades (DLA 3, 53). El, en esta tendencia hacia el orden perfectísimo, hace algo en sí conveniente. Sin embargo subyace en la incapacidad de realizar este orden, la conciencia de una diferencia que sólo podría ser superada por un Señor del mundo infinitamente justo y bueno. Con todo subyace, a la vez, en la tendencia de la buena voluntad, la tendencia a una infinición de su eficacia.

22. Vide el concepto de Juicio en Platón (p.ej. Phaidon 107d-115a, Politeia 608c- 620d) o en Kant (RGV B 211); de donde es patente que quien se ha hecho culpable, como no puede reparar su culpa o echársela de encima, necesita de un Juez benévolo y de un perdón divino.

En la exigencia de las situaciones moralmente relevantes el hombre se enfrenta con la tarea de la infinición del sentido implícito de la moralidad. La Moral lleva el pensamiento a las puertas de la Religión, ya que ella necesita del Dios infinito como legislador, creador de la libertad finita, consumados, juez y Señor del mundo. La meta de una libertad finita puede concebirse como el asemejarse finito del hombre aDios (Theaitetos 176b: óuoúoats O&) xazá ró bvvaróv). La Moral no puede introducir, con todo, en la verdad de la Religión, ya que la Religión ha de respetar la indisponibilidad de la acción divina. La Religión de la razón, como la entiende Kant, puede ser de ayuda como orientación a la Religión (vide RGV B Ixs.). Pero ella no puede, como tal, saber nada del amor de Dios.