Nietzsche. Diferentes lecturas sobre
el gran pensador aleman
Santiago Lario Ladrón
9684sll@comb.es
Zaratustra, El mito del Superhombre Filosófico
(Resumen del libro del mismo título)
En junio de 1865, cuando Nietzsche se debate con la desorientación causada por
la crisis religiosa, escribe a su hermana: ¿Buscamos paz, felicidad y sosiego?
No. Sólo la verdad, aunque pudiera ofrecérsenos al fin como terrible y
repulsiva... Aquí se separan los caminos de los hombres; si aspiras a la paz del
alma y a la felicidad, limítate a creer; si quieres ser discípulo de la verdad,
investiga. Y en noviembre del mismo año, ya digerida la lectura de El mundo como
voluntad y representación de Schopenhauer le vuelve a escribir: sólo hay dos
caminos: o se esfuerza uno y se acostumbra a vivir ... lo más a ras de tierra
posible, y una vez situado así busca riquezas y cultiva los placeres del mundo.
O, se hace consciente de lo miserable que es la vida; toma uno nota de que
cuanto más queramos gozar de ella, más esclavos suyos somos, renuncia, en
consecuencia a los bienes de este mundo y se ejercita en la austeridad. Imbuido
de ese pesimismo, durante años se dedica a sus tareas docentes y se refugia en
el arte y en especial en la música.
Pero a partir de 1878, con la publicación de Humano, demasiado humano, aquel
desengañado idealista supera su nihilismo y convierte aquella vida antaño
miserable, en objeto de su fervor. En el prologo que añadirá en la reedición de
1886 nos narra como tuvo lugar ese fenómeno: Un paso más en la curación: y el
espíritu libre se acerca a la vida, lentamente, es cierto, casi de mala gana,
casi con desconfianza. De nuevo, todo se vuelve más cálido en torno a él, más
dorado [...] Se encuentra casi como si sus ojos se abriesen por primera vez a
las cosas cercanas. Está maravillado y se sienta en silencio: ¿dónde estaba?
¡Qué cambiadas le parecen estas cosas inmediatas y cercanas¡ ( Prefacio, 5).
Pero hay que fijarse con atención en lo que ahora entiende por vida: Los
filósofos suelen situarse ante la vida y la experiencia como ante un cuadro que
se hubiera pintado de una vez para siempre... no se tiene en cuenta el hecho de
que ese cuadro - lo que para nosotros, hombres, se llama actualmente vida y
experiencia- ha llegado a ser poco a poco lo que es, e incluso está aún
enteramente en su devenir. (Humano, demasiado humano, 16).
Una y mil veces proclama su amor a la vida, pero no a la suya o a la de los
demás (esas, en realidad, tienen para él poca importancia, salvo lo que
significan como eslabones de esa cadena vital), sino a esa corriente de vida
evolutiva que nos ha traído al mundo. Y a partir de ahora, ese amor es el que le
va a servir de piedra de toque para juzgar la bondad de todo lo demás: Tenías
ante todo que ver con tus propios ojos dónde hay siempre más injusticia, a
saber: allí donde la vida tiene su desarrollo más mezquino, más estrecho, más
pobre, más rudimentario y donde, sin embargo, no puede hacer más que tomarse a
sí misma por fin y medida de las cosas. (Prefacio, 6).
Si Dios es nuestro creador, Nietzsche ya lo ha encontrado. Durante siglos el
hombre le ha vuelto la espalda y ha idolatrado dioses extraños y ya es hora es
de que vuelva hacia él su mirada. A lo largo de la lucha evolutiva, nuestra
especie apostó por el desarrollo cerebral con tanto éxito, que acabó por
imponerse a todas las demás. Pero el cerebro, una vez conseguido el triunfo,
traicionó la moral de la que había nacido (egoísmo, fuerza, guerra, violencia,
desigualdad, crueldad, dominio de los mejores sobre los débiles, instintos,
pasiones), para dar paso a otra (compasión, solidaridad, igualdad, felicidad,
comodidad, espiritualidad, religiosidad, amor al prójimo, justicia, piedad,
razón,) que imposibilita su continuación. Hace falta desmantelar ese tinglado
montado en los últimos siglos (léase filosofía, metafísica, religión,
democracia, socialismo, estado y moral al uso), para que esa vida recupere su
antiguo vigor: la vida de este mundo se convirtió para él en el valor supremo
[...] Y para conservar ese valor, incluso para acrecentarlo en lo posible, todo
lo demás había de subordinarse a ello. (Janz).
Y a ello dedica su afán. Cada página tiene ese objetivo en su punto de mira. Si
se ignora o se olvida esa circunstancia, es casi seguro que se nos escape lo
esencial y quedemos enzarzados en lo anecdótico. Esa es a partir de ahora su
única guerra, aunque como todas se desarrolle en muchos frentes a la vez. Esa es
la causa de que su ateísmo antes pacífico se haga ahora agresivo; Dios es el
campeón de esa moral caritativa y eso lo convierte en el objeto preferente de su
virulencia: Al cristianismo se lo llama la religión de la compasión [...] La
compasión obstaculiza en conjunto la ley de la evolución, que es la ley de la
selección. (El Anticristo, 7).
Y ese es también el motivo de su beligerancia filosófica. Sabe que la batalla
principal de la filosofía siempre se ha llevado a cabo en el terreno de la
moral: todos los filósofos han construido bajo la seducción de la moral, también
Kant; su intención sólo aparentemente perseguía la certeza, la verdad, pero en
realidad iba en pos del majestuoso edificio ético.(Prólogo añadido a Aurora en
1886). Y ese juicio nos da la pista para entenderle. Lo que su ofensiva contra
la metafísica pretende, es evitar que a su sombra medre esa moral que supone el
fin de la evolución.
Para desbrozar el camino a esa nueva moral inicia un ataque sistemático y
sostenido contra la razón, critica los conceptos de verdad, bondad, lógica y
libertad y pone límites a nuestra capacidad de raciocinio, conocimiento y
juicio. Los filósofos se quedan perplejos ante el súbito cambio de rumbo que no
saben bien a que atribuir, y trituran sus escritos buscando que filosofía se
esconde tras aquellos ataques a la metafísica clásica.
Pero por los días de Humano, demasiado humano, no busca una nueva filosofía. Una
y otra vez despotrica de ellas y de sus funestos resultados: Las hipótesis
metafísicas son error y engaño (9); la metafísica es la ciencia que trata los
errores fundamentales del hombre, como si fuesen verdades (18); una y otra vez
repite que el cerebro sólo es un órgano más, surgido como los otros para ayudar
al triunfo de nuestra especie y a través de ella de la vida, y que a eso es a lo
que se tiene que dedicar: La falta de sentido histórico es el pecado original de
todos los filósofos [...] No quieren saber que el hombre, que la facultad de
conocer también es el resultado de la evolución. (2).
Dedica su segundo capítulo a poner en solfa la moral ordinaria y dejar entrever
la legitimidad de la contraria, pero de forma tan taimada que puede parecer que
defiende una relatividad de todas las morales, cuando eso sólo es una etapa
transitoria en el camino para imponer la suya: Toda moral admite el mal hecho
intencionadamente en el caso de legítima defensa, es decir, cuando se trata del
instinto de conservación. Pero estos dos puntos de vista bastan para explicar
todas las malas acciones cometidas por hombres contra hombres: se quiere
procurar un placer o evitar un dolor; tanto en un sentido como en otro, se trata
siempre del instinto de conservación. (102). Si de una manera general admitimos
que la legítima defensa es moral, hay que admitir también casi todas las
manifestaciones del egoísmo llamado inmoral; hacemos daño, robamos o matamos
para conservarnos o para protegernos, para prevenir un infortunio personal.
(104).
Son las ideas que sigilosamente va desgranando a través de ese libro y más tarde
de Aurora: Por doquier se oye definir el objetivo de la moral aproximadamente
como la conservación y promoción de la humanidad; pero eso significa querer
tener una fórmula y nada más. Conservación, ¿para qué?... promoción, ¿hacia
donde? (106). Sólo si la humanidad tuviese un fin reconocido, generalmente
podría proponerse así y así debe actuarse; por el momento no existe tal fin (él
por supuesto ya lo tiene pero no se atreve aún a hacerlo explícito).
Al poco de publicar Aurora tiene el primer atisbo del eterno retorno. Inicia
cuatro proyectos para desarrollarlo, pero al fin los deja en el tintero en forma
de fragmentos no publicados, y cinco meses más tarde manda a la editorial La
Gaya Ciencia, que sigue el derrotero trazado en Humano, demasiado humano. De
nuevo nos previene contra los excesos de la razón: El estado consciente es la
evolución última y más tardía de la vida orgánica y por consiguiente lo que ésta
tiene de más inacabado y precario [...] Hasta que una función, no está
plenamente desarrollada y madura, es un peligro para el organismo: ¡conviene que
hasta tanto sea tiranizada con rigor¡ (11). Y en los fragmentos 110 y 111 otra
vez modera el entusiasmo racionalista explicando el origen del conocimiento y la
lógica como simples adquisiciones evolutivas.
Aparte de la breve alusión que le dedica a la nueva idea en el aforismo 34, el
único cambio es que modera sus ataques a los filósofos (289) y a los pensadores
(301). Por lo demás la misma lucha contra la moral, aunque como siempre llevada
de forma ladina. Recuerda esos hábiles artículos de opinión que empiezan
reconociendo el acierto parcial de alguna medida política antes de asestar el
varapalo final : El odio, la malicia, el afán de rapiña y de dominio y todo el
resto que se califica de malo forma parte de la asombrosa economía de
conservación de la especie, una economía, es verdad costosa, derrochadora y, en
su con junto, altamente insensata, - pero que como está comprobado ha conservado
hasta ahora a nuestra especie. (1). Examinad la vida de los hombres y pueblos
mejores y más fecundos y considerar si un árbol que ha de levantarse
orgullosamente hasta la altura puede prescindir del mal tiempo y de las
tempestades: si la adversidad y resistencia desde fuera, dureza, codicia y
violencia, no figuran entre las condiciones favorables sin las cuales apenas es
posible un crecimiento grande, incluso alguna virtud. (19). ¿Qué quiere decir
vivir?- Vivir- eso quiere decir... ser cruel e implacable con todo lo que se
vuelve débil y decrépito en nosotros, y no sólo en nosotros. (26).
Y en estas, un año después, termina y manda al editor la primera parte de
Zaratustra, un texto coherente con los anteriores. Ni su contenido, ni sus temas
favoritos se apartan de aquellos, en todo caso se hacen más explícitos y se
revisten de una nueva exaltación poética. Su prólogo proclama que el libro es el
arco iris que anuncia, y la escalera que al final conduce, al superhombre, y sus
páginas están repletas de términos antropológicos y evolutivos: Yo os enseño el
Superhombre. El hombre es algo que debe de ser superado [...] Todos los seres
han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros
el reflujo de esa gran marea, y retroceder al animal más bien que superar al
hombre? [...] ¿Qué es el mono para el hombre? Un motivo de risa, o una dolorosa
vergüenza. Pues otro tanto debe de ser el hombre para el Superhombre: una
irrisión, o una afrentosa vergüenza. ¡Habéis recorrido el sendero que va del
gusano al hombre, pero queda aún en vosotros mucho de gusano¡ [...] El hombre es
una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre: una cuerda sobre un
abismo[...] La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que
en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso [...] El Superhombre
es el sentido de la tierra. Y en muchos capítulos vuelve a recalcarlo,
reafirmando que todo lo que en ellos preconiza es preciso para su venida. Pero,
¡ojo¡ Esa llegada siempre es algo lejano emplazada a un remoto futuro, o al país
de nuestros hijos, y nos anima a plantar la semilla de nuestra más alta
esperanza, a ascender desde la especie a la superespecie, a que „nuestro
matrimonio sea voluntad hacia él, a „formar un pueblo elegido que lo traiga al
mundo, a transformarnos en sus padres y ascendientes, a ser los puentes o los
escalones por los que otros hombres puedan pasar a la otra orilla y a estar
dispuestos a que de nuestra simiente pueda brotar alguna vez un hijo y heredero
perfecto.
Dedica varios capítulos- De los despreciadores del cuerpo, De los sublimes, Del
inmaculado conocimiento y De los doctos- a denostar y ridiculizar a los
filósofos y a los pensadores y en los demás continúa su ofensiva contra Dios,
los sacerdotes, la iglesia, la moral, las virtudes humanitarias y cristianas y
el estado, y a cantar las excelencias de las cualidades contrarias. El mismo
Nietzsche en carta a Köselitz lo definirá „como una extraña clase de homilía
moral.
Todo el libro es un canto a la vida, a la tierra, al cuerpo, a las pasiones, a
la guerra y al amor a ese ser lejano que llama superhombre. Si el superhombre
fuese un hombre cuya sola excepcionalidad consistiese en el conocimiento y
aceptación de una determinada doctrina, escala de valores y, o, actitud ante la
vida, cualquiera de nosotros, por supuesto con Nietzsche a la cabeza, podría
aspirar a serlo. ¡Y en todo Zaratustra no se encontrará una sola frase que
ampare dicha postura¡
Pero eso no es todo. Mientras que la interpretación evolutiva la convierte en
una obra clara, bella y coherente, el empeño en amputarle ese sentido biológico
da como resultado (según términos utilizados por los propios podadores) otra
excesivamente ambigua, equívoca y metafórica. Y cualquier lector atento puede
ver que cada capítulo es un escalón necesario para la llegada de un superhombre
biológico, pero sin embargo, las más de las veces, algo superfluo y accesorio
para uno filosófico.
Pero un numeroso grupo de autores, encabezados por Heidegger y Fink, se ha
empeñado en desdeñar esa fachada como mera apariencia metafórica que en realidad
oculta un contenido filosófico (debido, sobre todo, a que esa interpretación
viene avalada por las aclaraciones posteriores del propio Nietzsche) y han
conseguido hacer prevalecer sus ideas.. Pero, ¿nos podemos fiar de lo que más
tarde nos diga Nietzsche?
Aunque parezca una pregunta estúpida (lo sería con cualquier otro autor) tal vez
no lo sea tanto como parece. ¿Qué tiene Nietzsche de particular para merecer ese
trato? La verdad es que muchísimo. En primer lugar la frecuencia con que cambia
de ideas: Se nos confunde- porque crecemos, cambiamos sin cesar, desprendemos
costras antiguas y mudamos de piel cada primavera... („Nosotros los
incomprensibles, aforismo incluido en la quinta parte que en 1886 añade a La
Gaya Ciencia). Después porque, como él mismo sugiere, en algún caso puede que
ese trueque no haya sido aclarado de forma clara y explicita: Yo creo que no ha
existido aún filósofo que no haya terminado por lanzar sobre su filosofía
juvenil una mirada de desprecio, o al menos de desconfianza. Pero es posible que
no haya dicho nada públicamente de este cambio de disposiciones, por ambición o-
como es probable tratándose de naturalezas nobles - por un delicado miramiento a
sus adeptos. (Humano, demasiado humano, 253). Y por último, y desde luego es la
objeción más importante, porque a partir de cierto momento parece que desea
velar su doctrina. Su primera confesión en ese sentido (todavía no es mas un
anuncio de futuras intenciones) tiene lugar en -De la cordura respecto a los
hombres-el penúltimo capítulo de la segunda parte de Zaratustra: Y disfrazado
quiero yo sentarme entre vosotros- para desconoceros y vosotros a mí: ésta es,
en efecto, mi última cordura respecto a los hombres. Cosa que, de hacer caso a
lo que afirma en el capítulo En el monte de los olivos de la tercera parte, a
esas alturas ya ha comenzado a llevar a cabo: Mi maldad y mi arte favorito están
en que mi silencio haya aprendido a no delatarme por el silencio mismo. Haciendo
ruido con palabras y con dados, me entretengo en embaucar a mis solemnes
guardianes; a todos estos severos espías tengo que ocultarles mi voluntad y mis
fines. (Me gustaría destacar que en el intervalo entre esas afirmaciones sólo ha
escrito siete capítulos de Zaratustra y unas cuantas cartas particulares. Y es
ahí donde tendríamos que buscar esas „ruidosas palabras nuevas con las que
Nietzsche nos pretende embaucar).
Que un autor quiera disfrazar su pensamiento es tan insólito que podríamos tomar
estas afirmaciones como fruto de un fortuito estado de humor y no hacer el menor
caso. Pero es que durante el año 1886 (en la primavera anterior ha terminado la
cuarta y última parte de Zaratustra) las reitera en todo lo que escribe. En Más
allá del bien y del mal podemos leer: ¿No se escriben precisamente libros para
ocultar lo que escondemos dentro de nosotros? [...] Toda filosofía esconde
también una filosofía; toda opinión es también un escondite; toda palabra,
también una máscara (aforismo 289). En el prólogo que en ese otoño añade a la
reedición de Aurora proclama: ¿Por qué tendríamos que decir a voz tan viva y con
tanto celo lo que somos, lo que queremos y lo que no queremos? [...] digámoslo
como si lo dijéramos para nosotros, tan secretamente que pase desapercibido a
todo el mundo. En el que por esas fechas escribe para la segunda edición de La
Gaya Ciencia afirma: Se debería respetar más el pudor con que la Naturaleza se
ha ocultado tras enigmas e incertidumbres variopintas. ¿Quizá sea la Verdad una
mujer que tiene sus razones para no dejar ver sus razones?. Y en el aforismo 381
de la quinta parte que en esa edición agrega al libro defiende: Cuando se
escribe, no sólo se quiere ser entendido, sino también no ser entendido. El que
uno encuentre ininteligible un libro no es en modo alguno una objeción contra
ese libro: quizá ésa era una de las intenciones de su autor. ¿Cómo, tras todas
esas advertencias, podemos tratarlo como a un autor cualquiera? ¿Cómo fiarnos de
lo que más tarde pueda decir el hombre capaz de escribir: Hay acontecimientos de
especie tan delicada que se obra bien al recubrirlos y volverlos irreconocibles
(Más allá del bien y del mal, 40)? ¿Hay una manera más fácil de hacerlo que
añadiendo pistas falsas?
Por eso, para dilucidar el significado de Zaratustra (lo que Nietzsche pensaba
cuando lo estaba escribiendo, debemos atenernos a su texto y prescindir de
comentarios posteriores (no sabemos si estará procediendo a una de esas labores
de camuflaje de las que nos avisa). Además, ¿de verdad vamos a ser incapaces de
desentrañar el sentido de un libro que, al decir de su autor, está escrito de la
manera menos rebuscada y más directa?: Todo acontece de manera sumamente
involuntaria [...] La involuntariedad de la imagen, del símbolo, es lo más digno
de atención (Ecce Homo, Así habló Zaratustra). ¿Esa falta de intromisión
cerebral en la escritura, no debería hacerla más transparente?
Si de acuerdo con Bertrand Rusell razón significa elección de los medios
adecuados para lograr el fin que se desea alcanzar, Zaratustra sólo se convierte
en una obra razonable desde el punto de vista más rabiosamente biológico. Y la
conducta a la que nos incita sólo es correcta cuando está proyectada para
producir ese fin. Como defendemos en el libro tanto las cualidades que ensalza
como virtudes (amor a la tierra, a los instintos y a las pasiones, indiferencia,
crueldad, autenticidad, dureza, violencia, guerra, desigualdad, dominio de los
mejores, egoísmo, individualismo, amoralidad, fuerza, etc.), como las que
rechaza como debilidades (compasión, piedad, religiosidad, espiritualidad,
solidaridad, blandura, igualdad, felicidad, justicia, moral, razón, estado,
democracia, amor al prójimo, paz, etc.), sólo se justifican al trasluz de la
selección natural. Como corroborará cualquier biólogo es la postura que
tendríamos que adoptar si quisiéramos volver a ponerla en marcha.
¿Que puede ser casualidad? Podría serlo pero es difícil. Estamos hablando de más
de treinta valores diferentes y la posibilidad estadística de que se agrupen por
azar en dos grupos tan definidos es tan baja que resulta despreciable. La
obsesión que Nietzsche muestra en todas y cada una de sus fobias queda explicada
hasta el punto de que no sobra ni falta una de ellas. Están las precisas y nada
más que las precisas, y no podemos encontrar ni una que se pueda estimar
gratuita.
En cambio (y pese al indudable genio de muchos de sus exegetas), han hecho
emborronar cientos de cuartillas para tratar de explicarlas, de forma confusa y
embrollada, desde cualquier otro punto de vista. Se ha pretendido achacarlas al
eterno retorno, o a la voluntad de poder: pero la intuición de esas ideas es muy
posterior, y por lo tanto mal podemos hacerlas responsables de una toma de
postura que empieza años antes. Se han querido imputar a aquel juvenil defensor
del artista y del filósofo al que, para conseguir sus logros, no le importaba
pasar por el sufrimiento: El hombre heroico desprecia su bien o su mal, sus
virtudes y vicios y, en general, que se lo juzgue según la medida de las cosas.
(Schopenhauer como educador). Pero desde Humano, demasiado humano aquel
Nietzsche ha desaparecido. Se han atribuido a los esfuerzos de un amoral que
estaría luchando por una libertad normativa y una independencia de criterio:
pero su exacerbada tirria por la compasión no encaja en modo alguno con ese
supuesto. Y si nos limitamos a verlas como un simple repliegue hacia nuestro
núcleo instintivo (cosa que en realidad son), pero, sin darnos cuenta de que eso
las convierte en trampolín hacia lejanas empresas, nos quedamos a medio camino,
hacemos un fin de lo que en Nietzsche sólo era un medio, y nuestro Superhombre
sería un remedo del hombre de Neandertal o de Cromañón, pero eso sí: ¡con pleno
conocimiento de las doctrinas de la voluntad de poder, del retorno y de la no
existencia de Dios¡ ¿De verdad alguien cree que ese es el sujeto que le exalta y
despierta tanto fervor y por el que está dispuesto a sacrificar su felicidad y
la de toda la humanidad? Y si alguien lo cree, ¿por qué seguir hablando de
Nietzsche?
La interpretación biológica no sólo aclara su actitud frente a cada uno de los
valores que va encarando, sino que el autor la reitera hasta el aburrimiento.
Cada una de aquellas posturas siempre viene dada por amor a la tierra, al
superhombre a aquel que ha de venir, o por crear algo superior. Su insistencia
en que encontremos nuestro camino, su entusiasmo por la guerra, mezclado en el
mismo capítulo con un amor a la vida que no se preocupa por su duración (sea
vuestro amor a la vida amor a vuestra esperanza más alta: y sea vuestra
esperanza más alta el pensamiento más alto de la vida¡ Pero debéis permitir que
yo os ordene vuestro pensamiento más alto- y dice así: el hombre es algo que
debe ser superado. ¡Vivid, pues, vuestra vida de obediencia y de guerra¡ ¡Qué
importa vivir mucho tiempo¡), sus invectivas contra el estado, su antipatía
contra la compasión y el amor al prójimo en aras al lejano, su elogio del
egoísmo sano y sagrado (ese camino que va hacia arriba- de la especie a la
superespecie), su canto repetido de amor a la tierra, los mil senderos que la
vida aún no ha recorrido, su esperanza de que un día surja un pueblo elegido, y
de él, el Superhombre, son condiciones no sólo inteligibles, sino inexcusables,
desde el punto de vista biológico, pero muy difíciles de interpretar desde
cualquier otro. No sólo muchas metonimias y palabras, sino capítulos enteros,
tienen que ser sometidos a una lectura casi cabalística para hacerlos un poco
comprensibles.
Como ejemplo veamos los patéticos esfuerzos de Fink para explicar lo que en
labios de Nietzsche quieren decir las palabras tierra y vida: El concepto
fundamental de vida de Nietzsche está poco explicitado en conceptos puros; se
alude a él con imágenes siempre nuevas. La intuición central de Nietzsche no
consigue llegar a una estructuración conceptual elaborada... Lo que la vida es,
es cosa que tiene que ser pensada también en múltiples respectos. Uno de ellos,
central, es precisamente el de la vida y tierra. La tierra vive. La tierra
regala su existencia a todo lo que existe: Todas las cosas- ya sean hombres,
animales, o simples piedras del campo- son productos de la tierra, creaciones de
su vida que engendra y da. ¡Con lo fácil que le hubiese sido interpretar esos
conceptos si hubiese recordado que para los evolucionistas la vida orgánica ha
surgido de la inorgánica¡ ¡Hasta las mismas frases de Fink adquieren así otro
valor¡
Llegamos al último capítulo de esta primera parte, responsable en buena parte
del triunfo de la interpretación filosófica. En él Nietzsche afirma: Entonces
quiero estar con vosotros por tercera vez, para celebrar con vosotros el gran
mediodía. Y el gran mediodía es la hora en que el hombre se encuentra a mitad de
su camino entre el animal y el Superhombre, y celebra su camino hacia el
atardecer como su más alta esperanza: pues es el camino hacia una nueva mañana.
Entonces el que se hunde en su ocaso se bendecirá a sí mismo por ser uno que
pasa al otro lado; y el sol de su conocimiento estará para él en el mediodía.
Muertos están todos los dioses: ahora queremos que viva el superhombre.
No es que esas frases ofrezcan una dificultad insuperable para encajarlas dentro
de un sentido biológico. Ni tampoco por sí mismas serían decisivas para decantar
la opinión en sentido contrario. Lo que pasa es que para su buena o mala suerte
(depende de cual sea el verdadero significado de sus escritos), Nietzsche dejó
entre sus notas inéditas un fragmento, escrito un año antes, al que la porfía de
algunos comentaristas han hecho famoso: Y en todo el anillo de la existencia
humana en general, siempre viene una hora donde, primero para uno solo, después
para muchos, y al final para todos, emerge el pensamiento más poderoso, el del
eterno retorno de todas las cosas: - es entonces cada vez la hora del mediodía
para la humanidad. Está claro que en ese apunte, el mediodía simboliza el
instante en que el hombre tiene acceso a la idea del eterno retorno. Y esos
autores han echado mano de esa interpretación para hacer un fácil silogismo: si
en esos papeles inéditos expresaba ese conocimiento, y en Zaratustra la hora en
que el hombre se convierte en Superhombre, es que ambos conceptos son idénticos.
Luego el Superhombre es el hombre que conoce aquella idea.
Sinceramente creo que aunque la similitud de ambos párrafos fuese total, no se
puede supeditar el significado de un libro a una frase perdida entre legajos de
notas para uso propio que, en otro autor distinto, hubiesen ido a parar a la
papelera. Podría presentar ejemplos de otras imágenes utilizadas más tarde por
Nietzsche en un sentido distinto al primigenio. Algo tan razonable que no vale
la pena insistir en ello.
Pero no hace falta porque aquí no es el caso. Si nos fijamos atentamente esas
metáforas no son las mismas. En aquella al mediodía el hombre ha alcanzado su
meta. Pero en Zaratustra no. Aquí aún se encuentra a mitad de su viaje hacia el
superhombre, y tendrá que seguir marchando todo el atardecer, pues ese es el
camino hacia una nueva mañana. Una circunstancia que, como refleja el
manuscrito, queda confirmada en otros lugares, y abona nuestra hipótesis.
Si creemos que para saber lo que Zaratustra quiere decir no hay más remedio que
valerse de sus fragmentos póstumos, permítaseme que eche mano de otros más
sincrónicos y expresivos (tanto que hacen superfluo cualquier comentario),
fechados entre noviembre de 1882 y febrero de 1883, por lo tanto en pleno
paroxismo creador: La humanidad no tiene un fin: pero puede darse uno- no un
final, no conservar la especie, sino sobrepasarla. [4 (20)]; ¡El hombre es el
pretexto para alguna cosa que ya no es el hombre¡ ¿Es la conservación de la
especie lo que queréis? Yo digo: ir más allá de la especie. [5 (35)]; Mi
reivindicación: crear seres que estén por encima de la especie hombre; y para
ese fin, sacrificarse a sí mismo y al prójimo. [7 (21)]. Y que después repita de
nuevo la misma pregunta que expongo otras veces. ¿Cómo se pueden malinterpretar
esas frases?
Resumiendo. Para interpretar Zaratustra nos debería bastar su lectura. A caballo
entre las obras vitalistas y antropológicas del periodo positivista, y las
posteriores, ha sido considerada por casi todos los autores como una de las
últimas, y despojada, de manera inmisericorde, de todo vestigio biológico. Y
creo que la forma en que se ha llevado a cabo ese proceso ha sido excesivo. La
lectura biológica de sus dos primeras partes les hace ganar en coherencia,
claridad y belleza, les quita ese exceso de ambigüedad que se les reprocha y las
convierte en unos hermosos libros de lectura más clara y sencilla.
Que en la tercera y cuarta parte dé entrada a la idea del retorno no significa
que arramble con la otra. También La Gaya Ciencia contenía una referencia, y sin
embargo era continuación del camino iniciado mucho antes. Y algo semejante
ocurre aquí. Esas dos últimas partes tienen una doble vertiente: la biológica y
la filosófica. La primera culmina con la figura del superhombre (la forma en el
que su amor por la vida y su lucha contra la moral explota sin tapujos y alcanza
todo su esplendor); y la segunda con la voluntad de poder y el eterno retorno:
ideas independientes que discurren en paralelo.
Zaratustra (y su obra subsiguiente) consagra la mayor parte de sus páginas a los
mismos menesteres que inició en Humano, demasiado humano y es obligado pensar
que se deba a la misma causa. No se puede pretender que el belicoso talante que
adopta Nietzsche a partir de aquel libro es una postura gratuita que solo
encontrará justificación más tarde con sus ulteriores doctrinas. El que defienda
esa tesis lo está denigrando, porque lo convierte en un autor que se mueve por
impulsos irracionales y sinceramente no creo que sea el caso. Por el contrario
desde el principio hasta el final se mueve por una razón, por supuesto ajena al
eterno retorno y a la voluntad de poder. (¿Qué pasaría si no hubiese dado a la
luz esas teorías más tarde? ¿Tendríamos que tacharlo de lunático?). Y esa razón
tiene mucho que ver con su amor a la vida.
Es verdad que en adelante su entusiasmo por el superhombre se mitiga, pero como
diría R. Kipling eso ya es otra historia. Comprende que su propuesta de traerlo
al mundo de forma natural es irrealizable, pero su idea ya está en la calle y no
la puede retirar. Y empieza a maquillarla. A partir de Más allá del bien y del
mal Nietzsche reconduce su idea, pero no puede ni quiere ocultar su amargura y
melancolía cuando contempla los restos de aquel pensamiento antaño lozano. Y
destila su tristeza en las nostálgicas líneas que cierran aquel libro:„¿qué es
lo único que nosotros somos capaces de pintar? ¡Ay, siempre únicamente aquello
que está a punto de marchitarse y que comienza a perder perfume¡... Y sólo para
pintar vuestra tarde, oh pensamientos míos escritos y pintados, tengo yo
colores, acaso muchos colores, muchas multicolores delicadezas y cincuenta
amarillos y grises y verdes y rojos: - pero nadie me adivina, a base de esto,
qué aspecto ofrecíais vosotros en vuestra mañana, vosotros chispas y prodigios
repentinos de mi soledad, ¡vosotros mis viejos y amados- pensamientos perversos¡
Por lo pronto, ateniéndose a la última frase del prefacio que en la primavera de
1886 escribe para Humano, demasiado humano: no se es filósofo más que...
guardando silencio, se refugia en él. Si Zaratustra está lleno de alusiones al
superhombre (siete capítulos de la primera parte lo mencionan explícitamente y
otros 10 mediante perífrasis que tienen la misma acepción), luego se desvanece.
Ni en Más allá del bien y del mal, ni en La genealogía de la moral, ni en el
Crepúsculo de los dioses lo saca a relucir ¡ni una sola vez¡. Y ¡fijémonos
bien¡: en las contadas ocasiones en que a partir de Ecce Homo (¡cinco años
después¡) lo saca a colación, ¡lo hace tan sólo para darnos una versión- desde
luego descafeinada-, de lo que quería significar cuando lo utilizaba¡ Lo cual no
deja de ser un detalle por su parte, pero tan inusual que, aunque se lo
agradezcamos, nos debería de poner en guardia. ¿Por qué ese largo mutismo? ¿Y
por qué cuando lo rompe, no es para usarlo de nuevo, ¡nunca más lo hará¡, sino
sólo para explicarnos lo que quería expresar cuando años atrás lo utilizaba? ¿No
es sumamente extraño?
Pero pese a toda esa reserva, es el amor a la vida el que sigue marcando su
norte, aunque de forma cada vez más sutil y recatada. La corriente vitalista que
nació con Humano, demasiado humano, y alcanzó su cenit en Zaratustra, desciende
ahora a sus primeros niveles, pero nunca desaparece. Aunque ahora vaya mezclada
con otras ideas e incluso es posible que en algún momento desease fusionarlas en
un todo. Aparte de cual pueda ser la trascendencia filosófica de la voluntad de
poder y del retorno, su idea fundamental, cuando menos desde el punto de vista
cuantitativo (la que motiva que el 95 de sus páginas continúen dedicadas a
luchar contra la religión, la filosofía y sus conceptos claves, la igualdad, la
democracia, la solidaridad, las virtudes tradicionales o la moral cristiana)
sigue siendo potenciar la vida. Y sólo al leerlas bajo esa luz se hacen
coherentes. Ha sido en gran parte el intento de sustituirla por cualquiera de
las otras lo que las ha enturbiado y oscurecido.
Así en Más allá del bien y del mal podemos leer: La falsedad de un juicio no es
para nosotros ya una objeción contra el mismo; acaso sea en esto en lo que más
extraño suene nuestro nuevo lenguaje. La cuestión está en saber hasta qué punto
ese juicio favorece la vida, conserva la vida, conserva la especie, quizá (ese
quizá sería incomprensible tres años antes) incluso selecciona la
especie.(4)Quien adivina la fatalidad que se oculta en la idiota inocuidad y
credulidad de las ideas modernas, y más aún en toda la moral europeo-
cristiana... abarca... de una sola mirada todo aquello que, con una favorable
concentración e incremento de fuerzas y de tareas, podría sacarse del hombre
mediante su selección. (203).
Su desencanto continúa en obras posteriores. Nace un Nietzsche embaucador que
oculta el objetivo de su batalla. Pero así y todo, de cuando en cuando asoma la
oreja: En el fondo lo que a mí me interesaba era algo mucho más importante que
unas hipótesis propias o ajenas acerca del origen de la moral... Lo que a mí me
importaba era el valor de la moral... en especial el valor de lo no-egoísta, de
los instintos de compasión, autonegación, autosacrificio... Mas justo contra
esos instintos dejaba oír su voz en mí una suspicacia cada vez más radical, un
escepticismo que cavaba cada vez más hondo ¡Justo en ellos veía yo el gran
peligro de la humanidad...¡... hasta ahora no se ha dudado ni vacilado en lo más
mínimo en considerar que el bueno es superior en valor a el malvado, superior en
valor en el sentido de ser favorable, útil, provechoso para el hombre como tal
(incluido el futuro del hombre). ¿Qué ocurriría si... el presente viviese tal
vez a costa del futuro? (Prólogo de La genealogía de la moral). ¿Cómo se pueden
malinterpretar estas palabras?
Pero la divergencia con el concepto de superhombre es un proceso imparable que
se acentúa en cada obra. En el Crepúsculo de los dioses, en un aforismo titulado
Anti- Darwin, un decepcionado y amargado Nietzsche se lamenta: En lo que se
refiere a la famosa lucha por la vida, a mí a veces me parece más aseverada que
probada. Pero suponiendo que esa lucha exista- y de hecho se da- termina, por
desgracia, al revés de como lo desea la escuela de Darwin, al revés de como
acaso sería lícito desearlo con ella: a saber en detrimento de los fuertes...
Las especies no van creciendo en perfección: los débiles dominan una y otra vez
a los fuertes. Pero así y todo sigue defendiendo su moral: Todo naturalismo en
la moral, es decir, toda moral sana está regida por un instinto de vida. (4).
Cuando hablamos de valores, lo hacemos bajo la inspiración, bajo la óptica de la
vida: la vida misma es la que nos constriñe a establecer valores, la vida misma
es la que valora a través de nosotros cuando establecemos valores. (5).
Y en El Anticristo, aunque su doctrina ha degenerado en un concepto abstruso del
que ni él mismo sabe a que carta quedarse, aún encuentra en la evolución el
motivo legitimador de su cruzada antirreligiosa y de su postura filosófica: Nada
es menos sano, en medio de nuestra sana modernidad, que la compasión cristiana.
Ser médico aquí, ser inexorable aquí, emplear el cuchillo aquí- ¡eso es lo que
nos corresponde a nosotros, esa es nuestra especie de amor a los hombres, así es
como somos filósofos nosotros. (7).
Pero ya ha comprendido que nunca conseguirá hacer realidad aquel maravilloso ser
que creyó vislumbrar en sus delirios oníricos. Ya no sueña con la superespecie.
A lo más que aspira es a crear una especie de cuerpo de elite que compendie las
mejores esencias: No qué reemplazará a la humanidad en la serie de los seres es
el problema que yo planteo con esto (-el hombre es un final-): sino qué tipo de
hombre se debe criar, se debe querer, como tipo más valioso, más digno de vivir,
más seguro de su futuro.
Ese espíritu trasciende en los fragmentos inéditos publicados como La voluntad
de poder. Estamos a un paso de la doctrina de la República de Platón: El
superhombre pasa a ser aquella porción de la humanidad exigente consigo misma,
dura y fuerte que, en contraste con el resto, se olvida de la comodidad y
felicidad del día a día para fijar sus ojos en destinos más altos. Pero por
supuesto, se olvida de su visión de Zaratustra y da a entender que siempre ha
sido así.
Pero aún deja asomar resabios de su antigua doctrina evolutiva: El fragmento 857
habla de la necesidad de aniquilar las razas decadentes, el sufragio universal y
esa hipocresía que se llama moral. Y en el 893 un escéptico y desanimado
Nietzsche aún se atreve a lanzar, aunque de forma breve y apagada, un resumen de
las ideas que en otro tiempo dieron lugar a su incendiaria soflama: Lo que la
necesidad y el azar han conseguido, en base a las condiciones para la producción
de una especie más fuerte, podemos ahora comprenderlo y quererlo
conscientemente: podemos crear, mejor dicho, las condiciones en que es viable
semejante elevación.
¡Pero eso es, en resumidas cuentas lo que, envuelto en una bellísima lírica, y
con más ambición, nos proponía Zaratustra cinco años antes!! Pero con que
talante tan distinto! ¿Dónde ha quedado aquella visión maravillosa que le hizo
soñar? Su figura declina por detrás del horizonte y nimba el cielo con
irisaciones atormentadas. Su sucesor pasa a ser un pestilente animal de granja.
Y ahora si que nos encontramos a un paso de ciertas doctrinas políticas. ¡Qué no
las acoja en su seno el eterno retorno¡