PARTE SEGUNDA:  SINTÉTICA.

 

                   Artículo 1: METAFÍSICA DE LA PERSONA HUMANA.

 

EL hombre o persona humana, aparece evidentemente como una unidad somato – psíquica, es decir, un todo constituido por dos componentes básicos, uno material, orgánico, el cuerpo, y otro componente esencialmente superior y distinto, que es el alma, el Yo empírico, que reflexiona y se enfrenta al cuerpo.

 

Cuerpo y alma son los dos compuestos básicos del hombre. El alma, entendida como la acabamos de analizar, es decir, como principio último, espiritual y simplicísimo, substrato y raíz de toda la vida del hombre. El cuerpo, es toda esa organización anatómica, material, de configuración determinada, en cuanto que no incluye el alma y es objeto de la anatomía humana.

 

El hombre es esencial y substancialmente una unidad, pero una unidad de composición.

 

El problema psicofísico del Hombre está en determinar la relación que existe entre esos dos componentes, cuerpo y alma. Evidentemente existe una unidad, pero ¿Qué clase de unidad?, O, dicho de otro modo, ¿Cómo se unen entre sí, el cuerpo y el alma?.

 

Todas las soluciones dadas a este problema a lo largo de la historia, se reducen a tres soluciones capitales:

 

- El paralelismo psicofísico, que sostiene una unión accidental de mera coexistencia local o de mera correspondencia entre la actividad psíquica y la actividad fisiológica, sin ningún influjo causal entre cuerpo y alma, entre la actividad fisiológica y la psíquica. Así Wundt,  Malebranche, Leibniz.

 

         - El interaccionismo, que defiende una unión también accidental, pero fundada en una mutua causalidad o cooperación eficiente entre el cuerpo y el alma. Así Platón, Descartes, Toingiorgi.

 

         - Teoría de la unión substancial, que afirma una unión substancial entre el cuerpo y el alma, fundada en una causalidad formal, según la teoría del acto y la potencia. Así toda la escuela aristotélica – tomista.

 

De la unión del cuerpo y del alma resulta un nuevo principio adecuado de operaciones, que es una substancia. Un principio adecuado de operaciones que sea una sustancia, es lo mismo que naturaleza. Por consiguiente, el cuerpo y el alma se unen entre sí, formando una nueva naturaleza, la naturaleza racional o naturaleza humana.

 

La unión del cuerpo con el alma en una unidad sustancial, sólo puede entenderse en la teoría del acto y la potencia, siendo el alma el acto, y el cuerpo la potencia.

 

Según esta teoría, la materia, el cuerpo, como mero conglomerado de sustancias, es capaz de ser organizado y de vivir, es decir, como mero conjunto de sustancias químicas no sería un ser vivo, pero tendría capacidad o potencia de serlo. Ahora bien, lo que realiza o actualiza, esa, su capacidad o posibilidad de organizarse y de vivir, es el alma. Por consiguiente, el cuerpo cuando actualice su capacidad o potencia de vivir, será el mismísimo conjunto material de substancia química, pero vivo y organizado. No serán dos cosas, el cuerpo y la actualización de su capacidad de vivir, habrá únicamente una sola cosa, el cuerpo vivo. Pero vivo por algo que no es él, el mero conjunto de sustancias químicas, sino otra cosa superior que le comunica la vida, actualizando y realizando su capacidad de vivir. Esto que actualiza la capacidad de vivir del cuerpo, comunicándole así la vida, es el alma. Y esta comunicación o unión del alma al cuerpo, como actualización o realización de una capacidad o potencialidad del cuerpo, de donde resulta un solo ser, el cuerpo vivo y organizado por el alma, es lo que explica la teoría de la unión del alma y del cuerpo, como acto y potencia; El cuerpo, potencia, y el alma es el acto o realización de esa potencia.

 

El Hombre es, pues, una substancia compuesta de cuerpo y de alma. Por consiguiente, el alma es la parte componente de la sustancia del hombre, o lo que es lo mismo, sustancia incompleta o parcial. Y como además es la parte que actualiza y comunica la vida al compuesto de cuerpo y de alma, se la puede denominar con todo derecho, dentro de la terminología Aristotélico – Tomista, forma substancial del Hombre.

 

El Hombre o naturaleza humana, es una persona en sentido metafísico. Es decir, una substancia completa, subsistente por sí misma, en plena posesión de sí e incomunicable. La naturaleza humana subsiste por sí misma, y no necesita, ni es complemento esencial de ningún otro ser.

 

Ni el paralelismo psicofísico, ni el interaccionismo, dan razón del Hombre tal cual es, en el orden metafísico, es decir, una substancia y una persona. No explican la unidad del hombre.

 

En conclusión, el hombre es en el aspecto estático y estructural, una unidad substancial psico – somática. Esta unidad es una unidad de composición, es decir, integrada por estos elementos, cuerpo, alma y subsistencia. En el aspecto dinámico, es una naturaleza racional

 

Esta unidad substancial psico – somática, que forma el substrato metafísico del hombre, queda diferenciada y moldeada en los distintos individuos, por lo que se llama la “personalidad”. La personalidad es el conjunto de características que diferencian a una persona individual.

 

En la formación de la personalidad, intervienen diversos factores orgánicos, ambientales, internos y externos, y principalmente la actividad del Yo o alma, como forma substancial y principio racional, intelectivo y volitivo.

 

Por consiguiente la personalidad concreta, vendrá dada, y puede definirse así: “Una unidad psicosomática, determinada y gobernada por el alma, y en cuanto determinada y gobernada por el alma”  (Pío XII, Discurso al Congreso de Psicología aplicada, 10 – IV – 1958).

 

                   El hombre en su origen y en su destino último.

 

“El Hombre es todo entero la obra del Creador” (Pío XII, ib.) Los padres, aunque causas eficientes en la procreación de sus hijos, sólo tienen una intervención muy “sui géneros”, en cuanto que únicamente proporcionan la materia y la virtud seminal, siendo Dios la causa principal eficiente de cada hombre que nace. Dios no sólo es el autor de cada alma espiritual que produce por creación, sino que es la causa principal, juntamente con la virtud seminal, de la generación o infusión del alma en el huevo fecundado y previamente dispuesto.

 

El evolucionismo antropológico, aun el moderado, a saber aquel que sostiene que el cuerpo del primer hombre procede de la evolución de por mera evolución de u n antropoide sin especial intervención de Dios, pugna con los principios de la sana Filosofía. Hay que admitir una intervención activa de Dios, no sólo en la creación del alma del primer hombre, como es evidente, sino también una especial intervención en la formación del cuerpo del primer hombre.

 

Esta intervención de Dios sería especial en cuanto que su acción tendría un término formal específicamente distinto y superior, como es evidente.

El destino último y específico del hombre es ser imagen de Dios, es decir, ser participación intelectivo – volitiva de Dios, no sólo de una manera estática, siendo imagen de Dios (en lo que consiste la gloria objetiva de Dios por el hombre), sino sobre todo de una manera dinámica, actuando intelectiva y volitívamente en conformidad con la actuación de Dios (en lo que consiste la gloria formal de Dios por el hombre).

 

En efecto, el destino último de toda la creación no podía ser otro que Dios, de alguna manera. Ahora bien, Dios no podría ser fin último de la creación, sino siendo las criaturas participaciones de Dios, manifestaciones de su divina esencia. El hombre como imagen de Dios vivo. Así el fin intrínseco de las criaturas coincide con el fin último que Dios intentó al crearla (finas operantes), como no podía menos de suceder, pues la criatura es esencialmente participación de Dios.

 

El hombre al estar destinado a la glorificación formal de Dios, está destinado en primer lugar, a conservar, desarrollar y perfeccionar la imagen de Dios en él; y en segundo lugar, a conocer las excelencias de Dios en las criaturas, y sobre todo en el mismo Dios, y amarle y alabarle por esas excelencias. Esta segunda manera es más perfecta y término de la primera.

 

En efecto, el hombre cumple su destino de glorificar formalmente a Dios, es decir, de actuar intelectiva y volitívamente en conformidad con la actuación de Dios, siendo así imagen activa y viva de Dios, de dos maneras: una casi objetiva, y otra propiamente formal.

 

La primera manera de glorificar formalmente a Dios, es conservando, desarrollando y perfeccionando racionalmente su naturaleza, que es, y en cuanto que es, la imagen de Dios vivo. Objetiva, porque tiende a conservar, desarrollar y perfeccionar lo que en el hombre es gloria objetiva de Dios, y formal porque esto lo hace el hombre de una manera intelectivo – volitiva, no como los seres inanimados o irracionales.

 

La otra manera más propia de glorificar formalmente a Dios, por ser más semejante a la actividad del mismo Dios, es por el conocimiento y amor de las excelencias de Dios, no sólo en las criaturas, sino sobre todo en el mismo Dios. Esta manera de glorificar a Dios es la más suprema y perfecta, y en donde se encuentra la máxima perfección metafísica del hombre, que así se constituye activamente imagen de Dios vivo.

 

Además se comprende “a posteriori” que el destino último y específico del hombre consiste en el conocimiento y amor de los supremos valores, es decir, en  la glorificación formal de Dios en sí mismo.

 

El destino último del hombre en su manera cuasi objetiva de glorificar a Dios, tiene perfectamente lugar en esta vida. La glorificación, propiamente, formal de Dios, también tiene lugar en esta vida de una manera imperfecta, en la otra de una manera perfecta y definitiva.

 

                   El hombre y sus fines últimos.

 

El hombre, ser intelectual y volitivo, como tal, en todas sus operaciones necesariamente tiene que moverse por un fin último negativo, es decir, que no sea referido a un fin ulterior; de otra manera nunca comenzaría a operar, como es evidente.

 

El hombre en todas sus operaciones, se mueve últimamente por el deseo, al menos implícito, de su perfecta felicidad. Virtual y fundamentalmente, busca su plena felicidad en todas sus operaciones, por eso no reposa en ningún bien creado, siempre va buscando y buscando más verdad y más bondad, arrastrado por el deseo de ser plenamente feliz. Se cumple lo de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti”.

 

Fenomenológicamente, la perfecta felicidad del hombre aparece como la satisfacción plena de todas sus tendencias superiores e inferiores, en plenitud de actuación, de reposo y de permanencia, con exclusión de toda frustración, y aún del temor mismo de una posible frustración. Por consiguiente, aparece como una duración sin término, a perpetuidad. La perfecta felicidad para que sea tal, es sin fin.

        

Definiciones de la perfecta felicidad:

 

- “Estatus omnium bonerum congregatione perfectus”. (Boecio, De consolatis phil. 1, 3, pros. 2; S. Th. 1. 2, q. 3, a 2)

- “Secretis malis omnibus, cumulata bonorum posessio”. (Cicerón Tuscul. 5. 10).

- “Beatus, qui habet omnia quae vult, et nihil vult male”. (San Agustín. De Trin. 1, 13, c 5).

 

Fenomenológicamente, el objeto de la felicidad perfecta no se concreta por sí mismo, sino que aparece solo como un objeto plenamente saciativo, sea cual sea este objeto, singular o múltiple, finito o infinito. Fenomenológicamente, no aparece ninguna otra determinación objetiva, para aparecer en el primer plano fenomenológico la nota subjetiva de la plena satisfacción, en plenitud de actuación, de reposo y de permanencia.

 

A esta felicidad así entendida tiende todo hombre incoerciblemente. Por consiguiente, con una tendencia o apetito innato, es decir, arraigado en la misma naturaleza del hombre.

 

En efecto, la capacidad volitiva del hombre es universal, está hecha para todo lo que sea bien. El bien universal es su objeto adecuado. Por consiguiente, no puede saciarse sino con la plenitud del bien, es decir, con la felicidad perfecta.

 

Además, como dice San Agustín: “Omnes homines beati essa volunt, et hoc ardentissime appetunt, et propter hoc cetera appetunt” (De Trin. Lñib. 13, c. 5).Todos los hombres desean ser felices, y esto lo desean ardentísimamente; y por ese deseo aman todo lo demás.

 

Metafísicamente la felicidad del hombre, se concreta en la perfecta realización a perpetuidad de su último fin, es decir, en la plena y perfecta actuación de sus facultades intelectivas y volitivas, sobre el máximo objeto de las mismas, capaz de cubrir todo el campo adecuado intelectivo y volitivo, y este objeto no puede ser otro sino Dios, Suprema Verdad, y Supremo Valor.

 

La tendencia innata e incoercible del hombre a la plena felicidad, que fenomenológicamente incluye una duración sin término, a perpetuidad, sea cual sea el objeto en que se realice, concretamente implica la inmortalidad del hombre, al menos del Yo intelectivo y volitivo, en el que esa tendencia se injerta.

 

Sería contra la sabiduría y santidad de Dios, el que habiendo puesto Dios en el hombre una tendencia innata e incoercible a la plena felicidad, que incluye la inmortalidad, quedase el hombre frustrado en esa tendencia, y frustrado por el mismo Dios; siendo además el Yo humano capaz de inmortalidad, por su absoluta incorruptibilidad.

 

Así pues, el alma intelectiva, capaz de inmortalidad por su absoluta incorruptibilidad, será de hecho inmortal, pues sería un contrasentido que Dios frustrara esa tendencia innata e incoercible a la inmortalidad, que El mismo puso en el alma, si la aniquilara, como en efecto lo puede hacer.

 

Artículo 4: EL HOMBRE Y SU CONTORNO.

 

El contorno del hombre fundamentalmente viene dado por tres coordenadas: El Tú, el tiempo y el espacio.

 

Fenomenológicamente el contorno se proyecta en el hombre, y el hombre sobre su contorno.

 

La cultura, el arte, etc., de un país, de una época, de una raza, son la suma de las proyecciones de los individuos sobre su contorno, después que el contorno se ha proyectado en ellas.

 

El substrato metafísico del hombre, no se altera, sino sólo accidentalmente por su contorno. Esta alteración forma la proyección del contorno en el hombre.

 

El hombre y la proyección del contorno sobre él, forman la personalidad concreta o individual.

 

El Dios, individual y concreto se realiza además por la proyección del hombre su contorno.

 

La vida como Dios y no como Zoo. Es un producto del hombre y su contorno. El Dios humano es por consiguiente, esencialmente historia. Su descripción es la bogaría.

 

                   El hombre y los hombres.

        

Fenomenológicamente el hombre aparece como un ser indigente, incapaz de realizar por sí solo sus tendencias más fundamentales, ya en lo físico, ya en lo psicológico. Para existir, desarrollarse y conservarse, necesita de la cooperación de otros hombres.

 

El hombre no es un ser aislado, esta absolutamente vinculado a otros hombres. El hombre es un ser esencialmente social.

 

La familia y la sociedad civil, son entidades naturales que tienen su fundamento en la natural indigencia del hombre, para valerse por sí solo. La familia y la sociedad civil son un complemento natural y necesario del hombre, tal cual fenomenológicamente aparece.

 

Artículo 6: EL HOMBRE Y DIOS.

 

El hombre, por su esencial contingencia, es un ser metafísicamente re – ligado a Dios, tanto en su existir, como en su hacer.

 

Esta re – ligación metafísica del hombre a Dios, y además su destino final, son el fundamento irrecusable de la Religión natural. La religión formalmente se constituye por el reconocimiento y aceptación voluntaria de este fundamento metafísico.

 

El fundamento metafísico de la Re – ligión natural del hombre, ni pone ni quita, sino que lo encuentra en su radical esencia, y por lo mismo el hombre no tiene más remedio, como tal, que reconocer y aceptar.

         El hombre por consiguiente, es un ser esencialmente religioso.

 

Artículo 7: EL HOMBRE COMO HOMBRE. LA ETICA.

 

El hombre actúa como hombre, en la medida en que realiza su finalidad intrínseca y destino final. Como el reloj actúa como reloj, en la medida en que realiza su finalidad intrínseca, de señalar las horas. Cualquier otra actuación del reloj, v.g. presionar, golpear, chirriar, etc. , no es una actividad propia del reloj.

 

Aquella actividad es buena para el hombre, como hombre, es decir, es honesta, que le conviene y perfecciona según su naturaleza de ser libre, destinado a la gloria de Dios.

 

Lo que el hombre, por consiguiente, realiza como hombre, es decir, libremente y en cumplimiento de su finalidad, es honesto, y le perfecciona como hombre.

 

El acto honesto libre, es el acto más específicamente humano, pues es humano por proceder del hombre, como hombre, no sólo en cuanto actúa libremente, sino también en cuanto que actúa según la finalidad intrínseca de su naturaleza.

 

La ciencia que estudia la actividad del hombre, es la Etica o Filosofía moral, que tiene por objeto estudiar la actividad humana, según sus últimas causas, propiedades y consecuencias.

 

                   DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA.

 

La dignidad de la persona humana se fundamenta radicalmente en su origen y destino final, que es Dios.

 

El hombre es portador de valores eternos, es decir, tiene un alma inmortal que ha de salvar, llevándola a la meta de su eterna felicidad.

 

El hombre por su inteligencia y voluntad, se abre al mundo del ser y del valor con una proyección universal.

 

La libertad es el máximo valor humano. Por la libertad, realiza su bien. En la libertad se manifiesta su Yo de la manera más específica. La decisión libre pone al Yo, en la máxima decisión fenomenológica. Por la libertad finalmente cumple su destino y actúa como hombre.

 

La libertad sin embargo, puede constituir un anti-valor para el hombre, en cuanto no se realice dentro de la finalidad intrínseca de su naturaleza.

         Por su inteligencia el hombre se constituye rey de la creación, pero por su voluntad, se alza sobre los demás hombres.

 

Artículo 8: EL HOMBRE CRISTIANO.

 

El hombre cristiano, por la gracia santificante, participa de la vida divina. Por donde su dinamismo psicológico superior se eleva entitatívamente a la realización de actos de un orden divino.

 

La gracia santificante es como “el alma de nuestra alma”, es decir, la última raíz en nosotros de nuestra vida divina. Y así como el alma realiza sus funciones vitales por medio de las facultades psíquicas, de la misma manera, la gracia santificante, realiza sus operaciones vitales por medio de las llamadas virtudes infusas.

 

Las virtudes infusas son a manera de potencias o facultades psíquicas de orden divino, con que se vigorizan o elevan las facultades psíquicas de nuestra alma, entendimiento y voluntad, para que realicen sus operaciones vitales dentro de un orden superior, el orden divino de la gracia u orden sobrenatural.

 

La actividad de nuestro entendimiento y voluntad realizada con la concurrencia de las virtudes infusas, es una actividad de orden sobrenatural.

 

La realidad de la gracia santificante, no le corresponde a la naturaleza humana, sino que es un don superior y plenamente gratuito, por lo que se llama “gracia”.

 

La pérdida de la gracia santificante, es el pecado. El pecado es, pues, la muerte del alma, como la gracia es la “vida del alma”.

 

El don de la gracia santificante, fue otorgado al género humano en la persona de nuestros protoparientes. Estos la perdieron al cometer el pecado original, y nos ha sido devuelta por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor.

 

La realidad del hombre cristiano se complementa por la inserción en el Cuerpo Místico de Cristo, que es su Iglesia. La realidad del hombre cristiano es una realidad social.