Parménides Por Julián
Marías En
este curso, vamos a hablar de los estilos de la filosofía. No se trata de una
historia de la filosofía; ustedes habrán visto en el programa que se trata
de nombres de filósofos, pero no se trata de exponer los sistemas
filosóficos, sino los estilos, las formas diversas en que se ha planteado el
problema filosófico. Hay, diríamos, un estilo de pensamiento que es el de la
filosofía. Porque hay muchas formas de pensamiento, que se difieren entre
sí, muchas más de las que habitualmente se cuenta. Y una de esas formas es
el pensamiento filosófico, que representa un estilo común, y cuando nos
encontramos con un ejemplo de él, decimos: - ¡esto es filosofía! Y a veces,
en cambio, hay formas de pensamiento que se presentan como filosóficas, que
tienen esa pretensión y, sin embargo tenemos que decir: - ¡esto no es
filosofía!, es otra cosa. Otra cosa que puede ser valiosa, que puede ser
interesante, pero que no es filosofía. Hay por tanto un estilo común que es
justamente el que engloba la totalidad de la filosofía. Y vamos a examinar
algunas muestras a lo largo de veinte y seis siglos. Naturalmente hay ciertos
momentos -a veces próximos entre sí; otras veces, muy distantes- en los
cuales la actitud de filósofo cambia; usa un repertorio de conceptos
distintos y el uso de ellos es distinto también. Entonces vamos a tratar de
hacer una especie de tipología de las actitudes y de los métodos
filosóficos.
de la Real Academia española
(Edición: L. Jean Lauand)
Las primeras conferencias, como es natural, están dedicadas al origen de la
filosofía occidental: a los griegos. Es algo asombroso que un pequeño
pueblo, con muy pocos recursos, pobre -en todos los sentidos de la palabra-,
fuera capaz de crear en dos siglos, aproximadamente, digamos, dos tercios de
la cultura occidental, de los gérmenes por lo menos, de los planteamientos,
de los sistemas conceptuales del pensamiento occidental. Eso es algo
asombroso, sobre todo si tenemos en cuenta que después del siglo IV a.C.
Grecia no ha sido nada comparable en capacidad creadora a lo que fue durante
un periodo anterior. Por otra parte hay un hecho, digamos, bruto, pero muy
importante. Y es que de los pensadores originarios de Grecia no se conservan
obras, se conservan solamente fragmentos: breves citas, en otros autores, de
algunas ideas, algunos pensamientos, algunos breves párrafos de los escritos
perdidos de los primeros filósofos. Y es interesante que el que inicia una
época de una gran madurez filosófica (y de un desplazamiento social mucho
mayor y que, además, está afincado en Atenas), Sócrates, resulta que no
escribió nada... Del pensamiento de Sócrates no se conserva ni una sola
línea escrita. Se conservan testimonios, hablaremos de esto en su momento.
Como ven ustedes esto es bastante curioso. Y, claro, la enorme preponderancia
de dos filósofos, Platón y Aristóteles, se debe -además de, por supuesto,
a su genialidad, a su inmensa capacidad creadora- al hecho de que existen sus
obras; no todas (especialmente en el caso de Aristóteles faltan muchas), pero
en definitiva hay un corpus de escritos platónicos y aristotélicos que
representan la transmisión de un pensamiento coherente, accesible a los
lectores... No siempre, porque habrá que hablar también -en su momento- de
los eclipses de este pensamiento: la historia -cuando se la mira con un poco
de amplitud y con atención- tiene problemas muy extraños y nos sorprende
tantas veces...
Bueno, los primeros filósofos quedan solamente en forma fragmentaria. Ustedes
saben que la filosofía griega aparece con la Escuela de Mileto, después hay
algunas otras escuelas, por ejemplo, la pitagórica... y de esos pensadores no
hay, repito, textos propiamente dichos, que se conserven de una manera
directa. Lo interesante es la actitud que aparece entonces, la forma de
pensamiento, el estilo de pensamiento, en general, que es el filosófico. Y es
muy importante señalar que - hay que ser sinceros: la admiración que tenemos
por estos pensadores es ilimitada, pero hay que reconocer que ellos producen
una impresión de pobreza, de sencillez, de elementalidad... Hay formas de
pensamiento en otras culturas, incluso más antiguas que la de los
presocráticos, que son más complejas: cuando leemos que las respuestas de
estos primeros filósofos son: la realidad fundamentalmente es el agua o el
aire, el ápeiron... nos parece poca cosa... ¡y es poca cosa! Creo que es una
impresión que hay que retener. Es impresionante hasta qué punto son
respuestas muy sencillas, muy elementales, pero lo importante es la pregunta,
lo importante es la actitud que se inicia con ellos y no antes, y no tampoco
en otros ámbitos culturales. Es decir, hay, por lo pronto, la pregunta como
tal, se hacen preguntas. Ustedes saben que se ha repetido a lo largo del
pensamiento griego que el thaumazéin, el asombro, el maravillarse, es el
origen de la filosofía. Hay un punto de partida que es el asombro ante la
realidad, hay un extrañarse, lo cual quiere decir sorprenderse y al mismo
tiempo retirarse, apartarse de la realidad para mirarla y preguntarse, de una
manera global: ¿Qué es todo esto? Esto es fundamental. Esto es justamente el
estilo general de la filosofía. Todo lo demás, todos los estilos que vamos a
considerar son modulaciones de este estilo general, que es preguntarse y
preguntarse por la totalidad, por el conjunto de la realidad.
A esto se dan, repito respuestas simples, sencillas. Hay un caso interesante
que es el del pitagorismo. La escuela pitagórica -en muchos sentidos es
sorprendente y nunca se acaba de entender muy bien- era una especie de
asociación, una especie de secta incluso-; los pitagóricos -la figura de
Pitágoras es muy borrosa por cierto, personalmente- tienen un interés enorme
por la matemática. Y tienen una actitud de contempladores, son espectadores,
es lo que se va a llamar después -y va a ser capital en el pensamiento
filosófico- la theoría; theoréin es mirar, es contemplar. Recuerden ustedes
por ejemplo que Heródoto pone en boca de Creso (dirigiéndose a Solon) el
decir que había viajado por el mundo “theoríes heíneken”), por ver, por
contemplar; no por conquistar o comerciar o ganar dinero, sino por ver. Es la
actitud visual, propia del pensamiento filosófico y esto se inicia, sobre
todo, entre los pitagóricos. Los cuales, os decía, tenían pasión por la
matemática, estaban fascinados por los números y las figuras. Llegan a
decir, en algún momento, que las cosas son números, o reductibles a
números. Porque ahí aparece una pasión griega por lo que no cambia, por lo
que no varía, lo permanente, como los números: el tres es siempre tres y no
le pasa nada: el tres en tiempo de Pitágoras era tres y ahora es tres. E
igualmente las figuras geométricas, que van descubriendo como realidades,
realidades extrañísimas, porque no son propiamente realidades: el
triángulo, el octaedro o la pirámide no son propiamente reales; son lo que
llamaremos en nuestra época de objetos ideales... Pero son permanentes, son
algo que dura o, mejor dicho, que ni siquiera dura, sino que está exento del
tiempo, por encima del tiempo. Esto es sumamente importante y es curioso cómo
el griego va a tener una pasión por esta estabilidad, por la inmutabilidad,
por esta perduración y, al mismo tiempo, se va a afanar por la realidad, por
lo que es real: justamente por la naturaleza, por lo que llaman la physis.
Justamente la condición adversa de estos dos conceptos va a ser el motor que
va a insuflar dramatismo en el pensamiento griego: casi todos los tratados que
se atribuyen a los presocráticos se llaman Peri Physios, “Acerca de la
naturaleza”. La physis es todo, el conjunto; es un pensamiento, diríamos,
cosmológico o cosmogónico. Pero la idea central es la idea de movimiento.
Por ejemplo, cuando Aristóteles en su Física va a definir lo que es
naturaleza, dirá que es el principio del movimiento y del reposo. De modo que
la voluntad de perduración, considerar realidades que son inmunes al desgaste
temporal y, por otra parte, la consideración de la physis, el conjunto de
naturaleza, aquello de donde brotan las cosas, donde nacen o desaparecen; este
va a ser justamente el dilema que se plantea todo el pensamiento griego de una
manera profunda.
Vamos a concentrarnos, hoy, en la figura de Parménides, porque Parménides es
quizá el primer momento en que se consolida, diríamos, un estilo de la
filosofía. Parménides es la figura tempranísima de finales del siglo VI y
de la primera mitad del siglo V a. C. Con él aparece un número impresionante
de conceptos filosóficos griegos que van a perdurar a través de la historia
hasta nosotros mismos. Por una parte es interesante el género literario de la
obra perdida de Parménides, conservada fragmentariamente: un poema. Sorprende
que la primera obra, relativamente madura, de la filosofía sea un poema. Hay
por tanto una atención poética justamente en el origen mismo de la
filosofía: cosa que no se debe pasar por alto. Y aparece un poema con una
serie de referencias mitológicas, aparecen las hijas del Sol, que abandonan
las moradas de la noche -de la oscuridad, son hijas del Sol- que han arrancado
los velos que cubren lo real -lo cual es, en forma metafórica, el gran
concepto griego de la verdad, aletheia, que es descubrimiento, desvelamiento,
manifestación, patencia, ahí tenemos ya ese concepto en el momento inicial
de la filosofía- y se va a tratar de descubrir, con corazón inquebrantable,
la verdad. Y aparece otro concepto fundamental, el de camino: hay varias
vías, varios caminos en Parménides. La palabra para camino en griego es odos,
una forma derivada de ella es methodos, el método es el camino hacia algo. Y
aparece también expresamente la idea de las vías, de los métodos en
Parménides. Y va a distinguir tres vías posibles: una vía es la vía de lo
que es, que es la vía practicable, que es la vía filosófica; otra vía es
la de lo que no es, que no es practicable; y hay la vía de lo que es y de lo
que no es, que es lo que llamará -otro gran concepto griego- la doxa, la
opinión (es muchas cosas más: es fama, es gloria, doxa se aplica, por
ejemplo, a Dios “Doxa en ypsistois Theo” “Gloria a Dios en las alturas”,
que todavía se reza en la liturgia) y añadirá: “la opinión de los
mortales”. Los mortales opinan, los mortales se mueven en lo que es y no es.
Es decir, diferente a la verdad, que descubre la vía de lo que es, es la
apariencia. Y aparece también la dualidad, que se perpetuará en el
pensamiento helénico, entre lo que es realmente, efectivamente y lo que es
apariencia. Con lo cual se dibuja también la oposición -tendrá un
desarrollo posterior, más importante aún- entre lo patente y lo latente, lo
que está manifiesto y lo que está escondido, lo que late.
Como ven ustedes, en este pensamiento de Parménides, de quien se conoce por
dos fuentes capitales: los fragmentos -fragmentos relativamente largos e
importantes - y, por otra parte, el diálogo platónico Parménides. El primer
estilo, la primera realización adecuada de la filosofía, acontece en la obra
de Parménides; por lo menos es el primero en el cual podemos reconocer ese
estilo, podemos poseerlo; los demás no tienen más que una existencia mínima
en fragmentos contados, escasos, brevísimos, de interpretación dificil y
muchas veces contradictoria. Pero ¿en qué consiste propiamente la
aportación filosófica de Parménides? Recuerden ustedes que la pregunta es
¿Qué es todo esto? Y ahí aparece el es, el verbo ser, einai en griego. Y
ese verbo tiene un participio de presente, en la forma usual en griego
posterior, ón, ontos; en latin ens, entis, el ente. Está claro que es algo
que ha dado muchísimo juego en toda la historia de la filosofía. En español
es muy claro porque la palabra ente tiene un uso bastante frecuente, un uso
filosófico luego generalizado: se llama ente a una asociación, a una
institución; o se dice de alguien en el sentido peyorativo de la palabra, que
también lo tiene. Pero en francés, no; en francés se empleaba être -L"être
et les êtres es un título famoso; en español se diría: “el ser y los
entes”- être se aplicaba para el verbo en infinitivo y para el ente, lo que
es. Es curioso que el francés ha forjado -en definitiva para traducir a
Heidegger- la distinción entre sein, ser y Seiendes, ente- la palabra étant,
que no existía (existía como forma verbal, pero no para designar el ente) y
en los últimos 40 o 50 años se ha usado la palabra étant.
Introduce Parménides la noción de ón, de ente. Es una cuestión
filosóficamente compleja y delicada ver el sentido que esto tiene. Yo creo
que el sentido más profundo, más fuerte, más genial y creador que tiene
esta palabra en manos de Parménides -no en el desarrollo posterior- es la
idea de consistencia: nosotros decimos “tal cosa consiste en...”; que el
agua consiste en una combinación de hidrógeno y oxígeno, por ejemplo. Pero
yo creo que lo genial de Parménides es una simplificación de esto, que está
en la idea simplemente de consistencia (no en decir que las cosas “consisten
en”, como, por ejemplo, Tales de Mileto dice que las cosas consisten en
agua). Parménides dirá que las cosas consisten; en lo que sea, consisten.
Este es, creo, el sentido originario y más profundo de ón: las cosas tienen
consistencia, consisten. Naturalmente, eso es lo que corresponde a la pregunta
-evidentemente, al principio no muy rigurosa, no muy precisa- ¿”Qué es
todo esto?, ahí aparece el es, el verbo pero no es todavía la idea de
consistencia, sino, si acaso, la de consistir en. Naturalmente, cuando se
intenta distinguir lo que las cosas son, habrá que decir lo que las cosas son
en el fondo, verdaderamente, como lo hace Platón o en “el ente que es en
cuanto ente”, la fórmula, posterior, de Aristóteles. Lo interesante es que
todo eso viene del planteamiento, diríamos, más simple, como abreviado, en
cierto modo simplificado -al mismo tiempo radicalizado- en Parménides: las
cosas consisten. Pero esto lleva a Parménides a una posición muy extraña
por cierto: porque si las cosas consisten en consistir: ¡son! Son siempre lo
mismo. Con lo cual aparece el ideal numérico o matemático de los
pitagóricos: son. Son, es decir, no cambian. El pensamiento griego había
sido movido por la idea de la kinésis, el movimiento -la traducción usual es
movimiento, pero es el cambio, la variación-, las cosas cambian: una cosa que
es blanca después es negra; una cosa verde luego es amarilla; una cosa fría
luego es caliente... Mas aún: las cosas llegan a ser y dejan de ser. Se
engendran y perecen. Esta es la condición de la realidad a diferencia de los
números y de las figuras, que no se engendran ni perecen, ni cambian, ni les
pasa nada con el tiempo.
Pero, claro está, Parménides ha puesto su vida y su pensamiento a la carta
del ón, a la carta de la consistencia. Entonces tiene que concluir que no hay
cambio, que no hay movimiento, no hay kinésis. Pero si no hay kinésis, no
hay naturaleza: vean ustedes el drama que se plantea. En nombre del ón
tenemos que negar la physis. Y esta va a ser la gran aporía, que avanza -si
se mira bien- toda la filosofía griega. Esto es sumamente importante. Y
entonces, Parménides se encuentra con una situación extraña: piensa -él
piensa- que el ente es akineton, es inmóvil, no cambia, no es perecedero...
Pero, por otra parte, el movimiento es evidente: las cosas se mueven, las
cosas cambian, la naturaleza está cambiando constantemente, está
engendrando, está pereciendo... Es decir, nos encontramos con que hay una
evidencia intelectual -que es la idea del consistir como tal, de la
inmobilidad del ente akineton- y por otra parte la evidencia -que se impone-
del cambio, la existencia de la naturaleza.
El Peri Physios no tiene sentido si no hay naturaleza y por eso Aristóteles,
cuando escribe la Física, lo primero que hace es reivindicar la naturaleza,
“principio del movimiento y del reposo”, y trata de hacer compatible esa
naturaleza -que consiste en cambio-, con la idea del ser, con la Metafísica,
que es el sustrato de la Física aristotélica. Este es el problema, que está
planteado ya desde Parménides. Y entonces toda filosofía griega posterior a
Parménides va a ser una discusión dentro de esa aporía planteada, dentro de
ese estilo general en que se ha ambientado, en que se ha formulado la
filosofía.
Gentileza
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