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TOMÁS DE AQUINO


Hijo de Landolfo, conde de Aquino, Tomás, el filósofo escolástico de mayor trascendencia y uno de los más importantes filósofos cristianos de todos los tiempos, nació en Roccasecca (cerca de Aquino, Italia) en 1224. Luego de hacer sus primeros estudios en el monasterio benedictino de Monte Cassino y en la Universidad de Nápoles, ingresó con veinte años de edad a la orden dominica. Por ese entonces falleció su padre y su madre, que no aceptaba que su hijo ingresase en una orden mendicante, lo encerró en el castillo de la familia con el fin de hacerlo desistir de su decisión. Pero luego de más de un año, habiendo comprendido que no lograría su propósito, lo dejó marchar a París para continuar con su formación religiosa. Allí estudió con Alberto Magno. En 1248 se trasladó a Colonia (Alemania) siguiendo a su maestro. Tomás era de cuerpo grande y solía presenciar las clases desde los últimos lugares, tomando apuntes y permaneciendo en silencio. Sus compañeros lo llamaban "buey mudo". Cuenta la tradición que Alberto Magno dijo al respecto: “este buey un día llenará el mundo con sus bramidos”, y a juzgar por la bastedad y la repercusión de sus escritos podemos decir que fue así. En 1252 retornó a París para graduarse como Maestro de Teología. Enseñó en París entre 1256 y 1259, y continuó luego con esta labor en distintas ciudades italianas. Se estableció nuevamente en París entre 1269 y 1272, año en el que retornó a Nápoles. Redactó mientras tanto sus dos obras fundamentales: la Suma contra gentiles y la Suma teológica. Murió en el año 1274, mientras viajaba al concilio de Lyón, en el monasterio cisterciense de Fossanova. 

Entre sus obras encontramos los Comentarios a Aristóteles, las dos Sumas y las Cuestiones disputadas. Los Comentarios presentan, explican y critican los escritos de Aristóteles. La Suma Teológica (su obra más extensa) es una presentación completa y simplificada (esa es su intención) de su pensamiento para principiantes en el estudio de la Teología. La Suma contra gentiles, por el contrario, brinda una fundamentación aún más profunda de los temas tratados. Entre las cuestiones disputadas se destacan De Veritate y De Potencia.

Tomás distingue con claridad la razón y la fe, la Filosofía y la Teología, pero se halla seguro de que, como ambas nos conducen a la verdad, entre ellas debe haber concordancia. La Filosofía pertenece al ámbito de la razón, en ella sólo hay lugar para las verdades a las que accedemos con la luz natural de la razón. Por su parte, la Teología acepta como verdadero el dato revelado. Para ella hay una autoridad por sobre la razón, Dios mismo. La Teología reconoce como verdaderos los artículos de fe aunque no siempre logre comprenderlos plenamente. Cuando se da un desacuerdo entre las afirmaciones de la Filosofía y el dato revelado, estamos en presencia de un error; y como el error no se puede asignar a la revelación (que proviene de Dios) podemos estar seguros de que quien se equivoca es la Filosofía. En algunos casos el error del filósofo se debe a que ha pretendido penetrar con la razón un campo que escapa a sus competencias y que se encuentra reservado a la fe (como los misterios de la Encarnación o la Trinidad). 

Entre los datos revelados encontramos muchos que versan sobre verdades que caen dentro del ámbito de la razón, que no tratan sobre el misterio y lo indemostrable. Tomás considera que siempre es mejor entender que creer y que nos corresponde a nosotros esforzarnos por alcanzar con la razón la plena comprensión de aquellas verdades reveladas que no superan su capacidad y caen bajo su luz natural. La Teología Natural sabe por la fe hacia dónde se dirige, pero progresa por la sola razón. La fe actúa allí, por tanto, como norma negativa, indicando los errores cuando los hay pero no aportando argumentación positiva alguna para respetar la autonomía del campo filosófico.

Sus demostraciones de la existencia de Dios, conocidas como "Las Cinco Vías", han tenido una trascendencia enorme. Tomás considera necesario demostrar la existencia de Dios por no ser ésta evidente para la razón humana; y considera, a su vez, que esta demostración es posible si partimos de la observación de los entes sensibles. No reconoce como válida la demostración de Anselmo que prescinde de la experiencia. "Las cinco vías" son cinco en la Suma Teológica, pero en la Suma contra los gentiles son cuatro. En realidad, el número no es decisivo; lo importante es la estructura común a todas ellas, a partir de la cual se podría incluso formular otras vías similares e igualmente válidas. Todas las vías parten del ente sensible, constatando alguna propiedad suya y preguntándose por su causa (se fecunda el dato sensible con el Principio de Causalidad). Como la serie de causas no puede ser infinita, porque de ser así no habría una causa primera y por tanto no habría causas segundas, esta serie nos remite a una primera, que es Dios, por lo que se concluye que Dios es o existe.

La primera vía (seguimos el orden de la Suma teológica) parte del movimiento de los entes. Pero como todo lo que se mueve es movido por otro, el movimiento de un ente nos remite a otro como causa de ese movimiento. Y si este motor es a su vez movido por otro, nos remite a su vez a otro motor, causa de su movimiento. Más como en esta serie no podemos elevarnos al infinito, es necesario afirmar que hay un Primer Motor que no es movido por nada y que es, por tanto, un Motor Inmóvil.

La segunda vía parte de la subordinación de las causas eficientes y llega a Dios como Causa Incausada. La tercera parte de la contingencia de los seres y se remonta hasta Dios como Primer Necesario. La cuarta tiene como punto de partida los diferentes grados de perfección de los entes y llega a Dios como el Ser Máximo e Infinito. Y la quinta vía comienza observando la ordenación a un fin que se percibe en el obrar de los entes para culminar afirmando la existencia de Dios como Supremo Director del Universo.   

Subyace a las vías la afirmación de que las cosas no son la razón de su propia existencia. Cada ente es una cosa determinada, un "algo que es", y su esencia ("algo") no incluye su existencia ("es"). Por ello todas las cosas necesitan recibir de otro su existencia. La causa de todas las cosas es aquello (o aquel) que es por sí. En la causa primera de todas las cosas se identifican esencia y existencia (su esencia es su propia existencia). Esta causa primera, que es Dios, no sólo tiene en sí la razón de su existencia sino la capacidad de comunicar la existencia a todas las cosas. Y en este sentido entiende Tomás la afirmación del Éxodo 3,14 (“Yo soy el que soy”): Dios es acto puro de existencia.

Dios crea todas las cosas de la nada, por un acto libre de su voluntad. La existencia del mundo no le agrega a Dios ninguna perfección así como su no existencia no lo disminuye en nada. Todo lo que Dios ha creado preexistía en su pensamiento antes de la creación. Al conocerse a sí mismo, en cuanto participable, Dios conoce todas las cosas reales y posibles desde toda la eternidad. En cuanto a la disputa en torno a la eternidad del mundo, Tomás sostiene que la razón no puede resolver esta cuestión, al tiempo que afirma que según el dato revelado debemos creer que el mundo a tenido un comienzo, aunque nos resulte indemostrable.

En la jerarquía de los seres, el hombre se encuentra entre las inteligencias puras (los ángeles, que carecen de materia aunque no de esencia y existencia), y los cuerpos. El alma del hombre pertenece al ámbito de los seres inmateriales pero no es una inteligencia pura sino la forma de un cuerpo. Tampoco es una forma más, como las de los demás entes materiales, sino una forma substancial, capaz de subsistir sin el cuerpo. Ahora, si bien el alma subsiste sin el cuerpo, el hombre no. El hombre es la unión del cuerpo y del alma. De allí la necesidad de la resurrección, si es que quien ha de vivir eternamente es el hombre y no el alma sola.

Tomás sostiene que conocer es abstraer de las cosas lo universal que se encuentra contenido en ellas. El objeto propio del entendimiento humano es el ente sensible, que percibimos por los sentidos. El conocimiento comienza con la experiencia, con la que formamos la imagen sensible (especie sensible) del ente en cuestión. El intelecto agente, que está en acto de conocer, toma de esta imagen las formas universales y conforma la especie inteligible. El intelecto agente imprime esta especie inteligible en el intelecto posible o pasivo, donde permanece como especie impresa. Ésta última hace las veces de especie expresa cuando es referida a sus objetos correspondientes, actuando como medio de expresión (palabra) a través del cual el entendimiento refleja el mundo.

Se puede identificar su postura respecto del la disputa sobre los universales como realismo moderado. Por un lado, ubica los universales, en cuanto abstracciones, en el intelecto, contra el realismo que los considera existentes en sí mismos. Por otro, considera que hay en las cosas existentes una base para los universales (la forma), diferenciándose con ello de los nominalistas y los conceptualistas.