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Génesis de las tesis

Las tesis tomistas, como ha explicado Paolo Dezza, fueron obra de las intensas y perseverantes gestiones de los jesuitas Guido Matiussi y Giuseppe Leonardi. Su génesis comienza con el primero -discípulo de otro notable jesuita tomista, Juan Cornoldi, uno de los principales renovadores del tomismo, que conoció gracias a Serafín Sordi-, cuando, a finales de septiembre de 1910, dio una carta a su amigo el padre jesuita Giuseppe Leonardi, para que se la entregará al Papa. En ella, le proponía la conveniencia de que se indicasen las principales tesis de la doctrina filosófica del Aquinate, para que se pudiesen seguir con toda seguridad las directrices que había dado el Papa en su reciente breve Sacrorum Antistitum (1 de septiembre de 1910), y para tal fin la carta iba acompañada de una lista de veintes posibles tesis (Cf. Canals, 1997c, 38).

En este documento, dirigido a «todos los Obispos y Maestros supremos de las Órdenes religiosas», el Papa Pío X, citaba estas palabras finales de su encíclica Pascendi (8 de septiembre de 1907):

«Por lo que toca a los estudios, queremos, y definidamente mandamos, que la Filosofía escolástica se ponga por fundamento de los estudios sagrados (...) Lo principal que hay que notar es que cuando prescribimos que se siga la Filosofía escolástica, entendemos principalmente (præcipue) aquélla que enseñó Santo Tomás de Aquino, acerca de la cual, cuanto decretó Nuestro predecesor queremos que siga vigente, y en cuanto fuere menester, lo restablecemos y confirmamos, mandando que sea por todos exactamente observado. A los Obispos pertenecerá urgir y exigir, si en alguna parte se hubiese descuidado en los Seminarios, que se observe en adelante, y lo mismo mandamos a los superiores de las Ordenes religiosas» (AAS 40 (1907), 639-640).

Como ha explicado el historiador Saranyana, «el término præcipue, empleado por el Romano Pontífice, en 1907, levantó una verdadera nube de comentarios, y su repetición en 1910 contribuyó aún más a las polémicas. Para unos debía interpretarse en el sentido de unice; para otros, el Papa habría querido señalar sólo la preferencia de la Iglesia, en el sentido de que Santo Tomás sería el primus inter pares, el más destacado escolástico, al que habría que tomar en cuenta, aunque no obligatoriamente cuando otros escolásticos se apartasen razonablemente de sus sentencias (...) El clima de incertidumbre en que se movían los profesores de los seminarios y de las facultades eclesiásticas, motivado por las constantes contestaciones a la autoridad doctrinal de Santo Tomás y, sobre todo, por las dudas y discusiones en torno al genuino pensamiento tomista, empezó a ser preocupante» (Saranyana, 1992, 276-277).

No es extraño que Pío X acogiera favorablemente la iniciativa de los dos jesuitas. Contestó a Matiussi pidiéndole que diera forma definitiva al esbozo, que le había enviado. Lo que hizo casi inmediatamente, mandando de nuevo su texto de veinte tesis ya mejorado. El Papa lo dio a varios profesores para que le manifestaran su opinión y en el caso favorable las revisarán. Se desconoce el nombre de los consultados, únicamente el del profesor de la Universidad Gregoriana Genaro Bucceroni, que se mostró contrario a la formulación y a su publicación.

Muy recientemente Enrique Miguel-Aguayo ha probado que otro de los consultados fue el cardenal Billot, entonces todavía profesor de Teología dogmática en la Gregoriana. También que la respuesta del jesuita fue afirmativa, justificándola por la situación de los estudios en los centros de la Compañía y acompañándola de algunas modificaciones al texto de la tesis. El Papa seleccionó dos de los informes pedidos, uno de ellos el de Billlot, y se los envió a Matiussi, que le remitió poco después una tercera versión de las tesis, recogidas todas las observaciones

A finales de noviembre de 1910 podían ya haberse publicado las tesis, pero se tardó todavía casi cuatro años. No se conoce lo ocurrido durante esta demora. Unicamente se conserva una carta de Matiussi a su amigo Leonardi, escrita justamente un año después, en la que le confiesa lo siguiente: «Yo creo que la tentativa ha fracasado porque el acto, tal como lo veo, había sido preparado con demasiada autoridad, nos entraba directamente el mismo Papa. Esto es demasiado: el Papa no puede comprometer su palabra en tesis disputadas entre grupos de la Iglesia. En cambio, podría la Congregación de Estudios; sería una ley práctica y no se haría entrar la infalibilidad pontificia» (Cf. Forment, 1995, 21).

El Papa no se volvió a ocupar del estudio de la doctrina de santo Tomás hasta el Motu Proprio Doctoris Angelici (29 de junio de 1914). Después de recordar lo advertido en las Letras apostólicas Sacrorum antistitum, citando el texto más arriba reproducido, añade:

«Ahora bien; habiendo Nos dicho en el lugar mencionado que la filosofía de Santo Tomás se había de seguir principalmente y no habiendo escrito la palabra únicamente, algunos han creído que se conformaban con Nuestra voluntad, o al menos no se oponían a ella, si en las materias enseñadas en filosofía por cualquiera de los Doctores escolásticos, aunque esas enseñanzas se contrapusieran a los principios de Santo Tomás».

Afirma a continuación que

«más grandemente les ha engañado su parecer. Es evidente que al proponer a santo Tomás como principal adalid de la filosofía escolástica, Nos queríamos entender esto sobre todo de los principios del Santo, en cuyos fundamentos descansa toda su filosofía».

Advierte más adelante:

«Puesto que lo que en Santo Tomás es capital, no debe incluirse en el género de opiniones de las que por ambas partes se puede disputar, sino que debe ser tenido como el fundamento sobre el que descansa toda la ciencia de las cosas naturales y divinas, quitado el cual fundamento, o de cualquier modo debilitado, se sigue, como consecuencia necesaria, que los alumnos de las sagradas disciplinas o enseñanzas ni siquiera podrán entender la misma significación de las palabras por medio de las que propone la Iglesia reveladas por Dios».

Aludiendo a lo dicho en la encíclica Pascendi concluye:

«Así pues, todos cuantos se dedican al estudio de la Filosofía o de la Sagrada Teología, saben lo que les dijimos en otra ocasión: que se exponen a grave detrimento si se apartan lo más mínimo de Santo Tomás, sobre todo en puntos de Metafísica».

A continuación dice el Papa:

«Y ahora, además, declaramos que si se atreven a interpretar perversamente o a despreciar por completo los principios y proposiciones mayores de la filosofía tomista, no sólo no siguen a Santo Tomás, sino que andan extraviados y muy lejos de él».

Finalmente da esta importante advertencia:

«Y téngase presente que si alguna vez ha sido aprobada y alabada la doctrina de cualquier autor o santo por Nos o por nuestros Predecesores, y si además de alabada esa doctrina, se ha aconsejado difundirla y sostenerla, fácilmente se entenderá que en tanto se ha recomendado en cuanto que estaba del todo conforme o en nada se oponía a los principios del Aquinatense» (Doctoris Angelici, AAS 6, 1914, 37).

Con estas palabras, como ha indicado Lobato, «se añade una precisión de enorme peso y trascendencia. La doctrina de los demás maestros y doctores, admitidos en la Iglesia, en tanto tiene aprobación en cuanto no es contraria a la de Tomás o está de acuerdo con ella».

De este modo, «Tomás queda elevado al vértice de los doctores en la Iglesia, sin posible rival ni competidor» (Lobato, 1981a, 17).