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Principios del sistema de Santo Tomás

Como expresión de los más importantes principios del sistema filosófico de Santo Tomás, la Iglesia publicó las «XXIV Tesis tomistas». Como ha escrito Canals, «desde hace ya más de ochenta años, las "veinticuatro tesis tomistas" han sido reiteradamente calificadas como doctrinas filosóficas opinables, que no podía nadie exigir que pudiesen imponerse, como principios ciertos, a un asentimiento especulativo obligatorio en la enseñanza filosófica católica. Declaradas por la Congregación de Estudios, en 27 de julio de 1914, en los últimos tiempos de Pío X, como "principios y enunciados mayores del Doctor Angélico"; una nueva respuesta de la Congregación (...) ya en tiempo de Benedicto XV, en 7 de marzo de 1916, reafirmaba que contenían doctrina auténtica de Santo Tomás y que tenían que ser propuestas como "seguras normas directivas"» (Canals, 1996, 33).

La Sagrada Congregación de Estudios, el 27 de julio de 1914, promulgó las XXIV Tesis tomistas. El texto comienza con las siguientes palabras: «Sagrada Congregación de Estudios. Decreto. Después de que Nuestro Santísimo Señor, el Papa Pío X, prescribió en el Motu Proprio Doctoris Angelici, del día 29 de junio de 1914, que se sigan los principios y las tesis más importantes de Tomás de Aquino en todas las enseñanzas de la filosofía, muchos profesores de diferentes Institutos propusieron a esta Sagrada Congregación de Estudios algunas tesis, para que fueran examinadas, ya que ellos las consideraban y las enseñaban como las principales del Santo Maestro, sobre todo en materia de metafísica. Esta Congregación, después de consultarlo al Santo Padre, y por mandato del mismo, responde que estas tesis contienen los principios y proposiciones mayores (principia et pronunciata maiora) del Santo Doctor».

Siguen las siguientes tesis, con la firma del cardenal Lorenzelli, Prefecto de la Sagrada Congregación de Estudios:

«1. La potencia y el acto dividen el ente, de tal manera que todo cuanto es, o bien es acto puro, o bien es potencia y acto, que necesariamente se unen como principios primeros e intrinsecos.

2. El acto, por lo mismo que es perfección, no está limitado sino por la potencia, que es una capacidad de perfección. Por consiguiente, en el orden en que el acto es puro, no puede ser sino ilimitado y único, pero, en el orden en que es finito y múltiple, entra en verdadera composición con la potencia.

3. Por lo tanto, en la razón absoluta del mismo ser, sólo subsiste Dios, uno y simplicímo; en todo los demás, que participan del ser, tienen una naturaleza por la que se limita el ser, y están constituidos por esencia y ser como de principios realmente distintos.

4. El ente, que se denomina por el ser, no se dice de manera unívoca de Dios y de la criatura, ni tampoco puramente de manera equívoca, sino de manera análoga, ya de atribución ya de proporcionalidad.

5. Hay, además, en toda criatura, composición real de un sujeto subsistente con otras formas secundariamente añadidas, o accidentes; por otra parte, esta composición no podría entenderse si el ser no fuera recibido en una esencia realmente distinta de él mismo.

6. Además de los accidentes absolutos se da un accidente relativo, o hacia algo. Porque si bien ese hacia algo no significa según su propia razón algo inherente a otro, tiene, sin embargo, con frecuencia, una causa o fundamento en las cosas mismas, y, por lo tanto, una entidad real distinta del sujeto.

7. La criatura espiritual es totalmente simple en su esencia. Pero queda en ella una doble composición: la de la esencia con el ser y la de la substancia con los accidentes.

8. Por otra parte, la criatura corporal está compuesta de potencia y acto en cuanto a su misma esencia; esta potencia y este acto de orden esencial reciben los nombres de materia y forma.

9. Ninguna de esas dos partes tiene el ser por sí, ni se produce ni se corrompe por sí; ni se pone en un predicamento por sí, a no ser por reducción como principio substancial.

10. Aunque la extensión en partes integrales es una consecuencia de la naturaleza corpórea, no es lo mismo, sin embargo, en un cuerpo, ser substancia que ser cantidad. La substancia en cuanto tal, es indivisible, no a la manera del punto, sino de los seres extraños al orden de la dimensión; la cantidad, origen de la extensión en la substancia, se distingue realmente de ésta y es verdaderamente accidente.

11. La materia signada por la cantidad es el principio de la individuación, o sea de la distinción numérica, que no puede ser en los espíritus puros, entre un individuo y otro dentro de la misma especie.

12. Por efecto de la misma cantidad, el cuerpo se circunscribe a un lugar, y sea la que sea la potencia puede hacerlo de este modo en un sólo lugar.

13. Los cuerpos se dividen en dos maneras: la de los vivientes y la de los privados de vida. En los vivientes, para que haya en el mismo sujeto una parte moviente y otra movida por sí, la forma substancial, llamada alma, requiere una cierta disposición orgánica, o sea partes heterogéneas.

14. Las almas de orden vegetativo y sensitivo no subsisten de ningún modo, ni son producidas para sí, sino meramente como principio por el cual vive el viviente, y puesto que dependen totalmente de la materia, corrompido el compuesto, por ello se corrumpen accidentalmente.

15. Por el contrario, el alma humana subsiste por sí misma; y cuando puede ser infundida en el sujeto suficientemente dispuesto, es creada por Dios, y por su naturaleza es incorruptible e inmortal.

16. La misma alma racional se une de tal modo al cuerpo, que es su única forma substancial, y por ella el hombre es hombre y animal y viviente y cuerpo y substancia y ente. Por consiguiente, el alma le da al hombre todos los grados esenciales de perfección y, además, comunica al cuerpo el mismo acto de ser con que ella es.

17. Dos órdenes de facultades, orgánicas e inorgánicas, emanan del alma humana, por natural resultancia; el sujeto de las primeras, a las que pertenece el sentido, es el compuesto, y el de las segundas, es alma sola. Es, por tanto, el entendimiento una facultad intrínsecamente independiente del órgano.

18. La intelectualidad sigue necesariamente a la inmaterialidad, y esto de tal manera que según los grados de alejamiento de la materia, son los grados de intelectualidad. El objeto adecuado de la intelección es el mismo ente en común; pero el objeto propio del entendimiento humano en el estado actual de unión, se mantiene a las esencias abstraídas de las condiciones de la materia.

19. Recibimos pues el conocimiento por las cosas sensibles. Más como lo sensible no es inteligible en acto, además del entendimiento formalmente inteligente, hay que admitir también en el alma una virtud activa, que abstraiga las especies inteligibles de las imágenes.

20. Por medio de estas especies inteligibles conocemos directamente los universales; con los sentidos alcanzamos los singulares, y también con el entendimiento, aunque por conversión a la imágen; y, por medio de la analogía ascendemos al conocimiento de lo espiritual.

21. La voluntad sigue al entendimiento, no le precede, y apetece necesariamente aquello que se le presenta como un bien que sacia por completo al apetito; pero elige libremente aquellos otros bienes cuya apetencia le es propuesta por un juicio variable. Por tanto, la elección sigue al último juicio práctico, pero la voluntad produce el que sea o no él último.

22. Conocemos la existencia de Dios, no por intuición inmediata ni por demostración a priori, sino a posteriori, es decir, por las criaturas, argumentando de los efectos a la causa, es decir: desde las cosas que se mueven, sin tener en sí mismas un principio de movimiento, hasta llegar a un primer motor inmóvil; desde el proceso de las cosas de este mundo y de las causas subordinadas entre sí, hasta la causa primera incausada; de las cosas corruptibles, que igualmente están hacia al ser y al no ser, hasta el ser absoluto y necesario; de los que, según las perfecciones disminuidas de ser, vivir y entender, más o menos son, viven y entienden, hasta lo que es máximamente inteligente, máximamente viviente y máximamente ente; y, finalmente, desde el orden universal a la inteligencia, que todo lo ordena, lo dirige y dispone al fin.

23. La esencia divina, por identificarse con el ejercicio de la actualidad del mismo Ser, o por lo mismo que es el mismo Ser subsistente, se nos propone bien como así constituida de su razón metafísica, y por lo mismo nos presenta la razón de perfección infinita e ilimitada.

24. Así pues, por la misma pureza de su ser se distingue Dios de todas las cosas finitas. De donde se infiere, en primer lugar, que el mundo sólo pudo proceder de Dios por creación; además, que ni milagrosamente es comunicado a ninguna naturaleza finita el poder de crear, que alcanza principal y esencialmente al ente ente en cuanto ente; y, por último, ningún agente creado puede influir en el ser de cualquier efecto, si no recibe previamente la moción de la Causa primera» (AAS 6, 1914, 383-386).