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El conocimiento

En todo entendimiento hay, no obstante, una cierta unidad. Aristóteles había establecido que el cognoscente y lo conocido en acto son uno. La actualización del entendimiento posible, o de la potencia intelectual del entendimiento, no es más que el convertirse en algo «uno» el intelectual y lo inteligible, el sujeto inteligente y el objeto entendido. Por ello, afirma Santo Tomás que «lo inteligible en acto es el entendimiento en acto» (Summa contra Gentiles, I, c. 51).

Por esta unidad, puede decirse que «el inteligente y lo entendido en la medida que de ellos es efecto algo uno, que es el entendimiento en acto, son un único principio de este acto que es entender» (De Veritate, q. 8, a. 6, in c.).

Esta estricta unidad hace que en el acto de entender no pueda hablarse propiamente de sujeto y objeto, del inteligente y de lo entendido. Únicamente es posible mantener la distinción clásica de sujeto-objeto, en cuanto uno y otro existen en potencia.

El entendimiento es sujeto en cuanto es intelectual en potencia, y necesita, para constituirse en intelectual en acto, de la «información» de lo inteligible. Santo Tomás compara este carácter potencial del entendimiento humano, en el género de las substancias intelectuales, con el de la materia prima, en el de las substancias sensibles, porque el entendimiento en cuanto potencia o sujeto carece de toda forma inteligible.

Este contenido inteligible está a su vez en potencia en lo sensible, que en este sentido es objeto. Para pasar al acto necesita ser abstraído por el entendimiento agente. Por lo inteligible en potencia, que incluyen las imágenes de los entes materiales -ya que éstos no son inteligibles en acto por su materia que los individualiza-, hace que, como declara Santo Tomás

«sea preciso poner una virtud en el entendimiento, que haga inteligibles en acto, por abstracción de las condiciones materiales. Y, por esto, es necesario poner el entendimiento agente» (STh I, 79, 3 in c.).

Con la introducción infundada del esquema dualista sujeto-objeto, resultado de la suposición de que el conocimiento es pasivo, de que es intuición, se olvidó asimismo que conocer es ser. Canals, citando a Cayetano, el gran comentarista de Santo Tomás, escribe: «Cayetano invita a elevarse a aquel más alto orden de cosas y entrever "cómo el entendimiento, procediendo de la potencia al acto, no procede sino a la perfección de su ser, y como el entender no es otra cosa que su ser, y la especie, la forma según la cual es aquel ser" (In De Anima, II, c. 5.)» (Canals, 1987, 290, n. 15).

Comenta Canals que «la invitación a elevarse al "más alto orden de cosas", en el que se alcanza a concebir formalmente el alma cognoscente y la naturaleza propia del conocer sensible y del entender, viene expresada por él en la afirmación, luminosa y sintéticamente comprensiva, según la cual "sentir y entender, no son sino cierto ser"» (Ib. 301).

Para comprender adecuadamente la observación de Cayetano, hay que tener en cuenta que «no es equivalente la consideración del entendimiento incluso "en acto segundo" y su consideración "en cuanto cognoscente"; aquella primera consideración atiende a su existencia en el sujeto operante, mientras que la segunda atiende a su relación con lo conocido. Entitativamente el entender es una cualidad del sujeto, "cognoscitivamente", por ella, el cognoscente es, no sólo él mismo, sino también todo lo que conoce» (Ib. 300, n. 24).

La profunda indicación de Cayetano de que para Santo Tomás «sentir y entender no son sino cierto ser» (In De Anima, II, c. 5.) es asimismo necesaria para «la comprensión auténtica, y por ello no idealista, de la afirmación aristotélica según la cual el alma es "de algún modo -es decir, en cuanto cognoscente- todas las cosas que son"» (De Anima, II, c 8, 431b 2)» (Ib. 298).

Toda la doctrina del conocimiento de Santo Tomás -que fundamenta un realismo no intuicionista, o una teoría que no implica que el entender en cuanto tal requiera pasividad, como ha evidenciado claramente Canals-, se puede sintetizar en dos tesis nucleares.

La primera tesis es la del carácter locutivo del entender, o que el concepto o verbo mental surge del entender en acto por este mismo acto. Esta locución intelectiva no es un acto distinto, sino que pertenece intrínsecamente al mismo acto intelectivo. El entendimiento es, por tanto, activo o creativo, porque, como afirma explícitamente Santo Tomás, «lo entendido, o la cosa entendida, se comporta como algo constituido y formado por el entender» (De Spiritualibus Creaturis, q. un., a. 9, ad 6).

La actividad locutiva se fundamenta ontológicamente en el mismo entendimiento en acto.

«El verbo mental no surge de nuestro entendimiento sino en cuanto éste existe en acto: pues simultáneamente es existente en acto y está ya en él el verbo concebido». La palabra mental no emana «según el brotar de la potencia al acto, sino que es al modo como surge el acto del acto, como el resplandor de la luz» (Summa contra Gentes, IV, c. 14.).

La segunda tesis es que este verbo mental es lo entendido. También formulada por Santo Tomás al indicar que «lo entendido en el inteligente es el concepto o el verbo» (Ib. IV, c. 11.).

Ambas tesis se encuentran articuladas en este otro texto del Aquinate:

«Siendo el verbo interior aquello que es entendido, y no existiendo en nosotros sino en cuanto entendemos en acto, el verbo interior requiere siempre el entendimiento en su acto, que es el entender» (De Veritate., q. 4, a. 1 ad 1.).

Las dos tesis capitales sobre el entendimiento, redescubiertas por Canals, presuponen, en primer lugar, que la presencia intíma del espíritu en su ser es anterior y originante de la intelección. La locución intelectual está inseparablemente unida a la autoconciencia. El alma humana, por ser una substancia inmaterial, aunque por su propia naturaleza deba informar al cuerpo, es subsistente, posee un ser propio. Por ello, es inteligible para sí misma, sin necesidad de recibir nada de fuera, aunque de un modo propio.

Esta manera de autoconocimiento del espíritu humano es el del conocimiento habitual de sí mismo, o una disposición permanente, con anterioridad a toda intelección, que se actualiza en el acto de entender.

No obstante, esta última operación no constituye el conocimiento de sí mismo, ya que basta para ello la sola presencia del alma. Además este conocimiento de sí, no es una intelección, una evidencia objetiva de la misma esencia del alma, sino únicamente una percepción intelectual de su existencia.

La inmaterialidad, la subsistencia en sí mismo y la autoconciencia coinciden. Santo Tomás llega a afirmar que «si una arca pudiese subsistir en sí misma, se entendería a sí misma, puesto que la inmunidad de la materia es la razón esencial de la intelectualidad» (De Spiritualibus Creaturis, q. un., a. 1, ad 12.). Inteligibilidad propia e intelectualidad de las esencias se identifican formalmente. Sin embargo, en el hombre, por su estructura sensitivo racional, sólo posee una inteligibilidad «habitual», una disposición parecida a la de un hábito cognoscitivo, que le proporciona una experiencia existencial de sí.

La conciencia de sí tiene un papel fundamental en la intelección. La autopresencia intelectiva, aunque sea mínima -porque el espíritu humano ocupa la última posición en la escala de las substancias espirituales, y su participación en el ser es la menor en el supremo grado de vida intelectual-, es necesaria para explicar la intelectualidad propia del entendimiento humano, potencia intelectual, o capacidad receptiva respecto a los inteligibles, que han tenido que ser abstraídos de las imágenes. Si no se tiene conciencia de sí, no se puede asimilar de un modo consciente y objetivo ninguna esencia.

El segundo presupuesto de las tesis centrales de la doctrina del conocimiento tomista -la locución intelectiva y la interioridad de lo entendido-, es la afirmación de la apertura del entendimiento. El conocimiento intelectual no está encerrado en sí mismo, porque es manifestador de la realidad. El entendimiento en acto constituye un concepto, y en este decir interno, que es una «palabra» expresada, se entiende la realidad: «La intelección (...) ha de ser comprendida como una patentización del ente desde la fecundidad del espíritu» (Canals, 1987, 274).

Santo Tomás no acepta el postulado de la intuición intelectual, de la pasividad del entender, ni tampoco el esquema dualístico del conocer. Ello le permite fundamentar un realismo no intuicionista, que puede denominarse «realismo pensante», porque implica la comprensión del entender como actividad, como la constitución del concepto, verbo o palabra mental, y que con este decir se expresa la realidad, lo que las cosas son. Declara el mismo Santo Tomás:

«Tal concepción, o verbo mental (...) nace de algo y representa algo otro. Pues nace del entendimiento por su acto; pero es semejanza de la cosa entendida» ( De Potentia, q. 8, a. 1 in c.).

Todos estos principios nucleares sobre el conocimiento, por su importancia capital, merecen, como las proposiciones citadas sobre el bien, el ser, el ejemplarismo y los grados de ser, agregarse a las XXIV Tesis tomistas. Incluso podría decirse que con más derecho que otras muchas, por su carácter de principios metafísicos fundamentales.