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Los grados de ser

La doctrina del ser de Santo Tomás también permite explicar los grados de perfección, que aparecen en la escala de los entes, ordenados de menor a mayor perfección, no como concreciones o determinaciones categoriales, sino como distintas participaciones del ser. Lo que puede considerarse como otra tesis nuclear del tomismo, la que habría que añadir a las XXIV Tesis tomistas, al igual que las del bien, el ser y el ejemplarismo agustiniano,

Como ha indicado Canals, «nada de cuanto en la Escala de lo seres se nos presenta como constituyendo un grado de perfección, puede ser entendido en su propia razón de ser, si se le concibe como incluido en alguno de los modos del ente predicamental. Ni la vida, ni la ‘"naturaleza cognoscente", ni la "naturaleza intelectual", pueden ser adecuadamente concebidas por "diferencias" genéricas o específicas, como determinaciones de la sustancia. Se trata de "grados" en la más y más perfecta participación del "esse"» (Canals, 1981, 20).

Santo Tomás relaciona de este modo a los grados «viviente» e «inteligente», que en cuanto tales comportan la remoción de lo material y potencial, con el ser. En la Suma teológica lo hace contestando a la siguiente objeción a la afirmación de que en Dios están las perfecciones de todos los entes:

«El viviente es más perfecto que el ente, y el inteligente lo es más que el viviente. Luego, vivir es más perfecto que ser, y saber es más perfecto que vivir. Pero la esencia de Dios es su mismo ser. Luego, no tiene en sí la perfección de la vida y la sabiduría y otras perfecciones parecidas» (STh I, 4, 2, ob. 3).

El viviente es más perfecto que el que sólo es ente, y carece de vida; y el que tiene una naturaleza cognoscente intelectual es más perfecto que el viviente carente de inteligencia.

A pesar de ello, se puede sostener que en Dios, aunque sea el mismo ser, se hallan las perfecciones de todo, que es universalmente perfecto, porque, como responde Santo Tomás,

«Dionisio dice en el capítulo V de Los nombres divinos que el ser es más perfecto que la vida, y la misma vida más perfecta que la misma sabiduría, aunque el viviente es más perfecto que el ente sólo, porque además de viviente es también ente; y el inteligente es ente y viviente, si se consideran según que se distinguen por la razón. Así, pues, aunque el ente no incluya en sí al viviente y al inteligente, porque no es preciso que todo aquello que participa del ser, participe el mismo del ser en todos sus grados; sin embargo, el ser de Dios incluye en sí la vida y la sabiduría, porque ninguna de las perfecciones del ser puede faltarle a quien es el mismo ser subsistente» (STh I, 4, 2 ad 3).

Teniendo en cuenta que la perfección suprema de ser, que es el que hace que algo sea ente, viviente e inteligente, es preciso sostener que la mayor universalidad del concepto de vida respecto al de inteligente, y del concepto de ente repecto a ambos, ello no supone una mayor potencialidad a modo de género, sino una mayor perfección y en todos sus grados.

Si consideramos el ser, la vida y la sabiduría en su concepto esencial nos aparecen en una perspectuiva aparentemente inversa con que se nos muestran las perfecciones de ser, vivir y entender en la escala de los entes, porque hay que reconocer que el ser es más perfecto que la vida, y la misma vida más perfecta que la sabiduría.

La doctrina del ser como acto y perfección permite, por tanto, la superación de la antinomia por la que la vida y la inteligencia se presentaban situados por encima del ente, ya que éstas están constituidas por la propia perfección y actualidad del ser mismo.

Si el ser no fuese más profundo que el vivir, quedaría, entonces, sin explicar la vida. Igualmente si el vivir no fuese más fundamental que el entender, quedaría el espíritu desvirtuado. Por ello, esta doctrina del ser permite superar las escisiones que se dan a veces entre la vida y el espíritu, y los enfrentamientos entre "naturaleza", vida y espíritu, que se encuentran en otras concepciones.