Papa: Espíritu Santo cascada de gracia para toda la humanidad

 

El Papa celebra la Solemnidad de Pentecostés: Espíritu Santo cascada de gracia para toda la humanidad
OSS_ROM

15/05/2016 10:27

http://es.radiovaticana.va/news/2016/05/15/papa_esp%C3%ADritu_santo_cascada_de_gracia_para_la_humanidad/1229968

 

También hoy Jesús nos sigue diciendo: «No los dejaré huérfanos»

RV).- El Papa Francisco reiteró que la misión de Jesús, culminada con el don del Espíritu Santo, tenía la finalidad esencial de «restablecer nuestra relación con el Padre, destruida por el pecado; apartarnos de la condición de huérfanos y restituirnos a la de hijos». En su homilía, en la Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés, en la Basílica de San Pedro, el Papa señaló que también en nuestro tiempo hay signos de nuestra condición de huérfanos. Como cierta soledad interior, una supuesta independencia de Dios, un analfabetismo espiritual, una dificultad de reconocer al otro como hermano.

A todo esto, recordó el Obispo de Roma, se opone la condición de hijos, que es nuestro «ADN» más profundo que, sin embargo, fue destruido y se necesitó el sacrificio del Hijo Unigénito para que fuese restablecido. «Del inmenso don de amor, como la muerte de Jesús en la cruz, ha brotado para toda la humanidad la efusión del Espíritu Santo, como una inmensa cascada de gracia. Quien se sumerge con fe en este misterio de regeneración renace a la plenitud de la vida filial»

Confiemos a María a los cristianos que tienen más necesidad de la fuerza del Espíritu Defensor, libertad y paz

Las palabras de Jesús: «No los dejaré huérfanos» (Jn 14,18), en la Solemnidad de Pentecostés nos hacen pensar también en la presencia maternal de María en el Cenáculo, recordó el Papa Francisco, confiando a la intercesión de la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia «de manera particular a todos los cristianos, a las familias y las comunidades, que en este momento tienen más necesidad de la fuerza del Espíritu Paráclito, Defensor y Consolador, Espíritu de verdad, de libertad y de paz».

(CdM – RV)

Voz y texto de completo de la homilía del Papa:

«No los dejaré huérfanos» (Jn 14,18)

La misión de Jesús, culminada con el don del Espíritu Santo, tenía esta finalidad esencial: restablecer nuestra relación con el Padre, destruida por el pecado; apartarnos de la condición de huérfanos y restituirnos a la de hijos.

El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma, dice: «Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Han recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba, Padre!» (Rm 8,14-15). He aquí la relación reestablecida: la paternidad de Dios se reaviva en nosotros a través de la obra redentora de Cristo y del don del Espíritu Santo.

El Espíritu es dado por el Padre y nos conduce al Padre. Toda la obra de la salvación es una obra que regenera, en la cual la paternidad de Dios, mediante el don del Hijo y del Espíritu, nos libra de la orfandad en la que hemos caído. También en nuestro tiempo se constatan diferentes signos de nuestra condición de huérfanos: Esa soledad interior que percibimos incluso en medio de la muchedumbre, y que a veces puede llegar a ser tristeza existencial; esa supuesta independencia de Dios, que se ve acompañada por una cierta nostalgia de su cercanía; ese difuso analfabetismo espiritual por el que nos sentimos incapaces de rezar; esa dificultad para experimentar verdadera y realmente la vida eterna, como plenitud de comunión que germina aquí y que florece después de la muerte; esa dificultad para reconocer al otro como hermano, en cuanto hijo del mismo Padre; y así otros signos semejantes.

A todo esto se opone la condición de hijos, que es nuestra vocación originaria, aquello para lo que estamos hechos, nuestro «ADN» más profundo que, sin embargo, fue destruido y se necesitó el sacrificio del Hijo Unigénito para que fuese restablecido. Del inmenso don de amor, como la muerte de Jesús en la cruz, ha brotado para toda la humanidad la efusión del Espíritu Santo, como una inmensa cascada de gracia. Quien se sumerge con fe en este misterio de regeneración renace a la plenitud de la vida filial.

«No los dejaré huérfanos». Hoy, fiesta de Pentecostés, estas palabras de Jesús nos hacen pensar también en la presencia maternal de María en el cenáculo. La Madre de Jesús está en medio de la comunidad de los discípulos, reunida en oración: es memoria viva del Hijo e invocación viva del Espíritu Santo. Es la Madre de la Iglesia. A su intercesión confiamos de manera particular a todos los cristianos, a las familias y las comunidades, que en este momento tienen más necesidad de la fuerza del Espíritu Paráclito, Defensor y Consolador, Espíritu de verdad, de libertad y de paz.

Como afirma también san Pablo, el Espíritu hace que nosotros pertenezcamos a Cristo: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo» (Rm 8,9). Y para consolidar nuestra relación de pertenencia al Señor Jesús, el Espíritu nos hace entrar en una nueva dinámica de fraternidad. Por medio del Hermano universal, Jesús, podemos relacionarnos con los demás de un modo nuevo, no como huérfanos, sino como hijos del mismo Padre bueno y misericordioso. Y esto hace que todo cambie. Podemos mirarnos como hermanos, y nuestras diferencias harán que se multiplique la alegría y la admiración de pertenecer a esta única paternidad y fraternidad.

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(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- En la Solemnidad de Pentecostés, el Santo Padre se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico, para rezar la oración del Regina Coeli con los fieles reunidos en la plaza.

Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana del tiempo pascual:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés, que cierra el Tiempo Pascual, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo. La liturgia nos invita a abrir nuestra mente y nuestro corazón al don del Espíritu Santo, que Jesús prometió varias veces a sus discípulos, el primer y principal don que Él nos ha dado con su Resurrección. Este don, Jesús mismo lo ha pedido al Padre, como indica el Evangelio de hoy, que está ambientado en la Última Cena.  Jesús dice a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14,15-16).  Estas palabras nos recuerdan sobre todo que el amor por una persona, y también por el Señor, se demuestra no solo con las palabras, sino con los hechos; y también “cumplir los mandamientos” va entendido en sentido existencial, de forma que toda la vida esté implicada. De hecho, ser cristiano no significa principalmente pertenecer a una cierta cultura o adherirse a una cierta doctrina, sino más bien unir la propia vida, en cada aspecto, a la persona de Jesús, y a través de Él, al Padre. Con este fin, Jesús promete la efusión del Espíritu Santo a sus discípulos. Precisamente gracias al Espíritu Santo, Amor que une al Padre y al Hijo y procede de ellos, todos podemos vivir la vida misma de Jesús. El Espíritu, de hecho, nos enseña todas las cosas, y la única cosa indispensable: amar como ama Dios.

En el prometer el Espíritu Santo, Jesús lo define “otro Paráclito” (v. 16), que significa Consolador, Abogado, Intercesor, es decir Aquel que nos asiste, nos defiende, está a nuestro lado en el camino de la vida y en la lucha por el bien y contra el mal. Jesús dice “otro Paráclito” porque el primero es Él mismo, que se ha hecho carne precisamente para asumir sobre él nuestra condición humana y liberarla de la esclavitud del pecado.

Además, el Espíritu Santo ejercita una función de enseñanza y de memoria. Enseñanza y memoria. Nos lo ha dicho Jesús: “El Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho” (v. 26). El Espíritu Santo no lleva una enseñanza diferente, pero hace vivo y operante la enseñanza de Jesús, para que el tiempo que pasa no lo cancele y no lo borre. El Espíritu Santo coloca esta enseñanza dentro de nuestro corazón, nos ayuda a interiorizarlo, haciéndolo ser parte de nosotros, carne de nuestra carne. Al mismo tiempo, prepara nuestro corazón para que sea capaz realmente de recibir las palabras y los ejemplos del Señor. Todas las veces que la palabra de Jesús es acogida con alegría en nuestro corazón, esto es obra del Espíritu Santo.

Rezamos ahora juntos el Regina Coeli –por última vez este año–, invocando la materna intercesión de la Virgen María. Ella nos dé la gracia de ser fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con franqueza evangélica y abrirse cada vez más a la plenitud de su amor.

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). El Espíritu es dado por el Padre y nos conduce al Padre. Toda la obra de la salvación es una obra que regenera, en la cual la paternidad de Dios, mediante el don del Hijo y del Espíritu, nos libra de la orfandad en la que hemos caído. Así lo ha asegurado el papa Francisco, en la homilía de la misa de Pentecostés, celebrada en la Basílica de San Pedro. El Santo Padre ha recordado que la misión de Jesús, culminada con el don del Espíritu Santo, tenía esta finalidad esencial: “restablecer nuestra relación con el Padre, destruida por el pecado”; “apartarnos de la condición de huérfanos y restituirnos a la de hijos”. Y así, ha asegurado que “la paternidad de Dios se reaviva en nosotros a través de la obra redentora de Cristo y del don del Espíritu Santo”.

Francisco ha subrayado que la condición de hijos es nuestra vocación originaria, aquello para lo que estamos hechos, nuestro «ADN» más profundo,  que fue destruido y se necesitó el sacrificio del Hijo Unigénito para que fuese restablecido.

Así, de la muerte de Jesús en la cruz, “ha brotado para toda la humanidad la efusión del Espíritu Santo, como una inmensa cascada de gracia”. Quien se sumerge con fe en este misterio de regeneración –ha añadido– renace a la plenitud de la vida filial.

Por otro lado, el Pontífice ha observado que en nuestro tiempo se constatan diferentes signos de nuestra condición de huérfanos. De este modo ha hablado de “la soledad interior que percibimos incluso en medio de la muchedumbre, y que a veces puede llegar a ser tristeza existencial”, “esa supuesta independencia de Dios, que se ve acompañada por una cierta nostalgia de su cercanía”, “ese difuso analfabetismo espiritual por el que nos sentimos incapaces de rezar”, “esa dificultad para experimentar verdadera y realmente la vida eterna, como plenitud de comunión que germina aquí y que florece después de la muerte” o “esa dificultad para reconocer al otro como hermano, en cuanto hijo del mismo Padre”.

Las palabras de Jesús en la fiesta de Pentecostés, “no os dejaré huérfanos”, hacen pensar también en la presencia maternal de María en el cenáculo. Al respecto, el Papa ha indicado que “la Madre de Jesús está en medio de la comunidad de los discípulos, reunida en oración: es memoria viva del Hijo e invocación viva del Espíritu Santo.” Es la Madre de la Iglesia, ha recordado.

Y para consolidar nuestra relación de pertenencia al Señor Jesús –ha explicado Francisco– el Espíritu nos hace entrar en una nueva dinámica de fraternidad. Por medio de Jesús “podemos relacionarnos con los demás de un modo nuevo, no como huérfanos, sino como hijos del mismo Padre bueno y misericordioso”. Y esto hace que todo cambie, ha asegurado.

Finalmente, el Santo Padre ha observado que “podemos mirarnos como hermanos”, y nuestras diferencias harán que “se multiplique la alegría y la admiración de pertenecer a esta única paternidad y fraternidad”.

ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco asegura que el Jubileo extraordinario de la Misericordia ilumina también de modo especial la Jornada Mundial de las Misiones 2016: “nos invita a ver la misión ad gentes como una grande e inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material”. Así, el Santo Padre indica que “todos estamos invitados a ‘salir’, como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana”.

En este domingo de Pentecostés, se ha publicado el Mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de las Misiones 2016 en el que precisa que la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, “porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor”.

Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición –asegura Francisco–  son testigos de este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial. Asimismo, indica que “la considerable y creciente presencia de la mujer en el mundo misionero, junto a la masculina, es un signo elocuente del amor materno de Dios”.

Por eso, el Santo Padre subraya que las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad también muchas familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: “desde el anuncio directo del Evangelio al servicio de caridad”.

Al respecto, observa que junto a la labor evangelizadora y sacramental de los misioneros, “las mujeres y las familias comprenden mejor a menudo los problemas de la gente y saben afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita”. Como por ejemplo, precisa el Pontífice, en el cuidado de la vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y empleando todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la armonía, las relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo, la colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo especial en la atención a los pobres.

Por otro lado, el Santo Padre recuerda que la fe es un don de Dios y no fruto del proselitismo: “crece gracias a la fe y a la caridad de los evangelizadores que son testigos de Cristo”.

El Pontífice subraya que Dios es “bondadoso, atento, fiel” y “se acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los pobres”, “se implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos”. De este modo, recuerda que la manifestación más alta y consumada de la misericordia “se encuentra en el Verbo encarnado”.

El Santo Padre indica en su Mensaje que la Iglesia es, en medio de la humanidad, “la primera comunidad que vive de la misericordia de Cristo”. Y precisa: “siempre se siente mirada y elegida por él con amor misericordioso, y se inspira en este amor para el estilo de su mandato, vive de él y lo da a conocer a la gente en un diálogo respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas”.

Finalmente, el Santo Padre hace notar que todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos. Al respecto, advierte de que esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta “la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución”. Los misioneros saben por experiencia –asegura– que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz.

El Santo Padre concluye su Mensaje pidiendo que “no permitamos que nuestras preocupaciones particulares encojan nuestro corazón”, sino que “lo ensachemos para que abarque a toda la humanidad”.