La disponibilidad para profundizar el tema de las diaconisas que manifestó
ayer Papa Francisco durante el diálogo con las religiosas está en sintonía
con todo lo que ha afirmado en varias ocasiones durante estos primeros
tres años de Pontificado sobre el valor que hay quedar a las mujeres en la
Iglesia. No hay que olvidar, en primer lugar, la influencia significativa
que ejerció sobre Jorge Mario Bergoglio su abuela Rosa Vasallo, a la que
el Papa ha citado en repetidas ocasiones para explicar lo e le enseñó en
materia de fe y devoción. «Son las mamás y las abuelas» las que transmiten
la fe, repitió Francisco, «una mujer nos ha traído a Jesús.Él quiso tener
una madre: también el don de la fe pasa por las mujeres».
Papa Francisco pronunció el mensaje más fuerte sobre el papel de las
mujeres en la Iglesia dialogando con los periodistas al volver de Río de
Janeiro, en julio de 2013. «Una Iglesia sin las mujeres --dijo en esa
ocasión-- es como el colegio apostólico sin María. El papel de la mujer en
la Iglesia no es solo la maternidad, sino que es más fuerte: ¡es
justamente el ícono de la Virgen el que ayuda a crecer a la Iglesia!
Imagínense, la Virgen es más importante que los apóstoles. La Iglesia es
femenina: es esposa, es madre. el papel de la mujer en la Iglesia no sólo
debe acabar como mamá, como trabajadora... ¡No! ¡Es otra cosa! No se puede
concebir una Iglesia sin mujeres, sino con mujeres activas, con su
perfil».
«Nosotros —añadió— no hemos hecho todavía una profunda teología de la
mujer, en la Iglesia. Solo puede ser monaguillo, leer la lectura, presidir
la Cáritas. Pero ¡Hay más!». Claro, el Papa también había insistido en el
«no» definitivo pronunciado por Juan Pablo II sobre la posibilidad de las
mujeres sacerdote: «Esa puerta está cerrada. Pero lo dije y lo repito. La
Virgen, María, era más importante que los apóstoles obispos y que los
diáconos sacerdotes. La mujer, en la Iglesia, es más importante que los
obispos y que los sacerdotes».
En la exhortación apostólica «Evangelii gaudium», documento programático
de su Pontificado, Francisco subrayó: «La Iglesia reconoce el
indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una
intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las
mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina
hacia los otros».
«Todavía es necesario —reconoció el Papa— ampliar los espacios para una
presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque ‘el genio femenino
es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha
de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral’ y
en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto
en la Iglesia como en las estructuras sociales. Las reivindicaciones de
los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de
que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia
profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir
superficialmente».
«El Papa es un hombre, tiene necesidad incluso del pensamiento de las
mujeres y también el Papa tiene un corazón que puede tener una amistad
sana, santa con una mujer, —dijo en febrero durante el vuelo de regreso de
México.. Hay santos amigos: Francisco y Clara, Teresa y san Juan de la
Cruz. Pero las mujeres todavía no están bien consideradas. No hemos
entendido el bien que una mujer puede hacer a la vida del sacerdote y de
la Iglesia, en un sentido de consejo, de ayuda, de sana amistad».
Un signo concreto de esta atención fue la decisión, que ya había tomado
cuando era cardenal en Buenos Aires, de incluir a las mujeres en el ritual
del lavatorio del Jueves Santo y de promulgar un cambio en las normas
litúrgicas para permitir que se extienda esta práctica a toda la Iglesia.
En julio de 2014, en ocasión de los nombramientos de los nuevos miembros
de la Comisión teológica internacional, el número de teólogas aumentó de
dos a cinco, en un total de treinta. Señales todavía tímidas pero que
pretenden dar más valor al universo femenino.
Nota bene: Francisco, a pesar de insistir repetidamente en la necesidad de
que la Iglesia dé más espacio a la mujer, siempre ha evitado presentar
este enfoque como una forma de «clericalización». «Las mujeres en la
Iglesia deben ser valoradas, no clericalizadas», dijo a la prensa al
comentar la cuestión sobre las «mujeres cardenales». Palabras
significativas que indican la intención de recorrer una vía que no es la
de la superposición con los papeles de los hombres.