11-15  San Alberto Magno, Doctor de la Iglesia

1. DOMINICOS 2003

Alberto Magno (1206-1280)

Fue una lumbrera de la Iglesia y de la ciencia en la época medieval. Alemán de nacimiento, hijo de familia noble y rica, estudió en Italia, en las universidades de Bolonia, Venecia y Padua.

Fue en Padua donde conoció al sucesor de santo Domingo, Jordán de Sajonia, y allí mismo pidió hacerse dominico. Profesó en la Orden de Predicadores, y se dedicó totalmente a la vida intelectual, a la cátedra, y a la formación, en centros universitarios de Colonia, Hildesheim, Friburgo, Estrasburgo, Ratisbona, París...

Amigo de la verdad, viniera de donde viniere, introdujo el pensamiento griego aristotélico en las universidades europeas; y trató de descubrir los misterios de la naturaleza.

Sirvió durante algunos años en el gobierno de la Iglesia, como obispo de Ratisbona, pero renunció al obispado y volvió a las aulas, y no dudó en acudir a París a defender a su discípulo preferido, Tomás de Aquino.

Alberto fue un hombre genial, enérgico, de buena pluma, despertador de la conciencia humana, entregado a Dios, a la Iglesia, a la Ciencia y a los Hombres. Como él, se dan muy pocos en la universalidad del saber humano.

En 1941, el papa Pío XII le declaró patrono de cuantos se dedican al estudio de las Ciencias naturales.

ORACIÓN:

Oh Dios, que hiciste a san Alberto buscador de la verdad, para servirte a Ti y a los hombres, infunde a muchos cristianos en nuestros días auténtico amor a la verdad y concédeles especiales dones para que logren armonizar los saberes humanos con los saberes de fe. Amén.

 

La gracia de la palabra

Libro de la Sabiduría 7, 7-10. 15-16:

“Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. Preferí la sabiduría a todos los cetros y  tronos, y en su comparación tuve en nada las riquezas. No equiparé el espíritu de sabiduría ni siquiera a la piedra más preciosa, pues todo el oro, a su lado, es como un poco de arena, y, junto a la sabiduría, la plata vale lo que el barro.

La preferí a la salud y a la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Todos los bienes me vinieron juntos con ella...”

El verdadero ‘sabio’ se siente atraído por la fuerza de la verdad, y cualquier sacrificio le parece pequeño, si logra esclarecer una faceta más de la vida humana en el cosmos y ante Dios. Pero ese trabajo es tan arduo que pocos son capaces de asumirlo con constancia.

Evangelio según san Mateo 5, 13-16:

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Si esa sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? La sal sosa no sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Y prosiguió: vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad levantada en lo alto de un monte; lo mismo que no se enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín, sino para colocarla en el candelero y que alumbre a toda la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres..."

Sal y luz, saber y virtud, pensamiento y vida. Todo ha de estar perfectamente armonizado para que quien se encuentre con un discípulo de Jesús  se sienta de verdad iluminado en sus creencias y forma de vida.

 

Momento de reflexión

Nuevo elogio de la sabiduría.

Hoy nos corresponde hacer un nuevo elogio de la sabiduría, sintiéndonos hombres y como cristianos, pues la luz, la verdad, el saber, la cultura, la formación, son amigos del hombre y amigos de Dios, porque están llamados a hacer de los humanos unas personas conscientes, responsables, creativas, solidarias, prolongación de la mano creadora de Dios.

La cultura, la formación artística, científica, social, religiosa, no dan dinero (como lo da el deporte, el cine, la empresa o una mina de oro), pero dan al hombre una dimensión más elevada en la sensibilidad, inteligencia, comprensión del otro, amor a la verdad, sentido de utilidad y servicio... Hoy no comprendemos a un pueblo sin cultura, sin escuela, sin responsabilidad participativa; y no deberíamos comprenderlo, sin Dios al fondo, en el misterio.

Pidamos, pues, que no haya en el mundo niños sin escuela, hogar sin libros, ciudad sin arte, personas insensibles a valores de convivencia, respeto, libertad, prudencia...

Seamos  los cristianos sal y luz del mundo. 

En continuidad con lo anterior, ponderemos cómo todos los creyentes estamos llamados a actuar en el mundo, en la sociedad, en la convivencia, en las exigencias sociales, conforme al mensaje que Jesús dejó a los discípulos.

Quien ha encontrado la luz de la sabiduría, la luz de Dios por la fe, el sentido de la vida en el presente del mundo y en el más allá, debe considerarse un enviado de Dios para ser testigo de la luz y para difundirla sin descanso, sin traicionarla con engaños.

Ser cristiano, ser testigo de la verdad, ser luz del mundo, son expresiones parciales de la misma verdad.