09-26  SANTOS COSME Y DAMIÁN

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1. DOMINICOS 2003

Elogio de la fe con obras

El mejor elogio y alabanza de la fe es la sangre de los mártires, como la de san Cosme y san Damián, en el último tercio del siglo III. ¿Estuvieron esa fe y obras vinculadas a la profesión de la ‘medicina’ que intenta salvar los cuerpos, al mismo tiempo que sana los espíritus con bálsamo de caridad?

La tradición dice que sí: que Cosme y Damián habían adquirido cierto dominio de la anatomía humana, que sabían de ungüentos y plantas medicinales, que sus manos estaban especialmente dotadas para encauzar energías y realizar curaciones, y que lograban efectos saludables tanto por el modo de tratar como por su saber.

¡Qué ingratos fueron los hombres con ellos, en tiempo del emperador Diocleciano, cuando en Egea, Cilicia, Asia Menor, en vez de coronarlos como bienhechores de la humanidad, decidieron exterminarlos!

Y los exterminaron haciendo exactamente lo contrario de lo que ellos hicieron por amor, delicadeza y amabilidad con enfermos y necesitados: los apresaron, juzgaron, desgarraron sus carnes y les cortaron sus cabezas. ¡Vileza humana!

No es extraño que su popularidad en el pueblo fuese creciendo como la espuma.

La Iglesia, conciencia del pueblo creyente, inscribió sus nombres en el Canon de la Misa, detalle de homenaje ofrecido a muy pocos, y les dedicó iglesias-basílicas.

Que ellos sean también nuestros guías espirituales en el servicio de la caridad.

OREMOS:

Proclamamos, Señor, tu grandeza al celebrar la memoria de tus mártires Cosme y Damián. A ellos les has dado ya la gloria como premio; a nosotros protégenos con tu maravillosa providencia. Amén.