SAN MATEO 09-21

VER SANTORAL

1.

En aquel tiempo vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
"Sígueme". El se levantó y lo siguió.

Queridos amigos y amigas:

¡Qué bien suena ese "Sígueme" todavía! Cuántas veces lo habremos escuchado, leído, meditado... Hoy, una vez más, resuena con claridad: no te vayas, no te preocupes, no te quedes ahí, no tengas miedo, ¡sígueme!

No hay nada más esperanzador para un enfermo que escuchar a su médico explicarle con firme tranquilidad cuál va a ser el camino de la curación, nada más tranquilizador para una persona que está perdida en medio de un bosque que encontrar un sendero, nada más acogedor que los brazos de papá o de mamá para un niño asustado. Todo eso es el sígueme de Jesús.

¿Qué recuerdos tenemos cada uno de nosotros de ese instante, del momento en el que escuchamos por primera vez esa palabra en lo más hondo de nuestro ser? ¿No sería precioso sentarnos tranquilamente y hablar, recordar, rememorar ese momento? Ese es un momento histórico para cada uno de nosotros, para nuestras vidas y para las personas que comparten sus vidas con nosotros: son recuerdos que nos deben emocionar, aunque estén vinculados a momentos críticos de la existencia. Mateo, el publicano, el cobrador de impuestos, el "colaboracionista", el despreciado y despreciable por todo lo que hacía, empieza una nueva vida a partir de ese sígueme pero desde una situación muy incómoda, dolorosa, humillante, desolante. Y sin embargo no duda ni un momento en dejar por escrito cómo fue que se puso a seguir a Jesús.

Creo además que el día más adecuado para recordar nuestro particular sígueme es el día de nuestro santo: es el día en el que celebramos una fiesta por nuestro nombre, por cómo nos han llamado, y entonces ¿porqué no celebrar también el día en el cual Jesús nos llamó por nuestro nombre invitándonos a seguirle? A partir de ese día un cobrador de impuestos cualquiera, el que quitaba a todo el mundo, se convierte en Mateo, "el don de Dios", el que regala a todo el mundo. Así de grande y así de sencillo. Y a partir de ese día ¿qué te ha pasado a ti?

Tu hermano en la fe,
Carlo (carlo@ya.com)



2. COMENTARIO 1 - Mt 9, 9-13

v. 9: Cuando se marchó Jesús de allí, vio al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:

-Sígueme.

Se levantó y lo siguió.

El episodio simbólico del paralítico, en el que se ofrece la salvación a todo hombre sin distinción, se concreta en la llamada de Mateo, el recaudador. Su profesión, por su reconocida codicia y el abuso que hacían de la gente, lo asimilaba a «los pecadores» o «descreídos» y lo excluía de la comunidad de Israel. Mateo está «sentado», instalado en su oficio (el mostrador de los impuestos). Jesús lo invita con una palabra: «Sígueme». Mateo «se levanta», y sigue a Jesús. El seguimiento es la expresión práctica de la fe/adhesión. Según lo dicho por Jesús al paralítico (9,2), su pasado pecador queda borrado. De hecho, Mateo abandona su profesión (se levantó); como el paralítico, comienza una vida nueva.


v. 10: Sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos.

La solemnidad de la fórmula inicial (lit. «y sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa») aconseja referir la frase a Jesús mejor que a Mateo. Por otra parte, esta casa (gr. oikía) designa varias veces la de Jesús y sus discípulos (9,28; 13,1.36; 17,25). Puede ser, como en Mc, símbolo de la comunidad de Jesús. En la casa se encuentran reclinados a la mesa -postura propia de los hombres libres- Jesús y sus discípulos, pero llegan muchos recaudadores y pecadores y se reclinan con ellos. La comida-banquete es figura del reino de Dios (cf. 8,11). La escena significa, por tanto, que también los excluidos de Israel van a participar de él. La llamada de Mateo ha abierto a «los pecadores» o impíos la puerta del reino de Dios, actualizado en el banquete mesiánico. La «llegada» de los «recaudadores y pecadores» para estar a la mesa con Jesús y los discípulos en el acto de perfecta amistad y comunión, indica que también ellos han dado su adhesión a Jesús y constituyen un nuevo grupo de discípulos. Su fe/adhesión ha cancelado su pasado, son hombres que van a comenzar una nueva vida. No es condición para el reino la buena conducta en el pasado ni la observancia de la Ley judía. Basta la adhesión a Jesús. Nótese que el término «pecadores/descreídos» no designaba sólo a los judíos irreligiosos, que hacían caso omiso de las prescripciones de la Ley, sino también a los paganos. La escena abre, pues, el futuro horizonte misionero de la comunidad.


vv. 11-13: Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos:

-¿Por qué razón come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos? 12Jesús lo oyó y dijo: -No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal. 13Id mejor a aprender lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6): porque no he venido a invitar justos, sino pecadores.

Oposición de los fariseos; los que profesaban la observancia estricta de la Ley se guardaban escrupulosamente del trato y del contacto con las personas impuras (pecadores). Se dirigen a los discípulos y les piden explicaciones sobre la conducta de su maestro. Responde Jesús mismo con una frase proverbial sobre los que necesitan de médico. Denuncia la falta de conocimiento de la Escritura que muestran los fariseos, que no comprenden el texto de Os 6,6 (cf. Mt 12,7). Dios requiere el amor al hombre antes que su propio culto (cf. 5,23-24). Esto invierte las categorías de los fariseos, que cifraban su fidelidad a Dios en el cumplimiento exacto de todas las prescripciones de la Ley, pero condenaban severamente a los que no las cumplían (cf. 7,lss). La frase final de Jesús tiene un sentido irónico. «Los justos», que no van a ser llamados por él, son los que creen que no necesitan salvación. El verbo «llamar/invitar» ha sido usado por Mt para designar el llamamiento de Santiago y Juan, que no pertenecían a la categoría de «los pecadores/descreídos». «Pecadores», por tanto, tiene un sentido amplio. Son aquellos que no están conformes con la situación en que viven, que desean una salvación. «Los justos», por oposición, son los que están satisfechos de sí mismos y no quieren salir del estado en que viven.


3. COMENTARIO 2

El nombre de Mateo está indisolublemente ligado al Evangelio que lleva su nombre. La mejor manera de celebrar su fiesta, es comprometiéndonos a leer su Evangelio en toda su extensión y profundidad. También debemos recordar la vocación de Mateo. Jesús lo llamó en el momento mismo de ejercer su profesión y su respuesta fue inmediata y sin vacilación. Mateo tenía una profesión odiada por el pueblo, pues debía recoger los impuestos para el Templo, para el rey Herodes y para los romanos, normalmente con usura y extorsión. También eran odiados por los fariseos, pues los cobradores de impuestos, llamados publicanos, se contaminaban con los paganos y no respetaban las leyes de pureza legal. Nadie podía entrar en sus casas y mucho menos comer con ellos. Jesús libera a Mateo de este contexto y lo transforma en discípulo y apóstol. Además se enfrenta con los fariseos, cuando va a casa de Mateo y come con los publicanos y pecadores. La comunidad de Jesús es una comunidad preferencialmente para los que están mal y son pecadores. La Iglesia de Jesús se identifica por la misericordia y no por el sacrificio. Es una religión del corazón, que llama, libera e incluye a todos. La religión de los fariseos es una religión que sacrifica el cuerpo y la vida en función de la ley, el poder y el templo, una religión exterior, opresora y excluyente. La carta a los Efesios nos invita a consolidar esta Iglesia de Jesús, con un llamado a la unidad de la Iglesia y un reconocimiento y ordenamiento de los carismas en su seno.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


4. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 1-7. 11-13

Hermanos:

Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz.

Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos.

Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido.

Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 18, 2-3. 4-5

R. Resuena su eco por toda la tierra.

El cielo proclama la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos:
un día transmite al otro este mensaje
y las noches se van dando la noticia. R.

Sin hablar, sin pronunciar palabras,
sin que se escuche su voz,
resuena su eco por toda la tierra,
y su lenguaje, hasta los confines del mundo. R.

EVANGELIO

Sígueme. Él se levantó y lo siguió

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13

En aquel tiempo:

Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con Él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?»

Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: "Yo quiero misericordia y no sacrificios". Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Palabra del Señor.

Reflexión:

Ef. 4, 1-7. 11-13. La iglesia es el gran proyecto que Dios tiene en su mente, antes, incluso de la creación del mundo: que todos lleguemos hacer uno en Cristo. La Iglesia no es una mera comunidad de fe, que peregrina por este mundo, pues en las comunidades se dan muchas tensiones, que han roto la unidad. La Iglesia va más allá de esas comunidades. La Iglesia es la Esposa de Cristo, que se hace una con Él y que se convierte en signo verdadero de su presencia, llena de humildad, de mansedumbre, de paciencia y capaz de soportar a todos por amor. Ninguno puede llenarse de orgullo y pensar que ha agotado en sí mismo la presencia de Cristo. Nuestro Dios y Padre a cada uno de nosotros nos ha concedido la gracia a la medida de los dones de Cristo. Y conservando la unidad en un solo Espíritu, todos, transformados en Cristo, debemos ponernos al servicio de la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios. Mientras haya divisiones entre nosotros y nos mordamos unos a otros, tal vez podamos decir que nuestra vida cristiana se desenvuelve en una comunidad de creyentes en Cristo, pero difícilmente podríamos decir que somos Iglesia en Cristo.

Sal. 19 (18). Todo se hizo por aquel que es la Palabra externa del Padre, y sin Él no se hizo nada. Así, todo lo creado es una expresión de Dios entre nosotros. Sin que las cosas pronuncien palabra alguna, a su modo nos hablan de Aquel que las ha creado. La persona humana, en sí, debería ser el mejor de los lenguajes de Dios entre nosotros, pues el Señor nos creó a su imagen y semejanza. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios nos envió a su propio Hijo, el cual mediante sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma es para nosotros la suprema revelación del Padre. Y del costado abierto de Jesús, dormido en la cruz, nació la iglesia. Mediante Ella resuena por toda la tierra la Palabra en nos hace conocer a Dios y experimentar su amor, hasta el último rincón de la tierra. Que Dios nos conceda ser un signo verdadero y creíble de su presencia salvadora en el mundo.

Mt. 9, 9-13. ¿Quién de nosotros puede decir que no tiene pecado? Y a pesar de nuestras esclavitudes a él, a pesar de las grandes injusticias que hayamos cometido en contra de nuestro prójimo, y de las grandes traiciones a Cristo y a su Iglesia, Él vuelve a pasar junto a nosotros y nos llama para que vayamos tras sus huellas. El poder de su Palabra es un poder salvador, que nos llama a la vida, que nos libra de nuestras tinieblas de maldad y que nos saca a luz, para qué seamos criaturas nuevas en Cristo. Pero no basta haber recibido los dones de Dios. Los que vivimos en comunión de vida con Cristo debemos hacer nuestros los mismos sentimientos del corazón misericordioso del Señor, y trabajar para que el Proyecto de Dios sobre la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, unido por el amor y por un mismo Espíritu, se haga realidad, ya desde ahora, entre nosotros. Una iglesia que se encierra para recibir en su seno sólo a los puros y cierra la puerta a los pecadores no puede, en verdad, llamarse Iglesia de Cristo. Jesús ama a los pecadores, no porque quiera que continuemos pecando, sino porque quiere sanar nuestras heridas para que, arrepentidos, renovados en Cristo, convertidos en Él en hijos de Dios, sea nuestro el Reino de los cielos. Como auténtica iglesia de Cristo ¿este camino y ejemplo del Señor es el que impulsa nuestra labor evangelizadora?

El Señor, pasando junto a nosotros nos ha dicho: Sígueme. Y nosotros, convocados por É, estamos en su presencia para dejarnos, no sólo instruir, sino transformar por su Palabra poderosa, que nos perdona, nos santifica y nos va configurando día a día, hasta que lleguemos a ser hombres perfectos, y alcancemos nuestra plenitud en Cristo Jesús. Y Él nos sienta a su mesa, a nosotros, pecadores amados por Él; amados hasta el extremo de tal forma que se entregó por nosotros, para santificarnos, pues nos quiere totalmente renovados para poder presentarnos justos y santos ante su Padre Dios. Dejémonos amar por el Señor, y permitámosle llevar a cabo en nosotros su obra salvadora.

Amados por Dios y reconciliados con Él en Cristo Jesús, seamos la Iglesia de Cristo, que continúa en el mundo y su historia la encarnación del Hijo de Dios. Sigamos trabajando constantemente por la justicia, por el amor fraterno y por la paz. No seamos ocasión de división ni de luchas fratricidas entre nosotros. A pesar de que contemplemos grandes miserias y pecados en nuestro prójimo, jamás lo rechacemos; antes al contrario, acerquémonos y convivamos con él no para irnos con él tras las huellas de la maldad y del pecado, sino para ganarlo para Cristo con actitudes de amor, de alegría, de bondad, de justicia y de paz; pues así como nosotros hemos sido amados por Cristo, así debemos amarnos entre nosotros; y así como Él sale al encuentro de nosotros, pecadores, para salvarnos, así salgamos al encuentro de los pecadores para ayudarles a volver a la casa de nuestro Dios y Padre, lleno de bondad y de misericordia para con todos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber aceptar en nosotros el perdón de nuestros pecados, y la Vida y el Espíritu que proceden de Él, de tal forma que, juntos, podamos formar, en Cristo, su verdadera Iglesia, que haga que el Rostro de su Señor continúe brillando, con todo su amor y su misericordia, en medio de nosotros hasta llegar algún día, a nuestra plenitud en Cristo, participando, de la Gloria que como a Hijo, le corresponde y que nos ha prometido como herencia nuestra. Amén.

Homiliacatolica.com


5.

Comentario: Rev. D. Joan Pujol i Balcells (La Seu d'Urgell, España)

«No he venido a llamar a justos, sino a pecadores»

Hoy celebramos la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Él mismo nos cuenta en su Evangelio su conversión. Estaba sentado en el lugar donde recaudaban los impuestos y Jesús le invitó a seguirlo. Mateo —dice el Evangelio— «se levantó y le siguió» (Mt 9,9). Con Mateo llega al grupo de los Doce un hombre totalmente diferente de los otros apóstoles, tanto por su formación como por su posición social y riqueza. Su padre le había hecho estudiar economía para poder fijar el precio del trigo y del vino, de los peces que le traerían Pedro y Andrés y los hijos de Zebedeo y el de las perlas preciosas de que habla el Evangelio.

Su oficio, el de recaudador de impuestos, estaba mal visto. Quienes lo ejercían eran considerados publicanos y pecadores. Estaba al servicio del rey Herodes, señor de Galilea, un rey odiado por su pueblo y que el Nuevo Testamento nos lo presenta como un adúltero, el asesino de Juan Bautista y el que escarneció a Jesús el Viernes Santo. ¿Qué pensaría Mateo cuando iba a rendir cuentas al rey Herodes? La conversión de Mateo debía suponer una verdadera liberación, como lo demuestra el banquete al que invitó a los publicanos y pecadores. Fue su manera de demostrar el agradecimiento al Maestro por haber podido salir de una situación miserable y encontrar la verdadera felicidad. San Beda el Venerable, comentando la conversión de Mateo, escribe: «La conversión de un cobrador de impuestos da ejemplo de penitencia y de indulgencia a otros cobradores de impuestos y pecadores (...). En el primer instante de su conversión, atrae hacia Él, que es tanto como decir hacia la salvación, a todo un grupo de pecadores».

En su conversión se hace presente la misericordia de Dios como lo manifiestan las palabras de Jesús ante la crítica de los fariseos: «Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9,13).


6.
Dios quiere nuestra salvación
No puede sino asombrarnos la escena evangélica que nos presenta la Iglesia en la fiesta de san Mateo. Se trata precisamente de las circunstancias que rodearon a la llamada a seguirle, que Jesús dirigió al que sería apóstol y evangelista, cuando pasaba junto a donde recaudaba impuestos. Mateo se ocupaba, como publicano, de cobrar el tributo que la autoridad romana exigía al pueblo de Israel. Entre otras, era ésta una de las obligaciones que pesaban sobre el pueblo elegido, como consecuencia de haber sido dominados política y militarmente por la autoridad de Roma.

Podríamos detenernos en bastantes detalles del relato, que no deben pasarnos inadvertidos: la majestad de Jesús que, sin más, llama mientras va pasando a seguirle de por vida; lo que descubriría Mateo: hombre práctico como pocos, sin duda, difícil de engañar, para que una sola palabra le bastara para comprender nítidamente que valía la pena cambiar su vida actual por el seguimiento de Cristo; el entusiasmo suyo tras la decisión, que le lleva a organizar una fiesta invitando a sus amigos; la actitud, en cambio, de los fariseos, que parecen incapaces de ver con buenos ojos algo de lo que el Señor realiza; el afán salvador –en fin– de Jesucristo, pues, no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores, concluye.

Podemos esta vez detenernos precisamente en esto último, que parece inundar el alma del Señor, y así lo manifiesta en bastantes momentos de su paso por la tierra: Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor; tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él; no temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. En muchos más momentos manifiesta Jesús el cariño divino a los hombres. Recordemos sólo ahora aquella otra conversación con Zaqueo, que era jefe de publicanos y lo hospeda en su casa. En aquella ocasión Jesús manifiesta: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Parece necesario, con una necesidad gozosamente imprescindible, que nos sintamos muy queridos por Dios. Conviene que meditemos hasta el fondo, en la medida de nuestras fuerzas humanas –aunque siempre sean pequeñas, de pobre criatura– que un gran Amor nos quiere, y ha pensado para los hombres la mayor de las felicidades posibles. Aunque no sea fácil de entender, porque habitualmente pensamos en términos de derechos y de obligaciones, según una lógica humana, el plan creador de Dios, que hace posible nuestra existencia, nos conduce, si libremente somos dóciles a él, al inimaginable deleite de su intimidad. No cabe pensar en mayor bien que aquél que de suyo satisface cada potencia de nuestra carne y nuestro espíritu.

No se trata, desde luego, de una cuestión de derechos adquiridos que logremos en virtud de unos ciertos méritos. Diríamos, para entendernos en una cuestión en la que las palabras resultarán siempre pobres, que así ha sido el plan de Dios: gratuitamente nos ha amado, sin iniciativa alguna de nuestra parte; no tenemos, al respecto, nada que decir, nada que objetar que sea razonable. Sería tan absurdo como plantear objeciones a que las personas en este mundo puedan ser hombres o mujeres, o a que caminamos habitualmente sobre nuestros pies. Se trata, en efecto, de una realidad tan primaria y básica de la conformación concreta de la voluntad divina –las cosas son así porque Él quiso–, que habitualmente no nos hacemos mayores problemas. Pues, el mismo sentido, la vida del hombre únicamente se consuma en Dios; y en Él y sólo en Él –compartiendo su Vida Eterna– logra el hombre su plenitud: así lo quiso Dios.

La llamada al apostolado de Mateo, discípulo del Señor y autor del primer evangelio, por las circunstancias que la rodearon, es una manifestación práctica y eficaz del deseo salvador universal divino concretado por Jesucristo, al llegar a la plenitud de los tiempos –en palabras de San Pablo. Cabría pensar que los justos por su justicia ya caminan con sus pasos orientados hacia Dios. Se apoyan en la Gracia, efecto primario de la Redención, en su progreso ilusionado hacia la santidad. Pero los pecadores, los que viven de modo habitual en la injusticia, en franca oposición a los preceptos divinos, esos precisan más; esos sí que necesitarían una asistencia más específica que los anime a retirarse de sus desvíos en el ejercicio de su libertad. Les es tanto más necesaria esa ayuda, cuanto menos la echan en falta, porque, siendo imprescindible para la salvación, no la quieren. Son, evidentemente –aunque no lo sepan– los más necesitados de auxilio divino.

No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Parece la declaración más sencilla y sincera que se podría hacer acerca del amor de Dios, y así se expresaba Jesucristo, Dios mismo encarnado. Dios, que quiere que todos los hombres se salven, como manifiesta asimismo el Apóstol a su discípulo Timoteo, no se comporta, en Jesús, como tantas veces los humanos, que excluimos de nuestro trato casi sistemáticamente a quienes nos ofenden. Nuestro Señor vino al mundo porque los hombres –simplificando– somos malos, pecadores. He ahí la razón de su venida, tomando carne humana de Santa María. Su vida de infancia y de trabajo en este mundo nuestro, su predicación y su Pasión, muerte y Resurrección, han sido, ciertamente, por amor a todo el género humano: para que pueda alcanzar aquella Gloria a la que fue destinado. Pero siempre en razón del pecado y de los pecadores.

Que el entusiasmo agradecido de Mateo nos contagie también a cada uno, y nos ayude a contemplar a Nuestro Señor como al amigo incondicional que nunca se desdice de su amistad, aunque no seamos merecedores de ella. Sin duda, con esa actitud positiva, nos sentiremos más dispuestos a evitar lo que ofende a Dios; más aún, desearemos agradarle, amarle, en nuestro comportamiento de cada día.

La Madre de Dios, Madre nuestra, aliente nuestros deseos.


7.

El pasaje de hoy resalta una característica de la condición humana. Los
fariseos siempre tenían algo que opinar, sobre todo con aquellas cosas que, desde su punto de vista atentan contra el buen ejercicio de la ley. Jesús se da cuenta de su murmullo y le dice la frase mágica: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Que diferentes serán las cosas en este mundo cuando hagamos nuestras estas palabras. En otro pasaje del Evangelio Jesús nos llama a ser misericordiosos como Dios es misericordioso. Es ahí donde radica el paso desde condición humana a condición divina: tener misericordia. Cuando somos misericordiosos no reparamos en la condición humana de los demás, sino que trascendemos a ella y podemos ver con los ojos de Dios. Podemos amar con el amor de Dios, podemos esperar en el tiempo de Dios. Abrirnos a la acción de Dios en nuestras vidas será la forma en que aseguraremos dar el paso desde lo humano a la misericordia.

Dios nos bendice,

Miosotis


8. CLARETIANOS 2004

Queridos hermanos y hermanas,

Celebramos hay la fiesta de San Mateo, apóstol. El Evangelio nos recuerda su vocación. Ahí está Mateo, sentado a la mesa de los impuestos, alguien que se dedica a sangrar a la gente en nombre de los romanos. Quizá no hubiera nadie más despreciable a los ojos de los judíos contemporáneos de Jesús. Pero Jesús no pasa de largo frente a aquella mesa, se detiene, le mira a los ojos y le llama: “Ven y sígueme”, y le convierte en discípulo. Pero la cosa no queda ahí, Mateo y sus amigos (publicanos y pecadores) se sientan a la misma mesa con el Maestro. Si hubiéramos sino nosotros fácilmente hubiéramos dicho que no resulta conveniente para la “causa” que nos vieran en compañía de personas de tan mala fama, no habríamos ahorrado la crítica, los dimes y diretes. Pero Jesús lo tiene claro, y así quiere mostrarlo, y por eso llama a Mateo y va a comer con sus amigos: Jesús no ha venido a buscar a los sanos, sino a los pecadores, y les echa en cara a los fariseos su falta de misericordia, su falta de compasión para con aquellos que reconociendo su pecado quieren tomar un nuevo rumbo a sus vidas.

Cuantas veces nosotros actuamos así… emitimos un juicio sobre las personas, y ya es un juicio para toda la eternidad. Nunca nos acusarán de ingenuos porque no nos fiamos fácilmente de los otros. Esa es la distancia entre Jesús y nosotros, mientras que Él siempre mantiene la esperanza en las personas y por eso suspende todo juicio, nosotros condenamos eternamente, basados en nuestra mirada superficial y mezquina. ¿Cuándo aprenderemos el significado de la palabra misericordia?

ciudadredonda@ciudadredonda.org


9.Vocación de Mateo

Mateo 9, 9-13. Fiesta San Mateo Apóstol.
Sólo Jesús fue capaz de ver más allá de sus pecados y encontró al hombre.
Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net

Mateo 9, 9-13


En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: Sígueme. Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores? Mas Él, al oírlo, dijo: No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.


Reflexión


Dios respeta en su integridad al hombre, y cuando llama a un alma a su servicio, en su solemne poder, ni la violenta, ni la atosiga, sino que con paciencia y amor la deja casi andar a la deriva o al vaivén de las circunstancias. No es fácil, por tanto, dar una respuesta como la de Mateo: pronta, sincera, total.

San Mateo era un cobrador de impuestos, un pecador ante los ojos de todo el pueblo. Sólo Jesús fue capaz de ver más allá de sus pecados y vio a un hombre. Un hombre que podía hacer mucho por el Reino de los Cielos. Y le llamó con todo el amor y misericordia de su corazón para ser uno de sus apóstoles, de sus íntimos.

Todos hemos recibido la vocación a la vida cristiana. Dios nos ha creado para prestarle un servicio concreto, cada uno de nosotros. Tenemos una misión, como eslabones de una cadena. Decía el Cardenal Newman: “No me ha creado para nada. Haré bien el trabajo, seré un ángel de la paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar si obedezco sus mandamientos. Por tanto confiaré en él quienquiera que yo sea, dondequiera que esté. Nunca me pueden desechar. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle. En la duda, mi duda puede servirle. Si estoy apenado, mi pena puede servirle. Él no hace nada en vano. ¡Él sabe lo que hace!”


 

10. Mateo, de publicano a santo
El cobrador de impuestos, no calcula las consecuencias, no regatea. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo.
Autor: P. Juan J. Ferrán | Fuente: Catholic.net


Mateo, el publicano, tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida experimentó un gran cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista que conocemos. Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde su condición de publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de abandonar aquella vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que quería su corazón plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.

Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: "Sígueme" (Mt 9, 9). La misión de Cristo fue siempre la de salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece que siempre está comprometido en esta lucha.

Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la Samaritana, con la pecadora pública. Al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un ser señalado por los judíos que se creían buenos, un hombre de mala reputación, un pecador. Cristo se dirige a él y le ofrece otro camino: cambiar la mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y desinteresada a los demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad con Dios, cambiar en definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta esta invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.

"Él se levantó y le siguió" (Mt 9,9). Admira la prontitud con que Mateo abandona su vida de pecado para abrazar el amor de Dios. No hace consideraciones, no calcula las consecuencias, no regatea a Cristo. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. Realiza dos gestos, sintetizados en dos palabras: "Se levantó", como si se dijera que abandona aquella mesa, símbolo de su vida pasada y de su pecado; y es que para salir del pecado siempre hay que abandonar algo propio, personal. Y "le siguió", es decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios, una vida centrada en otros valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda fácil para Mateo esta decisión, pero bien valía la pena probar otro camino distinto de aquel que se había convertido para él en tantos momentos de dolor, de angustia y de remordimiento.

"No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mt 9,13). Jesús aceptó la invitación de Mateo a comer en su casa, casa que se llenó enseguida de publicanos y pecadores. Los fariseos preguntaron a los discípulos por qué comía su Maestro con publicanos y pecadores. Pero fue Jesús el que les respondió: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 9, 10-13).

Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos mismos que se consideraban justos.