Al servicio de la Palabra
Domingo de Guzmán (1170-1221) fue hijo del venerable Félix de Guzmán y de la
beata Juana de Aza. Nació en Caleruega, Burgos, por el año 1170.
Estudió humanidades en Gumiel de Izán, y acaso en La Vid o Silos, y luego cursó
Artes y Teología en el Estudio General de Palencia, por los años 1185 a 1195.
Allí cultivó la dialéctica y aprendió el oficio de expositor y disputador, pero
sobre todo se dedicó al estudio, meditación, asimilación de la Palabra de Dios
en la Biblia. En esto tenía sus delicias. Allí también, durante los cursos de
teología, se solidarizó totalmente con el pueblo que pasaba momentos de angustia
económica, a causa de guerras y malas cosechas, vendió los libros y códices que
había adquirido a alto precio, y tomó clara conciencia de que “no podía estudiar
sobre pieles muertas, códices, mientras veía morir a las vivas, los hombres”.
Concluidos los estudios de teología, el Obispo del Burgo de Osma le pidió que se
incorporara a su Cabildo catedral y así lo hizo, tomando el hábito y profesando
como Canónigo Regular. Ordenado sacerdote, se dedicó al estudio, a la oración y
culto y a la predicación.
En 1203, formó parte de la comitiva que, en nombre del rey Alfonso VIII de
Castilla, fue a pedir la mano de una princesa de Dinamarca para el hijo del rey;
y en el camino, al pasar por el sur de Francia con el obispo Diego de Acebes,
conoció de cerca la descristianización de aquellas tierras, a causa de la
herejía catara y valdense, predicó a Cristo y obtuvo las primeras conversiones.
A partir de 1205, con Diego de Acebes, y más aún a partir de 1207, tras la
muerte del obispo, asumió la responsabilidad de la predicación entre los
herejes, y formó un grupo de apòstoles-misioneros que vivían en pobreza,
obediencia, al servicio de las iglesias.
Consumidos varios años más en ardorosa evangelización, fundó la Orden de Frailes
Predicadores, que fue confirmada por el Papa Honorio III el 22 de diciembre de
1216. Sus primeros frailes vinieron a España en 1218.
ORACIÓN:
Santo Domingo, luz de la Iglesia santa, maestro de la verdad, rosa de paciencia,
marfil de castidad, predicador de la gracia; tú que distribuiste gratuitamente
el agua de la sabiduría a los pueblos, únenos a los santos en el servicio de la
Palabra. Amén.
Palabra a tiempo y a destiempo
Segunda carta de san Pablo a Timoteo 4, 1-9:
“Timoteo, te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos
y muertos, por su aparición y por su reino: predica la palabra, insiste a tiempo
y a destiempo, reprende., corrige, exhorta con longanimidad y doctrina, pues
vendrán tiempos en que las gentes no soportarán oir la sana doctrina ... y
apartarán sus oídos de la verdad para volverlos a las fábulas. Tú sé
circunspecto en todo, soporta los trabajos, haz la obra de evangelista y cumple
tu ministerio. En cuanto a mí, presto estoy a derramarme en libación, siendo ya
inminente el tiempo de mi partida. He combatido el buen combate, he terminado mi
carrera, he guardado la fe...”
El mensaje de Pablo es que la Palabra de Dios, la Palabra de Cristo, nos urge .
Si somos cristianos, hemos de responder con fidelidad al servicio de la fe, del
amor, de la comunión, de la verdad. Y eso hay que hacerlo, guste o no guste,
pero siempre con el respeto que el otro merece de nosotros.
Evangelio según san Mateo 5, 13-16:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois sal de la tierra.
Pero si la sal se desvirtúa ¿cómo salará la tierra? Ya no sirve más que para
tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois luz del mundo. Pero,
cuidado: no puede ocultarse una ciudad que se asienta en la cumbre de un monte;
y no se enciende una lámpara para esconderla bajo un celemín sino que hay que
ponerla sobre el candelero, para que alumbre a cuantos entran y se mueven en
casa. Así ha de ser vuestra luz ante los hombres: que les alumbre y vean
vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”
Pablo insistía en el ejercicio continuo de la predicación, del anuncio del
mensaje de Cristo. Ahora Jesús nos encarece la condición íntima que poseemos, y
según la cual hemos de actuar: somos como sal, como luz; y ambos elementos nos
indican que estamos constituidos en instrumentos de salvación, por gracia del
Señor.
Momento de reflexión
Amigo de la Biblia y de la teología.
Santo Domingo de Guzmán aprendió teología estudiando y meditando sobre los
Evangelios y sobre las Cartas de san Pablo. Dicen que sabía de memoria el
Evangelio según san Mateo y las Cartas de Pablo. Por eso su predicación era
profundamente evangélica y su espíritu tenía mucho del espíritu paulino, aunque
su temperamento fuera muy distinto del de Pablo.
Domingo, como Pablo, de día y de noche, estudiaba, meditaba, y en todo momento
se sentía urgido por la predicación, y la hacía con entrañas de misericordia y
compasión por los pecadores y descarriados. Hacía y sabía hacer. Vivía y
comunicaba vida en el Espíritu, asumiendo pruebas, persecuciones,
responsabilidad y sacrificios, con caridad y misericordia.
La caridad de la verdad.
Santo Domingo asimiló muy bien estas dos ideas de Jesús a sus discípulos: ser
sal y ser luz. Por eso buscaba salvar al mundo de la corrupción e iluminarlo con
la verdad. Y porque reunía las dos condiciones en alto grado, de él se dice que
poseía la caridad de la verdad.
Tomemos esas palabras como lema de nuestra vida y misión: caridad de la verdad.
Nada hagamos sin caridad, y busquemos en todo la verdad.
Fe ilustrada.
En la historia de la Iglesia, Domingo cumplió el papel de mediador y maestro de
la fe, tratando de que en el siglo XIII todos los creyentes (sacerdotes,
religiosos y laicos) poseyeran una fe ilustrada y cálida; y para ello fomentó el
estudio de la Verdad, la caridad de la Verdad y la compasión en la Verdad.
Seamos también nosotros expertos en humanidad, profundamente creyentes,
altamente compasivos, tiernamente hijos de María, la Madre del Rosario.