SOBRE LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA
SOBRE LA VIRGEN BLANCA O SANTA MARÍA DE LAS NIEVES
1.
DOMINICOS 2003
¡Salve María!
Hoy en la liturgia se hace memoria libre, según la piedad de los fieles, en
honor a María, bajo el título popular de LA VIRGEN BLANCA.
Este título alude a una leyenda piadosa del siglo IV. Según cuenta la antigua
tradición, un matrimonio romano, que no tenía descendientes y disponía de muchos
bienes, quería honrar a Santa María, y no sabía cómo hacerlo.
Una noche de agosto, en sueños, creyó ver marcado con líneas de nieve, el lugar
elegido y reservado para que en él se construyera un templo hermoso dedicado a
la Santísima Virgen, y el matrimonio exultó de gozo. Entendió qué quería la
Virgen.
Así fue como surgió en Roma la bellísima basílica que llamamos de “Santa María
la Mayor” o de la “Virgen de las Nieves” o de la “Virgen Blanca”.
En España hay muchas capillas de la Virgen Blanca; pero es especialmente
conocida la fiesta de la Virgen Blanca como patrona de la ciudad de Vitoria,
ciudad erigida por voluntad del rey Sancho el Sabio de Navarra, que la fundó en
el siglo XII. Nosotros, amigos y hermanos en la fe y devoción mariana, nos
asociamos con piedad y cantos a esa liturgia de blanca belleza en honor de
Nuestra Señora.
HIMNO DE ALABANZA:
Vos navegáis, alma mía, por el mar del pensamiento,
do sois de contrarios vientos combatida cada día;
para no temer la fortuna mirad siempre aquella Estrella
del norte, pues, sin ella no habréis bonanza ninguna.
Y para más la obligar decidle por oración
esta devota canción: ‘Ave, la Estrella de la mar,
Madre de Dios criadora siendo virgen de contino,
puerta dichosa , camino del cielo, y emperadora...
Mostraos, Virgen, ser madre a los tristes que padecen,
tome por Vos nuestras preces el que siendo vuestro Padre,
por nosotros quiso ser vuestro hijo, y, siendo Dios,
se hizo, dentro de vos, hombre para padecer...
Sea alabanza, por tanto, a Dios Padre Criador,
y a Cristo, muy gran Señor, con el Espíritu Santo;
una honra a todos tres sin dar ventaja a ninguno;
pues todo lo que es de uno, y de todos ellos es. ( C.Castillejo )
Palabra creadora
Apocalipsis 21, 1-5:
“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque la primera tierra y el
primer cielo han pasado, y el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia
que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el
cielo: Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos
serán su pueblo y Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya
no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Ahora hago el universo nuevo”.
Esta visión, aplicada la Virgen María, Madre de Dios encarnado, nos hace
contemplar a la Virgen-Madre como morada nueva, única, fecunda, prometedora.
Ella será la Madre de Jesús que lo renovará todo en el Espíritu.
Evangelio según san Lucas 11, 27-28:
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el
gentío levantó la voz diciendo: ¡Dichoso el vientre que te llevó en su seno y
los pechos que te criaron! Y Jesús respuso: -Mejor; ¡Dichosos los que escuchan
la palabra de Dios y la cumplen!
Esa mujer, llamada en el Apocalipsis a ser morada de Dios, nueva Jerusalén,
madre fecunda, es María de Nazaret, madre de Jesús, esposa de José. ¡Dichosa
ella, por elegida y llena de gracia! ¡Salve, María!
Momento de reflexión:
Imagen de la Virgen Blanca
Quienes hemos recibido el don de la fe en Dios, en Cristo, en María, somos
afortunados. Nosotros, creyentes, podemos permitirnos el lujo de comunicaros con
Dos, con Cristo, con María, mediante un lenguaje íntimo, lleno de sentido
espiritual.
Los no creyentes (a los que deseamos fe sincera) no pueden disfrutar de ese don,
a ellos las palabras del Misterio de amor de Dios les resbalarán infecundas.
Convoquémoslos a nuestra oración.
Nosotros, afortunados hijos, podemos jugar filialmente con en expresiones de fe
y amor, porque sabemos que somos escuchados cuando cantamos a Dios, nuestro
Padre, y lo vemos tras cien rostros graciosos; cuando cantamos a Cristo, nuestro
Redentor, en su gozo, luz, dolor y gloria; y cuando honramos a María, Madre de
Jesús, y le dedicamos noventa palabras de amor y agradecimiento por su
fidelidad.
¿Cómo la cantamos y damos gracias en esta liturgia? Hoy, Señora, te llamamos
María, la Virgen Blanca. Y en esa palabra e imagen descubrimos y ponemos
tu pureza, tu ternura, tu amor, tu cercanía, poder, bendición, fuerza
protectora.
¡Bendita seas, blanca paloma, gracia inmaculada, belleza maternal!
2. DOMINICOS 2004
5 de
agosto, jueves: Fiesta de la Virgen Blanca
Vamos con una hermosa leyenda mariana. La memoria libre que hoy se hace en la
liturgia, en honor a María, lleva el título popular de LA VIRGEN BLANCA. Alude a
una leyenda piadosa del siglo IV. Según ella, un matrimonio romano, que no tenía
descendientes y disponía de muchos bienes, quería honrar a Santa María, y no
sabía cómo hacerlo.
Una noche de agosto el piadoso matrimonio contempló, extasiado, que sobre el
monte Esquilino caía blanca nieve subiendo el suelo.
Es voluntad de María –entendieron ellos- que en esa cima se construya una
basílica. Y con la venia del papa Liberio (352-366) comenzó la fábrica de la
bellísima iglesia de Santa María la Mayor o “Virgen de las Nieves” o “Virgen
Blanca”.
Y a su imagen, muchas capillas y algunas iglesias llevan ese nombre mariano. En
España es muy conocida, por ejemplo, la fiesta de la Virgen Blanca, patrona de
la ciudad de Vitoria, por voluntad del rey Sancho el Sabio de Navarra que la
fundó en el siglo XII.
Reflexión para este día
Santa María, blanca como la nieve, ruega por nosotros.
Santa María, blanca como paloma, haznos vivir en amor puro.
Santa María, gloria de nuestra raza, ayúdanos a ser felices en el amor.
Santa María, Blanca como la Nieve, bendice nuestras familias.
Con esos sentimientos marianos podemos meditar hoy en la nueva alianza de amor
que, según el texto de Jeremías, Dios quiere establecer con nosotros. Y podemos
también preguntarnos qué pensamos de Jesús de Nazaret.
En cuanto a lo primero, alianza de amor, apreciemos lo que significa María en el
proyecto de ‘Nueva Alianza’. Ella es una fecunda realidad. Según nuestra fe,
María es la tomada de entre nosotros mediadora en esa sublime Alianza de Dios y
del hombre a través del misterio de la encarnación del Hijo de Dios en su seno
virginal. ¡Ave, María!
En cuanto a lo segundo, pulsemos bien nuestros sentimientos íntimos y seamos
sinceros. ¿Podemos decir nosotros con firme persuasión, con inquebrantable
confianza y fe, que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios? Si lo hacemos, felices
de nosotros.
3. FLUVIUM 2004
Descubrir la Voluntad de Dios y vivirla
Celebramos la fiesta de la Dedicación de la basílica de Santa María, y tomamos
ocasión de los versículos de san Lucas que nos ofrece la Liturgia de la Iglesia,
en la Misa de esta fiesta, para meditar en la singular alabanza que Jesús hace
de su Madre. Pues, aunque pareciera que Nuestro Señor rectifica a la mujer que
desea proclamar de modo expreso y públicamente la excelencia de María, el Señor
más bien declara –del mejor modo posible, por cierto– la razón profunda por la
que Ella, su Madre, merece, antes que ninguna otra persona, esa alabanza.
No es su maternidad, en el sentido biológico de la expresión –el vientre que te
llevó y los pechos que te criaron–, tal como expresa la mujer del pueblo, la
razón profunda de la excelencia de la Madre de Dios. Sin duda, el cuerpo de
María ha sido el más perfecto de los cuerpos humanos, después del de su divino
Hijo. La maravilla de María está ante todo en su espíritu, pues no es lo
corporal lo que caracteriza de modo específico al ser humano. Siendo María toda
la hermosura y plenitud física que puede ser pensada en una mujer, sin embargo,
si es en verdad la bendita entre todas mujeres, según proclama de ella Isabel,
su prima, se debe a que es la llena de Gracia, en palabras de Gabriel.
La Gracia de Dios, que Santa María tiene en plenitud, supone una sintonía con el
Creador máxima en Nuestra Madre: la mayor identificación y unión con Dios que es
posible en una criatura. Santa María debe su excelencia, no tanto a lo que
–podríamos decir– tiene como propio de Ella misma. Cualquier cualidad personal
de María, siendo humana, y corporal en este caso, posee un valor necesariamente
relativo por ser criatura. La Madre de Dios es ciertamente maravillosa, pero
ante todo en su alma: su ser está en todo momento de máxima unión con Dios. Su
entendimiento, su imaginación, su memoria, sus afectos, sus ilusiones, todo su
esfuerzo...; en suma, toda su capacidad de pensar y de amar, se dirige de
continuo a Él. Lo demás del mundo, siendo efecto de la creación divina, María lo
contempla como realidades que manifiestan la gloria de Dios o, si son personas,
con capacidad de darle gloria en el ejercicio de su libertad. Las cosas en
sentido estricto –lo únicamente material– propiamente no pueden ser buenas o
malas, ya que no tienen capacidad moral al no ser libres; las personas, en
cambio, nos definimos respecto a Dios en cada momento por nuestras acciones
libres. Según sea nuestro comportamiento, somos buenos o malos.
La alabanza de Jesús corresponde, por tanto, antes que nada a su Madre.
Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan, dice
el Señor. María "escuchaba" de continuo la voz de su Creador. A cada paso se le
manifiesta su querer nítidamente, porque no tiene más interés que descubrir la
voluntad de Dios para sí misma, para el mundo, para los hombres. Su exquisita
sensibilidad sobrenatural, siendo la llena de Gracia, le hace captar ante todo
lo que Dios espera en cada instante: en aquello que le afecta personalmente de
modo directo, y en las otras situaciones del mundo de las que tiene noticia.
María es la que escucha a Dios por antonomasia. La que descubre el querer divino
–siempre amoroso por lo demás– para cada instante: nada la distrae de Dios, y
así puede agradarle en todo.
Descubrir la Voluntad de Dios, de nuestro Creador y Señor, reclama del hombre un
empeño por identificarse con esa Voluntad con todas las fuerzas. Nada de lo que
reconocemos como querer divino nos debe resultar indiferente. El buen cristiano
vibra en deseos de ver establecida la voluntad divina por todas partes: hágase
tu Voluntad en la tierra como en el cielo, rezamos muy frecuentemente. Nos
consume la impaciencia, mientras no son las cosas a nuestro alrededor como las
quiere Dios; y pedimos perdón por los que no saben valorar ese Señorío y Amor
divinos que debe establecerse de modo universal.
Conocemos por la fe que el destino del mundo es inseparable de un triunfo
clamoroso y glorioso de Dios ante toda la creación. Diríamos, entonces, que la
Voluntad de Dios está llamada a triunfar indudablemente: es omnipotente, como
Dios mismo. Por otra parte y en otro sentido, la Voluntad de Dios ha quedado
encomendada, en algunos aspectos, como una tarea para el hombre. Decimos, por
esto, que debemos cumplir la Voluntad de Dios. Ya que gozamos de capacidad de
opción en tantas manifestaciones del comportamiento humano, debemos configurar
nuestra vida, entendida como tarea con la que nos vamos adecuando segundo a
segundo, con ese querer divino que podemos descubrir. Así, pues, a cada paso,
levantando los ojos del espíritu hacia Dios, descubrimos lo que espera de
nosotros hoy y ahora, lo que más le agrada entre las varias opciones que se nos
presentan. Amarle consiste, desde luego, en escoger aquello que nos "pide",
aunque tal vez nos pueda costar.
Si a María nada la distrae de Dios; si, persuadida de su pequeñez y de la
grandeza del Creador, únicamente piensa en Él, y en el mundo que debe manifestar
su gloria, de modo particular en la vida de los hombres; otro tanto sucede con
su querer. La Madre de Dios es, asimismo, la que guarda por antonomasia la
divina palabra, la Voluntad de Dios. He aquí la esclava del Señor, declaró ante
el arcángel, manifestando así lo que sería el programa de su completa
existencia. La vida de María se consuma, pues, plenamente en la condición que su
divino Hijo exige a los Bienaventurados, que escuchan la palabra de Dios y la
guardan.
Sigamos el consejo de san Josemaría: Invoca a la Santísima Virgen; no dejes de
pedirle que se muestre siempre madre tuya: "monstra te esse Matrem!", y que te
alcance, con la gracia de su Hijo, claridad de buena doctrina en la
inteligencia, y amor y pureza en el corazón, con el fin de que sepas ir a Dios y
llevarle muchas almas.