1. DOMINICOS 2003
Saludo a la Virgen
Saludemos a nuestra Señora la Virgen del Carmen con el himno-soneto que le
dedica la liturgia en el oficio de Laudes:
¿Quién eres tu, mujer, que, aunque rendida
al parecer, al parecer postrada,
no estás sino en los cielos ensalzada,
no estás sino en la tierra preferida?
Pero, ¿qué mucho, si del sol vestida,
qué mucho, si de estrellas coronada,
vienes de tantas luces ilustrada,
vienes de tantos rayos guarnecida?
Cielo y tierra parece que, a primores,
se compusieron con igual desvelo
-mezcladas sus estrellas y sus flores-
para que en ti tuviesen tierra y cielo,
con no se qué lejanos resplandores
de flor del Sol plantada en el Carmelo.
ORACIÓN:
Señor, que la piedad popular sea sincera, clarividente, evangélica,
comprometida; que todos nos sintamos unidos a Cristo y a María en fe, amor,
cruz, esperanza; y que todas nuestras obras rebosen caridad, exigencia de puro
amor fraterno, justicia y verdad. Amén.
Palabra de Dios
Profeta Zacarías 2, 14-17:
“Alégrate y salta de júbilo, hija de Sión, que yo vengo a habitar en ti –oráculo
del Señor- . Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos y serán pueblo
mío; habitaré en medio de ti, y sabrás que el Señor de los ejércitos me ha
enviado a ti.
El Señor tomará a Judá como lote suyo en la tierra santa y volverá a escoger a
Jerusalén. ¡Silencio de todos ante el Señor, que se levanta en su santa morada!”
El profeta y el pueblo de Dios contemplan, en perspectiva de fe y esperanza, un
mañana en que Dios será de verdad ‘Señor de Israel’, Amigo de amigos, Padre en
familia. Aquel día todos mirarán a una nueva Jerusalén de paz, justicia, amor,
alegría. ¡Oh dichosa ventura! ¡Nosotros haremos que no se cumpla!
Evangelio según san Mateo 12, 46-50:
“Un día, mientras Jesús hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos
estaban fuera y pretendían hablarle. Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos
están fuera y desean hablarte. Él, respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quién
es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano sobre sus
discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que
hiciere la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre".
Dos lenguajes: -uno, el de la gente que aclama al hacedor de milagros y
prodigios, al Señor que da pan y multiplica peces. Otro, el de Jesús que
contempla los frutos del Reino por él conquistado: hermanad, maternidad,
sociedad, comunión de todos en una misma fe, esperanza y amor. ¡Bendito quien
viva en ese y de ese Reino!
Momento de reflexión
Salta de júbilo, Jerusalén.
En el siglo VI antes de Cristo, el profeta Zacarías, canta la gloria de la
ciudad de Jerusalén cuyo templo se afana en restaurar. Como profeta, y como
ciudadano religioso de Israel, se imagina que, bajo la mano protectora de Yhavé,
los israelitas y otros pueblos se llenarán de júbilo al poder celebrar
nuevamente en el templo días de culto y fiesta.
Y, previendo ese singular acontecimiento de gloria, Jerusalén, la amada de Yhavé,
ciudad mimada, es invitada a prepararse como para solemnísimo día de fiesta.
Ha de estar engalanada para recibir a todos con alegría.
Cuando nosotros celebramos la fiesta de María, Madre de Dios, bajo cualquier
advocación con que la llamemos, estamos celebrando también el gozo de que una
mujer, tomada de entre nosotros, se engalana para recibir el misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios. Simbólicamente, hoy el Carmelo (María, el alma,
los redimidos) se cubre de flores.
La gloria del Carmelo.
Apliquemos a María el título de Reina del Carmelo. Ella es, por antonomasia, la
gloria de la humanidad. Sólo ella es Madre de Dios.
Pero, al recordarlo con humildad y devoción, escuchemos también las palabras de
Jesús enalteciendo el hecho de que algo de maternidad y de fraternidad hay en la
fe que nos pone en manos de Dios.
María, dicen los santos Padres, concibió a Jesús antes con la fe que en su seno
virginal. María creyó y luego fue madre. Obremos nosotros como ella: creamos en
Cristo, vivamos con él y en él, y así contribuiremos a engendrar hijos para
Dios.
Todos tendremos algo de niños engendrados en el amor y algo de madres y hermanos
que enseñan a ser hijos en el Hijo.
2.
FIESTA DE LA VIRGEN DEL CARMEN
16 de julio DE 2002
ESTRELLA DEL MAR. FLOR DEL CARMELO
1. "Aquel dia se uniran al Señor muchos pueblos y se haran pueblo mio" (Zacarías 7,14). El Carmelo, cuya hermosura ensalza la Biblia, ha sido siempre un monte sagrado. En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Senor y su pueblo (1R 18,39). El recuerdo del Profeta «abrasado de celo por el Dios vivo» había de perpetuarse en el Carmelo. Durante las Cruzadas, los ermitaños cristianos se recogieron en las grutas de aquel monte emblemático, hasta que en el siglo XlII, formaron una familia religiosa, a la que e1 patriarca Alberto de Jerusalen dio una regla en 1209, confirmada por el papa Honorio III en 1226. El Monte Carmelo está situado en la llanura de Galilea, cerca de Nazaret, donde vivió María «conservándolo todo en su corazón». Por eso la Orden del Carmelo se ha puesto desde sus orígenes bajo el patrocinio de. la Madre de los contemplativos. Es natural que en el siglo XVI, los dos doctores y reformadores de la Orden, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, convirtieran el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios. Hoy pedimos con la liturgia al Señor que nos haga llegar, gracias a «la intercesión de la Virgen María» «hasta Cristo, monte de salvación».
2. Desde aquellos eremitas que se establecieron en el monte Carmelo, los Carmelitas se han distinguido por su profunda devoción a la Santísima Virgen, interpretando la nube que vio el criado de Elías: "Sube del mar una nubecilla como la palma de la mano" (1 Re 18,44), como un símbolo de la Virgen María. Como los marineros antiguos, que leían las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano, la Virgen María como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.
3. Cuando Palestina fue invadida por los sarracenos, los Carmelitas tuvieron que abandonar el Monte Carmelo. Mientras cantaban la Salve, se les apareció la Virgen y les prometió que sería su Estrella del Mar, por la analogía de la belleza del Monte Carmelo que se alza como una estrella junto al mar Mediterráneo.
4. La Orden se difundió por Europa, y la Estrella del Mar, les acompañó a medida que la orden se iba propagando por el mundo, y se les llamba "Hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en su honor, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella a Cristo.
5. Año 1246. Inglaterra. Simón Stock, nombrado general de la Orden Carmelitana, comprendió que, sin una intervención de la Virgen, la Orden tendría vida corta. Recurrió a María, a la que llamó "Flor del Carmelo" y "Estrella del Mar" y puso la Orden bajo su amparo, suplicándole su protección para toda la comunidad. En respuesta a su oración, el 16 de julio de 1251 se le apareció la Virgen y le dió el escapulario para la Orden con la siguiente promesa: "Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno".
6. El libro de Josué, nos narra la conquista de Jericó por Josué y los israelitas: "Al entrar nosotros en el país, dijeron los espías a Rajab, la prostituta de Jericó, ata esta cinta roja a la ventana, y a tu padre y tu madre, a tus hermanos y toda tu familia, los reunes aquí en tu casa y nosotros respondemos de vuestra vida....Esta ciudad se consagra al exterminio. Sólo han de quedar con vida la prostituta Rajab y todos los que están en su casa con ella... Los espías fueron y sacaron , a su padre y hermanos y Josué les perdonó la vida" (Jos 2,14 ss.).
7. Los hombres nos comunicamos por símbolos, banderas, escudos y uniformes, que nos identifican. Las comunidades religiosas llevan su hábito como signo de su consagración a Dios. Los laicos que desean asociarse a los religiosos en el camino de la santidad, pueden usar el escapulario, miniatura de hábito otorgado por la Virgen que, con el rosario y la medalla milagrosa, es uno de los más importantes sacramentales marianos. Como la cinta roja en la ventana de Rajab, fue para los hebreos la señal para salvar del extermino a su familia, el escapulario del Carmen, es para los que lo llevan, su señal de predestinación. Dice San Alfonso Ligorio, doctor de la Iglesia: "Los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, y la Virgen está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios." El escapulario ha sido constituido por la Iglesia como sacramental y signo que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción, y que propicia la renuncia del pecado.
8. Muchos Papas, santos como San Alfonso Ligorio, San Juan Bosco, San Claudio de la Colombiere, y el Beato Pedro Poveda, tenían una especial devoción a la Virgen del Carmen y llevaban el escapulario. Los teólogos han explicado que, según la promesa de la Virgen, quien tenga impuesto el escapulario y lo lleve, recibirá de María a la hora de la muerte, la gracia de la perseverancia final.
9. Para el cristiano, el escapulario es una señal de su compromiso de vivir la vida cristiana siguiendo el ejemplo de la Virgen Santísima y el signo del amor y la protección maternal de María, que envuelve a sus devotos en su manto, como lo hizo con Jesús al nacer, como Madre que cobija a sus hijos. Cubrió Dios con un manto a Adán y Eva después del pecado; Jonatán dio su manto a David en señal de su amistad, y Elías le dio su manto a Eliseo y lo llenó de su espíritu en su partida. San Pablo nos dice que nos revistamos de Cristo, con el vestido de sus virtudes. El escapulario es el signo de que pertenecemos a María como sus hijos escogidos, consagrados y entregados a ella, para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella y en su corazón.
10. En 1950 el Papa Pío XII escribió "que el escapulario sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos". Quien usa el escapulario debe ser consciente de su consagración a Dios y a la Virgen y ser consecuente en sus pensamientos, palabras y obras.
12. Dice Jesús: "Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera". (Mt 11:29). El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar, pero que María nos ayuda a llevar. El escapulario es un signo de nuestra identidad como cristianos, vinculados íntimamente a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente nuestro bautismo. Representa nuestra decisión de seguir a Jesús por María en el espíritu de los religiosos pero adaptado a la propia vocación, lo que exige que seamos pobres, castos y obedientes por amor. Al usar el escapulario constantemente estamos haciendo silenciosa petición de asistencia a la Madre, y ella nos enseña e intercede para conseguirnos las gracias para vivir como ella, abiertos de corazón al Señor, escuchando su Palabra, orando, descubriendo a Dios en la vida diaria y cercano a las necesidades de nuestros hermanos, y nos está recordando que nuestra meta es el cielo y que todo lo de este mundo pasa. En la tentación, tomamos el escapulario en nuestras manos e invocamos la asistencia de la Madre.
13. El primer escapulario debe ser bendecido e impuesto por un sacerdote con esas palabras: "Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal y te lleve a la vida eterna". En 1910, a petición de los misioneros en los países del trópico, donde los escapularios de tela se deterioran pronto, el Papa Pío X declaró que una persona que ha recibido el escapulario de tela puede llevar la medalla-escapulario en su lugar, si tiene razones legítimas para sustituirlo.
14. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden dice: "No lleguemos a la conclusión de que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos...Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia."
15. La Virgen ha prometido sacar del purgatorio el primer sábado después de la muerte a la persona que muera con el escapulario. Esta gracia es conocida como el Privilegio Sabatino y tiene su origen en una bula del Papa Juan XXII otorgada el 3 de marzo de 1322, a raiz de una aparición de la Virgen al mismo papa, en la que prometió para aquellos que cumplieran los requisitos de esta devoción que "como Madre de Misericordia, con mis ruegos, oraciones, méritos y protección especial, les ayudaré para que, libres cuanto antes de sus penas, sean trasladadas sus almas a la bienaventuranza". Las condiciones para gozar este privilegio son llevar el escapulario con fidelidad, guardar la castidad de su estado, rezar el oficio de la Virgen o los cinco misterios del rosario. El Papa Pablo V confirmó en un documento oficial que se podía enseñar este privilegio sabatino a todos los creyentes.
16. Es muy significativo que en la última aparición de Fátima, en octubre de 1917, el día del milagro del sol, la Virgen vino vestida con el hábito carmelita y con el escapulario en la mano. El Papa Pío XII habló frecuentemente del Escapulario. En 1951, 700 aniversario de la aparición de Nuestra Señora a San Simón Stock, el Papa ante una numerosa audiencia en Roma, exhortó a vestir el Escapulario como "Signo de Consagración al Inmaculado Corazón de María, que nos marca como hijos escogidos de María y se convierte para nosotros en un "Vestido de Gracia".
17. Madre del Carmelo: Tengo mil dificultades, ayúdame. De los enemigos del alma, sálvame. En mis desaciertos, ilumíname. En mis dudas y penas, confórtame. En mis enfermedades, fortaléceme. Cuando me desprecien, anímame. En las tentaciones, defiéndeme. En horas difíciles, consuélame. Con tu corazón maternal, ámame. Con tu inmenso poder, protégeme.Y en tus brazos de Madre, al expirar, recíbeme. Virgen del Carmen, ruega por nosotros. Amén."
JESÚS MARTÍ BALLESTER
3.
La fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo es una de las celebraciones marianas más populares y más queridas en el pueblo de Dios. Casi espontáneamente nos traslada a la tierra de la Biblia, donde en el siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a venerar a la Virgen en las laderas de la cordillera del Carmelo. De este pequeño grupo de hermanos, reunidos junto a la fuente de Elías, nacerá lo que hoy es la Orden de los Carmelitas, consagrada a la Virgen del Monte Carmelo, Madre del Señor. En la Escritura se hace referencia muchas veces a la vegetación exuberante del sagrado monte del Carmelo (cf. Is 35,2; Cant 7,6; Am1,2), ligado desde antiguo a la experiencia de Dios a través de la vida y el ministerio del profeta Elías (1Re 18,19-46). La frondosidad y la belleza del Carmelo evocaban aquella otra belleza que adornó siempre a María: su docilidad a la palabra de Dios, su oración callada y su fe inquebrantable. A ella se le pueden aplicar con razón las palabras del profeta Isaías: "Le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón" (Is 35,2).
El Carmelo Teresiano y la Virgen María
Nuestra Señora del Monte Carmelo es venerada y contemplada como modelo de fe y de oración. Los frailes y monjas carmelitas, los laicos del Carmelo Seglar y cuantos se sienten unidos espiritualmente a la gran familia del Carmelo, la acogen como su madre y hermana, constante inspiradora de una contemplación fuerte y fecunda, centrada en la obediencia fiel a la Palabra de Dios.
Para la Virgen María es "la Madre Sacratísima" que "estaba siempre firme en la fe" (6 Moradas 7,14), llena de "tan gran fe y sabiduría" que siempre aceptó en su vida los caminos de Dios, escuchando humildemente la Palabra (cf. Conceptos del Amor de Dios 6,7).
Para San Juan de la Cruz María fue siempre dócil a los impulsos del Espíritu Santo, pues "nunca tuvo en su alma impresa forma alguna de criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo" (3 Subida 2,10). María, que "guardaba todas las cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19) y que vivió siempre unida en la fe y el amor con Cristo su Hijo, es modelo e ideal evangélico para todos los carmelitas. La celebración de santa María del Carmelo es la fiesta en la que la Orden de los carmelitas y cuantos viven unidos al Carmelo reconocen a María como "modelo acabado del espíritu de la Orden" (Constituciones OCD, 49) y fuente de protección y auxilio en Cristo en medio de las adversidades de la vida, de lo cual es un signo elocuente el escapulario del Carmen.
Comentario a las lecturas bíblicas de la Misa
1 Re 18, 42-45
Gal 4, 4-7
Jn 19, 25-27
La primera lectura (1 Re 18,42-45) pertenece al llamado "ciclo de Elías", antigua colección de historias de este profeta que dejó una impronta imborrable en la memoria del pueblo de Dios. Elías (en hebreo: "Eliyaju = "Yahvéh es mi Dios") es el gran profeta de la fe y del celo por la gloria de Dios. En la época de Elías el pueblo vivía en una situación extrema de confusión religiosa, a tal punto que había llegado a seguir a Baal, un dios extranjero de la fecundidad, al que consideraban la verdadera fuente de los bienes de la naturaleza, que enviaba la lluvia y el rocío para fertilizar a la madre tierra. El profeta Elías, para probar que sólo Yahvéh controla la naturaleza, había jurado que no habría lluvia ni rocío si no cuando él lo ordenara con su palabra profética (1 Re 17,1). Después de algunos años de sequía y gracias al ministerio de Elías el pueblo había vuelto a reconocer al verdadero Dios (1 Re 18,20-40). Cuando el pueblo se convierte, Dios está dispuesto a dar la lluvia de nuevo. Elías entonces invita al rey Ajab a "comer y beber" (1 Re 18,41), es decir, lo invita a hacer fiesta porque el pueblo ha vuelto a su Dios y el Señor mandará otra vez el agua sobre la tierra: "Sube, come y bebe porque ya se oye el ruido de una lluvia torrencial" (1 Re 19,41). Probablemente Ajab había estado ayunando por largo tiempo, a causa de la sequía, como signo de luto y penitencia, según la costumbre que se seguía en tiempo de calamidades (cf. Joel 1,14). Por su parte, el profeta sube a la cima del Carmelo. Las siete veces que manda a su criado a observar el mar para ver algún signo de lluvia, indican la seguridad que tiene en la palabra que Dios había pronunciado: "Yo voy a hacer llover sobre la tierra" (1Re 18,1). Mientras el criado va a mirar, Elías ora "postrado rostro en tierra con el rostro entre las rodillas" (1 Re 18,42). A la séptima vez, el criado le dijo: "Sube del mar una nube pequeña como la palma de una mano" (1 Re 18,44). Finalmente llega el signo que el profeta esperaba. Le basta una pequeña nubecilla para intuir que Dios enviará la lluvia sobre la tierra y así se lo hace saber al rey diciéndole: "vete, antes que la lluvia te lo impida" (1 Re 18,44). En aquel momento, "el cielo se oscureció con nubes, sopló el viento y cayó agua en abundancia" (1 Re 18,45). Elías entonces corre delante de Ajab, como hacían los caballeros delante del rey para anunciar la victoria; solamente que aquí la victoria no ha sido del rey, sino de Dios, de Elías y del pueblo. El final de la sequía había dejado en claro que Yahvéh era el único Dios, fuente de la fecundidad y de la bendición, y cuyo poder alcanza a toda la naturaleza.
"Sube del mar una pequeña nube" (1 Re 18, 44)
Desde los orígenes del Carmelo esta lectura ha sido interpretada en clave mariana. Se trata de una interpretación que, aunque no responde al sentido literal del texto, se sirve alegóricamente de aquel acontecimiento para contemplar la vocación y el misterio de la Madre del Señor. Aquella pequeña nube, contemplada por Elías como presagio de la bendición de la lluvia, ha sido vista como un signo de María. Ella, la pequeña "sierva del Señor" (Lc 1,38), pequeña y fecunda como la nubecilla del Carmelo, con su fe y su disponibilidad al proyecto salvador de Dios ha representado para la humanidad un nuevo inicio en la historia de la salvación. En ella, "pequeña nube" elegida desde siempre por Dios, se ha escondido el Verbo eterno para dar la vida al mundo. En la tierra de la Biblia, además, la lluvia era una expresión privilegiada de la bendición divina y aparecía íntimamente ligada al don de la tierra. Por eso la lluvia del Carmelo también evoca la figura de María: ella es, en efecto, la "llena de gracia" (kejaritoméne) (Lc 1,28), la "bendita entre las mujeres" (Lc 1,42). María es, en efecto, un sacramento de la bendición divina y un pequeño signo de Dios, que en ella "ha hecho grandes cosas" (Lc 1,49). Dios ha mostrado en ella su amor benevolente, haciéndola digna morada del Mesías, Hijo de Dios, "fruto bendito de su vientre".
La segunda lectura (Gal 4,4-7) hace referencia a la Madre de Jesús sólo en forma indirecta. Pablo afirma: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley…" (Gal 4,4).
"Nacido de una mujer..." (Gal 4,4)
El texto en primer lugar evoca la larga historia de las intervenciones salvadoras de Dios en "el tiempo" de la humanidad. Cuando el Padre envía a su Hijo al mundo, llega "la plenitud del tiempo", el punto culminante de la historia salvífica. Es en este momento decisivo y pleno de la redención cuando Pablo menciona el nacimiento de Cristo en la carne ("nacido de una mujer"). Esta mujer es María, colocada en el mismo centro del proyecto salvador de Dios. En ella, el Mesías—Hijo de Dios llega a ser verdadero "hermano" nuestro (Heb 2,11), compartiendo nuestra propia carne y sangre (Heb 2,14).
En el evangelio (Jn 19,25-27), junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, representada por "su Madre" y por "el discípulo a quien amaba" (19,25-27). María es figura de Sión, que reúne y engendra a sus hijos. De Sión—Jerusalén, que después del exilio recibía a sus hijos dentro de sus muros y en torno al templo, había dicho antiguamente el profeta: "¿Sin estar de parto ha dado a luz, ha tenido un hijo sin sentir dolor. ¿Quién oyó jamás cosa igual? ¿Quién vio nada semejante? ¿Nace un país en un solo día? ¿Se da a luz un pueblo de una sola vez? Pues apenas sintió los dolores, Sión dio a luz a sus hijos" (Is 66,8). Al pie de la cruz, en lugar de Jerusalén, aparece ahora María, madre de los hijos de Dios dispersos, reunidos ahora por Jesús (Jn 11,52), verdadero "templo" de la nueva alianza (Jn 2,21). María es la nueva Jerusalén—madre, la Hija de Sión a la que el profeta decía: "Levanta la vista y mira a tu alrededor, todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos" (Is 60,4). Ahora es Jesús, quien dirigiéndose a su madre, le dice: "He allí a tu hijo". A imagen de Jerusalén—madre, María es la madre universal de los hijos de Dios, congregados en Cristo, principio de la nueva humanidad.
"Ahí tienes a tu madre..." (Jn 19,27)
Jesús luego se dirige al discípulo y le dice: "He allí a tu madre". El discípulo "a quien Jesús tanto amaba" (Jn 19,26) es imagen del creyente de todos los tiempos. Por eso las palabras de Jesús hacen que la maternidad de María alcance una dimensión eclesial que se extiende a todos aquellos que siguen con fidelidad hasta la cruz. El discípulo acoge a la Madre de Jesús como algo suyo. "Desde aquella hora, el discípulo la acogió entre sus cosas propias" (literalmente en griego: eis ta idia, que no es simplemente "en su casa", como leemos en tantas traducciones). Cada vez que Juan utiliza la expresión eis ta idia le da a la frase un valor existencial y personal. Se trata de las cosas propias de alguien, de personas o cosas de inmenso valor para él (cf. Jn 8,44; 10,4; 16,32; etc.). Las "cosas propias" del discípulo son sus bienes espirituales, sus valores más profundos en la fe, entre los cuales hay que incluir la palabra de Jesús (Jn 17,8), la paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27), el don del Espíritu (Jn 20,22); etc. Entre esos bienes propios del discípulo ahora aparece también María. La Madre del Señor pasa a ser parte del tesoro más preciado del discípulo creyente. Cuando ha llegado la Hora, al pie de la cruz nace la nueva familia de Jesús, símbolo de la iglesia de todos los tiempos: "su Madre y sus hermanos", (cf. Mc 3,31-35).
María es...
María es la nueva tierra que Dios fecunda con su Espíritu (Lc 1,35a; Gen 1,2; Ez 37,14; Sal 104,30), es el nuevo tabernáculo de la alianza, cubierto con la sombra del Omnipotente (Lc 1,35b; Ex 40,34; Sal 91,1; 121,5); el nuevo Israel que dialoga con Dios y cumple su alianza para siempre (Lc 1,34.38; Ex 19,8; Jos 24,24). María es mujer de nuestra historia, abierta a Dios y a los hombres, que ha realizado plenamente su vida en actitud de gratuidad, en honda entrega por los otros.
Dios se ha expresado a sí mismo en la vida de María, en la que descubrimos su misterio de amor, su comunión perfecta. En ella, "pequeña nube del Carmelo", "lluvia fecunda de bendición" para la humanidad entera, descubrimos que Dios es Padre porque engendra a Jesucristo, su Hijo, en sus entrañas santísimas. Sabemos que es Hijo porque nace como hijo de mujer en medio de la historia. Y sabemos que es Espíritu de vida, comunión de amor que actúa, que se vuelve cercanía entre nosotros. Acojamos también nosotros a María, madre del Señor y madre nuestra. Ella es nuestro modelo en el seguimiento de Cristo, nuestro auxilio y protección en las adversidades de la vida. Verdadera madre de la Iglesia y de cada uno de los discípulos de Jesús.
4. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
Permitidme que hoy escoja las lecturas marianas que la liturgia ofrece en lugar
de los textos del tiempo ordinario. La primera lectura recoge una de las
visiones del profeta Zacarías. Un hombre se acerca con un cordel a Jerusalén, a
la Humanidad, a la Iglesia, a ti y a mí, para comprobar su anchura y su
longitud. Y es entonces, cuando el ángel del Señor, es decir, Dios mismo,
ensancha nuestro espacio y profundidad porque Él en persona va a habitar dentro
de ti y no necesita ninguna medida previa.
Una vez más, los textos proféticos nos recuerdan la promesa de Dios, su
compromiso con nosotros: posiblemente no te hará la vida más fácil ni con más
éxitos, pero te aseguro que Dios viene a habitar dentro de ti y cualquier
anchura y longitud es lugar habitable para Él. Sea quien sea quien quiera
“medirnos” y quitarnos de la cabeza semejante promesa. Por eso, como María y con
ella, podemos cantar la grandeza de Dios y su presencia dentro de nosotros,
dentro de ti y de mí.
Quizá sea esta misteriosa habitabilidad de Dios en nuestra carne, en nuestra
simpleza humana, la que nos hermana y convoca mucho más allá que los lazos de
sangre. Nosotros, hijos e hijas del Padre y hermanos en Cristo, sabemos que
estamos hechos de barro, pero también sabemos que fuimos creados a su imagen y
llevamos grabado en las entrañas la divinidad del Hijo.
Nadie como María puede ser testigo de este centro de nuestra fe, de la
Encarnación y de la encarnación diminutiva que cada uno somos. En Ella podemos
ver de qué es capaz un ser humano cuando abre su carne y su vida para que el
mismo Dios habite dentro.
Hoy, recordándola bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, podemos orar
con las palabras sencillas de S. Antonio Mª Claret, que tal día como hoy
comenzaba bajo su amparo la Congregación de los Hijos del Inmaculado Corazón de
María:
María, enséñame a guardar como Tú la Palabra en el corazón, hasta transformarme
en Evangelio de Dios. Conviérteme en instrumento dócil de tu amor materno, para
que te engendre nuevos hijos por el Evangelio.
Madre, aquí tienes a tu hija. Fórmame.
Madre, aquí tienes a tu hija. Envíame.
Madre, aquí tienes a tu hija. Habla por mí. Ama por mí.
Vuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, rmi
(rraragoneses@hotmail.com)
5. DOMINICOS 2004
Una vez más, saludamos hoy a nuestra Señora, la
Virgen del Carmen:
Salve, mujer y madre, a Dios rendida.
Salve, dolorosa, ante la cruz postrada.
Hoy te vemos en los cielos ensalzada,
y en la tierra te decimos ‘preferida’.
Hermosa, de gracia llena, de sol vestida,
tu frente está de estrellas coronada.
Desciende hasta nosotros, guarnecida
de luz y amor, perlas de la agraciada.
Sea en este día nuestra alborada
un canto de gratitud: ‘Ave, María’
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Zacarías 2, 14-17:
“Alégrate y salta de júbilo, hija de Sión, que yo vengo a habitar en ti —oráculo
del Señor- . Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos y todos serán
pueblo mío, habitaré en medio de ti, y sabrás que el Señor de los ejércitos me
ha enviado a ti
El Señor tomará a Judá como lote suyo en la tierra santa y volverá a escoger a
Jerusalén.¡Haced todos silencio ante el Señor, que se levanta en su santa
morada!”
Evangelio según san Mateo 12, 46-50:
“Un día, mientras Jesús hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos
estaban fuera y pretendían hablarle. Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos
están fuera y desean hablarte.
Él, respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos? Y, extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre
y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, ése es
mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.
Reflexión para este día
Júbilo de Jerusalén y del Carmelo.
¿Qué canta y a quién canta el profeta Zacarías, en el siglo VI antes de Cristo?
Canta, de entrada, la gloria de la ciudad de Jerusalén cuyo templo se afana en
restaurar.
Él se imagina que, bajo la mano protectora de Yhavé, los israelitas y otros
pueblos se llenarán de júbilo al poder celebrar nuevamente días de culto y
fiesta. Para ello se prepara la que es amada y mimada de Yhavé, la ciudad de
Jerusalén.
Pues bien, nosotros, por similitud con la alegría de la Ciudad, cuando
celebramos la fiesta de María, Madre de Dios, bajo cualquier advocación,
cantamos salmos de júbilo y alabanza porque, en nuestra historia, una mujer,
tomada de entre nosotros, se engalanó para recibir el gran misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios.
El Carmelo que se cubre de flores el símbolo de esa realidad. María es la gloria
de la humanidad. Sólo ella es Madre de Dios. Al recordarlo humildemente, con
júbilo, escuchamos las palabras de Jesús que enaltece la fe de cuantos
espiritualmente se hacen un poco madres y hermanas de todos los redimidos.
María, dicen los santos Padres, concibió a Jesús antes con la fe que en su seno.
María creyó y luego fue madre.
6.
LA VIRGEN DEL CARMEN: ESTRELLA DE LOS MARES
Por Jesús Martí Ballester
El Carmelo, cuya hermosura ensalza la Biblia, ha sido siempre un monte sagrado.
En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad
al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Señor y su pueblo (1R
18,39). En el Carmelo había de perpetuarse el espíritu y el recuerdo del Profeta
«abrasado de celo por el Dios vivo». Del Carmelo recibirá San Juan de la Cruz la
inspiración para hacer de su Subida, el Monte de la Perfección Evangélica, Monte
repleto de paz y dulzura, de santidad. Durante las Cruzadas, los ermitaños
cristianos se recogieron en las grutas de aquel monte emblemático, hasta que en
el siglo XIII, formaron una familia religiosa, a la que el patriarca Alberto de
Jerusalén dio una regla en 1209, confirmada por el Papa Honorio III en 1226.
Situado en la llanura de Galilea, cerca de Nazaret, donde vivía María
«conservándolo todo en su corazón» y donde asomó la nubecilla, presagio de la
prohibida y deseada lluvia, siempre prometedora de frutos y flores olorosas. Por
eso la Orden del Carmelo desde sus orígenes, se ha puesto bajo el patrocinio de
la Madre de los contemplativos. Es natural que en el siglo XVI, los dos doctores
y reformadores de la Orden, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz,
convirtieran el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios. Con la liturgia
pidamos al Señor que nos haga llegar, gracias a «la intercesión de la Virgen
María» «hasta Cristo, monte de salvación».
ESTRELLA DE LOS MARES
Desde aquellos eremitas que se establecieron en el monte Carmelo, los Carmelitas
se han distinguido por su profunda devoción a la Santísima Virgen, interpretando
la nube que vio el criado de Elías: "Sube del mar una nubecilla como la palma de
la mano" (1Re 18,44), como un símbolo de la Virgen María. Como los antiguos
marineros, que leían las estrellas para marcar su rumbo en el océano, María como
estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles del mundo, hacia el puerto
seguro que es Cristo. Cuando Palestina fue invadida por los sarracenos, los
Carmelitas tuvieron que abandonar el Monte Carmelo. Una tarde gozosa, mientras
cantaban la Salve, se les apareció la Virgen y les prometió que sería su
Estrella del Mar, por la analogía de la belleza del Monte Carmelo que se alza
como una estrella junto al mar Mediterráneo, dando cumplimiento a la profecía de
Zacarías: "Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos y se harán pueblo mío"
(Zacarías 7,14).
DIFUSIÓN DE LA ORDEN
La Orden se difundió por Europa, y la Estrella del Mar les acompañó en la
propagación de la orden por el mundo, y el pueblo les llamaba "Hermanos de
Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a
Dios y a María, y tomaban el hábito en su honor, como un recordatorio de que sus
vidas le pertenecían a ella, y por ella a Cristo.
Año 1246. Inglaterra. Simón Stock, nombrado general de la Orden Carmelitana,
comprendió que, sin una intervención de la Virgen, la Orden se extinguiría
pronto. En esta situación de angustia, recurrió a María, a la que llamó "Flor
del Carmelo" y "Estrella del Mar" y puso la Orden bajo su amparo, y le suplicó
su protección para toda la comunidad. En respuesta a su oración, el 16 de julio
de 1251 se le apareció la Virgen y le dio el escapulario para la Orden con la
siguiente promesa: "Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los
Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno".
LA VENTANA DE RAJAB
El libro de Josué, nos narra la conquista de Jericó por Josué y los israelitas:
"Al entrar nosotros en el país, dijeron los espías a Rajab, la prostituta de
Jericó, ata esta cinta roja a la ventana, y a tu padre y tu madre, a tus
hermanos y toda tu familia, los reúnes aquí en tu casa y nosotros respondemos de
vuestra vida. Esta ciudad se consagra al exterminio. Sólo han de quedar con vida
la prostituta Rajab y todos los que están en su casa con ella... Los espías
fueron y sacaron, a su padre y hermanos y Josué les perdonó la vida" (Jos 2,14).
Los hombres nos comunicamos por símbolos, banderas, himnos, escudos y uniformes,
que nos identifican. Las comunidades religiosas llevan su hábito como signo de
su consagración a Dios. Los laicos que desean asociarse a los religiosos en el
camino de la santidad, pueden usar el escapulario, miniatura de hábito otorgado
por la Virgen que, con el rosario y la medalla milagrosa, es uno de los más
importantes sacramentales marianos. Como la cinta roja en la ventana de Rajab
fue para los hebreos la señal para salvar del extermino a ella y a su familia,
el escapulario del Carmen, es para los que lo llevan, su señal de
predestinación. Dice San Alfonso Ligorio, doctor de la Iglesia: "Los hombres se
enorgullecen de que otros usen su uniforme, y la Virgen está satisfecha cuando
sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su
servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios." El escapulario ha
sido constituido por la Iglesia como sacramental y signo que nos ayuda a vivir
santamente y a aumentar nuestra devoción, y que propicia la renuncia del pecado.
EL ESCAPULARIO ACREDITADO
Muchos Papas, santos como San Alfonso Ligorio, San Juan Bosco, San Claudio de la
Colombiere, y San Pedro Poveda, tenían una especial devoción a la Virgen del
Carmen y llevaban el escapulario. Juan Pablo II, que quiso ser carmelita, ha
manifestado que lleva el escapulario de la Virgen, como Terciario Carmelita que
ha profesado. Los teólogos han explicado que según la promesa de la Virgen,
quien tenga impuesto el escapulario y lo lleve, recibirá de María a la hora de
la muerte, la gracia de la perseverancia final.
Para el cristiano, el escapulario es una señal de su compromiso de vivir la vida
cristiana siguiendo el ejemplo de la Virgen Santísima y el signo del amor y la
protección maternal de María, que envuelve a sus devotos en su manto, como lo
hizo con Jesús al nacer, como Madre que cobija a sus hijos. Cubrió Dios con un
manto a Adán y Eva después del pecado; Jonatán dio su manto a David en señal de
su amistad, y Elías le dio su manto a Eliseo y lo llenó de su espíritu en su
partida. San Pablo nos dice que nos revistamos de Cristo, con el vestido de sus
virtudes. El escapulario es el signo de que pertenecemos a María como sus hijos,
consagrados y entregados a ella, para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella
y en su corazón. En el himno de la carta a los Efesios (1,3), oración de
bendición a Dios Padre, San Pablo delinea las diferentes etapas del plan de
salvación a través de la obra de Cristo. En el centro resuena la palabra griega
«mysterion», un término asociado a los verbos que hacen referencia a la
revelación («revelar», «conocer», «manifestar»). Este es el gran proyecto
secreto que el Padre había custodiado en sí mismo desde la eternidad y que había
decidido actuar y revelar «cuando llegase el momento culminante» en Jesucristo,
su Hijo. En el himno aparecen salpicadas las acciones salvíficas de Dios por
Cristo en el Espíritu. El Padre nos escoge desde la eternidad para que seamos
santos e irreprochables en el amor, después nos predestina a ser sus hijos, nos
redime y nos perdona los pecados, nos desvela plenamente el misterio de la
salvación en Cristo, y nos da la herencia eterna, ofreciéndonos ya desde ahora
como prenda el don del Espíritu Santo prenda de la resurrección final.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Intervienen las tres personas de la Santísima Trinidad, el Padre, que es el
iniciador y el artífice supremo del plan de salvación; el Hijo, que realiza el
designio en la historia; y el Espíritu Santo que imprime su «sello» a toda la
obra de salvación. El primer gesto divino, revelado y actuado en Cristo, es la
elección de los creyentes, iniciativa libre y gratuita de Dios. En el principio,
«antes de crear el mundo», en la eternidad de Dios, la gracia divina está
dispuesta a entrar en acción. Me conmuevo meditando que desde la eternidad
estamos ante los ojos de Dios que ha decidido salvarnos. Llamada a la
«santidad», gran palabra. Santidad. Participación en la pureza del Ser divino.
Como Dios es caridad, participar en la pureza divina es participar en la
«caridad» de Dios, conformarnos con Dios que es «caridad». «Dios es amor» (1
Juan 4, 8.16), esta es la verdad consolante que nos permite comprender que
«santidad» no es una realidad alejada de nuestra vida, sino que, en la medida en
que podemos convertirnos en personas que aman con Dios, entramos en el misterio
de la «santidad». El «ágape» se convierte en nuestra realidad cotidiana. Somos
llevados por tanto al horizonte sacro y vital del mismo Dios. Igualmente es
contemplada por el plan divino desde la eternidad: nuestra «predestinación» a
hijos de Dios. No sólo criaturas humanas, sino hijos de Dios.
Pablo exalta esta sublime condición de hijos que implica y se deriva de la
fraternidad con Cristo, el hijo por excelencia, «primogénito entre muchos
hermanos» (Romanos 8, 29) y de la intimidad con el Padre celestial que ya puede
ser invocado como «abbá», al que podemos llamarle «padre querido», con un
sentido de auténtica familiaridad con Dios, con una relación de espontaneidad y
de amor, don inmenso, hecho posible por «pura iniciativa» divina y de la
«gracia», luminosa expresión del amor que salva. San Ambrosio, en una carta
subraya la gracia sobreabundante con la que Dios nos ha hecho hijos adoptivos
suyos en Jesucristo. «No hay que dudar de que los miembros estén unidos a su
cabeza, en particular porque desde el principio hemos sido predestinados a la
adopción de hijos de Dios, por medio de Jesucristo» («Carta XVI a Ireneo», «Lettera
XVI ad Ireneo). «¿Quién es rico si no Dios, creador de todas las cosas?». «Pero
es mucho más rico en misericordia, pues nos ha redimido y trasformado, a quienes
según la naturaleza de la carne éramos hijos de la ira y sujetos al castigo,
para que fuésemos hijos de la paz y de la caridad».
EL PAPA PIO XII Y EL ESCAPULARIO
En 1950 el Papa Pío XII escribió "que el escapulario sea tu signo de
consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente
necesitando en estos tiempos tan peligrosos". Quien usa el escapulario debe ser
consciente de su consagración a Dios y a la Virgen y ser consecuente en sus
pensamientos, palabras y obras. Dice Jesús: "Cargad con mi yugo y aprended de
mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo
es suave y mi carga ligera". (Mt 11:29). El escapulario simboliza ese yugo que
Jesús nos invita a cargar, pero que María nos ayuda a llevar. El escapulario es
un signo de nuestra identidad como cristianos, vinculados íntimamente a la
Virgen María con el propósito de vivir plenamente nuestro bautismo. Representa
nuestra decisión de seguir a Jesús por María en el espíritu de los religiosos
pero adaptado a la propia vocación, lo que exige que seamos pobres, castos y
obedientes por amor.
Al usar el escapulario constantemente estamos haciendo silenciosa petición de
asistencia a la Madre, y ella nos enseña e intercede para conseguirnos las
gracias para vivir como ella, abiertos de corazón al Señor, escuchando su
Palabra, orando, descubriendo a Dios en la vida diaria y cercanos a las
necesidades de nuestros hermanos, y nos está recordando que nuestra meta es el
cielo y que todo lo de este mundo pasa. En la tentación, tomamos el escapulario
en nuestras manos e invocamos la asistencia de la Madre. Kilian Lynch, antiguo
general de la Orden dice: "No lleguemos a la conclusión de que el escapulario
está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a
pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos...Una voluntad pecadora y perversa
puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia."
MEDALLA - ESCAPULARIO
El primer escapulario debe ser bendecido e impuesto por un sacerdote con esas
palabras: "Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por
sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal
y te lleve a la vida eterna". En 1910, a petición de los misioneros en los
países del trópico, donde los escapularios de tela se deterioran pronto, el Papa
Pío X declaró que una persona que ha recibido el escapulario de tela puede
llevar la medalla-escapulario en su lugar, si tiene razones legítimas para
sustituirlo.
La Virgen ha prometido sacar del purgatorio el primer sábado después de la
muerte a la persona que muera con el escapulario. Esta gracia es conocida como
el Privilegio Sabatino y tiene su origen en una bula del Papa Juan XXII otorgada
el 3 de marzo de 1322, después de una aparición de la Virgen al mismo Papa, en
la que prometió para aquellos que cumplieran los requisitos de esta devoción que
"como Madre de Misericordia, con mis ruegos, oraciones, méritos y protección
especial, les ayudaré para que, libres cuanto antes de sus penas, sean
trasladadas sus almas a la bienaventuranza". Las condiciones para gozar este
privilegio son llevar el escapulario con fidelidad, guardar la castidad de su
estado, rezar el oficio de la Virgen o los cinco misterios del rosario. El Papa
Pablo V confirmó en un documento oficial que se podía enseñar este privilegio
sabatino a todos los creyentes.
FÁTIMA Y EL ESCAPULARIO
En la última aparición de Fátima, octubre de 1917, día del milagro del sol, la
Virgen vino vestida con el hábito carmelita y con el escapulario en la mano. El
Papa Pío XII, que recomendó frecuentemente el Escapulario, en 1951, 700
aniversario de la aparición de Nuestra Señora a San Simón Stock, ante una
numerosa audiencia en Roma, exhortó a vestir el Escapulario como "Signo de
Consagración al Inmaculado Corazón de María, que nos marca como hijos escogidos
de María y se convierte para nosotros en un "Vestido de Gracia".
PLEGARIA
Madre del Carmelo: Tengo mil dificultades, ayúdame. De los enemigos del alma,
sálvame. En mis desaciertos, ilumíname. En mis dudas y penas, confórtame. En mis
enfermedades, fortaléceme. Cuando me desprecien, anímame. En las tentaciones,
defiéndeme. En horas difíciles, consuélame. De mis pecados, perdóname. Con tu
corazón maternal, ámame. Con tu inmenso poder, protégeme en tus brazos de Madre.
Al expirar, recíbeme. Virgen